Sorprendido

Tendido en la cama, con el torso desnudo, esperaba deleitándose con la anticipación del deseo.

Las únicas palabras que había pronunciado eran: “Espera aquí.”

Y luego se había dado la vuelta y había entrado en el baño, lanzándole una última mirada pícara al cerrar la puerta. La impaciencia y la incertidumbre lo excitaban mientras escuchaba el sonido de la ducha.

Se imaginaba el agua corriendo por su piel, deslizándose suavemente por sus labios y su cuello, corriendo por su pecho, goteando de sus pezones y perdiéndose en su vientre.

La veía enjabonándose, acariciando su cuerpo y demorándose unos minutos entre sus muslos, con su respiración poco a poco acelerándose. Mirándolo y sonriendo, siempre sonriendo.

Pero ahora el ruido del agua había parado, y empezaba a impacientarse, sin conseguir imaginar qué podía estar haciendo.

Mientras se lo preguntaba se abrió la puerta de golpe. Se quedó allí, apoyada en el marco de la puerta, esperando su reacción. La visión fue como un shock. Tacones negros, atados al tobillo, altísimos; medias negras de rejilla envolviendo sus largas piernas, con encaje en los muslos; ropa interior mínima, de cuero negro, con remaches metálicos; un collar de cuero y muñequeras a juego, con pinchos peligrosamente afilados.

En la mano, una fusta negra rematada con seda de color violeta, y, sobre el rostro, un antifaz negro que sólo dejaba entrever sus ojos maquillados y su boca pintada del color de la sangre.

Se le escapó una exclamación y se incorporó en la cama, sin saber muy bien qué hacer.

Aquello no se lo había imaginado, no sabía qué esperar de aquella puesta en escena. Además, sentía una mezcla de excitación, miedo y deseo que no había experimentado antes.

Tragó saliva.

- ¿La… ropa es la sorpresa? – balbuceó por fin.

Ella esbozó una sonrisa perversa.

- Cuando termine contigo, desearás que sólo hubiera sido la ropa – contestó, riéndose.- De todos modos, los esclavos no hacen preguntas, sólo deben obedecer cuando se les manda. ¿O es que quieres que te castigue?

La fusta golpeaba enérgicamente contra su mano.

- No, mi señora – dijo, inclinando la cabeza y levantándose de la cama.- Haré lo que vos queráis.

- Bien. Entonces, para empezar, quiero que abras aquel cajón – señaló con la fusta la mesa de noche.- Saca lo que hay dentro, y así te harás una idea de lo que te espera esta noche.

Dócilmente se encaminó hacia la mesa, sonriendo para sus adentros. Abrió elcajón y vio cosas que esperaba ver, como unas esposas de cuero con cadenas y un pañuelo de seda, pero también encontró otras: una vela y cerillas, un collar de perro atado a una cadena larga, lubricantes y unas tijeras afiladas. Se dio la vuelta y la miró con recelo, tratando de imaginarse para qué serían las últimas cosas, pero ella no le dejó tiempo para preguntar.

- Veo que ciertamente eres obediente como un perro – lo miró desde detrás de su máscara, desafiante.- Así que ponte a cuatro patas, como te corresponde.

Él se arrodilló, intentando que no se viera su sonrisa. Era una pequeña humillación que no se había esperado, pero era gracioso verla comportándose así, como una niña malcriada.

Ella se acercó y le puso el collar, y después tiró fuerte hacia sí, obligándolo a levantar la cabeza, mientras le apretaba la fusta contra la cara.

- Pronto esa sonrisa se borrará de tu boca… - él hizo ademán de contestar, pero ella tiró más fuertemente de la cadena.- Los perros no hablan – dijo con una mueca.

Lo dejó en esa posición y se sentó en la cama, cruzando las piernas.

- Lo que sí hacen los perros es acercarse a sus dueños buscando caricias…

Se acercó mientras la cadena tintineaba, y apretó la cara contra sus piernas, aspirando su perfume, subió hasta su rodilla y comenzó a besarle la parte posterior, sin prisa, y entonces ella, repentinamente, deslizó su pie hasta su entrepierna y empezó a juguetear con él, moviéndose arriba y abajo, apretándolo contra su empeine hasta que la polla se le puso dura.

