Tocando la Gloria en Sydney… (VI)




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Debo decir que nunca me he considerado un “galán” o un tipo “dotado”.

Es más, hasta antes de conocer a Marisol, creía tener un pene pequeño. Y es que siendo completamente sincero, cuando me masturbaba, mis erecciones no eran tan grandes como las que siento ahora, que me llega a doler si no la meto dentro de una mujer.

Físicamente, no destaco de la media: mido 1.80, con pelo negro y corto; soy flaco y mi musculatura no llama tanto la atención; ojos café (que por algún motivo, a mi esposa le encantan mis miradas), labios delgados y tez blanca.

Además, pasados los 24, 25 años, empecé a perder las esperanzas de encontrar pareja: era un tipo nervioso, inseguro, que no se atrevía a mirar mujeres, ni ellas miraban de vuelta y las únicas a las que sí les llamaba la atención eran las novias de mis amigos, dado que constantemente estudiaba en la biblioteca, no me metía en problemas y con ellas era respetuoso y cortés, sin intentar nada por los lados, dada mi lealtad a los amigos de ese entonces.

Todo cambió con el primer beso de Marisol: tenía una chica hermosa, delgada, sensible, entretenida e interesante, enamorada de mí y para mí solito y deseosa de explorar su creciente sexualidad conmigo. No estoy diciendo que los primeros meses me fueron fáciles, dado que la diferencia de edad con mi esposa son 12 años y en esos tiempos, yo tenía 28, por lo que en varias ocasiones, terminé siendo su juguete para sus caprichos y realmente, no podía quejarme.

Pero para Gloria, mi hinchazón le llamaba la atención. Era tanto su interés por mi entrepierna, que antes de empezar a movernos, tuve que mostrársela y prácticamente, quedó impactada.

*¡Es… grande!- exclamó, al verla asomar por el bóxer.

-Sí… es curioso que lo digas.- le respondí.- De no haber tenido una amante, probablemente nunca me hubiese dado cuenta.

Su lozano rostro volvió a llenarse de un lindo rosado, pero nuevamente le decía la verdad.

Mi herramienta debe medir unos 18 centímetros (aunque según una medición de mi antigua uróloga, con fines “netamente investigativos”, registró 19.2), pero su gran virtud es su ancho. Relajada, debe medir unos 5 centímetros de diámetro, pero dilatada, se hincha hasta unos 7 u 8 centímetros.

Por lo tanto, la miraba con gran atención, casi con una curiosidad infantil.

-Si quieres, puedes tocarla.- le incité, en vista que esos eran sus deseos.

Gloria tuvo un escalofrío humilde, como si casi se retractara.

*¡No, jefe! ¡No debería!- respondió, sin quitarle el ojo de encima.

-Gloria, es un hecho que tendremos sexo.- recalqué la realidad.- Lo mínimo que puedes hacer es satisfacer tus dudas.

Noté en sus ojos una especie de cambio. No sabría describirlo bien, pero sentía como que ella pedía que la hiciera mi putita, casi sin palabras.

Dio un suspiro y se arrodilló. Sus pechos se veían hermosos desde arriba y ella, todavía titubeante, se mordía un poco el labio al intentar tocarla.

Su mano derecha era cálida y pequeña y sus dedos, especialmente su pulgar, eran maravillosos, puesto que empezó a levantarla con mucha suavidad.

*¡Jefe, está pegajoso!- sonrió Gloria, con la ternura de una niña.

-¡Lo sé! Es porque me excitaste…- le dije, soltando un suspiro de alivio, al notar que ella prensaba levemente la base del glande.

Podía notar en sus ojos la excitación y su capricho iba en aumento, puesto que su izquierda ahora palpaba mis testículos.

*¡Son suaves y tibios!- exclamó, mientras yo entrecerraba los ojos.

Entonces, hubo como un leve rechazo. Tensó mi herramienta hacia la izquierda y de cuando en cuando, me miraba con preocupación, perdiendo el ritmo agradable de sus caricias.

-¡Gloria, no te voy a acabar en la cara, si eso te preocupa!- le dije, percibiendo el motivo.- Puedo controlarme bien.

