Vacaciones con mis primos V

Día 10. Lunes.

Me desperté con un ligero dolor de cabeza. A mi lado, roncando como no lo había oído nunca, estaba Dilan. Supuse que debido a la borrachera de la noche anterior no llegó a ponerse los pantalones de deporte que había usado anteriormente para dormir conmigo, pues la única prenda que llevaba era uno de sus típicos bóxers ajustados. Me fijé en cómo el calzoncillo le marcaba claramente la silueta de su miembro. Aunque parecía estar flácido, no me dio la impresión de que fuera un pene precisamente pequeño. Me intrigó el extraño bultito que parecía tener en el glande.

¡¿Pero qué narices hacía mirándole el paquete a mi primo?! Arrepentida, rápidamente me alcé de la cama con intención de ponerme el bikini y salir a la piscina donde seguramente ya estarían los peques, pues me había quedado dormida y era más tarde que de costumbre. Un ligero mareo me sobrevino al levantarme demasiado deprisa.

—¡Buenos días, tata! Vaya horas… —rio Siscu.

—No grites, por favor… —le pedí.

Como había supuesto, mis dos primos ya estaban metidos en el agua. Me dirigí a la tumbona que estaba bajo la sombra del pino y me senté, recogiendo el pote de protector solar.

—¿Quieres que te ayude? —me preguntó Fer.

—¿Cómo? —No sabía a lo que se refería.

—Puedo ponerte crema, si quieres —se puso rojo una vez más.

Aún con la mente obnubilada por los efectos de la resaca, sonreí cautelosamente. Iba a rechazar su propuesta cuando recordé el estúpido acuerdo al que había llegado con su hermano mayor. No había sido más que una consecuencia del alcohol ingerido por ambos, así que pensé que tampoco tenía porqué cumplir. Sin embargo, también me vino a la mente la promesa que había roto, sintiéndome completamente culpable por ello. Esa sensación de traición hacía que me sintiera en deuda con Fer así que…

—Venga, vale —acepté finalmente.

Esta vez en la tumbona, volví a ponerme de espaldas a la espera de que mi primo empezara la nueva sesión de masaje para esparcirme la crema por todo mi cuerpo. Las manos de Fernando comenzaron a estrujarme el cuello, haciendo que su fuerza se aplacara a medida que sus dedos se deslizaban a través de mi cremosa piel, provocándome un agradable gustito. Sin duda parecía más ducho que la semana anterior. Cerré los ojos y le dejé hacer.

—¿Brazos también?

—Sí… —le contesté sin pensar, ligeramente en trance.

Mi primo pequeño bajó por mis hombros, expandiéndome la crema hasta llegar a las manos, donde se entretuvo jugando con mis dedos, entrecruzándolos con los suyos. Me hacía sonreír.

Regresó a mi espalda, esta vez empezando por la parte de abajo. Con ambas palmas en completo contacto con mi piel, inició el camino desde la cintura, comenzando a subir hasta llegar a la tela de la parte de arriba del bikini. Fer metió ambas manos bajo la tira y se desplazó hacia los laterales, entrando en contacto con el inicio de mis pechos, regalándome un delicioso masaje en los costados de mis tetas, que sobresalían más de lo debido al estar aplastadas contra la tumbona.

—Uf —resoplé sutilmente, acalorada—. Ya puedes pasar a las piernas —le insté, despertando de mi estado de letargo para detener sus aviesas intenciones.

Nuevamente sumiso, mi primo me hizo caso. Colocando disimuladamente una mano en mi trasero, con la otra recogió el frasco de crema para volver a echarme un par de cuantiosos chorros a lo largo de mis piernas.

—Apóyate bien, no te vayas a caer —bromeé.

—Perdona —se disculpó con voz temblorosa, retirando la mano rápidamente.

No le pude ver la cara, pero estaba convencida de que debía estar completamente ruborizado. Al que sí tenía controlado era al peque, que seguía en el agua, a su bola, ajeno a lo que estaba pasando.

Fer volvió a posar ambas palmas sobre mis muslos y comenzó un extraño movimiento de dentro a fuera que hacía que mi vagina friccionara contra la tela del bikini, provocándome un ligero gustito inesperado. Por un momento temí que media raja se saliera fuera de la prenda, quedando a la vista de mi primo pequeño. Por suerte el chico se fue desplazando hacia mis pies, donde comenzó un masaje similar al que me había regalado en las manos.

—No creo que ahí me vaya a quemar —le reproché jocosamente.

