Anna II

ANNA:

Abrí los ojos con una tranquilidad abrumadora, aun mirando el techo de la habitación pude sentir como Pere seguía durmiendo plácidamente a mi lado. Mi cabeza estaba apoyada sobre su brazo y me di cuenta que estaba inclinada hacia él, y al despertar poco a poco me daba cuenta de más detalles. Me erguí apartándome ligeramente de mi primo y aun con la mente en blanco seguía sin comprender lo que había pasado.
¿Qué hacía en la cama con mi primo? ¿Por qué estábamos desnudos? Recordaba todo lo que había pasado, pero no lograba comprender porque hice todo aquello. El razonamiento que había seguido para el concurso de medidas y, posteriormente acostarme con mi primo me parecía una lógica retorcida, caótica sin sentido alguno.
Quería morirme o al menos ser capaz de cambiar el pasado, pero eso no era posible… ¿Qué iba hacer a partir de ese momento?
Tenía que ir al baño, pero no me atrevía a salir debido a que fuera estarían Antón y Julio, estaba segura de que me habían escuchado y querrían participar ellos también, no me sentía con fuerza para simplemente rechazarlos o darles explicaciones de porque no quería.
Me llevé las manos a la cabeza y me desplomé sobre la cama volviendo a estirarme, todo esto me pasó por dejarme llevar por el calentón. En aquel momento no pensaba en las consecuencias, solo en el placer. ¡Había estado totalmente desinhibida!
Recordaba lo enfadada que estaba al enterarme de lo que hizo Rafa al acostarse con la fulana esa ¿Habría tenido que ver con la toma de esas decisiones o lo habría hecho de la misma forma? Quería pensar que no.
 
El flujo de mis pensamientos se había vuelto frio y calmado, en ese momento ya no me dejaría llevar por las emociones, de hecho pensar en volver a tener sexo me hacía sentir mal, no me apetecía ni lo deseaba.
Busqué con la mirada a Pere y comencé a menearlo con la intención de despertarlo.
— Pet… Pere... ¡Pet! —Le meneaba cada vez con más nerviosismo hasta que prácticamente se podía decir que lo empujaba de un lado a otro hasta que abrió los ojos confundido murmurando con un hilillo de saliva colgándole por la boca.
— ¿Eh? ¿Qué? ¿Por qué? —Se levantó irguiéndose de cintura para arriba confundido sin comprender, se restregó los ojos y me miró, estaba completamente empapado en sudor—. ¿Qué pasa, Anny? ¿Por qué me despiertas así?
— ¿Qué hemos hecho? —Le pregunté dolida como si el pudiese darme una respuesta distinta a la que yo conocía.
— ¿Hem… Hemos follado, no?
 
Me llevé la mano a la frente.
— Venga, Anny. No es tan malo… ¿Tan mal lo he hecho? Creía que te había gustado…
— No es eso ¡Imbécil!
— ¿Te arrepientes?
— Mucho, ni te lo imaginas —Prácticamente me puse a gritar histérica, lo estaba pagando con él pero la culpa había sido mía y solo mía por consentirlo.
— ¡Vale! ¡Vale! No me mates, eh…
— Perdona… Estoy muy cabreada conmigo mismo y necesito… desahogarme.
— Ven… —dijo él haciendo el ademán de abrazarme.
 
Yo le aparté de mala manera, no quería que nadie me tocase. Me sentía ultrajada… ¿Cómo podía haber sido tan idiota? Quería golpearme y hacerle sentir a mi cuerpo todo el dolor que estaba sintiendo mi mente, toda esa impotencia por no poder hacer nada.
— Pet… Ahora no… No me apetece que nadie me toqué, no te lo tomes a mal ¿Vale? —intenté suavizar con un tono de voz tierno y cariñoso para compensar ese rechazo.
— Tranquila, lo entiendo —dijo entristecido.
— ¡No es por ti! Si solo hubieses sido tú me bastaría con hablarlo contigo pero… ¿Y Julio y Antón? Lo que pasó en la playa, lo que pasó con lo de las medidas… ¡Y seguro que nos han escuchado!
— ¿Quieres que hable con ellos?
— ¡No! —exclamé intentando no alzar la voz—. Yo soy la culpable de todo esto y debo solucionarlo yo misma. Solo… Necesito que no me agobies físicamente y no te tomes ciertas libertades… ¿Vale?
 
Pere me miró a los ojos y con cara impasible murmuró:
— Tranquila, sé que fue un polvo que simplemente surgió y tú no quieres que se repita. Soy tu primo, te conozco.
 
A pesar de que me dolía que sonase así, me alivio mucho el que lo comprendiese. Pensando con la mente fría yo no quería ser una fresca, el problema estaba cuando me ponía tan cachonda como lo estaba ayer.
— N…Necesito que me ayudes con algo… —Le pedí confiándole todo lo que yo no fuese capaz de hacer.
— ¿Qué?
— Si ves que se me va la cabeza como me pasó esta tarde… Evita que haga ninguna tontería, porque luego me arrepentiré mucho.
— ¿Con Julio y Antón también? —preguntó inocentemente, tuve la sensación de que él había malinterpretado mi explicación y se pensaba que solo me arrepentía de lo que había pasado con él, preferí aclarárselo ahora que podía.
— Sobre todo con ellos dos y, por favor… Si puedes evitarlo no les reconozcas lo que hemos hecho, aunque ya lo sepan prefiero hacer como si no tuviesen conocimiento sobre esto…
 
Pere me dio un beso en la frente, yo dejé que lo hiciese… ¿Y por qué no?
— Me ha gustado mucho lo que ha pasado en esta habitación, pero también sé que yo no te gusto y solo fue el calentón del momento. ¿No te preocupes por mí, vale? Aunque… No puedo prometerte que no intente repetirlo en un futuro contigo, ya que me ha gustado mucho y podría haberme vuelto adicto…
 
“Owwww, que cuqui….” Pensé.
— Gracias, a mi también… Eso ya lo hablaremos más adelante, no estoy preparada para hablar de esto con nadie, y menos contigo, estoy confundida y enfadada conmigo misma…
 
Lo que quedó de fin de semana pudo resumirse en mentiras evidentes, es decir. Los tres sabían lo que había pasado, pero los cuatro actuábamos como si nada hubiese pasado.
A menudo Julio se tomaba excesivas confianzas manoseándome a la más mínima oportunidad, por suerte o Pere me ayudaba sutilmente, o yo conseguía escaparme de él y Antón con cualquier patraña.
 
Cuando llego el domingo por la tarde, ambos se rindieron. Supongo que entendieron que yo no quería nada, dejaron de agobiarme y se portaron increíblemente bien: Gastando bromas; creando bien ambiente; no acercándose demasiado…
Yo sabía que ellos no se habían rendido, y que planeaban alguna. Por suerte a lo largo de la escapada a esa camping no volvieron a intentar nada.
 
Pere ya era otro tema, se distanció de mí a lo largo de la siguiente semana. Me dolió mucho porque era una de las personas con las que tenía más contacto… Hasta ese momento.
Tenía planeado hablar con él y, en caso de que fuese necesario, darle algo de espació. No quería perderle a él ni tampoco a Julio. Que eran dos de mis cuatro pilares que me sostenían, cosa que no podía decir de Antón. A él también lo quería mucho como amigo, pero no era alguien irremplazable ya que en ese momento lo conocía desde haría un par de años, y su personalidad con una malicia a veces palpable me desencantaba. No era el amigo más malote que tenía, pero si de los que me agradaba menos.
 
