Tres no son multitud, cuatro es placer

“¡Felices fiestas!”, dije cuando brindamos

Mis amigas y yo habíamos quedado para cenar algo el sábado pasado antes de meternos en el jaleo habitual de las fiestas navideñas y ser ahogados por nuestras familias. Habíamos quedado todos en casa de Alba, que vivía en Madrid. Se había buscado un pisito de alquiler recientemente y nos había invitado a mostrárnoslo para nuestra quedada.

Alba era pelirroja. Su piel era muy blanca, lo cual remarcaba aún más el color de su cabello. Sus ojos azules se ocultaban bajo los cristales de sus gafas de pasta negra. Solía vestir camiseta y vaqueros holgados, que no lograban disimular el generoso (pero no excesivo) tamaño de sus tetas. Madre mía, en qué estoy pensando diciendo eso…

También había venido Maira. Ella vivía y tenía a toda su familia en Galicia, pero de vez en cuando se dejaba ver por la capital. Irónicamente para ser del norte, tenía la piel bastante oscura, amén de su cabello negro y brillante. Atractiva realmente, aunque para decepción de muchos de sus pretendientes pasaba la mayor parte del día leyendo en su casa, aunque normalmente salía una vez por semana a disfrutar de la noche.

Silvia era la más bonita de las tres en mi opinión. Solía vestir bastante femenina, como aquella noche. Un vestido verde que apenas llegaba a sus rodillas y que realzaba sus pechos, pequeños y compactos pero mi mirada se desvió un par de veces aquella noche. Rubia de pelo corto, se había teñido las puntas en azul oscuro. Pasaba algunas temporadas en la capital, mientras que otras las pasaba en su Valencia natal, ya que su empresa tenía sedes en ambas ciudades.

Yo era el único tío del grupo, y a pesar de que hacía tiempo eso conllevaba algunas risas por parte de otros primates hombres cuando nos veían juntos, actualmente sé que más de uno tenía plena envidia por verme acompañado de las chicas; a pesar de todo eso, debo decir que aunque me parecían bonitas, jamás me había atrevido a hacer o decir algo que pudiera estropear nuestra amistad.

Después del brindis inicial, nos sentamos a la mesa. Yo había cocinado un pavo, y este se había pasado el último rato manteniendo el calor en el horno de Alba. Lo llevé a la mesa mientras ellas se ocupaban de lo demás. Lo dejé todo servido y disfrutamos de una buena cena. Esa era nuestra navidad. El día 24… bueno, ese se pasa en familia.

“Estoy llena”, dijo Silvia, “he comido hasta reventar”.

“Yo igual. Creo que no me van a valer estos pantalones más”, dije, echándome hacia atrás en la silla.

“Así me gustan las fiestas. En buena compañía y comiendo mucho”, rió Maira.

“Esperad, voy a por una botellita”, dijo Alba.

Volvió en apenas un par de minutos con una botella en la mano y cuatro copas. Las puso en la mesa y empezó a servir. Me sorprendió comprobar que no era una champán barato, se había pasado comprando.

“Esto es carísimo”, comenté.

“Bueno, no todos los días podemos juntarnos los cuatro. Tenía que ser algo especial”, respondió ella con una sonrisa. “¿Por qué brindamos?”

“Porque sigamos celebrando estas fiestas”, dijo Maira, levantando su copa.

“Salud”, respondimos, y bebimos de nuestras copas. Me ardió la garganta, no estaba acostumbrado a beber más que en ocasiones especiales, pero aguanté el tipo. Miré la mesa. Había quedado un poco llena de cosas que había que limpiar.

“Qué pereza quitar todo eso mañana”, dijo Silvia. “Yo propondría quitarlo ahora...”, comentó.

“Estoy de acuerdo”, dije, poniendo un montón de cosas sobre el plato vacío. “¿Y qué haremos? ¿Salir a tomar algo, u os apetece quedaros a ver una película?”

“Ya vamos a salir bastante estos días, ¿por qué no nos quedamos?”, propuso Maira. “Si a la jefa le parece bien”, bromeó.

“Me parece perfecto, en ese sillón aguantamos los cuatro perfectamente”, añadió Alba con una sonrisa.

De forma que recogimos, y después de dejar todo bien limpio, caímos derrotados en el sofá. Alba, haciendo gala de su lado más freak, puso en marcha el blu-ray con primera película de Avengers, con la intención de ver las tres películas esa noche, si no quedábamos dormidos primero. Aunque era difícil, ya que vivíamos la película como si fuera la primera vez que íbamos al cine.

A mitad de la película, sin embargo, noté frío a mi lado. Me di cuenta de que Silvia se había puesto de pie.

“Alba, ¿podemos hablar un momento?”, preguntó.

Alba se levantó y allá que se fueron. Maira y yo nos quedamos en el sofá, embelesados con la película durante unos minutos. De hecho, ni me había dado cuenta de que hacía minutos que Alba y Silvia se habían ido. Simplemente me apetecía un vaso de agua y me levanté a la cocina a por él.

Y justo cuando pasaba al lado del cuarto de Alba, escuché una frase que me dejó más que sorprendido.

“Te he echado de menos...”