El adolescente rio y dejó de tocarme. Aproveché para darme la vuelta y quedarme boca arriba, de cara a mi primo. Me fijé en él, que parecía alterado. Estaba ligeramente encorvado y no me equivoqué al suponer el motivo. Fer intentaba disimular el sospechoso bulto que claramente se atisbaba en su entrepierna. Sin duda, lo tenía completamente cachondo.

Pensé en parar la situación, pero ya que había conseguido calentar a Fer cumpliendo el acuerdo con su hermano mayor, me pareció una estupidez que Dilan no fuera testigo. Miré hacia el apartamento con la esperanza de ver al veinteañero, pero no había nadie. Tras unos segundos de duda, finalmente decidí alargar el momento un poco más.

—¿Quieres seguir por delante? —le ofrecí continuar con los toqueteos.

—Claro. —Me hizo sonreír al ver que el rubor volvía a pintarle el rostro.

Ya que estaba junto a mis pies, el chico prosiguió con mis piernas. Prácticamente no hizo falta que me echara más crema, pues aún sobraba toda la que mi piel no había podido absorber. Se recreó en las fricciones, sobre todo en la parte alta de mis muslos, ya muy cerca de mi entrepierna. Sentí cómo en un par de ocasiones rozó la tela de mi bikini, con lo que se podría decir que prácticamente estaba acariciando mi sexo. Con cierto disimulo, cerré las piernas con parsimonia, obligándole a apartar los brazos.

—Échame un poco por aquí y ya está —le insté a que terminara con la parte que le faltaba.

Mientras Fer lanzaba un chorretón de crema sobre mi ombligo, observé a Dilan acercándose a la cristalera del salón, mirando en dirección a la piscina. Era el momento que había estado esperando. Sin querer pensar demasiado, con la adrenalina chorreándome a borbotones, me aventuré a llevarme las manos a la espalda.

El quinceañero estaba restregándome la crema por los costados de mi vientre cuando me deshice de la parte de arriba del bikini. Fue súper gracioso ver cómo abría los ojos, se le desencajaba la mandíbula y se le incendiaban las mejillas al observar mis pechos descubiertos tan de cerca. Las manos del chico comenzaron a temblar y se quedó paralizado.

—¿Estás nervioso? —le pregunté con cierta picardía.

Fer no dijo nada, solo tragó saliva, provocándome una ternura inusitada.

—Me imagino que ya has visto otras tetas antes —inquirí con cierta malicia.

El chico movió la cabeza afirmativamente, sacándome una sonrisa.

—¿Y alguna vez has tocado unas? —me lancé, ya completamente metida en el papel.

Ahora negó, nuevamente con un gesto de cabeza, haciéndome reír.

—Pero, a ver, dime, ¿tú has tenido novia alguna vez? —le pregunté sin dejar de sonreír, haciendo que hasta las orejas de mi primo se pintaran de rojo.

—Me he en… en… rrollado con una, pero nad… nada más. —se trastabilló un par de veces, aunque me sorprendió, pues no esperaba que me respondiera.

—Hacemos una cosa —propuse, casi susurrándole—, si quieres puedes aprovechar para ponerme crema —le sonreí con dulzura—. Y así practicas, ¿vale?

—Vale.

—Pero esto ha de quedar entre nosotros. No puede enterarse nadie. Ni tus hermanos ni, sobre todo, el primo Alejandro. Formará parte de nuestro secreto.

El adolescente no hacía más que afirmar moviendo la cabeza de arriba abajo con una expresión asustadiza que poco a poco se iba tornando pícara. Eché un rápido vistazo hacia atrás, asegurándome de que Siscu seguía metido en el agua.

—Pues corre, aprovecha que el peque está despistado —le insté, sonriente, mientras seguía controlando cómo Dilan nos observaba.

Fer, con un tembleque más que evidente, apenas me rozó uno de los pechos.

—Guau… —suspiró, haciéndome reír.

—¿Y la crema? —pregunté en tono de reproche, pero divertida con la situación.

Yo misma cogí el frasco y deposité un poco en cada pecho, dejando el resto de la tarea para mi primo. El chico se recreó, esparciendo el protector solar con el dedo índice, deslizándose en círculos alrededor de mis pezones, ya completamente rígidos, siguiendo el camino que mis oscuras areolas le marcaban. No tardó en sobarme toda la extensión de mis considerables senos con las palmas completamente abiertas, olvidándose de la crema para simplemente meterme mano descaradamente.

—¿Te gusta? —pregunté con malicia, sabedora de la respuesta.

—Sí… —balbuceó, momento en el que aprovechó para pellizcarme ligeramente uno de los pezones.

—¡Eh! —me quejé, apartándole con un manotazo en el brazo.