El problema estaba en que yo siempre había sido fiel a Rafa, nunca había necesitado sexualmente a otros, pero eso parecía estar cambiando. Tres meses atrás hubiese sucedido lo que en la caravana, yo en ese momento estaba muy confundida pues pese a que me arrepentía también me había gustado.
No quería quedarme sola, no quería perder a Julio ni Pere… ¿Qué haría si se alejaban de mí?
 
Julio
 
Después de lo que pasó en la habitación de Pere entre él y su prima, Antón y yo no pudimos acercarnos a Anna debido a que el calentón de ella se había disipado tras el folleteo. Si a eso le sumamos que Pere no se alejaba de ella, no había ninguna posibilidad y, al vernos, se podía sentir la tensión en el ambiente. Pese a las bromas, el deseo de mi amigo y el mío era de demasiado fuerte. De todas formas el fin de semana pasó sin incidentes exceptuando situaciones aisladas en las que yo intentaba manosearla y buscar esa complicidad que había demostrado en la playa o en el concurso, pero ella inteligentemente conseguía evitar los conflictos sin rechazarnos abiertamente. Al menos no nos rechazó, se hizo la tonta como si creyese que no habíamos escuchado sus gemidos y el ruido que hicieron en la habitación de la caravana, aunque ella y Pere sabían que era imposible que no los hubiésemos escuchado.
Ayer por la noche volvimos a nuestras vidas habituales, y todo ha vuelto supuestamente a la normalidad. Anna y Pere siguen como si nada hubiese pasado entre ellos, y aunque yo sé que él no se conforma con olvidarlo, también sé que ella si quiere hacerlo.
“Lo siento, Ann. No pararé hasta que acabes en mi lecho” Pensé con decisión desde la comodidad de mi cama, obligándome a no masturbarme, reservándome para ese momento del cual estaba convencido de que no tardaría en llegar. “No pienso rendirme, y si acabamos mal por intentarlo, al menos sabré que no podía haber sido de otra manera”
La verdad es que me daba igual perderla como amiga, el premio era demasiado grande. Y es que una mujer de esas características no se encuentra con facilidad: Tetonas; nalgonas; bellezas angelicales…  Sin embargo, una mujer de esas características que no tenga los humos subidos y sea humilde es algo difícil de encontrar. Si para conseguirla tenía que arriesgar nuestra amistad, por mucho que me doliese, lo haría sin titubear pues acostarme con ella ya era para mí una obsesión.
 
Anna
 
No podía parar de darle vueltas a lo que había sucedido aquel fin de semana. ¿Qué me había pasado? Los había masturbado a los tres y me había acostado con mi primo, dejándome llevar por la sinrazón, por la lujuria y el egoísmo del momento. Mientras estuve con dicho calentón no me preocupaban las consecuencias, desde el tonteo de Julio en la playa hasta el concurso de medidas, sumado a lo posteriormente sucedido en la habitación con mi primo.
Me gustaría decir que me arrepiento, y lo hice, pero ya no es así. Lo disfruté como una condenada, cada segundo de seducción, tonteo y manoseos indecentes me hizo sentir viva.
Había vivido mi vida como una monja de cara a los demás, y solo me liberaba con mi pareja, en ese momento ya no estaba con Rafa y no era seguro que volviésemos pues, si habernos dado un tiempo no significaba haber roto… ¡Él me había sido infiel y claro está, yo a él también!
Acababa de descubrir un mundo lujurioso e indecente en el que no tenía que reprimir mis necesidades. El morbo de hacerme la estrecha, y en ocasiones la ingenua era algo que nunca había experimentado aunque, sin embargo, una parte de mí se resistía a esa liberación de mi sexualidad.
Sabía muy bien que Julio y Antón no me habían perdonado el dejarlos de esa manera, pero tenía un conflicto de intereses, dado que me arrepentía de haber llegado hasta ese punto y al mismo tiempo me divertía hacerles sufrir de esa manera.
Tal vez estaba jugando con fuego, y seguramente acabarían explotando como un volcán cuando eso pasase, aunque nunca lo fuese a reconocer, esa idea me hacía bullir la sangre y mi voluntad se transformaba en poco más que una aspirina dentro de un vaso de agua, cuya efervescencia provoca la rápida y casi inmediata disolución de esta.
Estaba dispuesta a volver con Rafa pese a lo enfadada que estaba con él, pero tras catar la indecencia y lo prohibido, había comenzado a caer al vacío de la perversión.
 
Julio
 
Había pasado una semana desde que volvimos a nuestras casas, la situación se había vuelto algo tensa y no hablábamos nada de lo que pasó, era un tema taboo.
Yo seguía sin rendirme y, tenía planeado lanzar un cebo hacía Ann para que con suerte me diese una buena excusa para quedar a solas.
 
En ese momento me encontraba en mi casa estirado en mi cama boca arriba, con el móvil entre las manos y el número de ella seleccionado listo para hacer la llamada. Tardé unos segundos en darme cuenta que llevaba un buen rato con la mente en blanco, cuando en un principio pretendía trazar un guión mental y lo único que estaba haciendo en realidad era perder el tiempo.
Decidí dejar de lado el seguir un plan, e improvisar sobre la marcha para, con suerte, esperar que todo saliese bien. Anna tardó unos cuantos segundos en contestar, pero cuando lo hizo fue con un tono de voz animado y despreocupado.
— ¡Menos mal que decides llamar! Pensaba que estarías enfadado —exclamó Anna saltándose el protocolo del saludo.
— ¿Yo enfadado? ¿Por qué iba a estarlo? —Le pregunté confundido, no me esperaba esto—. No recuerdo que hayamos discutido o hayamos tenido ningún roce…
 
El silencio ella se hizo largo e intenso, lo que me hizo impacientarme por saber a que se estaba refiriéndose cuando precisamente el problema era la falta de roce.
— No sé, te he notado distante desde lo de la caravana, y pensé que estarías molesto por alguna razón —confesó mi amiga, dándome la oportunidad de hablar sobre lo que pasó en la caravana, aunque no iba a ser yo el que hablase sobre él, para mí eso era pasado y quería concentrarme en el futuro inmediato.
— ¿¡Pero qué dices!? Simplemente he estado ocupado con el trabajo, pero ahora mismo te llamaba para quedar.
— ¿Ah, si? —preguntó con un evidente tono de sorpresa—. ¿Estás una semana evitándome, hablando de tonterías y quieres quedar así, de repente? —interrogó, supongo que buscando mis intenciones ocultas.
 
Me pensé dos veces si debía ser directo, y acabé optando por hacerme el tonto.
— No es tan de ahora, ya hacía tiempo que quería ir al cine a ver una peli y bueno, te lo iba a proponer ahora.
— Oh, me parece genial. Les diré a Antón y Pere si quieren venir —declaró con ingenuidad total, para mi desgracia, porque esa iniciativa arruinaba totalmente mis planes—. ¿No te molesta, verdad? —preguntó con un deje de ironía, ¿Lo estaba haciendo para no ir sola conmigo? Fallo mío por no prever que Anna podía salirme con esa—. Si te molesta dímelo y no les digo nada…
 
Que zorrona… Con esa propuesta se protegía las espaldas y al mismo tiempo me impedía tenderle una emboscada, todo dependía de si yo era capaz de reconocer que quería ir a solas con ella, o mantener mi postura de orgullo y seguir adelante.
—… No, tranquila. Con que vengas me vale —mentí impregnando cada una de las palabras en un tono de decepción con la esperanza de que lo notase y saliese de ella el echarse atrás.
— ¡Genial! Entonces hablare con ellos para ver que día podemos — “Ouchh” Me quejé mentalmente mientras ella alardeaba de su victoria—. ¿Qué película querías ir a ver?
—La de exodus —comenté con decisión, si al menos no iba a comerme una rosca al menos vería una película que me gustase.
— ¡Que casualidad, también quería verla!
— Bueno, ya me diréis cuando quedamos —Me rendí, dándole a entender que yo no tenía voz ni voto.
— Te llamaré más tarde para confirmarte a que hora les va bien a estos dos.
— Hasta luego —dije lo más borde posible, colgando. Sé que ella no había hecho nada para merecérselo, pero desde lo de la caravana nada me salía bien con ella.
 
