Vacaciones con mis primos III

Día 5. Miércoles.

La mañana transcurrió en la piscina sin mayores incidencias. Ahora que era consciente de los sentimientos de Fernando, pillé a mi primo echándome alguna que otra mirada disimulada. La situación me incomodaba un poco, pero no dejaba de gustarme en cierto modo. Aunque estaba acostumbrada a las miradas indiscretas de muchos hombres, lo de mi primo pequeño era novedad. Saber que podía atraer a chicos de tan corta edad hacía que me sintiera bien, joven, viva.

Por la tarde volvimos a ir a la playa. Ese día parecía estar menos masificada con lo que estaba disfrutando del sol irradiando sobre mi piel mientras me despreocupaba de los chicos que jugaban en el agua. Tenía la mente completamente en blanco, sin pensar en lo que estaría haciendo mi marido, en los problemas de Dilan ni en la novedosa situación con Fer. De repente, oí gritar al veinteañero.

—¡Vero!

Alcé la vista y lo vi, cual vigilante de la playa, corriendo hacia mí con alguien en los brazos. ¡Y ese alguien era Siscu!

—¿¡Qué ha pasado!? —me levanté rápidamente, preocupadísima.

—Le ha picado una medusa —aclaró Fernando.

El menor de los hermanos no hacía más que sollozar, quejándose de las manos que tenía completamente enrojecidas.

—¿¡No habrás intentado tocarla!? —le reprendí, dándole un leve manotazo en el brazo.

—Estábamos jugando cuando la hemos visto y ha querido cazarla… —confesó Fer.

—¡Chivato! —le recriminó Siscu.

—Anda, vamos para casa —indiqué— ¿Puedes caminar?

—No… —gimoteó.

—Tiene cuento —le reprochó Fernando.

—¿Podrás con él? —me dirigí a Dilan.

—Claro.

Supuse que mi primo se estaba haciendo el machito, pues todos sabíamos que el peque podía andar perfectamente. Dudaba de que el veinteañero pudiera aguantar el peso de su hermano hasta el apartamento, pero me hizo gracia que quisiera intentarlo.

—Pues vamos —les apremié.

Faltaba poco para llegar cuando me percaté de que Dilan comenzaba a rezagarse ligeramente.

—¿Seguro que no puedes caminar? —le pregunté nuevamente al malherido.

—Tranquila —gimió el mayor de los hermanos, con claros signos de fatiga—, que puedo con él.

—Vale, vale —le sonreí, divertida con lo que parecía un evidente intento de impresionarme.

El mayor de edad cumplió como un campeón y finalmente llegamos al destino. Mientras Fer se daba una ducha y Dilan recuperaba fuerzas en la piscina, yo me dispuse a atender a Siscu en el cuarto de baño de la habitación de matrimonio. Las heridas no eran graves, pero sí dolorosas y el pobre no podía tocar absolutamente nada con las manos.

—Hoy no me ducho —me dijo mientras le curaba.

—¿¡Cómo que no!? —me quejé.

—Así no puedo —extendió las manos, mostrando el sarpullido de tenía en ambas palmas.

—Va, no seas guarrete. Al menos tienes que quitarte la arena de la playa, que luego te va a picar todo.

—¡Es que no puedo! —sollozó nuevamente.

—Vale, no te preocupes. Yo te ayudo —solté sin pensar demasiado.

—¿Cómo?

—Pues te ducho yo —contesté por pura inercia.

—¿Ahora?

—Sí, claro. Venga, vete para la ducha —le insté.

Observé al pequeño Siscu alejándose cuando me di cuenta del aprieto en el que me había metido yo solita. ¿Qué demonios hacía yo duchando a mi primo? El niño estaba en plena pubertad y tal vez no había pensado bien en las posibles consecuencias que eso podía tener. De hecho podría haberle pedido a alguno de sus hermanos que le ayudaran, pero seguramente se negarían y ya era demasiado tarde para echarme atrás, así que decidí improvisar.

—¿Piensas ducharte con el bañador puesto? —le recriminé jocosamente al verlo bajo el agua del grifo aún vestido con la prenda.

Siscu volvió a mostrarme las maltrechas palmas para contestarme sin hablar.

—Está bien…

Puesto que el peque no podía desvestirse, tuve que hacerlo yo misma. Aún llevaba puesto el bikini así que me metí en la ducha sin problemas. Me agaché ante él, agarrando el bañador por la cintura con ambas manos y tiré hacia abajo. El niño, instantáneamente, se tapó para impedirme la visión.

—¿Te da vergüenza? —pregunté, divertida—. Anda, no seas tímido —le agarré uno de los brazos, intentando separárselos, pero el chico hacía fuerza para impedirlo.

