Siete por siete (158): Lara (II)




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Compendio I


Mientras caminábamos a su departamento, no pude evitar preguntarle…
“Lara, no te ofendas, pero ¿Has pensado en trabajar de Escort?”
Ella sonrió.
“¿Qué?”
“Es que eres hermosa… tienes una bonita figura… y pensaba que podrías ganar dinero más fácil.”
Ella no paraba de reírse, mientras que le explicaba, tremendamente avergonzado, que no necesariamente implicaba prostitución. Después de todo, hay chicas que logran un mayor ingreso para solventar sus gastos universitarios.
“No, no lo he pensado.” Me respondió. “Gano suficiente dinero trabajando. ¿Por qué? ¿Tú crees que me iría bien?”
“Pues… sí.” Le respondí. “Si no hubiese conocido a Marisol y hubiera tenido que asistir a un evento social acompañado, habría pagado un dineral por ir con alguien como tú.”
Tal vez, no haya sido el halago más afortunado, pero me dio una sonrisa coqueta.
Pero mi sufrimiento no terminaba: ella vive en un 3er piso y verla subir las escaleras, guiándome, contoneando ese trasero de manera pendular, escalón por escalón, me daban deseos increíbles por rasgar la calza y agarrarla a lamidas y mordiscos.
De hecho, en más de una ocasión, mientras secaba la ropa lavada de las chicas, me encontré con unos hilos dentales completamente desconocidos. Cuando le pregunté a mi esposa de quien eran, ella admitió que eran de Lara, que se los prestaba las tardes que iba a verla.
Y en esos momentos, me preguntaba ardorosamente si estaría llevando una prenda así...
Sentía que mi juicio pendía de un hilo y al llegar a su piso, me di cuenta que no era el único. Cuando Marisol me habló del vecino de Lara, me imaginé un abuelo bonachón y no un viejo verde, de ojos saltones, delgado y decrepito, vistiendo un pijama, con una mirada sucia que prácticamente se devoraba a Lara con los ojos y que me hacía temer por ella si se lo encontraba durante un apagón…
Al menos, eso me hizo recapacitar un poco, mientras abría la puerta del departamento.
Es de 2 ambientes, con una cocina americana que separa el living de la cocina, el dormitorio y un baño. El mobiliario era sencillo, pero acogedor, puesto que vive sola: un par de sillones, televisor, una mesa de centro y una alfombra, con algunos cuadros en las paredes y estantes de revistas.
Pero luego de entrar a su dormitorio; tomarse el cabello en una cola de caballo, para que no le molestara mientras trabajábamos y tras posar sus útiles sobre la mesa, doblándose sugerentemente destacando todas sus curvas, no tuve más opción que pedírselo….
“Lara… ¿Sería posible que te cambiaras de ropa?”
“¿Qué?” preguntó, levemente confundida y con una gran sonrisa.
“Es solo que… vistiendo de esa manera, me distraes… y quiero hacer un buen trabajo.” Le respondí, sujetándome a los últimos vestigios de sanidad que me quedaban.
Ella se reía de mi incomodidad.
“¿De verdad? ¿No bromeas?” preguntó, mirando su trasero, sin percatarse de lo que me ocurría.
“¡No!” Le respondí, con sinceridad. “¡Créeme que me estoy conteniendo con todas mis fuerzas para no saltarte encima!”
Ella se río más y aceptó, sonriendo amistosamente.
Lo que no contaba yo, eso sí, es que Lara debía estar acostumbrada a estar tanto tiempo sola, que fue a cambiarse sin cerrar la puerta de su dormitorio y aunque la cocina se encuentra en un ángulo que me impedía verla, sudaba la gota gorda pensando que estaba en paños menores.
Salió con una blusa de franjas blancas y negras, con tirantes muy delgados por sus hombros y unos Jeans muy apretados, que la hacían ver divina, pero muchísimo más tolerable.
“¿Mejor?” me preguntó, con una sonrisa burlona.
“¡Sí!” respondí, más aliviado, aunque esa chica parecía no creer en el uso de sostenes.