Tiré el móvil a la cama y me fui a duchar, al volver ya había dos llamadas perdidas de ella. No perdí el tiempo y cuando quise darme cuenta ya tenía el móvil pegado a la oreja con el sonido del timbre señalando que se estaba realizando la llamada.
— El señorito se digna a contestar… —dijo Anna reprochándome el no estar atento por si llamaba—. Pere quiere venir pero no tiene dinero para el cine, y es que son más de 7 euros la entrada. Antón no quiere cine, dice que prefiere gastarse ese dinero en kebabs.
 
“Vaya vaya” me dije a mi mismo recuperando la esperanza, sin embargo debía mantener mi imagen y no reconocer que me alegraba de que pudiésemos ir solos.
— Si quieres… ¿Esperamos a poder ir los tres? —Le pregunté fingiendo un falso interés en que Pere pudiese venir.
— Oh, no. Da igual, vayamos tú y yo, si en el fondo sabía que no te alegró que propusiese a esos dos venir —confesó haciendo que comprendiese su retorcida lógica de hacerme sufrir.
— ¿Entonces por qué…? —dije preguntando algo cuya respuesta ya conocía.
— Por chincharte un poco, pero a decir verdad me da igual ir sola contigo. No es que vayamos a hacer nada raro, solo vamos a ir al cine a ver una peli.
— Claro, solo vamos al cine —aseguré siguiéndole el juego, aunque no alcanzaba a comprender porque había invitado a esos dos, ya que me daba la impresión de que ella también quería que fuésemos solos, una pregunta de la que nunca obtendría respuesta.
— Julio, vamos mañana. ¿Te parece bien? ¿Para qué vamos a retrasarlo? —propuso con una evidente impaciencia.
 
Me lo pensé, y es que podía ser bueno hacerla esperar para impacientarla, o quizás eso no sería bueno y lo mejor era pillarla en caliente.
Acabé optando por no dejar enfriarse la comida.
— Mañana me va perfecto. ¿Te parece bien a las tres de la tarde? —pregunté ya meramente por obligación.
—No, me iría mejor si vamos a la sesión de última hora. Sobre las ocho, diez de la tarde…
 
Se notaba que yo quería quedar pronto y ella deseaba alargarlo más, aunque también es cierto que entre la crisis y el precio impuesto por el gobierno eran una mala combinación para llenar las salas. Si a eso le sumábamos la hora de un día laborable como era ese, el martes noche, prometía una sala cuasi vacía.
— ¡Hecho! —Accedí—. ¿Quedamos en el parque central de la plazoleta sobre las siete y cuarto de la tarde, entonces? Y arréglate un poco, no vengas tan descuidada como vas siempre.
— ¡Imbécil!... Y vale. —Se reía Anna, colgándome.
Anna
 
 
 
Me sentía como en el interior de una crisálida en constante cambio, cuanto más tiempo tenía para pensar más vueltas le daba al: ¿Y por qué no?
No valoras algo hasta que lo pierdes o hasta que lo consigues tras no haberlo tenido nunca.
En mi caso era lo segundo y, es que yo nunca había tenido ese hormigueo en el estómago provocado por una cita indirecta, el morbo de saber que tenía que pasar algo con la excusa de hacer otra cosa. Yo sabía que Julio iba a manosearme, a desearme… Y yo no le iba a dejar pasar de ahí. Ese deseo, esa atracción que sentía el por mí era algo que me llenaba de escalofríos toda la zona de mi ombligo. Me excitaba tanto pensar en ser deseada, sentirme como un cebo y que en el momento justo en que la presa va a morder el anzuelo, desaparecer y dejarlo con las ganas.
Desde que comencé a sentirme mujer, nunca había estado tan liberada como ahora ya que me sentía sumisa a esas moralidades de: el placer solo con la pareja, tener placer con otros hombres con los que no se está comprometida es de frescas y de guarras.
No deseaba acostarme con Julio, era mi mejor amigo y casi un hermano, sin embargo yo no podía negar que me divertía hacérselo pasar mal en ese sentido. Yo sentía mucha confianza en mí misma y sabía que él no iba a conseguir nada por mucho que se esforzase.
¿Cómo conseguiría acercarse a mí? ¿Qué excusas usaría para manosearme? ¿Cómo evitaría mis rechazos cuando le marcase la donde estaba la línea que no debía cruzar? Llevaba horas esperando averiguar las respuestas a esas preguntas, y faltaban dos horas para que bajase a la calle y me dirigiese al punto de encuentro.
 
Había vivido mi vida resignándome, de ver como hombres se liaban con muchas y eran llamados campeones mientras que nosotras debíamos mantener las formas, aunque no se nos juzgase penalmente o se nos repudiase, una mujer que intimaba con muchos hombres, ya fuese en pequeños o grandes círculos se quedaban con esa fama.
¿Por qué yo no podía hacerlo sin miedo a ser criticada también? Claro que podía, y lo iba a hacer.
Tal vez solo fuese un estado de enfado transitorio contra Rafa, mi ex, el cual me había pedido un tiempo y se había acostado con una fulana. Y lo que más me cabreaba no era eso, si no que precisamente era él, el celoso de la relación, el desconfiado y el que no soportaba las infidelidades el que se había enrollado con otra...
Solo tal vez, yo me estaba volviendo de esa manera como venganza contra Rafa y todos los hombres, quería hacérselo pasar mal sexualmente hablando.
Después de una ducha de agua caliente y de peinarme, me dirigí con presteza al armario a elegir la ropa, buscaba algo que provocase, no pretendía limitarme y pensaba atacar con toda la artillería de la que disponía.
“Julio: mira pero no toques; toca, pero no pruebes; prueba, pero no saborees…” Pensé disfrutando de esa sensación de poder que tenía sobre él y de como iba a llevarlo por donde quisiese.
Cogí un sujetador rojo pasión y una camisa de tirantes negra que me haría un buen escote, estuve dudando un rato sobre si usar unos leggins o unos shorts, pero pretendía ponerle facilidades hasta que yo considerase que ya había jugado demasiado y dejarle colgado. Los leggins me permitirían notar cualquier roce, así que decidí prescindir de la ropa interior, que de por si era incomodo pero muy, muy liberador y excitante.
No iba a ir maquillada, aunque sí que me iba a poner algo de colonia.
 
Y es que me sentía muy… puta, dado que pretendía pasármelo bien a su costa. ¿Qué había de malo en desinhibirme un poco?
 
Estaba todo listo para encontrarse con Julio e ir a esa sesión de cine, la película pintaba interesante. ¿Por qué? El riesgo de saber que se puede perder en cualquier momento, con el placer como única consecuencia es una sensación muy excitante, el corazón me bombeaba latidos tan fuertes que podía escucharlos, aunque iba con la intención de tontear y dejarme seducir por ese mujeriego que tenía como amigo, yo estaba convencida de que iba a mantener el control de la situación en todo momento, pero esa probabilidad de perder y de que Julio tomase el control… Ese abuso consentido y de dominación, era lo que consumía mi resistencia por dentro. Tenía claro que no quería ceder ante él, tampoco quería hacer nada con él, y era algo que me repetí durante todo el trayecto desde que salí de casa hasta que lo tuve delante sentado en un banco, vi como se levantaba del banco sonriendo y me daba dos besos, comenzaba la tarde…
… Mi tarde.
 
