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Nina Simone Feeling Good
–Pero... ¿cómo puedes ser tan zorra, querida? –la risa latÃa bajo las palabras de Pablo–. Si ni siquiera
sabes quién es... ¿O ya te lo imaginas? –le contesté que no, no lo sabÃa, la verdad era que no tenÃa ni idea
de quién podÃa ser, y tampoco me importaba nada, con tal de que algo o alguien me rellenara de una vez–.
Lulú, Lulú... ¡qué vergüenza! Tener que contemplar una escena como ésta, de la propia esposa de uno, es
demasiado fuerte para un hombre de bien... –los dos seguÃan allÃ, en alguna parte, sin tocarme un pelo. Los
segundos transcurrÃan lentamente, sin que ocurriera nada. Yo estaba cada vez más histérica, tenÃa que
tomar una decisión, y opté por intentar prescindir de ellos, bien a mi pesar. Estiré las piernas y traté de
frotarme contra la colcha. Fracasé estrepitosamente en un par de tentativas, porque me costaba mucho
trabajo coordinar mis movimientos con las manos atadas, pero al final logré establecer un contacto regular,
si bien demasiado exiguo, con la tela. No me sirvió de mucho, los resultados fueron francamente
decepcionantes, mis movimientos incrementaban las ansias de mi sexo en lugar de amortiguarlas, Pablo
seguÃa hablando, su discurso me excitaba más que cualquier caricia. En fin, que estás hecha un putón, hija
mÃa, por mà no te cortes, déjalo, sigue restregándote el coño contra la colcha, pero habla, coméntanos la
jugada, ¿te da gusto? ¡Qué espectáculo tan lamentable, Lulú!, y delante de todos nuestros invitados, todos
están aquÃ, mirándote, ¡qué pensarán de nosotros ahora! Pero tú sigue, no te preocupes por mÃ, total no
pienso aguantar esto mucho más tiempo, me voy, me largo ahora mismo, ¿para qué seguir aquÃ,
presenciando cómo se liquida el honor de un caballero...? Ahora, que de ésta te acuerdas, eso sÃ, te juro
que te acuerdas –se inclinó sobre mà para hablarme al oÃdo, su cuerpo completamente inaccesible todavÃa–,
te voy a dejar encerrada aquà un par de dÃas, a lo mejor incluso te vuelvo a atar a la cama, otra vez, pero
con cinta adhesiva, a ver si asà se te bajan los humos...
–Por favor –dirigà la cabeza en dirección a su voz e insistà por última vez, al borde de las lágrimas–,
por favor, Pablo, por favor...
Entonces, unas manos me aferraron violentamente por la cintura y me dieron la vuelta en el aire. Sus
dedos se hundieron nuevamente en mi cuerpo y me atrajeron rápidamente hacia delante. Cuando por fin
comenzó a perforarme, volvió a decirme que me querÃa. Lo repitió varias veces, en voz muy baja, como una
letanÃa, mientras me conducÃa hábilmente hacia mi propia aniquilación.
Pero ellos no tenÃan bastante, todavÃa.
Me penetraron por turnos, a intervalos regulares, uno tras otro, de forma sistemática y ordenada.
Después, el que no era Pablo, me levantó por las axilas y me obligó a ponerme de pie. Le pedà que me
sujetara, porque las piernas me temblaban, y lo hizo, me ayudó a caminar unos pasos y entonces escuché
la voz de Pablo, instándome a que me detuviera.
El era el único que habÃa hablado, todo el tiempo, el otro aún no habÃa despegado los labios, y yo
seguÃa sin verle, no podÃa ver nada, el pañuelo que me sobre mis sienes, presentÃa que si el placer no
hubiera sido tan intenso ya me habrÃa estallado la cabeza de dolor.
Pablo se colocó detrás de mà y me desató las manos.
–Súbete encima de él.
Sus brazos me guiaron, me arrodillé primero encima de lo que supuse era una especie de
chaiselongue corta y muy vieja, tapizada de cuero oscuro, procedente del mobiliario del viejo taller–atelier
de mi suegra. El desconocido me cogió por la cintura, entonces, y me situó encima de sÃ, una de sus manos
sostuvo su sexo mientras con la otra me ayudaba a introducirme en él. Luego, ambas recorrieron mi cuerpo
durante un breve, brevÃsimo perÃodo, tras el cual hicieron presa en mi trasero, amasando ligeramente la
carne antes de estirarla completamente para franquear un segundo acceso a mi interior
Vaya, esta noche vamos a tener un fin de fiesta de gala, pensé, mientras volvÃa a admirarme de la
tranquila naturalidad con la que ambos, Pablo y el otro, se repartÃan mi cuerpo equitativamente, como si
estuvieran acostumbrados a compartirlo todo.
Fui penetrada por segunda vez casi inmediatamente.
El cuerpo del desconocido se tensó debajo de mÃ, sus manos modificaron mi postura, me obligó a
tumbarme encima de él al tiempo que levantaba mis brazos para que apoyara las manos en el respaldo.
Luego se quedó quieto. Solamente entonces Pablo comenzó a moverse, muy despacio pero de forma muy
intensa a la vez, sus acometidas me impulsaban contra el cuerpo de otro hombre, que me alejaba después
de sÃ, las manos firmes en mi cintura, para facilitar un nuevo comienzo, y mientras el ritmo de la penetración
se hacÃa progresivamente regular, más fácil y fluido, advertà que mi anónimo visitante se disponÃa a
abandonar su inicial actitud de pasividad elevando todo su cuerpo hacia mÃ, imperceptiblemente al principio,
más nÃtidamente después, aunque siempre con suavidad, acoplándose de forma casi perfecta a la
frecuencia que Pablo marcaba desde atrás, sus sexos se movÃan a la vez, dentro de mÃ, podÃa percibir con
claridad la presencia de ambos, sus puntas se tocaban, se rozaban a través de lo que yo sentÃa como una
débil membrana, un leve tabique de piel cuya precaria integridad parecÃa resentirse con cada contacto, y se
hacÃa más delgado, cada vez más delgado. Me van a romper, pensaba yo, van a romperme y entonces se
encontrarán de verdad, el uno con el otro, me lo repetÃa a mà misma, me gustaba escuchármelo, van a
romperme, qué idea tan deliciosa, la enfermiza membrana deshecha para siempre, y su estupor cuando
adviertan la catástrofe, sus extremos unidos, mi cuerpo un único recinto, uno solo, para siempre, me van a
romper, seguÃa pensándolo cuando les avisé que me corrÃa, no solÃa hacerlo, generalmente no lo hacÃa,
pero aquella vez la advertencia brotó espontáneamente de mis labios, me voy a correr, y sus movimientos
se intensificaron, me fulminaron, no fui capaz de darme cuentita de nada al principio, luego noté que debajo
de mà el cuerpo del desconocido temblaba y se retorcÃa, sus labios gemÃan, sus espasmos prolongaban mis
propios espasmos, entonces, desde atrás, una mano arrancó el pañuelo que me tapaba los ojos, pero no
los abrÃ, no podÃa hacerlo todavÃa; no hasta que Pablo terminara de agitarse encima de mÃ, no hasta que su
presión se disolviera del todo.
Después permanecimos inmóviles un momento, los tres, en silencio.
Almudena Grandes,Las edades de Lulu
10 comentarios - Nyctophilia 20
Excelente post te mandaste Amigo!!! 🙌
+10 para VOS
..................
Muy bueno el mix entre la genial literatura erótica de Almudena y las imágenes !!!
Puntines y Reco !!!
( ahora que lo veo .... )