Me mostró su trabajo, que consistía en la labor conciliadora del Emperador Constantino, con respecto a las religiones.
Verdaderamente, entendí el énfasis que puso mi esposa porque revisara su trabajo, ya que se veía muy interesante, puesto que Lara atacaba desde todos los flancos preestablecidos, desde el punto de vista griego, romano, el cristianismo y los cultos paganos.
No podía parar de leer página tras página, ya que entremezclaba la mitología, junto con el culto a las diferentes divinidades y cómo estas fueron convergiendo dentro del cristianismo.
Ella, contenta de verme disfrutar de la revisión de su trabajo, se excusó con que tenía un trozo de pizza helada y una lata de refresco para agradecerme, aunque con eso me sentía más que pagado.
Y mientras leía una breve referencia que hizo a la “Manzana de la discordia”, le hice un comentario sobre el pasaje bíblico de la “Fruta prohibida” y la creencia popular que se trató también de una manzana.
Con una amplia sonrisa, tomó su documento y me mostró que le había cedido un mayor detalle, un poco más adelante.
“Aunque tú sabes…” me dijo, mirándome atenta mientras lo leía. “Que algunos estudiosos piensan que no se trata de un fruto literal...”
“¡No!” le respondí, entendiendo su idea, sin despegarme de la lectura. “Algunos creen que se trata de una alusión al sexo.”
“¡Exacto!” exclamó ella, con mucha tensión en sus hombros. “Algunos creen que… el pecado original… consistió entre el sexo oral… entre un hombre y una mujer.”
Yo también estaba absorto por el tema. Como les mencioné, Lara es bellísima, estábamos solos y habíamos tenido un encuentro sexual previo, en compañía de mi esposa y no me dejaba de excitar verla pasar su índice por la base de su labio inferior.
“Suponiendo que hubiese sido cierto… ¿Cómo habría sido?” preguntó ella, con un tono temeroso.
“Pues…” respondí, carraspeando la garganta. “Se asume que la mujer incitó al hombre a probar el fruto…”
“Entonces… ¿Fue ella la…?”
“¡Sí!” Le interrumpí, leyendo su pensamiento. “Fue ella la que dio sexo oral primero.”
Tuve que forzar una risa al respecto, que ella también acompañó, porque me encontraba en las últimas…
“Pues… Marisol siempre habla bien de ti… cuando hace eso… y de lo mucho que lo disfruta…” me dijo, mordiéndose la uña del pulgar.
“Y ella es buena en eso…”Le respondí, con una fuerte punzada en el pantalón.
“¡Lo sé!” dijo ella, sonriendo. “¡Me lo ha mostrado!”
Y eso fue el detonante: imaginar a mi esposa dándole sexo oral a Lara.
No pude contenerme. Le di un tremendo y jugoso beso, al que no le di lugar para replicas.
Mi mente sabía bastante bien que estaba besando a una chica que se había reconocido abiertamente como lesbiana y en lugar de resistirme y mostrar su desagrado, simplemente me dejaba acariciarla y besarla de esa manera.
Llegó a tal punto mi calentura, que logré ubicarla sobre el mueble de la cocina y a ella no le quedaba otra opción más para sujetarse que envolverme con sus piernas, apresando mi pelvis frente a la suya.
Pero no contento con eso, la volví a levantar, aferrándome descontroladamente a esas tentadoras nalgas y cargándola alrededor de toda la cocina, de una manera desenfrenada y apasionada, sin darle tiempo para respirar o para que sacara su lengua de mi boca.
A la pobre chica no le quedaba más opción que afirmarse con fuerza de mis hombros y tolerar mi ataque, cerrando los ojos y pretendiendo seguramente que era una mujer y no un tipo que deseaba besarla descontroladamente, gimiendo levemente en señal de descontento.
Aun así, debo admitir que Lara resistió bastante bien mi ataque, ya que tras arrastrarla por la pared de la cocina, la deslicé hasta el sofá del living, donde mi infame ataque prosiguió en magnitud.