Julio
 
Al verla dirigirse hacia mí y plantarme dos besos en los pómulos, con esa blusa oscura tan ajustada, marcándole un escote donde casi podía ver un letrero en el que ponía: “Cómeme, tócame, manoséame”.
Y es que al oler ese perfumen tan dulce y tentador, la mente se me quedó en blanco y mi cuerpo ardió literalmente en llamas.
No reconocía a la joven que se hallaba enfrente de mí. ¿Era esa la Anna que conocía desde pequeño? Aquella tímida e inocente mimada de buena familia se había inmolado para, cual fénix transformarse en esa pecaminosa mujer.
Una morena que representaba la manzana en el jardín del edén, el lago ideal en el oasis en pleno desierto para un deshidratado viajero… Su mera existencia parecía querer transmitirle un único mensaje: “Nada te impide poseerme”.
Entonces entendí que ella quería jugar fuerte, se había cansado de jugar limpio y ser buena.
—Te noto distinta, Ann —dije mirándola sin cortarme de arriba a abajo, y a posteriori de abajo a arriba—. Me gusta el cambio.
— ¿De verdad? —contestó ella con un tono de desconfianza, la voz de pura e ingenua le quedó muy lograda; mientras caminábamos hacia el centro comercial, que quedaba a las afueras de la ciudad—. He agarrado lo primero que he pillado del armario y he venido hacia acá… ¿Qué hay de raro en eso? Siempre he sido así.
— Bueno, más que por la ropa que llevas, diría que te veo más fresca.
— Oh, perdone usted señorito por no ponerme un abrigo o un burka —bromeó con cierto toque dramático en su interpretación teatral.
— Pues yo te prefiero con abrigo —mentí intentando mantenerme serio.
— Pues te jodes —dijo finalizando la discusión sacándome la lengua, esa sí que era la verdadera Anna.
— Pero ya que sacas el tema… —comencé a decir, con la esperanza de acabar llegando a un tema picante—. Esa es ropa de guerra, ¿No?
— Si te refieres a que es ropa para que me miren, sí. La es —confesó alzando una ceja mientras me miraba a los ojos y hacía una mueca—. Si se me ocurriese llevar esta ropa yendo sola, no dejarían de mirarme o incluso salidos mujeriegos como tú se me lanzarían creyendo que voy desesperada…  Pero voy contigo, por eso voy un poco liberada y protegida
 
Pensé que se le olvidó decir que no iba a reconocer nunca que la razón principal por la que se había puesto tan atractiva era para sentirse deseada sobre todo por mí, y estaba seguro que si intentaba algo ella se dejaría. ¿Qué estaba planeando? ¿De verdad iba a ser tan fácil todo? Yo ya iba mentalizado de que no debía rendirme y tenía que insistir hasta que ella si lo hiciese, pero parecía que ella ya venía cocinada y lista para comer.
— Ann, tranquila, puedes confiar en mí, seré tu guardaespaldas… —Le prometí, aunque no hice referencia a que me refería con ‘’guardaespaldas’’ en realidad.
— ¡Mi héroe! —exclamó con un sarcasmo evidente.
— ¡Lo estoy diciendo en serio! —dije elevando la voz molesto, no me gustaba que me no me creyese.
 
Ella levantó la mano con un ademán conciliador, y puso una expresión simpatía mientras decía:
— Yo no dudo que me protejas de los demás, pero si un guardaespaldas debe… ¿Proteger de cualquiera? ¿Te patearas a ti mismo el culo si intentas tú algo? —preguntó Anna llegando por fin al tema que con seguridad ambos buscábamos.
 
Me lo pensé bien, no quería mentir pero tampoco iba a declarar mis intenciones abiertamente.
— Digamos que yo no voy a entrarte como un puto salido de estos.
 
Anna comenzó a reírse al escuchar dicha afirmación.
— ¿Nos apostamos algo? Después de lo de la caravana no me extrañaría nada que intentases algo.
 
La conversación se estaba desviando de lo que yo tenía planeado hablar, otra vez no salía la cosa como yo quería, tenía que ir con cuidado de no reconocer nada, pero tampoco de comprometerme a no hacer algo. Tenía que ser sutil y tomarme las cosas al pie de la letra.
— Lo que pasó en la caravana fue un entretenimiento entre amigos, hay confianza. ¿Verdad? Pero te prometo, si a si te quedas más tranquila, que no te voy a tirar la caña como un desesperado.
— Eso no significa nada, tienes que prometer que no me vas a tocar —Se quejó Anna, proponiendo con malicia.
 
Yo mostré mi disconformidad ante su exigencia, tenía que corregir la situación en ese mismo momento.
— No puedo prometerte algo que no vaya a hacer… No puedo prometerte que no te vaya a tocar, simplemente te prometo que esta tarde no te hare nada que no quieras.
— Hmmm —sonorizó Anna evidenciando que se lo estaba pensando—. Vale, recuerda que has prometido no hacer nada que yo no quiera hoy.
— Yo no he dicho es…
— ¡Lo has dicho! —exclamó ella alzando el dedo totalmente seria, y usó ese mismo dedo para advertirme—. Y lo has prometido, y eres un hombre de palabra.
— Lo he prometido… ¿Qué me darás a cambio si cumplo con mi promesa de no hacer nada que no quieras? —pedí intentando sacar algo a cambio.
— No tengo porque darte nada —se quejó Anna haciendo una mueca, justo en ese momento un grupo de jóvenes silbaba a Anna y le lanzaban piropos que hacían referencia a su culo y a su escote, ella los ignoro—. Pero si te portas bien y respetas mis deseos, quizás ya otro día cumpla algún deseo tuyo —afirmó guiñándome un ojo, paró en seco dejando de caminar y me miró, enfatizando en su afirmación pasada—. Quizás… Tal vez. ¡A lo mejor!
— ¿Cómo llevas la soltería? —interrogué con la intención de reconducir el tema de conversación a su sexualidad, para mí era necesario saber si estaba cachonda perdida, aunque lo estuviese no me lo iba a decir, pero si me lo daba a entender podría no necesitar ser tan sutil como tenía pensado y lanzarme más descaradamente en el transcurso de esta tarde.
— No quiero hablar de eso.
 
“Mierda”.
— Tranquila, solo quería saber si estabas bien.
— No, no lo estoy Julio. No quiero pensar en Rafa o en que no estamos juntos, simplemente… Simplemente quiero… —Decía en un claro intento fallido de expresarse.
— ¿Qué quieres? —pregunté inquisitivo.
— Libertad, quiero no reprimirme. Y no pienses mal, guarro. Hablo de disfrutar de esta soledad.
— No soy un malpensado, solo soy un pervertido. Por lo tanto no pienso mal… Y eso de la soledad no se disfruta.
— Claro que se disfruta de la soledad, y ya sé que eres un pervertido, y por eso me has entendido mal —insistió intentando llevar la voz cantante en la discusión. Ya se podía ver el centro comercial a lo lejos, aproximadamente a unos cinco minutos caminando, y yo quería hablar sobre ese tema.
 