—¿Ya está? —soltó sin darle mayor importancia—. Gracias, Vero. —Y se marchó hacia el agua corriendo, aunque ligeramente encorvado, antes de que pudiera recriminarle el gesto, dejándome con cara de tonta.

Miré una vez más hacia el apartamento y vi a Dilan riéndose a carcajadas. Me alcé, molesta, y fui para él.

—¡Apoteósico! —concluyó sin dejar de reír.

—Ya te has divertido bastante —le reproché, marchándome hacia mi cuarto y dejándole claro que simplemente había cumplido con el trato que alcanzamos la noche anterior.

De frente al espejo del lavabo, me lavé la cara con agua fría. Estaba molesta conmigo misma puesto que, por mucho que quisiera obviarlo, era más que evidente que la situación con Fer mientras Dilan nos miraba me había gustado demasiado. No sabía si habían sido los toqueteos del quinceañero o el juego con el mayor de edad, pero lo cierto es que me había calentado. Tenía ganas de sexo. Pensé en Alejandro y lo duros que podían ser los siguientes días antes de volver a verle.

El resto de la jornada la dediqué a intentar normalizar la situación. Recapacité, dándome cuenta de que, al fin y al cabo, no había pasado nada del otro mundo. Tal vez debía asumir que los chicos ya no eran tan niños y que yo tampoco era de piedra. Esa idea me hizo sonreír, sintiéndome orgullosa de tener unos primos pequeños tan guapos y, por qué no decirlo, de ser capaz de atraerlos.

Por supuesto, no le conté nada de lo sucedido a Alejandro.

Día 11. Martes.

Me levanté con energía. Había aparcado todo posible rastro de culpabilidad por lo ocurrido el día anterior con Fer y Dilan y me disponía a organizar una jornada de limpieza. Aunque mis primos eran bastante cuidadosos y yo solía tenerlo todo organizado, lo cierto es que llevábamos más de una semana en el apartamento y algunas tareas del hogar comenzaban a ser indispensables.

En principio los chicos protestaron ante mi iniciativa, pero finalmente colaboraron sin mayor problema, tal y como habíamos quedado al comenzar las vacaciones. Baños, cocina, suelo, polvo… entre los cuatro nos lo ventilamos todo relativamente rápido.

Tras una mañana ajetreada, pasamos la tarde relajados echando unas partidas a la Wii. Dilan incluso aprovechó para echar una siesta en una de las hamacas del patio. Cuando llegó la noche, después de cenar unos bocadillos en el apartamento, nos dirigimos a la playa, donde el ayuntamiento del pueblo había organizado una serie de sesiones de cine al aire libre. Ese día era la inauguración y pensé que sería divertido ir con los chicos.

Me alegré de que también se apuntara Dilan, pero el veinteañero desapareció en cuanto tuvo ocasión y no volví a saber de él hasta que regresó al piso, cuando sus hermanos ya dormían.

—Me has dejado tirada en el cine —le reproché de buenas maneras, no queriendo importunarlo.

—Pues ya somos dos —se quejó.

—¿Qué quieres decir?

—Nada, olvídalo.

Solté un chasquido de disgusto.

—¿Ya estamos otra vez? —forcé un gesto de hastío, casi poniendo los ojos en blanco.

—Quieres que te lo cuente, ¿no? —sonrió.

—¿Tú qué crees?

—Me he encontrado con mi amiguita en la playa, que también había ido a ver la peli…

—Lo suponía… —le sonreí.

—Ya sabes que la carne es débil… y no he podido resistirme…

—Uhm… ¿y qué ha pasado? —pregunté, intrigada.

—Ahora tendrás que ponerle dos rombos a la conversación.

Me hizo reír y, sin perder la sonrisa, gesticulé juntando los dedos de ambas manos para crear la forma de un rombo.

—Pues digamos que no tengo ni idea de qué va la película.

Ahora me hizo reír a carcajadas.

—¿Y para eso necesitabas los dos rombos? —me quejé, haciéndole sonreír.

—Digamos que la tía se ha ido calentita a casa…

—¿Y tú? —pregunté espontáneamente, sin pensar.

—¿Tú qué crees? La hija de puta me ha dejado a medias.

No sabía si reír, mosquearme con la chica, con mi primo o cortar la conversación. Pero antes de tomar una decisión, Dilan prosiguió.

—La tía ha comenzado a hacerme una paja, pero luego no sé qué cojones le ha dado que se ha pirado antes de que acabara la peli poniendo una excusa de mierda. O sea que sí, vengo con el calentón.