Y aunque al principio, no me creyó, con el pasar de los minutos, su masaje se tornó más y más agradable: con su derecha, restregaba con mayor confianza hasta la base de mi glande, deslizando la mano hasta un poco más debajo de la mitad;con su izquierda, me apretaba y acariciaba mis testículos suavemente, a medida que se empezaban a hinchar.

En esos momentos, recordaba las palabras de Marisol, cuando me sugería lo maravilloso que sería que Gloria me la chupase, pero mi secretaria estaba tan entusiasmada con su improvisada masturbación, que no quería distraerla.

Eventualmente, me tuve que echar para atrás, porque sentía la picazón previa al orgasmo.

-¡Suficiente, Gloria!... ya no necesito más de esto.

El rostro de mi secretaria hizo un coqueto gesto de desagrado, puesto que estaba muy entusiasmada con su juguete y quería ver cuánto se alargaba y se hinchaba entre sus manos.

Sin embargo, también percibí una especie de agradecimiento en sus ojos, ya que no me cabían dudas que yo era el primer pene que le prestaban, para que probase según su agrado.

Terminé de desvestirme (sacarme los botones de mi camisa y la corbata) al borde de mi cama, mientras ella me contemplaba desde la entrada de mi dormitorio, desnuda y sin saber bien qué hacer.

Pero cuando posteriormente, me tendí en la cama y me colocaba el preservativo, su atención se centraba una vez más en el objeto de su curiosidad.

Le ordené que se sentara en cuclillas, en torno a mis muslos. Nuevamente, estaba hipnotizada por mi apéndice de carne, por lo que tuve que tomar las riendas en el asunto.

-¡Mira, Gloria, es mejor que la primera vez, tú vayas arriba!- le expliqué, por poco haciéndole señas para que me volviera a mirar a los ojos.- Si voy yo, te puedo lastimar y te puede doler, por lo que así puedes administrar mejor tu dolor. Así lo he hecho con mi esposa y con mis amantes.

Y una vez más, sentí cómo ese choque con la realidad le daba una nueva mirada: en esos momentos, no podía juzgarme por ser infiel, puesto que ella estaba a vísperas de hacer lo mismo y por supuesto, que en esos momentos, no había una pizca de arrepentimiento de su parte. En realidad, ella deseaba con anticipación que eso pasara.

Tuve la cortesía de tomar mi herramienta y ubicarla en su apertura, jugueteando un poco con su humedad. Era curioso ver cómo sus labios se contraían y expandían en torno a mi paso, lo que la hacía estremecerse de una manera exquisita.

Le pedí que depositara su cuerpo despacio y que ella fuese administrando su avance. Fue delicioso, en el sentido que empezó a acomodarse lentamente, subiendo y bajando muy despacio, pero disfrutando cada segundo de ello.

Claramente, un juguete como el mío jamás había sentido y de a poco, iba disfrutando de la manera en que la iba ensanchando.

Por mi parte, estaba cautivado con los senos de mi secretaria, que se sacudían deliciosamente, por cada estocada que ella me daba y lo único que pensaba era en lo rico que sería probarlos, devorarlos, morderlos, y a la vez, saber que todo eso no podía hacerlo, porque Oscar podría darse cuenta.

Cuando terminó de acomodarse, quedé sin palabras, puesto que a mí me faltaba un poco más para depositarla hasta la base. Sin embargo, Gloria tenía la sonrisa más plena y coqueta, en vista que se había metido hasta rellenarse y empezó a cabalgarme despacio, mientras yo me afirmaba de su cintura.

Empezó a quejarse con suavidad, entrecerrando los ojos y dejando caer su cabeza hacia atrás, en éxtasis, mientras que yo bombeaba lo mejor que podía desde mi posición.

Deseaba besarla nuevamente y agarrar sus pechos, por lo que mis manos guiaron su cintura y la torcieron para cumplir mis cometidos.