Me mordí la lengua de la ansiedad, dado que si iba tan cachonda deseosa de no reprimirse, no tendría que esperar demasiado. En cambio, si realmente quería estar sola, presionarla solo haría que las cosas acabasen mal, un solo paso en falso y la cosa podría acabar muy mal y, para decidir si presionaba o no tenía que sacar más información.
— Nadie disfruta la soledad, Ann. Pocos eligen la soledad, pero nadie la soporta. Esa es la única realidad. Y más tú que eres una ninfómana —dije bombardeando la temática sexual ¡Ole mi sutileza!
Anna comenzó a reírse, mientras me empujaba, al menos no lo negaba corporalmente.
— Yo no soy una ninfómana, y se estar perfectamente sola… No necesito hombres para satisfacer mis necesidades —confesó con decisión, y yo la creí con lo de la ninfomanía, pero no con lo otro.
— Lo que pasó en la caravana desmiente tu afirmación, necesitas polla si o si, reconócelo.
— Julio, tengo mucha confianza contigo, pero no quiero hablar de eso contigo.
— ¿Por qué? —pregunté molesto… ¡No era tan recatada para medirme la polla el fin de semana del camping!
— Pues porque eres un amigo muy íntimo y es un tema que no hablo con nadie.
 
La miré mal, directamente.
— Anna, pues por eso mismo, con alguien tendrás que hablarlo.
— Esta bien ¿Quieres que lo diga? Si necesitase “polla” —dijo entrando en mi terreno, entrecomillando la palabra mímicamente— me liaría con un desconocido para desahogarme, el cual no pudiese localizarme después, ya está, punto. Eso simplificaría mucho las cosas. Y lo que paso en la caravana es que estaba mal por lo de rafa, tenía que pasar en algún momento, era una bomba de relojería, me pilló por sorpresa y con vosotros, pero no volverá a pasar.
— ¡Me gusta que te muestres tan decidida!
— ¿A que si? —preguntó exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja— De todas formas yo tengo mucho más autocontrol que los hombres, si tu estas necesitado te agarras a una mujer como un pirómano a un mechero. Yo en cambio… —decía haciendo una pequeña pausa, supongo que para pensar bien lo que decía y no ser malinterpretada—… no me desinhibo de la misma manera, puedo mantener la cabeza fría siempre…
 
Le recrimine con la mirada al ver que no reconocía que eso era mentira.
—Mentirosa…
—… exceptuando cuando estoy descontrolada como el otro día.
— Pues eso es lo contrario a tener autocontrol, no sé como lo veras tú.
 
Justo en ese momento entramos en el recinto y fuimos a alquilar las entradas, quedaban quince minutos para que empezara la película,  ocho para los anuncios.
Nos acercamos a la taquilla, la cual estaba desierta y solo había una trabajado sudando la gota gorda.
— ¿Qué, calor hace, eh? Dentro de la sala hará más fresco. ¿Qué película vais a querer ver? —preguntó con simpatía la mujer.
— Dos entradas para la de exodus —Le solicité despreocupadamente—. Para la sesión que toca ahora.
—Muy bien —dijo ella sacando las entradas de una máquina que no alcancé a ver, entregándonoslas justo después de pagar—. ¡Disfrutad de la película!
 
Accedimos al gran salón que precedía a las salas del cine, donde para entrar teníamos que entregar las entradas y una vez dentro ya podíamos movernos con libertad para ir a los baños, a por cosas para picar…
— ¿Vas a comprar palomitas? —Me preguntó Anna de repente, y la verdad es que me pilló por sorpresa dado que yo no tenía planeado comprar nada.
— Nop… ¿Tu si?
— Sí, quiero palomitas extra-saladas —declaró a los cuatro vientos asintiendo y señalando al puesto—. ¿Seguro que no quieres nada?
— Nah, ya he traído yo para picar dije sacando del bolsillo una bolsa de chuches —Aunque no me refería precisamente a picar de esa bolsa.
 
Al llegar al puesto pidió las palomitas, y mientras se las servía me llamo Antón.
— Hey, Ant. ¿Qué quieres?
— Era para saber si después del cine quedabais para cenar.
—Pues…
— ¿Qué quiere? —Me preguntó Anna.
— Dice Ant que si después del cine querríamos ir a comer algo con él —“Kebab” especificó él—. Kebab dice.
— Pues me apetece kebab, pero no tengo dinero para comprarme uno, me lo acabo de petar todo en el cine y en las palomitas —Se quejó Anna suplicando con la mirada cual perro abandonado que le comprásemos un kebab para ella también.
— Ya la has oído, quiere pero no puede costearse uno —Me burlé en complicidad con Antón y ambos nos reímos de ella. “Dile que yo le doy mi mitad y tú la tuya. Así estaremos los tres contentos, men” Me propuso Antón usando nuestra palabra clave al final para indicarme que debía que pensar mal—. Dice que… hmm…. —pensé en como decirlo para que sonase mal pero no se pudiese malinterpretar completamente—. Dice que como no hay pasta para más, yo te doy un trozo mío y el otro suyo.
 
Anna me miró con carita de pena sin pronunciar palabra.
— Eso o nada —finalicé sin darle opción a quejarse, era mi ultimátum.
—Joooo, venga… —insistió Anna continuando con su empeño de tener un kebab para ella sola.
— Pero si luego seguro que te llenas en seguida y tenemos que meterte los dos trozos a presión —Bromeé satisfecho con la indirecta que le acababa de lanzar, provocando que ella se riera.
— No creo… ¡Yo puedo con un kebab! —aseguró muy segura de sí misma.
— Pero piensa que vas a salir llena de aquí con las palomitas y la Coca-Cola.
 
Ella me miró, pensándoselo…
— Esta bien, pues metédmelos a presión si luego por estar llena no quiero comérmelos —solicitó dándose palmaditas en el estómago, mientras reía—. Siempre que no los termino al rato me arrepiento.
— Bueno, pues ya sabes Ant, dos kebabs…
— ¡De pollo! Y con mucha salsa de yogur, me encanta cuando chorrea —O yo iba muy salido o esa afirmación era imposible no malinterpretarla, pero era obvio que ella estaba jugando con nuestras mentes. Iba lista si pensaba que todo esto se iba a quedar en un simple juego de palabras.
— Ann dice que quiere los dos kebabs de pollo y que chorreen salsa (Sin picante), men —le dije al oyente telefónico usando al final la palabra clave para malpensar—. ¿Quedamos en mi casa? Mis padres hoy no están.
— Jota, ya va a empezar la película, tenemos que entrar.
 
Yo no dije nada, Antón confirmó que quedaríamos en mi casa mientras Anna y yo entrábamos en la sala, la cual estaba vacía exceptuando una posible pareja situada en las filas más cercanas a la pantalla. El cine era enorme, tenía unos palcos a los que se podía acceder por unas escaleras desde donde estábamos nosotros, y el cine se basaba en dos alturas: La parte baja; y la parte alta. La pareja estaba sentada en la parte baja, por lo tanto nosotros lo haríamos en la parte alta. No pude evitar pensar en el semejante desperdicio que suponía en cuestión de luz, mantenimiento e impuestos el tener tantas luces encendidas para cuatro personas.
Cogí a Anna del brazo guiándola al nivel superior sin que ella efectuara ninguna queja, nos sentamos en un rincón del cine, el más oscuro y privado que había, se me hizo raro que ella no pusiese ninguna pega, me lo estaba poniendo todo demasiado fácil y ella tonta precisamente no era.
—Tengo mucho frio, no sabía que iban a poner el aire acondicionado tan fuerte —informó como si fuese algo que solo ella podía notar. Yo le habría dejado una sudadera, pero no llevaba nada más que mi camisa de tirantes. Esa queja ya me daba una excusa para poder abrazarla, aunque preferiría ser más original y trabajarme el modo de acercarme.
—Pues vas mal —me burlé mientras con mímica le indicaba que yo tampoco tenía calor.
 
