Voy a ir al cine

Estoy un poco nervioso, son las siete de la tarde, la puerta del cine "porno" está a diez o quince metros y sé que cuando entre no habrá marcha atrás. Llevo la ropa preparada en un pequeño bolso enganchado al hombro, visto unas chanclas y un pantalón corto con una camisa suelta (sé también que sí entro iré a los baños a cambiarme). A último momento me siento muy intranquilo y doy la vuelta, decido relajarme y dar un paseo para tranquilizarme. Quizás vea algo lindo por la calle, cuando estoy tan intranquilo me convierto en consumista y necesito gastar algo de dinero en cosas que me gusten.

Miguel estará esperándome dentro, casi es la hora. Mientras camino por la calle rodeado de un mar de gente, veo un puesto de esos baratos con maquillajes de cuarta o quinta categoría. Mmmh, me tientan y decido comprarme un par de pinta labios de esos furiosos rojos. Busco a la vendedora y no la veo, levanto un rouge para ver el color y por detrás aparece un tipo de unos sesenta años, mal vestido y con un palillo entre los dientes. Viste una camiseta de asas que conoció mejores tiempos, y unos pantalones recogidos en los tobillos porque hoy hace calor, tiene barba canosa de tres o cuatro días.
Me mira con cara de viejo degenerado y medio sonríe al verme con el lápiz en la mano, al pasar me mira de arriba a abajo (seguro que este hijo de puta vió mis piernas depiladísimas, pues llevo un pantalón muy corto).

Hay algo en este tipo de hombretones groseros que me atrae demasiado, ante un tipo así, me tiemblan un poco las piernas, con un cierto gusto por el peligro. Soy muy arriesgado e irresponsable. Se queda de pie a mi lado, esperando, con el rouge en la mano no debo parecer muy masculino -pienso para mí- lo dejo en la mísera mesita de madera que hace de exponedor. El tipo se rasca la cabeza y e pregunta: - ¿Es para tu novia, no? Y sonríe socarronamente.

Me tiembla un poco la mano al sentirme tan expuesto, pues el se imagina la verdad.
- Es para mi prima. Digo con poca convicción y una voz bajita y dubitativa. Levanto otro y le pregunto quién atiende el puesto, a mis espaldas estaciona un camión y comienza a descargar mercadería en un comercio cercano, el me dice que lo atiende su mujer pero que hoy no vino, que mire tranquilo, que seguro que a mi prima le gusta ese rojo "rojo fulana", dice sonriendo. A las mujercitas le gusta ponerse rojos calentorros, me explica sabiamente.

El temblor se apodera de mis piernas, cuando me inclino a buscar el lápiz "rojo fulana" mi camisa de seda se abre un poco y estoy seguro de que se vislumbran mis tetillas un poquito crecidas por las hormonas que tomo hace seis meses. El tipo deja salir un: -Ufffff. Muy bajito, casi al oído. -¿Ves qué lindo el rojo? Me dice con una sonrisa de oreja a oreja que deja ver unos dientes amarillos y el maldito palillo,-s-si sí digo cada vez con menos voz, el hombre levanta la parte inferior de la camisilla grasienta rascándose una barriga peluda y enorme, como si hiciera círculos con su mano alrededor del ombligo.

Llevo unos lentes negros para ocultar mis ojos azules y el pelo semilargo, teñido de rubio platino, cuando salgo a "buscar" me gusta recogerlo en una pequeña coletita, tengo veintitrés años y hace tiempo que sé lo que soy, una mujer encerrada en el cuerpo de un chico, una loca ninfómana que busca salir de adentro cada vez que puede, mi calvario empezó desde pequeño, siempre fui de cuerpo femenino y suave, a pesar de eso llegué a la adolescencia sin mayores apremios, pero en esa edad en que empezábamos a buscar amigas en el colegio, noté que en las duchas de gimnasia mis compañeros me miraban raro, mi masculinidad era de dimensiones infantiles, enana, nunca nadie me dijo nada, más allá de algunas sonrisas. Eso fue mi maldición, las veces que intimé con chicas, mi pene era sólo un sucedáneo, nunca sería una auténtica herramienta. Comprender eso fue mi fin como macho, de a poco empecé a buscar otros consuelos. Aún sigo siendo un hombre aunque no ejerza como tal, pero a mis amigos les encantaría que saliera para siempre del armario, para eso me mudé a la gran ciudad, lejos de mis viejos amigos y mi familia, pero aún no doy el gran paso, porque hay algo que me gusta en mi estado andrógino e indefinido.