Nos besamos estrepitosamente, con ella galopando sin parar y al igual que lo hago con mi esposa, la lamía desde la base del mentón hasta debajo de su oreja izquierda, haciéndola bramar de placer. Sus pechos se prensaban en mi tórax, pero quería palparlos con mis manos, sentir sus pezones entre mis dedos y Gloria se entregaba.

Estaba ebria de placer, meneándose cada vez con más y más frenesí, sacudiendo sus frustraciones de quién sabe cuánto tiempo.

Y de nuevo, nos besamos, pero fue ella la que me buscó. Su lengua la noté sedienta y trataba de someterme, pero lo único que procesaba es el bombeo que ocurría entre mis piernas y apreté entre mis manos sus deliciosos muslos, casi abriéndolos como garras.

Gloria se quejaba de una manera bestial, pero se seguía meneando, cada vez más rápido. Iba sintiendo cómo su nivel de puta se empezaba a descontrolar y mi secretaria se empezaba a perder…

*¡No, jefe, no, jefe, no! ¡Ahh! ¡Ahhh! ¡Ahhhhh!

Pero ya era tarde: el dedo derecho del corazón se perdió hasta la base de su ano y eso la calentó en extremo. Le dolía, le incomodaba y constantemente me pedía que lo sacara, mas sus caderas se movían de una forma frenética.

Sus pechos se arrastraban sobre el mío, pero la seguidilla de orgasmos que iba sintiendo no la dejaban en paz. Sus labios no me dejaban y su lengua, fervorosa, se sacudía con la mía. Su abrazo, por encima de mi cuello, continuaba, intentando escapar del culposo placer anal que estaba sintiendo, pero a la vez, atrapándola más y más con los labios que le habían dado placer.

Eventualmente, acabé, con mi dedo aun metido en su trasero y ella jadeaba en esos suspiros largos, que parecen sollozos. Estaba exhausta y por poco se duerme.

-¡Vamos, Gloria, anímate!- le digo, riendo de su pereza.- He esperado varios meses por hacer esto contigo y no te puedes dormir así.

Seguimos pegados en nuestros sexos y ante su asombro, le doy vuelta y la coloco debajo. Me relamo los labios, imaginando el bocadillo que me espera y Gloria, todavía sorprendida que siga pegado e hinchado dentro de ella, no sabe qué esperar.

Entonces, empiezo a menear suavemente mi saeta en su interior y mi secretaria se vuelve a quejar. Es demasiado e inesperado el placer que está sintiendo, por lo que lo único que puede hacer es cerrar los ojos y disfrutar.

Sin embargo, al llegar hasta “su marca”, me sonrío a mí mismo, al verla suspirar y suspirar con intensidad y cuando empiezo a forzarla, Gloria abre sus ojos en sorpresa.

*¡Jefe… me estás…!- le interrumpo, sometiéndola con mis labios.

Empiezo a avanzar más y más, ensanchándola y sintiéndola deliciosa. Gloria siente una combinación de dolor y de placer que desde mucho tiempo no debía sentir.

Mi vaivén se hace frenético. Le abro las piernas y doblo sus rodillas, para que la sensación de placer sea máxima…

Entonces, finalmente los toco…

*¡No, jefe!... ¡No, jefe!... ¡Nooo!- pide ella, pero a su vez, lo desea con mucho entusiasmo.

Y de una estocada certera, la marco y planto mi bandera. He sido el primero (o al menos, uno de los pocos), que ha tocado su útero. Y arremeto con ella, sin misericordia.

Se queja cada vez más fuerte, con un tono de voz gozosa y finalmente, mis testículos rozan con sus muslos. Está desbocada, deseosa…

Su boca está indecisa si seguir gritando o besarme descontrolada. Le doy con todo mi cuerpo, hasta el fondo, sometiéndola en placer.

Y es en esos momentos que vuelvo a pensar en que puedo hacer de Gloria mi puta, y prácticamente, hacerle lo que yo quiera…


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1 comentario - Tocando la Gloria en Sydney… (VI)

pepeluchelopez +1
de putamadre tio! expresion españoola de real asombro!
un abrazo
metalchono
Sí, estoy familiarizada con ella. Un abrazo y gracias por comentar, amigo.