Por encima de todo, yo veía esa situación como un juego. No tenía que salir perfecto, solo ser morboso. ¿Qué gracia había en agarrarla y simplemente besarla? No la había, yo quería hacerlo todo paso por paso hasta que ella se desesperase, y estaba seguro de que ella lo acabaría haciendo.
Nos sentamos e inmediatamente se apagaron las luces, ella comía  palomitas de forma compulsiva, alternando el comer y el beber a un ritmo constante.
Pude ver como comenzaba a temblar, apreciando su piel de gallina incluso con la oscuridad que envolvía la sala, con una luz blanquecina reflectada en la pantalla donde se proyectaban los anuncios.
—Anna, levántate un momento —Le pedí mirándola a los ojos, y ella no me cuestionó, solo obedeció.
 
La agarré suavemente por las caderas, conduciéndola hasta mis muslos y sentándola sobre mí.
No pesaba casi nada, y esa especie de mallas eran muy suaves y ligeras, me gustaba el tacto que tenían.
— ¡Ops! —Anna se reía ante mi iniciativa—. ¿Por qué me sientas encima de ti?
— Porque no tengo nada para abrigarte y estas temblando —dije enrollando mis brazos en torno a su torso.
— Estás muy cálido —agradeció Anna, una curiosidad de la que no había sido consciente hasta ese momento.
— Y tú estás muy fría —Le contesté quitándole importancia a la temperatura.
 
La película comenzó, aunque no le ponía ningún interés al largometraje, había pagado alrededor de siete euros simplemente para estar como estaba con Anna, y solo era el comienzo.
No pasó demasiado rato hasta que empezaron a apetecerme palomitas, y al ir a coger ella me golpeó los nudillos con la palma de su mano.
— ¡Eh! No se toca la comida de los demás…
— Pero tengo hambre…
 
Ella se giró ligeramente para mirarme a los ojos, con una sonrisa despiadada decorando su cara de ángel.
— Te pregunté si ibas a querer algo para comer y me dijiste que ya traías algo para comer si te entraba hambre —argumentó sin saber qué pretendía.
— Y así es, pero me apetece comer de “esto” —afirmé poniendo énfasis a esa señalización pero sin indicar a que me refería concretamente.
— Pues no puedes comer “esto” —contestó añadiendo a la palabra el mismo tono que yo.
— Venga, déjame comer unas pocas… Si luego yo te daré de mi kebab —supliqué saboreando su malicia.
—Abre la boca —ordenó.
 
Abrí la boca obedientemente y me metió tiernamente una única palomita en la boca, aunque yo esperaba que me diese más, se giró aún más y me susurró a la oreja.
— Esa será la única palomita que te comas esta noche —declaró guiñándome un ojo y sonriendo con malicia.
 
Saboreé la palomita con lentitud y parsimonia, estaba salada y me gustaba. ¿Cómo sabría su boca la cual había comido cientos de palomitas como aquella?
— Pues yo tengo hambre, tú veras si me das de comer a las buenas o a las malas…
— No te pienso dar —afirmó sacando la lengua cómicamente—. ¿Qué harás? ¿Quitármelas?
— Me serviré yo mismo.
— No puedes si no te dejo —declaró volviendo a mirar hacia adelante, la polla comenzó a crecerme entre las piernas y estaba seguro de que ella lo estaba notando. Notaba como apretaba con su culo mi entrepierna, y sin vacilar, le aparte el pelo del cuello, agarrándolo y depositándolo en su hombro derecho.
Ella no dijo nada, no reaccionó, continuó mirando la película. Yo iba a cumplir con lo que dije, había traído algo para picar en el cine, me iba a servir yo mismo. Me la iba a comer a ella, y con decisión clave mis colmillos sin excesiva fuerza pero mostrando mi intenso deseo de catarla.
Un gemido surgió de su garganta mientras con su mano presionaba contra mi torso, intentando separarme.
— Julio, para —pidió sin demasiada convicción, con un tono de voz muy sexy cual actriz porno. Yo la agarré de la barbilla y tire su cabeza hacía atrás. Depositando su nuca en mi hombro y colocando mi mano izquierda en su muslo izquierdo, sin tocar nada indecente, simplemente haciendo acto de presencia indicándole que mi mano estaba ahí. Mis dientes y mi lengua absorbían su cuello, mojándole con mi saliva su cuello. —. ¡Para! Ahhhh No… —exclamó con algunos gemidos que se le escapaban, esta vez se quejaba con más ímpetu pero sin demostrar resistencia física.
Mi mano derecha se introdujo por la brecha que había entre los leggins y la camisa y se deslizó por debajo de esta acariciando el ombligo. Me recordaba a mí mismo que no debía tocar nada indecente, tenía que hacérselo suplicar, o como muy poco que lo desease intensamente como yo.
La muchacha me cogió la cara como pudo intentando apartarme, haciendo gala de la poca fuerza de voluntad de la que disponía. Sin embargo podía notar como restregaba, consciente o inconscientemente su culo contra mi paquete.
— ¿¡Pero se puede saber qué haces!? —exclamó con un hilo de voz, con un ritmo en su respiración que estaba obviamente alterado.
— Te dije que me serviría yo mismo.
— Con mis palomitas, no conmigo —Me reprochó aunque cabía decir que se le notaba que le había encantado.
— Si me das palomitas no te como a ti.
— ¡No voy a darte mis palomitas! —Se negó con decisión.
— Entonces tú serás mis palomitas.
— ¡No, yo quiero ver la peli! Me rehusó a ser tu comida.
— No tienes que hacer nada, tu miras la peli y yo te cómo —dije mirándola a los ojos, mientras mi mano izquierda seguía esperando mis órdenes entre sus muslos y la derecha serpenteaba en su estómago, curiosamente ella no hizo siquiera el ademán de quitarlas.
Anna me miró a los ojos para después volver su atención a la película, no dijo nada y yo lo entendí como si me estuviese dando permiso para continuar.
Esta vez no le mordí ni le besé, dirigí mis labios a su oreja izquierda y con ellos la rocé hasta mordisquear la circunferencia de carne mientras la oía suspirar, me permití el lujo de susurrarle.
— Al final hice bien en traerme “esto” para picar y no esas palomitas.
— Al contrario que las palomitas yo no tengo sabor a nada… —dijo impregnando su declaración de modestia.
— ¿Entonces porque me gusta tanto comerte? —Le cuestioné mientras comenzaba a besarle el cuello y agarraba su cadera para apretarla contra mi pantalón, que escondía una verga deseosa de entrar en contacto con su piel.
 
Para mi sorpresa (Ya que yo no esperaba que ella me lo pusiese tan fácil) ella se empezó a restregar contra mi paquete, mientras gemía. Y durante unos cuantos minutos estuvimos así, yo comiéndole el cuello a besos y ambos restregándonos como perros en celo, hasta que sin venir a cuento, ella se levantó y volvió a su asiento, al ver mi expresión de confusión, sonrió y dijo:
— Ya has comido bastante, ahora veamos la película.
— No estoy lleno —declaré molesto por la interrupción.
— Pero has comido.
— Tengo ganas de comer mucho más… ¿No me iras a decir que ya está?
— No quiero que te llenes, o no comerás el kebab… —argumentó con una sonrisa maliciosa.
 
La miré mal y con el deseo de que me malinterpretara y lo entendiese a la perfección susurré:
— Tranquila que si no tengo hambre no me comeré el kebab, pero te lo daré todo a ti y si no lo quieres te lo meteré por donde te quepa.
— Jojojojo que agresivo, nene. Pero mejor, prefiero un kebab y medio que dos mitades —bromeó guiñándome un ojo.
 
Y fue entonces cuando entendí que desde el principio había estado jugando conmigo, solo se estaba desfogando y disfrutaba con la situación, vi que sus intenciones fueron dejarme con las ganas desde el principio, y que se lo pasaba muy bien calentándonos… Y yo que simplemente creía que ella quería tema, pero no la había tomado por una calientapollas con malicia.
 