—Vaya, vaya… así que vienes con dolor de huevos —bromeé—. ¿Los tienes cargaditos? —me cachondeé de él, acercándome a mi primo mientras alargaba un brazo simulando que iba a agarrarle el paquete.

Él se retiró, evitándome, no queriendo entrar al trapo. Tras un par de bromas más por mi parte, se hizo el silencio.

—Bueno, me voy a la cama —afirmé mientras me dirigía a la habitación de matrimonio, donde me esperaba Fer—. Te dejo solo —le guiñé un ojo, insinuándole que si quería podía masturbarse para quitarse el calentón.

Dilan no me contestó, solo sonrió con cierta picardía.

Acostada junto al adolescente, un ligero cosquilleo en la entrepierna me impedía conciliar el sueño. Tenía ganas de juerga una vez más. No sabía si era el calor, las vacaciones o la ausencia de mi marido, pero lo cierto es que últimamente iba más salida que de costumbre.

Me removí, inquieta, quedándome de costado frente a mi primo. Sin duda me habría masturbado si no fuera por su presencia. Pensé en Dilan. ¿Se estaría haciendo una paja? Esa idea no ayudaba a relajarme. Observé detenidamente a Fernando y lo vi incluso más atractivo que de costumbre. Fue entonces cuando dudé si lo que me tenía alterada también podía ser la presencia de mis primos.

Cerré los ojos, obligándome a pensar en Alejandro, hasta que me dormí, construyendo imágenes en mi mente que, unas tras otras, se juntaron para acabar formando una historia. Un sueño húmedo, lleno de sexo. Una dulce pesadilla en la que me liaba con el chico italiano de la cala.

Sin duda, necesitaba follar imperiosamente.

Día 12. Miércoles.

Cuando me desperté me di cuenta de que estaba sola. Aunque era temprano, no me pareció raro, pues Fer siempre era el primero en levantarse. Me alcé y, tras cambiarme, me dirigí al salón. No había nadie. Extrañada, salí al exterior atravesando la puerta corredera y me encontré a los dos menores cuchicheando en la piscina.

—¿No habéis desayunado? —inquirí, ligeramente desconcertada.

—Sí, nos hemos preparado unas tostadas —contestó Fer.

—¿Y los deberes? —me dirigí a Siscu, que gesticuló haciéndose el tonto.

Los dos hermanos se separaron, comenzando a nadar cada uno por su lado. Tuve la sensación de que pasaba algo raro, pero no le di mayor importancia.

—Está bien —me resigné mientras volvía al apartamento para prepararme un café.

Pocos minutos después me encontraba en el agua junto a mis dos primos pequeños.

—¿Hoy no haces topless? —me descolocó Fernando, ruborizándose como siempre, mientras el peque reía a carcajadas.

—¿Por?

—No sé…

Si tenía alguna estratagema, no se la había currado demasiado. Me hizo reír interiormente.

—¿Solo haces cuando está Alejandro? —me preguntó Siscu.

¡Menudas ocurrencias tenía mi primo!

—No —le contesté, sonriendo, totalmente desconcertada con la conversación.

—¿Entonces? —insistió Fer.

—Pues no sé…

—¿Es que no quieres delante de nosotros? —me presionó Siscu.

—No es eso…

En parte sí lo era. Normalmente no habría tenido ningún problema en hacer topless delante de mis primos, pero después de todo lo que había pasado con Fer prefería no hacerlo. No obstante, no me gustó que los chicos se quedaran con esa impresión. Decidí rebajar el tono de la conversación con una broma.

—A ver —sonreí, traviesa—, me quito la parte de arriba si vosotros también os desvestís.

Ni me había planteado la posibilidad de que se lo tomaran en serio. Sin embargo, los dos hermanos me sorprendieron.

—¡Vale! —aceptaron al unísono, sacándose los bañadores y lanzándolos fuera de la piscina.

Mi rostro debió reflejar la tremenda perplejidad por la reacción de mis primos. Tras unos segundos de incredulidad total, fui consciente de estar en el agua junto a dos niños totalmente desnudos y no pude evitar reírme descontroladamente. ¡Vaya tela con los dos pequeños!

—Bueno, supongo que entonces debo cumplir —sonreí, procurando no darle mayor importancia, mientras me sacaba la parte de arriba del bikini, entretenida con la situación.

Alcé la prenda con una mano y, tras un par de vueltas para coger impulso, la lancé junto a los bañadores masculinos.

—¡Olé! —vitorearon Siscu y Fer, divirtiéndome.

—Oye, pero no es justo que nosotros estemos desnudos y tú no —apuntilló el peque.

