Rápido y lujurioso

Todo sucedió de repente. Sentado frente a la computadora, deseaba encontrar al hombre que me convirtiera en su objeto de deseo. No demasiado pretencioso, solo quiero sexo. Quiero un hombre que me haga sentir su virilidad, que desee mis caderas, que disfrute de mis labios entre sus piernas, que me bese, que se apodere de mi boca tomando de ella como si bebiera una cerveza en un día de calor. Quiero se besado, poseído, penetrado. Quiero sentir la rigidez de un macho entrando en mí. Entonces mi deseo, mágicamente, sucede.

Me escribe un mensaje privado. “Quiero sexo rápido, estoy volviendo del trabajo rumbo a mi casa, me estoy separando de mi esposa y necesito un hombre que me haga feliz, te propongo encontrarnos, hacemos algo en el auto y me voy. Soy activo, pero me encanta la franela. Ah, me encanta también que uses bombachita de nena”. Mientras leía el mensaje, mi piel se erizaba igual que mi sexo. Estaba enloquecido. El pasaría cerca de mi casa en apenas una hora. Acepté y acordamos una esquina donde encontrarnos. Me puse una bombachita colaless que adoro. De paso, me puse también un corpiño y medias de lycra; quizá tuviera suerte y, si estaba con algo de tiempo, podríamos ir a un telo y hasta me haría suyo. O suya.

Llegué al sitio de encuentro diez minutos antes. Estaba sumamente ansioso y excitado. Llevaba puesta la bombachita, el corpiño y las medias de lycra debajo del jean, la camisa y una campera de lana, que me permitían mostrarme como el varón que soy delante de la gente, para que nadie sospechara. Me había pedido discreción, pero además a mí mismo me hacía falta ser discreto. Mi ansiedad fue creciendo a medida que el reloj avanzaba con espantosa lentitud. Finalmente se hizo la hora. Me dijo que llegaba en un auto gris, inclusive me dio el número de la patente. ¿Su nombre? Claro que lo sé, pero no lo diré, su esposa podría estar leyendo éste post ahora mismo.

Miré la hora unas quince veces desde que llegó la hora y en cada una de esas veces, miré las chapas de los autos grises. Ninguno de ellos era el hombre que yo esperaba. La hora pasó. Cinco minutos eternos. Estaba enloquecido; quería verlo ya. Quizá lo demoró el tránsito, pensé. Entonces, alguien se acercó caminando. Me miró a los ojos; sabía la ropa que llevaría puesta. Mi corazón se aceleró. El tipo era alto como yo, lindo, muy lindo, más o menos de mi edad, delgado, fachero. Al llegar me preguntó si yo era el que él estaba esperando. Le dije que sí, aunque se me anudó la garganta. —Estacioné acá a la vuelta, ¿vamos?— Claro que vamos, esperaba éste momento desde hace muchísimo tiempo, hace como una hora. Caminamos y mientras tanto me dijo que le gustaban mucho los besos y me repitió que era solo activo. Yo le dije que era solamente pasivo. Me preguntó si me había puesto la bombachita que me pidió. Le sonreí y él comprendió que estaba dispuesto a complacerlo.

Entramos al auto. El lugar era un paraje bastante oculto en medio de edificios intransitados. Los vidrios polarizados nos dieron bastante intimidad, sumado al tacho de basura que había delante nuestro. El sitio que encontró para estacionar era perfecto. Apenas cerramos la puerta, me abrazó y hundió su lengua en mi boca con tal fiereza que me dejó sin aire. Se me paró de inmediato. Pasé mi brazo alrededor de su cuello y metí la otra mano entre los botones de la camisa. Acaricié el vello de su pecho y él hizo un gemido de placer. Mientras me comía la boca, bajé la mano hasta los pantalones. La tenía parada y era bien dura. —Mostrame la bombachita— Me dijo. Me desabroché los pantalones y me los bajé hasta la rodilla. Al ver que también llevaba puestas las medias de lycra, se volvió loco. Llevó una mano por mi cintura y la fue hundiendo entre mis nalgas. Sentí sus dedos buscando mi secreto y me volví loco de placer. Bajé el cierre de su pantalón en busca del objeto deseado. Su virilidad emergió debajo del calzoncillo y al verlo, duro, grande, se me hizo agua la boca. Me agaché sobre él y lo metí en mi boca. Sentía sus dedos en mis rincones ocultos mientras su sexo se movía entre mis labios. Estaba enloquecido. Estábamos enloquecidos.

Presioné mis labios sobre el sexo de él mientras moví la cabeza. Sentí su glande en mi garganta y él, en un gesto desesperado, me apretó la cabeza para que bajara y me la tragara toda. Traté de hacerlo todo lo que pude, pero era realmente grande. Seguí saboreando su sexo un instante más, hasta que comenzó a latir dentro de mi boca, acompañado por los gemidos que me anunciaron que el momento cúlmine se acercaba inminente. Exhaló con fiereza placentera, mientras el sabor tibio de su placer inundó mi boca. Mantuve su sexo entre mis labios hasta que terminó; no iba a desperdiciar ese maravilloso jugo del deseo, por eso lo bebí con pasión. Mi lengua se ocupó del resto, del que se había desbordado fuera de la boca. Terminé besándole todo el sexo, hasta la cabeza. Me miró con ojos libidinosos y solo me dijo “gracias”.

Terminé de abrocharme el pantalón y de la guantera, él me dio un caramelo de menta. “Por si te hace falta” Me dijo. Muy atento. Agradecí mientras me abrochaba también la camisa, porque no perdí la oportunidad de mostrarle que también llevaba puesto un corpiño. Me dijo que si todo salía mla, o sea, si se separaba, seguramente nos veríamos de nuevo, que le encantó como lo hice acabar y que fue un placer conocerme. Me bajé ye l tipo se fue.

Volví a casa envuelto en una excitación tan grande que no me alcanzó con masturbarme; tuve que ir al privado del barrio y una paraguaya hermosa e inolvidable se encargó de saciar mi deseo hasta dejarme seco. Pero esa escena la contaré en un próximo post, porque, créanme, esa mujer merece un relato bien detallado.

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