Entre el amparo de las cortinas (primera parte)

Se podría decir que conoces a la risueña M. desde siempre. Como en toda relación, vuestra amistad ha tenido sus altibajos, con novios acaparadores de por medio, cambios de trabajo que implicaban mudanzas a otras ciudades o discusiones que al poco quedaban catalogadas como incoherentes por ambas dos.
En cuanto a lo acontecido durante vuestra escapada en el 2018, no tuvo consecuencia alguna sobre vuestra amistad...al menos aparente. Como si de un sueño compartido se tratase, parece que fue una decisión unánime el no rememorar aquella noche... al menos en vuestras conversaciones; no así en vuestra intimidad.


M. y sus contactos, piensas, mientras sacas una mano de la barcaza motorizada, queriendo sentir las salpicaduras del agua. Inevitablemente esbozas una sonrisa. No sé qué compañero de clase de no se que primo suyo, os había conseguido estancia en esta pequeña isla, que estas contemplando a lo lejos. Incluso ahora, la risueña le esta dando cháchara viva al chico que os recogió del puerto. No había duda que de las dos, ella era la social; la conseguidora...la siempre risueña M.

Mientras bajáis de la barcaza ayudado por el chico, decides sumarte a la conversación, atendiendo las explicaciones de este. La isla, en forma de media luna cuenta con un pequeño complejo hotelero, cuya edificio principal se encuentra en la punta norte, donde se halla la recepción y el bar/restaurante. >>Qué por cierto, dónde se celebrará esta noche la Cena de Bienvenida<<. A lo largo de la playa, hay dispersos pequeños bungalows, separados entre si de unos buenos 100 metros, con tal de conservar el descanso y la intimidad de los ocupantes. >> El vuestro en concreto, el penúltimo, llega casi hasta la punta sur de la isla<<

Tras hacer el papeleo pertinente en recepción, os disponeis a llegar hasta vuestro bungalow, paseando por un cómodo camino de madera, que rodea la costa, y discurre debajo de la agradable sombra de las palmeras. Acostados por la playa, aquí y allá, los demás turistas, desparramados sobre la arena dorada.
Ruidosos, demasiados ruidosos piensas, cuando R. te saca de tus pensamientos, indicándote con su mano, un señor que por lo visto ha optado por el nudismo. Inevitablemente vuestras miradas discurren hasta su sexo, para acto seguido poneros a reír entre dientes. Ni que fuerais adolescentes, piensas.

A la media hora de marcha, llegais a vuestro bungalow. Techo de paja parduzca, oscurecida por un sol eterno, del mismo material que la puerta central; paredes blancas, relucen; dos grandes ventanas por las que ondean cual velas, cortinas color crema.

Mientras M. se despide del chico y recoge vuestro equipaje, tu decides entrar.
Un complaciente frescor te da la bienvenida.
Un gran salón con una pequeña cocina integrada en una de las paredes. En el extremo opuesto están colocadas las dos camas individuales prometidas por el recepcionista. Y un baño, con una ducha abierta.
M. entra, suelta el equipaje, para acto seguido ponerse a rebuscar las toallas, instándote a probar el agua.

Pasáis la tarde, tomando el sol, embadurnadas ambas en esa espesa crema solar, charlando despreocupadamente; saltando de un tema en otro. Interrumpidos ocasionalmente por las incursiones de M. al agua. A la tercera vez te dejas convencer, y decides acompañarla.

La arena seca arde bajo tus pies, hasta que alcanzas la mojada. M. se te adelanta e inevitablemente te quedas mirando sus dos hoyuelos de la espalda, para deslizarte por su culo. Sonries, sabiendo que esto era el mayor reclamo que tenía con los chicos.
Una pequeña ola te distrae, acariciando tus tobillos. Agua transparente, templada. Entras con paso decidido hasta la cintura, y te das la vuelta, decidida a caerte de espaldas y sumergirte de esta manera.
Cuando de pronto, te llama la atención una figura acostado en la hamaca del último bungalow, leyendo un libro. A diferencia de los demás turistas, esta vestido, lleva una camiseta azul turquesa.
Que extraño. En toda la tarde no te habías dado cuenta de su presencia...otra disimilitud con el resto de vecinos ruidosos, demasiado ruidosos.
Notas los pies de M. dandote una suave patada en la espalda, y decides emular su postura de nadar de espaldas.
Salís charlando, y compruebas que la figura antes acostada, ya no está. Resoplas, extrañada. Te estiras sobre la toalla, dejando que el cálido sol seque tu espalda.
Poco a poco se va aterdeciendo.
De pronto M. se levanta. >>Dale, levantate. Que hemos de preparnos para la cena<<
Ruidoso, piensas. Ruidoso.

Continuará

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