Sexo frente a la Eiffel con un extraño

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Nina:
Toco su pene por encima, está totalmente erecto, ajustado bajo el pantalón, peleando su salida. Es grande, largo... Noto que está mojado y eso me excita más. En su boca hay ese sabor que reconozco en los hombres cuando están tan excitados hasta decir: ¡Basta!
Pienso que él, Frank, se ve demasiado guapo con la ropa que se ha puesto esta noche para mí, que me da una lástima hacerlo, pero quiero ver lo que se esconde debajo y entonces no dudo, le digo que me deje hacerlo, quitarle poco a poco la ropa.

A mí, ya lo saben, me gusta hacer el amor vestida, con los tacones puestos de ser posible, medias, todo, sobre todo cuando de vestidos se trata. Ese es uno de mis grandes fetiches. Me parece tan sexy salir vestida así a cenar, por ejemplo, con la ropa con que he tenido sexo minutos antes. Se lo hago saber. Me ve con mirada perversilla y mi Frank accede.

Por la ventana entra luz, es de noche pero con esta primavera parisina todo oscurece demasiado tarde. Desde mi ventana, como he dicho antes, puedo ver la Eiffel. Que mejor testigo tengo frente a nosotros.

Le quito la ropa, subo la parte de abajo de mi vestido, le muestro mi ropa interior roja y entonces sonríe. Sabe que el tema de la bandera francesa en mi cuerpo no era broma. El sexo y el humor me los tomo muy en serio.

Me quita la tanga de hilo dental con lentitud, da un beso a mi pubis totalmente depilado a la brasileña, y coloca su nariz más cerca. Parada, abro las piernas como un compás, y detengo la falda del vestido en mi pecho. En mi espalda tengo a la torre Eiffel, pero el espectáculo que tengo al frente me hace olvidar cualquier asombro de turista.

Frank introduce un dedo, después dos, tres... Yo estoy tan lubricada ya, que sus dedos entran y salen de mi cuerpo como los de un niño que quiere acabar los vestigios de un vaso lleno de chocolate líquido. Sigo abierta como compás. Me encanta sentirme a su merced.

Pone su preservativo y entonces me gira, dejo caer mi vestido, me toma por detrás, recargo los brazos en la ventana de piso a techo y entonces me penetra de espaldas a él, intenso, fuerte, sin ninguna contemplación. Tiene un ritmo que me gusta: no demasiado fuerte como para que yo salga expulsada por la ventana, pero tampoco tan lento que me haga pedirle más.

El no hace demasiados ruidos, parece tan concentrado en lo que hace... Soy yo la que gime cada vez que su pene se funde en mi cuerpo, cada vez que me llena por completo la vagina que ni siquiera reparo en los ruidos que los de la habitación de al lado hacen para decirnos sutilmente que me calle.

Veo entonces desde esta posición la torre Eiffel frente a mí, pienso que es la mejor bienvenida que esta ciudad pudo darme.

Me da un par de nalgadas y toca de vez en vez la redondez del trasero (creo que este francesito tiene una obsesión con mi trasero), entra y sale, entra y sale, una y otra vez. Yo, como un compás, abierta, y en cuatro para él.

Digo mis frases sexuales en español y mi extranjería parece enloquecerle. Termina dentro de mí, y gime como yo al mismo tiempo. Veo que encienden entonces las luces de la torre Eiffel. Nina, bienvenida a París...


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