“Ya veras, zorra. Te vamos a dar la noche de tu vida, como tú misma dijiste, te meteremos los kebabs a presión aunque no te quepan” Pensé concentrándome en la película, la noche iba a ser larga y prometía. “Vaya con la Anna, con lo santa que era y que putita se nos ha vuelto, me gusta”
 
Anna
 
Al volver a mi asiento notaba la respiración agitada, el corazón me latía en mi pecho provocando un temblor equivalente a la máxima intensidad de un terremoto de grado 9 en la escala Richter. Yo sabía a lo que iba cuando acepté ir al cine, y tenía planeado no seguir su ritmo, marcar el mío y después de jugar un poco con él alejarme como lo acababa de hacer.
Sin embargo no contaba con esa excitación que me nublaba el juicio y me desinhibía hasta límites insospechados.
Mi libido había llegado mucho más de lo que esperaba y me hacía desear bajarle la bragueta y agarrarle su enorme cipote, empalándome yo misma en ese mismo momento.
Me estaba volviendo una guarra adicta a ese placer, y aunque no me desagradaba no estaba del todo cómoda. Había vivido toda mi vida siendo recatada, pero ahora mi decisiones y mis necesidades se decantaban hacía la lujuria y la perversión en lugar de el autocontrol.
Tenía la intención de no continuar ese juego tan peligroso en el que saldría perjudicada, era demasiado divertido, demasiado excitante. Me sentía viva, por primera vez en mucho tiempo, y es que yo no quería nada de todo eso, yo no quería ser así y sin embargo me estaba comportando como una autentica fulana.
 
En ese mismo momento, me propuse resistir a cualquier tentación que pudiese provocarme a lo largo de la velada. Por muy mal que lo pasase y me hiciesen lo que me hiciesen no iba a ceder al deseo, no debía a consentir que se repitiese lo que pasó con Pere en la caravana, aunque sin embargo sí que no deseaba dejarles colgados. Los quería mucho y me habían respetado lo suficiente como para no agobiarme con el tema. Yo necesitaba esas preliminares, pero rechazaba el llegar a nada más, y lo pensaba cumplir.
 
El resto de la película la pasamos en silencio. Julio en ocasiones me miraba el escote y yo, siguiendo mi papel de tonta e ingenua me bajaba la camisa o las apretaba, disfrutaba haciéndole sufrir.
 
Julio
 
No volvimos a tontear ni a hacer referencia a lo que había sucedido durante la sesión de cine. El bulto de mi pantalón no bajaba dado que yo estaba centrado en imaginar todas las variables que podrían producirse durante “la cena”.
Salimos del cine y nos dirigimos a mi casa, donde nos esperaría Antón con los kebabs. Por el camino hablábamos de chorradas, sobre las partes malas de la peli y las buenas, al menos de las escenas a las que habíamos prestado atención.
 
Antón estaba sentado en el rellano de las escaleras a la puerta de mi casa, llevaba una bolsa blanca en la mano donde deduje que llevaría los kebabs.
— Ya era hora —exclamó él manifestando su enfado, a mi juicio exagerado pues no tenía la impresión de haber tardado tanto—. Se van a enfriar los kebabs.
— Pues se recalientan idiota, ya ves tu que drama… —bromeé dándole la mano—. ¿Entramos? —pregunté retóricamente abriendo la puerta y dejándoles pasar.
 
Al pasar, Antón y yo intercambiamos una mirada de complicidad. Esa iba a ser nuestra noche, nada podía salir mal; nos la íbamos a follar, pero lejos de obligándola, teníamos que tentarla hasta que sucumbiese al placer, tenía que ser ella la que accediese, no solo nosotros.
 
Antón
 
 
Anna iba delante de mí, caminando por el estrecho pasillo hacia el comedor. Yo no podía apartar la vista de sus apretados leggins oscuros, las nalgas se le marcaban y me hipnotizaban en cada paso que daba contoneándose y exhibiendo. Yo había aprendido a aceptar que no lo hacía intencionadamente, todo su ser desprendía sensualidad fuese cual fuese la situación.
En cualquier caso, ella era consciente de que no estábamos ahí para cenar y yo estaba completamente seguro de que ella entendía y deseaba la situación.
 
Llegamos al comedor, el cual era amplio teniendo en cuenta que estábamos dentro de un piso modesto. Normalmente era una sala bien iluminada, pero la noche permitía un ambiente más íntimo y oscuro. Una televisión pegada a la pared y justo enfrente de esta se hallaba un sofá de piel dura, típicos en la década de los ochenta y los noventa. Anna se sentó en medio y yo a su lado izquierdo, el sofá era pequeño por lo que estábamos pegados. Julio encendió la televisión poniendo de fondo una película que trataba sobre un administrador de un foro de descargas, el cual se llamaba Carlaspak. Él era un necrófilo zoofílico vírico que violaba los cadáveres de ponys zombis, una autentica guarrada. Al intentar que el pony zombi le practicase sexo oral, este le pegó un mordisco. Justo antes de convertirse en zombi, se dirigió a duras penas a su despacho donde nombró desde su ipad a Zorro administrador supremo del foro, donde gobernó con Tripi y los cantineros atemorizando a los usuarios, publicando spam masivo de sus relatos eróticos y haciendo trolleos sin sentido, esté, como agradecimiento, baneó al tiranico carlaspak (ya fallecido).
 
Yo había visto esa película tres o cuatro veces, me encantaba. Pero ahora no estaba sentado en el sofá para verla, y centré mi atención en Anna la cual estaba sentada con las piernas y los brazos cruzados, no pude evitar psicoanalizarla. ¿De qué se estaba protegiendo?
 
 
Julio se dejó caer a la derecha de Anna, dejando constancia de la falta de espacio en el sofá para los tres. Yo podía palpar su incomodidad, y es que si Anna estuviese completamente convencida se notaría, cosa que no pasaba.
Con los tres mirando silenciosamente la película rodeados por un ambiente tenso de incomodidad, Julio tomó la iniciativa.
— Antón, saca los kebabs. ¿No?
— Creo que debe apetecernos a los tres, si saco los kebabs ahora y a Anna no le apetece se enfriara su parte —repliqué con el ceño fruncido, dándole a entender que no veía claro que ella estuviese dispuesta a “comerse nuestros kebabs”, aunque seguramente no cogió el doble significado dado que envolvió a Anna con sus brazos por la altura de la cintura, elevándola para estirarse donde antes estaba sentada ella. Ella sorprendida mostro signos de resistencia pero terminó por permitir que Julio la sentase encima suyo.
— ¿Tienes hambre, Anny? —Le susurró al oído de la joven, la cual estaba sentada en el hueco de las piernas de mi amigo.
— ¿Debo tenerlo? —preguntó sensualmente Anna.
— Antón, saca su kebab de la bolsa y dale mi parte —dijo él mientras el pelo de ella impregnaba su cara, manteniéndola escondida. Anna me miraba intensamente, mordiéndose sutilmente el labio y enseñándome los dientes. ¿Qué había pasado? Hacía un momento juraría que ella no quería nada de eso.
Me encogí de hombros sin apartar la mirada de la suya y, sin levantarme, cogí la bolsa que había dejado previamente en el suelo a los pies del sofá. Saqué un kebab para dárselo a ella, la cual al mismo instante en que lo cogió comenzó a pelar el papel de plata para clavar un intenso mordisco a la masa de carne, todo esto sin dejar de mirarme.
Sus labios y su boca manchada en un líquido blanco, el cual chorreaba cayendo encima de su escote.
— ¿Te gusta? —inquirió Julio pegando sus labios a su cuello.
— Me esperaba otra cosa, la verdad. Y eran dos mitades… —susurró con un hilo de voz, a mí al menos me resultaba imposible no malinterpretarlo.
— ¿Quieres el otro kebab? — Pregunté mirando descaradamente su escote manchado de salsa de yogur.
— Los quiero “todos” —anunció la joven.
— ¿Puedes con todos?
— No creo que pueda, vais a tener que ayudar a que me entren —sonrió Anna dándole otro mordisco al kebab. Podía ver como Julio restregaba su paquete con el culo de Anna, y esta hacía lo mismo con sus nalgas. Él la cogió del cuello y le hizo alzar el mentón, provocando que esta mirase hacía el techo, acercando sus labios a su oreja y susurrándole:
— ¿Quieres jugar Anna? —Mi amigo hizo una pregunta que yo no alcancé a entender. ¿Para qué? Ella acababa de insinuar que quería polla, estaba restregando su culo… ¿A que quería jugar este ahora?
 