—Os habéis quitado los bañadores porque habéis querido —me quejé.

—No, porque tú nos lo has pedido —matizó Fer.

¿Yo se lo había pedido? Qué mal sonaba eso. No tenía la sensación de que realmente hubiera ocurrido de ese modo, pero tal vez tenía un poco de razón. Tuve la impresión de que la cosa comenzaba a descontrolarse ligeramente. ¿Qué hacía medio desnuda metida en una piscina junto a mis primos pequeños completamente en pelotas? Y lo peor era que me lo estaba pasando rematadamente bien a pesar de las circunstancias.

Pensé una vez más en mi marido y en las tremendas ganas que tenía de volver a verlo para echarle un buen polvo. Pero eso tendría que esperar aún. Mientras, no me pareció tan mal divertirme un poco para amenizar la espera. Eso o me volvería loca. Después de todo, estaba claro que no iba a pasar nada.

—Vale —acepté.

No me lo creía ni yo, pero ni corta ni perezosa tiré de la única prenda que me quedaba, deslizándola a través de mis largas piernas para finalmente quedarme íntegramente desnuda bajo el agua.

Mis primos se comportaban con total naturalidad. Parecía que lo de desvestirse en la piscina con una treintañera como yo lo hacían todos los días. Comenzamos a jugar como normalmente. Aguadillas, empujones, carreras y agarrones. Pero, claro, estábamos desnudos y los roces eran tan inevitables como constantes.

—¡Oye! —me quejé con la primera sobada de teta totalmente descarada.

Siscu solo reaccionó sonriendo con pillería y alejándose rápidamente a nado del lugar del crimen, como si no hubiera sido nada más que una chiquillada. Mas esa solo fue la primera metida de mano. A medida que los chicos se iban envalentonando, a pesar de mis jocosas reprimendas, yo más me iba acostumbrando. Pero lo que más gracia me hacía era cuando en alguno de los forcejeos me golpeaban sin querer con sus grandes y duros miembros. Sabía que Siscu estaba bien dotado, pero me dio la impresión de que Fer no tenía absolutamente nada que envidiarle.

De repente, divisé la figura de Dilan al otro lado del cristal de la corredera, observándonos. El corazón me dio un vuelco, tanto por el susto al no esperármelo como por la sensación de haber sido pillada haciendo algo malo.

—Bueno, chicos, creo que ya es suficiente —les corté el rollo.

Los dos hermanos se quejaron. Sin duda se lo estaban pasando mucho mejor que bien.

Les pedí que salieran ellos primero, pues no quería mostrarme en cueros, y no pareció importunarles emerger del agua completamente empalmados como estaban. Era la primera vez que veía a Fer desnudo y, aunque no pude fijarme bien debido a la abundante pelambrera que tenía en el pubis, me dio la impresión de que poseía una polla tremendamente grande. Aún así, no tenía del todo claro si mi imaginación me estaba jugando una mala pasada, pues empezaba a excitarme pensar que, con lo guapo que era, mi primo adolescente tuviera una buena verga. Comenzaba a sentirme ligeramente descontrolada.

Observando a los pequeños alejarse, instintivamente, me llevé una mano a la entrepierna. Estaba nuevamente excitada, pero mucho más que los últimos días. Tenía la impresión de que, mientras no me desahogara, los calentones parecían acumularse, aumentándome la libido un poco más cada vez. Me apeteció muchísimo tocarme, pero en seguida me di cuenta de que el mayor de edad no me quitaba ojo. A duras penas reprimí las ganas de masturbarme bajo el agua. Por supuesto, no quería hacerlo mientras Dilan me miraba.

Aunque le conté lo ocurrido a Alejandro esa misma tarde cuando hablé con él por teléfono, lo cierto es que obvié los detalles más escabrosos. Como si todo hubiera sido una broma, le narré cómo habíamos acabado desnudos bajo el agua de la piscina, pero me callé lo que había pasado dentro y, sobre todo, lo que había sentido y experimentado en mis propias carnes.

Si algo bueno tenía todo lo que estaba sucediendo con mis primos, era que mi relación con ellos incluso había mejorado. Había más confianza y complicidad entre nosotros. Sin que las cosas se salieran de madre, se había vuelto habitual que me soltaran piropos sin rubor o que, con cierto disimulo, buscaran sutiles roces conmigo. Yo disfrutaba de la situación procurando no darle mayor importancia. Había pasado de sentirme extraña e incómoda debido a los inesperados acontecimientos a sentirme como flotando en una nube gracias a la juvenil testosterona de los críos. De hecho, ¿a qué mujer no le gusta sentirse deseada?

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