—Es que… —parecía nervioso.

—A ver, peque, cariño —intenté calmarlo—, no tienes que preocuparte porque te vea, que soy tu prima y hay confianza. Te aseguro que no serás el primer hombre que vea desnudo —sonreí, consiguiendo que relajara ligeramente el gesto—. Además, si no me dejas que te limpie por todo el cuerpo, no vamos a poder deshacernos de toda la arena —intenté aparentar naturalidad.

—Bueno…

Parece que finalmente le convencí. Siscu separó los brazos, dejándome ver un pene que, sin ser muy alargado, era sin duda mucho más gordo de lo que me esperaba. Los huevos, desproporcionadamente grandes para lo pequeña que parecía la bolsa testicular, me dieron a entender que los genitales del niño aún estaban en pleno desarrollo. Me hizo gracia ver la pelusilla que tenía en el pubis, pero me corté un poco al comprobar el estado morcillón en el que se encontraba la entrepierna, señal de que la situación no le disgustaba precisamente. Me pregunté si mi primo ya habría tenido algún tipo de experiencia sexual.

—¿Te da vergüenza porque la tienes un pelín levantada? —pregunté melosamente.

—Sí… —me hizo reír.

—No te preocupes, eso es lo más normal del mundo —sonreí para transmitirle confianza.

Comencé a enjabonarle el torso, casi convencida de que, además de virgen, debía ser completamente novato en cuanto a relaciones con mujeres se refiere.

—Bueno, peque, ¿y ya tienes novia o no? —rompí el hielo.

—¡No! —respondió, ligeramente alterado.

—Pero… —hice una pausa— ¿no has estado nunca con ninguna chica? —le pregunté ya sin cortarme ni un pelo.

—¿Qué quieres decir?

—Va, Siscu, no te hagas el tonto…

A pesar de su tierna edad, estaba convencida de que mi primo sabía más de lo que quería aparentar. Me agaché, pasando las manos impregnadas de espuma por su cadera, llegando hasta sus piernas y dejando mi rostro a la altura de los órganos sexuales del niño.

—Bueno, alguna vez me he pajeado pensando en alguna…

Me hizo reír, tanto por su confesión como por la altivez que poco a poco iba adquiriendo su entrepierna.

—¿Y ya está? ¿Nunca te ha tocado ninguna amiguita? —insistí mientras paseaba las manos por la parte interna de sus muslos, casi rozándole el escroto.

El pene de Siscu ya estaba completamente erecto, apuntándome a la cara, desafiante. Era exageradamente grueso y debía rondar los 16 centímetros. Una buena herramienta, y más para un chico tan joven que aún estaba creciendo con lo que seguramente aún adquiriría mayor tamaño. Empezando a perder el rubor, estiré el brazo entre sus piernas, pasando por debajo de sus genitales hasta alcanzar el culo. Ladeé el rostro para evitar el contacto con su miembro viril, que casi me golpeaba en la mejilla.

—Mira cómo tienes esto lleno de arena —le mostré el reguero de tierra que había salido de entre sus nalgas.

Retiré la mano, regresando por el mismo camino, pero esta vez acariciando las bolsas testiculares para enjabonárselas.

—Tú eres la primera… —confesó, cohibido, haciéndome reír con su comentario.

La gracia de mi primo me animó a seguir adelante. De los enormes huevos pasé directamente a su pene, acariciándoselo con sumo cuidado, pues no quería provocar un estropicio. La herramienta poseía una dureza digna de estudio. No recordaba una verga tan rígida desde mis primeros escarceos sexuales. Cosas de la edad. No me recreé. Me alcé y me dispuse a seguir, frotándole la espalda.

—¿Quieres darte la vuelta? —le pregunté al comprobar lo tensionado que estaba.

—Mejor no… no puedo moverme.

Nuevamente me hizo reír a carcajadas. Mi primo pequeño era un encanto. Para alcanzar el dorso del enano tuve que acercarme a él, haciendo que nuestros cuerpos comenzaran a rozarse. Su polla golpeó contra mis muslos, provocándome una sensación extraña, pero para nada desagradable. A medida que mis manos bajaban por su columna, mi cuerpo se arrimaba al suyo, haciendo que mis pechos se restregaran contra su torso. Sentí cómo mis pezones se endurecían bajo el bikini mientras su erecto miembro viril no paraba de juguetear con la pieza inferior de mi prenda de baño. Inesperadamente estaba empezando a calentarme con la situación.

—¡Uf! —resopló mi primo.

—Ya acabamos, peque.

—¡Ah! —gritó, quejándose, cuando de repente lo metí bajo el chorro de agua fría.

—Te vendrá bien para bajar eso… —le señalé la erección que tardó en menguar más de lo que yo esperaba.