Pero ahora estoy en esta calle, rodeado de gente que viene y va, con un pintalabios en mi mano y ese viejo verde, que cada vez acerca más su barriga de cerveza a mi culito blanco y redondo, a mis piernas trémulas y depiladas, hermosas y femeninas según mis amigos, cuando intento quitar la tapita del rouge,algo la traba y no puedo, entonces el viejo pasa su mano derecha por encima de mi brazo y me toma la mano y el lápiz a la vez y con un juego de sus dedos gordos y sucios, hace un ¡clic! que quita la tapita rápidamente, pero deja la mano callosa un par de segundos encima de mi pequeña mano de estudiante, siento su respiración en la nuca, como si me soplara, en ese momento aunque quisiera moverme no podría, su pantalón me roza por detrás. De pronto me suelta, y dice: -Ves así se abre, ¿se nota que nunca tocaste uno de éstos no?.

Y lentamente retira su brazo del mío, pero eso hace que su bragueta me empuje hacia adelante un poco más.
-¿Cuánto cuesta este? Pregunto en un hilito de voz, mientras sigo temblando. -Para un primo tan cariñoso veinte pesos y por treinta te llevás dos. Me dice, presionando un poco más su pija contra mi culo joven y girando su escarbadientes en la boca como si fuera un mago.
-Uffff, exclamo, no tengo treinta, la respiración me traiciona mi decisión de no caer otra vez en estos juegos.
-Paaahh, ¿entonces? como arreglamo' primito, si querés en el baño de la galería acá al lado, a lo mejor ...
-Qué? no entiendo. Digo empujando mi culo hacia atrás y ahora si, sintiendo que su verga está dura como un fierro.
-No sé, a lo mejor si me esperás ahí un ratito, encuentro uno más barato "primita", me dice y escupe el palillo para sacar la lengua de manera asquerosa.

-Dejá tranquila esa pibita, Juan! Grita uno de los changadores del camión riéndose mientras bajan una enorme lavadora.

El tal Juan, se echa hacia atrás, se ríe sonoramente y dice: -Esto es un pibón con "sorpresa", jajaja.
Los tres se ríen, y el viejo me mira a la cara, hace un gesto frunciendo los labios de un modo abyecto y me dice -¿Escuchaste mi oferta, putito, si me esperás ahí adentro te llevo un regalito, querés?
Entre las palabras que escuché y la cara del viejo, me siento muy puta y me encanta, me bajo los lentes un poquito y veo el pecho del tipo con gotitas de sudor entre su pelo, sobre la piel oscura, aún ecucho las risas de los tipos del camión.
Bueno, creo que sí, fue lo único que alcancé a decir tembloroso, te espero un ratito, entonces.
Salgo del puesto, con el lápiz, no puedo evitar mover el culo de forma exagerada mientras camino, escucho un guauuuu en el camión. Entro a la galería, llena de gente con calor, mirando vidrieras y locales, voy derecho hasta los baños sin mirar para ningún lado, al fondo a la izquierda, cruzo los dedos para que no haya nadie. Al abrir la puerta, huele fatal, un hombre de barba espesa va saliendo mientras sube su bragueta, veo al fondo los espejos y voy hacia ellos, no hay nadie a la vista. Estoy muy nervioso, estas cosas un día me costarán muy caro, pienso. Me miro al espejo sin los lentes y me gusta lo que veo, una cara andrógina y linda, unos ojos claros con una sombra negra alrededor. Sonrío, porque sé que voy a sentirme hembra otra vez. Me reclino un poquito para adelante, sacando culo, y comienzo a pintarme los labios con mi reciente compra.

2 comentarios - Voy a ir al cine

Barish3 +1
muy tarde veo este relato.
Me encanto, saludos