El grial de María - Parte 2

El grial de María - Parte 2


Con el paso de los años, Antonio había logrado prosperar. Días y noches infinitas desmontó y sembró el campo al frío azote del crudo invierno o al rayo calcinante del sol veraniego.
La prosperidad necesitaba nuevas manos, llegaron así algunos jornaleros del norte para sumarse a la tarea. Dos viejos labradores y un joven, Ramón, hijo de uno de ellos, se instalaron en un ranchito que Antonio construyó a un cuarto de legua de su casa para tal fin.
También María había prosperado, lo había logrado a través del saber que la escuela le entregó proporcionándole herramientas y conocimientos que incluso sus padres ignoraban.
También, podría decirse, su cuerpo había prosperado. Ya no era la escuálida chiquilina de la niñez, con sus 14 años y monedas su cuerpo se había desarrollado de manera asombrosa.
Las curvas se pronunciaban en su contorno. Dos bellos y puntiagudos senos decoraban su pecho y un delicado y sensual vello cubría su Monte de Venus así como los labios de su sexo intacto.
Fue su maestra quien la instruyó en los cuidados y recomendaciones sexuales unos años antes. Sos tan linda María que no quiero que te pase nada, solía decirle.
Los viernes por la noche María se deleitaba escuchando las anécdotas bestiales y groseras que los jornaleros relataban  junto a su padre mientras bebían al reparo de la galería que rodeaba la casa que también con esfuerzo Antonio había logrado levantar.
Así aprendió una larga lista de palabras vulgares y soeces que brotaban de la boca de aquellos hombres rudos con naturalidad y alegría.
Algo más también había florecido en María. Sus hormonas femeninas y adolescentes que corrían alocadas por su sangre llenándola de extrañas sensaciones. Y como una cosa lleva a la otra, su curiosidad se fue acrecentando en todos los sentidos, pero particularmente en su lengua insatisfecha cada vez más sensitiva y poderosa.
Muchas noches los sordos y entrecortados sonidos que provenían del dormitorio de sus padres incentivaron su curiosidad.
Una noche a finales de septiembre, cuando los primeros días de primavera comenzaban a decorar los campos con pequeñas flores silvestres, María tomó coraje. La intriga la sacudía y en su interior se hacía insoportable.
Cuando la luna, apenas inclinada en el horizonte, iluminaba con sus reflejos; los oídos de María volvieron a escuchar aquellos sonidos que surgían encantadores desde la otra habitación. Descalza y semidesnuda caminó en puntas de pie percibiendo a cada paso como los ruidos se volvían más audibles y claros.
Acercó su oreja a la endeble puerta mientras un retumbar de resuellos y gemidos se incrustaba en su tímpano curioso.
Una grieta entre el marco de la puerta y la pared fue suficiente para apartarla de la intriga. Respirando agitada, acercó uno de sus ojos a esa fisura reveladora. Con incredulidad y angustia observó cómo la tenue luz de la luna ingresando por la ventana le permitía apreciar aquel cuadro.
Su padre, desnudo, permanecía estático frente a su madre que sentada frente a él, en el borde del camastro, se empeñaba en lamer su sexo. Sosteniendo su miembro con una mano, Aurora pasaba su lengua por el falo rígido de Antonio y tras reiteradas lamidas devoraba el glande inyectado de aquella pija succionándolo con delicadeza.
- Dejame hacerlo – decía murmurando Antonio a su amada esposa.
- Dejame hacerlo otra vez… sabés que no podés quedar embarazada… el doctor me lo dijo – susurraba entre gemidos.
Aurora vaciaba su boca y soltando ese miembro viril  de su mano que surgía en plenitud ante los ojos de María, con una mezcla de dulzura y pena respondía.
- Está bien, Antonio, está bien… pero hacelo despacio porque me duele…
Si bien su maestra la había instruido sobre la forma de los genitales masculinos, incluso mostrándole algunas imágenes, nunca había visto el pene real de un hombre y menos aún el que ahora observaba, el de su propio padre.
La pija de Antonio caía entre sus piernas, cubierta por su piel morena hasta su cabeza que emergía enrojecida por la mamada de su esposa. Aurora, en tanto, como un perro esperando su hueso, se inclinaba sobre el colchón de lana del camastro entregando la vista de sus pálidas nalgas a los ojos implorantes de Antonio y, sin saberlo, a los de María.
- Despacio, Antonio, te lo pido por favor – suplicaba Aurora.
Con sus gruesas manos la tomaba por la cintura y con suavidad acercaba su culo hacia su verga. Aurora estiraba sus brazos y apoyando sus manos en las nalgas abría su trasero lo más que podía. Sin vacilaciones, Antonio agarraba su pija y acercándola más, terminaba enterrándola en el ano dispuesto de Aurora. Solo un gastado almohadón de plumas apretado entre sus dientes sofocaba sus quejidos de dolor.
María casi no parpadeaba. Aquel cuadro la llevaba al pasado, a su primer contacto con el sexo que ahora se reflejaba en esa escena de sexo salvaje entre sus padres. Sudaba y su corazón palpitaba como el galope del caballo que regresaba a su memoria, pero subyugada no podía dejar de mirar.
Su padre intercalaba sus jadeos con los empujones constantes de su sexo, que poco a poco se fue sepultando en lo profundo del culo de Aurora. Después de algunas sacudidas ambos quedaban inmóviles, conteniendo sus gemidos y sus resuellos, unos de dolor, otros de placer, hasta que el miembro de Antonio desagotaba bestialmente su contenido en el intestino caliente de Aurora. El denso esperma brotaba por los laterales de su ano dilatado cuando la verga de Antonio comenzaba a retraerse extenuada cayendo nuevamente entre sus piernas.
La pupila alerta de María estaba absorta. Pero más aún fue su asombro cuando el aroma misturado de sudores, flujos y semen se esparció por el aire de aquel dormitorio invadiendo sus sentidos.
Su lengua, una vez más, percibía en el aire las substancias que alteraban su espíritu. Tanto lo hacía que notó con estupor como sus pezones se habían alargado y de su vulva manaba un extraño líquido viscoso.
Una combinación de temor y sorpresa la devolvió rauda a su dormitorio. Tumbándose en la cama se envolvió con rapidez bajo su sábana. Su corazón estaba desbocado tanto como sus instintos. No pudo contenerse y llevó los dedos de su mano a su concha bañada, masturbándose hasta cosechar el premio de un orgasmo. Su primer orgasmo.
Agotada y confusa se durmió sin reparar en que lo sucedido cambiaría el rumbo de su vida. Su curiosidad fue en aumento, como las visitas nocturnas que durante meses la llevaron nuevamente a esa grieta incitante en la pared.


CONTINUARÁ...

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