Mientras ella suspiraba asustada y paralizada por mi manera de actuar, no oponía resistencia cuando levantaba su blusa y besaba impunemente sus endurecidos pezones, que probablemente, con el fragor de la batalla, le habían terminado excitando.
Pero no contento con eso, iba lamiendo su cintura con desesperación, trazando lujuriosos y tibios surcos, como si fuera un caracol, tras los cuales ella se estremecía de placer.
Ella se quejaba, con cálidos suspiros, pero sabiendo que no podría contenerme si se resistía, me dejó hacer.
Reconozco que en mi perturbado estado, no miraba a Lara como una lesbiana, sino que como una atractiva mujer, deseando fervientemente ser penetrada por un chico y me preparaba, ante su claro nerviosismo, a probar el “fruto prohibido”, por el cual nos vetaron del paraíso.
Lanzó un quejido maravilloso cuando deposité mi lengua sobre su hendidura y simplemente, me dejé llevar por el volumen de fluidos que emanaba de su interior.
La pobre chica padecía extensas tercianas, al momento de deslizar mi lengua sobre su canalillo y sorber su rosado botón, con pusilánimes quejidos que trataban de ocultar la afrenta a sus vecinos, mientras que sus manos, indecisas, se apoyaban sobre mi cabeza, incapaces de rechazarme del contacto a su intimidad.
“Marisol… ahhh… dijo que eras… mhm… muy bueno… ¡uh!... en eso…” alcanzó a modular, entre quejidos, cuando yo deslizaba mi lengua en ella.
Pero admito que estaba completamente descontrolado. Quería lamerla, hacerla sentir como una verdadera mujer y la esencia de sus jugos me enceguecía.
Y en efecto, podía sentir que le ocasionaba orgasmos, pero probablemente, no de la forma que ella buscaba.
Empecé a meter y sacar algunos dedos en su hendidura, contemplando cómo eran succionados, sin parar de lamer su hinchadísimo botón y contemplando cómo, en su impotencia, apretujaba sus senos uno al lado del otro.
Entonces, justo cuando planeaba a hacer mi acto más infame, desnudando mi dura herramienta, Lara se abalanza para meterla en su cálida boca.
Fue una experiencia increíble, porque a pesar que no sabía atender oralmente a un hombre, la manera con la que restregaba la lengua sobre mi glande, el ritmo con el que masajeaba mi tronco y el estilo con el que masajeaba mis testículos parecía más propio de una mujer normal, deseosa por probar un pene.
Y mientras me deshacía en placer con su particular estilo, no podía dejar de contemplar ese trasero que tanto me estuvo hostigando, por lo que la tomé de la cintura y montamos un improvisado 69, donde lentamente, mi lengua se iba deslizando al extremo de su ano.
Para cuando deslicé el primer dedo y lo hice rotar en su esfínter, tuvo un orgasmo increíble, que le hizo erguirse levemente sobre mi estómago y al parecer, le distrajo de la felación que me estaba dando, para enfocarse en el resto de mi falo y en mis testículos, con potentes besos.
Y aunque sus atenciones habían sido muy buenas, yo quería meterla. Cuando encontré que se había corrido lo suficiente, la volteé, mientras recuperaba el aliento.
“¡Lara, lo siento!” me disculpé, sinceramente arrepentido por mis acciones. “Pero quiero meterla…”
Sorpresivamente, me miraba diáfana. Tranquila.
Sus ojitos azules parecían brillar. Sus mejillas sonrosadas, producto de la fricción y esa manera que apoyaba su mano sobre su cabeza, como si estuviese tan cómoda que estuviera a punto de quedarse dormida.
Se veía hermosa, con su cuerpo resplandeciente de sudor, sus pezones hinchados y su respiración acelerada, pero a la vez, mansa y pacífica
Cualquiera que la hubiese visto, podría haber creído que era una chica normal y que realmente, me deseaba en su interior.
Y más confusión añadió al encuentro, cuando con la misma sonrisa que me dio cuando le pedí que se cambiara de ropa, tomó los húmedos labios entre sus piernas, estirándolos y me dijo solamente una palabra…
“¡Adelante!”


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