Siguió frotándose contra él, observando su cara desde detrás de su máscara hasta que la respiración se le aceleró, y entonces tiró del collar y lo obligó a acercarse más, a rozar todo su cuerpo contra su pierna, moviéndose a su ritmo.

Notaba contra el pecho cada uno de los hilos entretejidos de las medias, clavándosele, arañándole la piel arriba y abajo, arriba y abajo. En el cuello el cuero le molestaba, pero la cadena estaba tensa y no podía alejarse.

Intentó agarrarla por las caderas, pero ella le apartó las manos golpeándolo levemente con la fusta y le tiró del pelo hasta hacerle daño, haciendo que levantara la vista hasta que sus ojos se cruzaron.

- ¿Te gusta? – preguntó ella. Tenía la respiración agitada y un tono malévolo en la voz.

- Sí, mucho… - respondió él, pero se vio interrumpido por una bofetada.

- Los perros no hablan. ¿Tengo que recordártelo? – dijo con una sonrisa de desprecio.

El apretó los dientes y la miró con rabia y deseo. Tenía ganas de arrancarle la fusta de las manos, romperle la ropa y morderla y penetrarla con toda la urgencia de que era capaz.

Ya oía sus gemidos y sus gritos entrecortados, pero consiguió contenerse.

- Quítate los pantalones – ordenó ella, levantándose.

El obedeció y se desnudó, y ella lo tiró de espaldas en la cama y se sentó a horcajadas sobre él. Le agarró con fuerza las muñecas y le estiró los brazos hacia atrás, esposándolo rápidamente al cabecero de la cama y apretándole las correas hasta que casi se quedó sin circulación.

- Así no te escaparás – dijo, mientras le tapaba los ojos con el pañuelo de seda.

Luego lo besó, mordisqueándole los labios, hundiendo su lengua en su boca y jugando con ella durante unos minutos que se hicieron eternos, y empezó a recorrer su cuerpo con ella. Notaba el rastro húmedo en el lóbulo de su oreja y por su cuello, casi creía verla cuando se detuvo en su pecho y jugó con sus pezones. De repente le mordió uno con fuerza, y el dolor, agudo, le recorrió mientras ella se reía.

Siguió su recorrido por su cuerpo, bajándole la ropa interior apenas lo suficiente para dejar su miembro fuera. Contuvo la respiración esperando la humedad de su boca, pero ella lo besó con delicadeza sólo unos segundos y siguió bajando, deteniéndose en cada pliegue de la piel, hasta llegar a los dedos de los pies.

Notó cómo introducía uno entre sus labios, sus dientes que lo rozaban, su lengua apretándolo contra el paladar, succionándolo, y de nuevo se le puso dura. Ella entonces abandonó su juguete, y lo siguiente que sintió fue algo frío recorriéndole la piel del pecho, algo cortante y peligrosamente afilado.

El dolor era leve, pero la incertidumbre del recorrido lo excitaba e inquietaban a partes iguales.

Bajó desde la clavícula hasta el corazón cruzando una línea en su pecho, siguió la línea de sus abdominales, acercándose peligrosamente al ombligo, y se detuvo en la ingle.

Entonces tiró bruscamente de su ropa interior, se oyó el ruido de un corte y rasgó la tela con todas sus fuerzas, desnudándolo.

Su polla no necesitaba más estímulo, estaba totalmente levantada, lo sabía. La notaba durísima. Le urgía sentir la humedad de ella, ya fuera de su lengua o de su vientre, pero no aguantaba más.

Quería el calor, quería sentirla retorciéndose debajo de él. Forcejeó con las esposas pero estaban demasiado apretadas.

Además ella tenía otros planes. De pronto, sintió en el pecho algo húmedo, algo que parecía mentol y le dejaba una sensación estremecedora. Le fue poniendo gotas poco a poco y lo extendió, riéndose ante sus escalofríos. Luego acarició su pene con la mano llena de esa crema, recorriéndolo arriba y abajo, primero lentamente, luego más y más fuerte.