Unos pocos minutos después, tras perder la empalmada, usé una de las toallas de playa para secarlo. Tuve que manosearle todo el cuerpo otra vez, provocándole una nueva hinchazón en la entrepierna. Ya no le di mayor importancia. Cuando le coloqué los calzoncillos lo hice con cuidado para que la erección no le doliera.

—¿Así está bien? —le pregunté.

—Mejor para el otro lado…

¡Joder con el peque! Estaba claro que ya tenía poco de inocencia. De forma natural su pene se ladeaba ligeramente hacia un costado y era imposible que estuviera más cómodo con la polla recostaba hacia el otro lado. Sin duda quería que volviera a tocársela. La situación me divertía, pero no me parecía bien alargarla más de la cuenta.

—Anda, sal para afuera, pillín —le señalé la puerta mientras me disponía a recoger el cuarto de baño.

Mientras lo hacía no pude evitar una permanente sonrisa rememorando lo que acababa de ocurrir. Había visto a mi pequeño primo desnudo y él se había empalmado delante de mí. Además, había pasado de sentirme inicialmente avergonzada a, entre tanto toqueteo, que me subiera la libido ligeramente. Supuse que visto desde fuera debería parecer una locura, pero lo cierto es que me lo tomé con total naturalidad y no le di mayor relevancia.

Día 6. Jueves.

Al día siguiente me desperté ligeramente descolocada. Siempre dormía junto a mi marido y últimamente con alguno de mis primos, así que me desconcertó verme sola. Palpé el lado vacío de la cama y lo noté aún caliente. ¿Con quién me había acostado esa noche? Fer…

Me alcé de la cama y me dirigí al cuarto de baño pensando que el adolescente habría sido el primero en levantarse, como siempre. Pero para nada me esperaba la escena que vieron mis ojos. Arremolinado junto a la taza del wáter, mi primo rebuscaba entre el montón de ropa interior que supuse había sustraído de mi armario mientras aún dormía.

—¡Fer! —me alteré, procurando no alzar la voz.

El chico intentó reaccionar torpemente, dejando de sobar uno de mis tangas al tiempo que se giraba mostrándome el rostro más rojo que jamás le había visto.

—¿Se puede saber qué haces? —inquirí.

Pero mi primo pequeño estaba demasiado nervioso y no era capaz de articular palabra. Únicamente balbuceaba lo que me pareció una disculpa.

—Anda, sal del baño y espérame en la habitación —le reprendí.

Mientras recogía toda mi ropa íntima pensé que por suerte le había pillado antes de que hubiera empezado a cascársela, pues supuse que es lo que pretendía hacer con alguna de mis prendas. Un desagradable escalofrío recorrió mi cuerpo. En parte me sentí culpable, concluyendo que tal vez yo había precipitado la situación dándole pie a que me sobara la mañana que le había pedido que me pusiera la crema. Esa idea me hizo cambiar de actitud y lo que en un principio iba a ser una bronca se convirtió en una charla.

Intenté hacerle ver que sus sentimientos no eran algo malo y que me sentía halagada por ellos, lo cual no era ninguna mentira. Pero que lo que había hecho estaba mal. Éramos primos y, como tal, debíamos respetarnos, por no hablar de los años de diferencia. Le expliqué lo guapo que era y que no tendría ningún problema en encontrar una chica de su edad. Pero que no hacía falta que se obsesionara, que todo llegaría a su debido tiempo. Mientras, podía masturbarse todo lo que quisiera, siempre que lo hiciera en la intimidad y, sobre todo, sin usar mis prendas íntimas. Fernando pareció entenderlo, con lo que me quedé relativamente tranquila. Acordamos que lo sucedido sería un secreto únicamente entre él y yo.

Siscu había mejorado notablemente de sus heridas. A pesar de que seguía sintiendo cierto dolor, el peque ya volvía a ser autosuficiente. Me sentí aliviada ya que, aunque fue un momento divertido, no me apetecía volver a repetir la embarazosa escena de la ducha del día anterior. Sin embargo, el niño, escudándose en la picadura de medusa, quería evitar hacer los ejercicios de matemáticas, así que esa mañana, para convencerle, me tuve que poner con él para ayudarle. Las ecuaciones me transportaron a mi infancia. ¡De eso debía hacer como 20 años! Hacía tanto tiempo que ya no me acordaba de cómo se hacían las de segundo grado y finalmente Fer tuvo que echarnos una mano.

Debido a lo ocurrido el día anterior, a Siscu se le quitaron las ganas de volver a la playa con lo que por la tarde hicimos un cambio de planes y decidimos ir a dar un paseo por el pueblo para visitarlo. Aprovechamos para cenar fuera.