Alcancé a ver como Anna sonreía y con una voz que parecía más un gemido que otra cosa susurró:
— ¿A qué quieres jugar?
— ¿De qué es el kebab que estas comiendo?
— Es de pollo —contestó la joven.
— En la bolsa hay otro, y con otros ingredientes y tienes que decir cual de los kebabs te gusta más.
 
Anna estaba temblando y asintió como pudo aun mirando hacía el techo. Y Julio sacó una venda para taparle los ojos, él me sonrió y con la mano hizo un gesto de masturbarse, yo no entendía que era lo que pretendía pero si alcanzaba a comprender que esto podía ayudar a calentarla más.
 
Él se bajó los pantalones y yo en consecuencia hice lo mismo, Anna como pudo se acomodó en el sofá sentándose con las piernas abiertas hacía nosotros.
— Recuerda Ann, tienes que decir que kebab te gusta más.
— Deja de hacerte el interesante y dame a probar los kebabs ya ¡Imbécil! —ordenó Anna mordiéndose el labio, claramente parecía que ella estaba disfrutando de eso. En ese momento deje de preocuparme de que nos fuese a dejar con las ganas como la última vez, ya era algo seguro, nos la íbamos a follar.
 
Julio se acercó a mí y me dijo con cuidado de que Anna no nos escuchase:
—Ant, no te desesperes, no vamos a metérsela hasta que ella lo suplique o se agarre una de las pollas y se empale ella misma. ¿Entendido? Que no pueda decir que la obligamos —Él estaba desenvolviendo el kebab y yo el otro, después comenzó a masturbarse produciendo obscenos sonidos que delataban lo que estaba haciendo. Anna estaba temblando cada vez más. ¿Tan excitada estaba? Quiero decir, más de lo que yo considero normal.
— ¿¡Quieres darme a probar el primer kebab ya!? —Anna mostraba una evidente impaciencia y me sorprendería que a partir de ahí fuese capaz de resistirse mucho más.
 
Él con la polla dura metió la punta en el kebab que había sido anteriormente mordisqueado por ella.
— ¡Que asco, tío! —Le dije haciendo una mueca de desagrado.
— ¿Si nos va a comer la polla, al menos que  su kebab sepa a polla, no? —susurró riendo extrayendo su prepucio del cilindro de carne, con restos de carne y salsa de yogur.
 
Yo estaba hipnotizado con el cuerpo de Anna, sus enormes pechos empapados en esa salsa blanca, y boca con restos de la misma, con los ojos vendados y la boca abierta. Julio con ternura le puso la parte mordida del kebab en la boca, ella mordió y saboreó emitiendo un ronroneo al masticar.
— Este está muy rico pero sabe raro —opinó Anna  relamiéndose. Julio se sentó en el sofá, la agarró y la puso justo encima de su enorme cipote.
— Ahora Ant te va a dar el otro —dijo Julio oliéndole el cuello, yo deje el kebab encima de la mesa, pasaba de desperdiciar un kebab en un juego como ese. Me acerqué y comencé a masturbarme frente a la cara de Anna y como la ultima vez en la caravana. A milímetros de su boca y su nariz comenzó a crecer mi pene, agrandándose por segundos al ver esa boquita empapada en salsa.
— Anna, abre la boca —dije y, obedientemente, abrió la boca sacando un poco la lengua, hilos de salsa y saliva entre hilaban el interior de su boca como telas de araña .
 
La perspectiva de tener a Anna ciega y con la boca abierta y la lengua fuera esperando que se la metiese me pudo, y con un pequeño empujón metí el prepucio entre sus labios.
Ella gustosa lamió con la parte superior de la lengua la parte inferior de mi polla y con sus labios la parte superior, agarrando su cabeza la presioné su frente hacía mi ombligo. La morena se resistía claramente pese a chuparla con mucho arte, pero cada vez tragaba más y más hondo, acercando sus labios inexorablemente hacia mis testículos, hilos de saliva surgían de su boca. Unos sonidos muy sucios que evidenciaban semejante habilidad de succión retumbaban por todo el comedor.
 
Podía ver de reojo como Julio bajaba los leggins a Anna e inmediatamente el tanga también.
Dejé de mirar la cara de Anna, para observar su coño y me sorprendí al ver que estaba sin rasurar e incluso me atrevería a decir que no se lo recorto. Tenía los bordes cuidados y no estaba demasiado largo, pero me esperaba otra cosa. Algo no me cuadraba… ¿Por qué no estaba depilado sabiendo que íbamos a follar?
 
Pude ver como él se cogía su monstruosa polla y la restregaba contra su coño, pero ella de un manotazo se la apartó.
— Anna, que hac… —Le cuestionó Julio claramente confundido.
— Nada de meterla, lo digo en serio.  Esto lo hago por vosotros, no por mí —declaró ella enfadada sacándose la polla de su boca—. Reconozco que me lo estoy pasando muy bien, y que estoy muy excitada, e incluso reconozco que deseaba todo esto y necesito estas preliminares. Pero nunca he tenido la intención de follar con vosotros, así que os comeré la polla o podéis masturbaros con cualquier parte de mi cuerpo. Pero nada de meterla. ¿Entendido?
 
No me sorprendió, yo ya me esperaba algo así. Pero sí que lo hizo el que tuviese suficiente fuerza de voluntad como para resistirse.
Sin responder, cogí su cabeza de nuevo con la mano derecha y con la izquierda me agarré el miembro, colocándole el prepucio en la boca la cual todavía tenía restos de saliva y con un simple empujón y estaba dentro. Esta vez, en vez de mover su cabeza para darme placer, deje su cabeza firme y comencé a mover salvajemente las caderas introduciéndosela cada vez más y más hondo.
 
Julio se agarró la verga de nuevo y continuó meneándosela mientras decía:
— Tranquila Anny, no la meteré hasta que lo supliques, no lo tendrás tan fácil —Yo mientras saqué la polla de su boca, había muchas cosas que quería hacer con ella y no iba a concentrarme solo en una.
— Intenta hacerme suplicar todo lo que quieras, “cariño”. Pero no me supliques tu a mi demasiado —decía Anna retándole—. Pero hasta que yo te lo supliqué, no podéis metérmela. Si lo hacéis, tened claro que me largare dejándoos con el empalme.
— Eres demasiado creída, no vas a durar tanto.
— Pues yo creo que como sigáis así os vais a quedar sin polvo —afirmó ella con mucha convicción.
 
Yo me agaché y le quité las bambas, los calcetines, los leggins y el tanga. Julio, como si me hubiese leído el pensamiento, le desabrocho solo el sujetador, quitándoselo por debajo de la camisa y dejándosela puesta.
Era una camisa de tirantes muy ajustada de color negra, al quitarle el sujetador los pechos se tambaleaban en sus posiciones amenaza

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