Notó su aliento entre sus muslos y empezó a lamerle los testículos mientras lo masturbaba, dejando un rastro húmedo allí donde su lengua se demoraba.

Mordisqueaba suavemente, chupaba y los movía mientras con la mano acariciaba su verga enérgicamente. Cuando notó que él estaba a punto, paró de repente, y lo siguiente que sintió fue algo que caía ardiendo en su torso, y se le escapó un gemido. Gotas calientes cayeron en su cuello, sus hombros, su vientre, y ella extendía cada una con sus manos, arañándole la piel quemada con las uñas y besándole a partes iguales.

Estaba exhausto. Ella pareció notarlo y se separó de él. Supuso que debía estar quitándose la ropa interior. Oyó algo deslizándose hasta el suelo y se imaginó vívidamente su imagen desnuda y la ropa interior de cuero a sus pies.

Estaba a punto de penetrarla, de sentir su humedad deslizándose a su alrededor, y se excitó de nuevo con sólo pensarlo. Ella se sentó otra vez encima de él, pero en vez de agarrar su verga e introducirla, ascendió y le puso el coño sobre su boca.

- Chupa – ordenó.

Olía a vainilla. Sabía a vainilla. Se deleitó con el sabor dulce, recorriendo los labios mayores, estudiando con la lengua cada labio menor, separándolos y apretándolos con su boca, buscando el botón rojo que abría la llave de su voluntad.

Deslizó insistentemente la lengua sobre el rincón superior, entre los pliegues, y de pronto allí estaba, hinchándose, delicado como una flor.

Se movió ejerciendo un poco más de presión y escuchó cómo la respiración de ella se aceleraba. Notaba cómo se adaptaba a su ritmo, cómo seguía los movimientos de su boca, y entonces buscó el camino que llevaba a su interior y que tan extremadamente húmedo estaba. Deslizó la lengua dentro y notó que ella se estremecía, sin poder contener un gemido.

Movió la cabeza describiendo un ligero círculo y el temblor de sus muslos hizo patente que ella tampoco aguantaba más. Sin embargo, se apartó rápidamente, se dio la vuelta, y él notó por fin la calidez de su boca en su pene, mientras dejaba a su alcance su clítoris.

El lo lamió de nuevo y lo apretó suavemente entre sus labios, siendo consciente de que a ese ritmo no iba a poder contenerse mucho más. Ella acariciaba su polla con la mano mientras lamía y chupaba la cabeza, deteniéndose con atención en los pliegues, arañándole los muslos con la mano libre.

De vez en cuando se paraba entre gemidos, y entonces él notaba cómo se tensaban sus piernas incontrolablemente, cómo se estremecía. Se separó de él bruscamente.

- Ya no aguanto más – dijo entre jadeos.

Cogió su polla, dura como una piedra, la introdujo en su coño, tan húmedo que parecía deshacerse, y empezó a moverse arriba y abajo, adelante y atrás, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, mientras él notaba cómo entraba y salía de ella, cómo rozaba con su interior que lo atrapaba y lo envolvía sin dejarlo escapar.

Ella empezó a gemir de nuevo. Le susurraba al oído con la respiración entrecortada, mientras él notaba sus nalgas y sus muslos tensos sobre él, atrayéndolo aún más a su interior, hasta lo más profundo. Sentía cómo su miembro golpeaba el fondo de su cuerpo, parecía desear que la rompiera.

Notaba su aliento en su cara y el sudor cayéndole por el cuerpo, deslizándose por su rostro, por sus tetas, y mezclándose en su vientre con su sudor y su humedad. Entonces ella gritó su nombre entre gemidos y él ya no pudo más y se corrió.

Se sintió morir, con el corazón acelerado, mientras la llenaba hasta el fondo, mientras su semen caliente rebosaba y ella caía sobre él, palpitante, derrotada y exhausta. Se quedaron así un largo rato, él dentro de ella, unidos y en silencio, y finalmente se durmieron abrazados, sonrientes, dejando que la vela se consumiera.

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