Por la noche Dilan salió de fiesta una vez más y yo me quedé despierta esperándolo como siempre. Pero esta vez me sorprendió, llegando al apartamento antes de tiempo.

—¡Huy! ¿Qué te pasa? Traes mala cara —advertí al observar el rostro adusto de mi primo.

—No me pasa nada —me contestó con cierta tosquedad, evidenciando que alguna cosa le había ocurrido.

—No me creo nada. A ti te ha pasado algo —insistí, convencida de ello.

—¡Nada, joder!

La brusca reacción me cohibió ligeramente. Observé a mi primo con atención y sentí lástima. Para mí no dejaba de ser el pequeño niño al que siempre tanto había querido y no me gustaba verlo sufrir, pasara lo que le pasara. Guardé silencio unos instantes, esperando a que se calmara.

—Siempre hemos confiado el uno en el otro… —proseguí.

—Me han dado calabazas, ¿vale? —confesó tajantemente, no dejándome acabar.

No pude evitar reír, pues me esperaba algo más grave. Pero a Dilan no le hizo tanta gracia y se enfadó conmigo.

—Vale, perdona —me puse seria—. ¿Y quién es la afortunada?

—De afortunada nada, porque ha pasado de mí.

—Bueno, no tenemos la culpa de que la chica sea idiota —le sonreí, procurando hacerle sentir bien.

—La conocí el lunes. Llevamos unos días tonteando pero a la hora de la verdad…

—Va, tío, si la conoces de hace tan solo unos días… no será para tanto.

—Ya, pero nunca es agradable que te rechacen…

—Dilan, en serio, no te preocupes por eso. Eres un chico tremendamente atractivo —fui sincera—. Evidentemente no todas te van a decir que sí, pero el porcentaje seguro que será muy alto —le sonreí nuevamente.

—Al menos sabes de lo que hablas…

—¿Qué? —me descolocó.

—Tú también habrás tenido un alto porcentaje con los hombres…

Me hizo reír como una tonta. No me esperaba el piropo, aunque lo cierto es que no le faltaba razón. Nunca había tenido problemas para enrollarme con quien había querido. Y, aunque llevaba unos cuantos años con Alejandro, no me habían faltado oportunidades para serle infiel. Por supuesto, nunca lo había sido.

—¿Con cuántos has estado? —me preguntó.

Me hizo gracia su atrevimiento, pero decidí dar la conversación por concluida, marchándome al dormitorio mientras le sonreía con picardía, sin contestarle.

Una vez en la habitación me dirigí al cuarto de baño para cambiarme. Me puse mi vestimenta habitual para dormir, pudiendo apreciar en el espejo cómo se me marcaban los endurecidos pezones bajo la fina tela de la camiseta. Volví a la cama y me tumbé, esperando a que mi primo apareciera.

—¡Dilan! —alcé la voz sin llegar a gritar para no despertar a los otros dos.

—¿Qué?

—¿Vienes a la cama?

—Estoy viendo la tele.

Me relajé al saber que mi primo pequeño aún tardaría un poco en acostarse. Instintivamente me acaricié uno de los pechos por encima de la camiseta, aliviando ligeramente las pequeñas punzadas de dolor que los pezones me estaban provocando. Bajé la mano a lo largo de mi vientre, en dirección al pequeño pantalón, empezando a pensar en Alejandro. Separé la cintura de la prenda de mi cuerpo, dejando un hueco por el que se coló mi mano, entrando en contacto con mis braguitas. Las retiré a un costado y sentí la viscosidad reinante. Estaba excitada.

Acaricié mi sexo, impregnándome los dedos mientras soltaba un leve gemido. Me mordí el labio inferior, temerosa de que Dilan me escuchara. Hice una ligera presión, sintiendo cómo el dedo corazón se adentraba con facilidad entre los humedecidos pliegues de mi vagina, buscando la entrada de mi coño. Suspiré con mayor vehemencia, retorciéndome sobre la cama, culpabilizándome por no poder ser más discreta.

Seguí masturbándome durante un rato, hasta que dejé de oír el sonido del televisor. Con las pulsaciones a mil por hora, saqué la mano de mis pantalones, recolocándome las bragas con premura. Escuché cómo el veinteañero se acercaba y me hice la dormida, sintiendo cómo el hijo de mi tía se sentaba en el otro extremo de la cama y, tras unos segundos en los que parecía desvestirse, se recostaba a mi lado.

No me atreví a moverme, ni siquiera un párpado. Me sentía ligeramente culpable por estar durmiendo al lado de mi primo pequeño cuando segundos antes me había estado haciendo un dedo pensando en mi marido. ¿Cuánto tiempo llevaba sin follar? ¿Un par de semanas? Pensé que era normal que empezara a rozarme por las esquinas.

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