Era la voz de Silvia. Sonaba suave. La puerta estaba entreabierta. No debía asomar la mirada. Era una conversación privada entre ellas. Pero la tentación es algo demasiado poderoso. Así que miré. Silvia estaba abrazada a Alba, y parecía que iba a romperla en dos por la fuerza con la que lo hacía. Tenía además la cabeza apoyada en los generosos pechos de nuestra amiga. Ay…

“Silvia… ya sabes que eso no volverá a pasar...”, respondió Alba con suavidad.

“Fue una noche muy bonita...”, dijo Silvia. “Disfruté mucho mi primera vez gracias a ti”.

“Yo también lo pasé muy bien. Pero dijimos que era un pacto. Teníamos que dejar atrás la virginidad...”

Yo me estaba poniendo cachondo de imaginarme aquella situación entre las dos. Nunca me lo hubiera imaginado. Siempre habían sido muy reservadas para el tema del sexo. Sabía que habían estado con chicos en periodos muy cortos de tiempo. Pero desconocía el hecho de que ambas hubieran compartido una noche de pasión.

“Hace mucho tiempo que no lo hago”, protestó Silvia. “Y ningún chico me ha hecho disfrutar como tú”.

Si me dejaras a mi intentarlo..., pensé, fijándome en su falda. Con ganas me lo hubiera montado allí con ella.

“Yo también ando a dos velas”, confesó Alba. “Pero es imposible. Hoy hemos quedado los cuatro para hacer una pequeña pre-navidad. ¿En serio quieres que lo hagamos estando esos dos en el salón?”

“Que se lleve a Maira a su casa a dormir. O a follar. Y tú y yo nos quedamos aquí. Quiero sexo, Alba. Fóllame, por favor…”

Y en ese momento sentí que algo me empujaba hacia delante. Caí al suelo y no me golpeé en la cara porque puse las manos a tiempo. Me di la vuelta. Maira era quien me había empujado, y Alba y Silvia se habían quedado paralizadas.

“Perdonad la interrupción. Este curioso estaba escuchando lo que no debía”, dijo.

“¡Pero bueno!”, se escandalizó Alba. “¿Se puede saber en qué pensabas?”

“Lo siento… no quería escuchar, pero...”

“Pero lo has hecho”, continuó Alba. Silvia se había tapado la cara con las manos. No estaba llorando, solo muerta de vergüenza. La veía con las orejas rojas. “¿Qué quieres? ¿Que te contemos los detalles?”

“No, joder. Lo siento. No quería…”

“Ya basta. Has sido un cerdo”, sentenció Maira. “Por eso mismo no te lo contaron”.

“Tú lo sabías…”, dije sorprendido.

“Pues claro. Fui yo quien se lo sugirió hace tiempo. Pero no pensé que me harían caso”.

“Pues gracias”, dijo Silvia. No se atrevía a levantar la mirada. “Lo malo es que… Alba me dejó el listón muy alto”, confesó.

“Tal vez pueda haber una forma de arreglar esto”, dijo Alba. “Creo que puedes solucionar ese problemita”.

Y me miró. Yo tardé un poco en entender, pero me levanté de un brinco. Alba estaba loca. Silvia parecía no entender lo que pretendía. Qué inocente. Me gustó eso, pero yo seguía anonadado.

“¿Pretendes que Silvia y yo nos acostemos?”, pregunté de pronto.

“Halaaaaa. Qué mal te lo has tomado”, dijo Maira. “Yo creo que Alba ha tenido una buena idea”.

“Eso pensaba yo, pero parece que aquí el señor marqués tiene un gusto exquisito y la pobre Silvia es muy fea para él”, comentó Alba con ironía. “Lo siento, cariño”, añadió mirando a la rubita, “mala noche para el sexo”.

“Eh, eh, eh, eh, no nos equivoquemos”, interrumpí. “Yo no he dicho tal cosa, Silvia es muy atractiva, pero no vamos a tener sexo sólo porque a vosotras se os haya ocurrido”.

“¿Ah, no?”, preguntó Silvia, tímidamente. “¿Por qué?”

“Bueno… a los que nos tiene que parecer bien es a nosotros, ¿no?”

“Cierto. Pero no me has preguntado si me parece bien o no”.

“¿Es que acaso te parecería bien?”

“¿Por qué no?”

No supe qué responder. Si hacíamos eso… romperíamos una barrera que no sería posible volver a construir. Pero a Silvia parecía brillarle los ojos, como si realmente esperase que tuviéramos sexo. Era raro. Un momento antes quería acostarse con Alba. Pero de pronto ahí estaba. Como si no follar conmigo fuera algo que no entraba en la lógica.

“A ver… a mi… me encantaria”, dije mientras me ponía colorado, “pero… ¿estás segura? Somos amigos, si esto no sale bien…”

“No sé. Me inspiras confianza por eso mismo. Somos amigos, y sabes que te quiero mucho.”

“Qué bonito”, comentó Alba. No parecía burlarse. “Seguro que sale muy bien”.

“Bueno… ¿nos vamos a mi casa entonces?”, pregunté.

“¿Disculpaaaaaa? De eso nada”, nos cortó Maira. “Vosotros os vais a acostar aquí”.

“¿En casa de Alba? Sí, claro, como si ella fuera a permitirlo”.

“Y si no es así, ¿cómo íbamos a poder mirar?”, preguntó Alba. Tanto Silvia como yo nos quedamos mirándola ojipláticos. “¿Qué? He tenido una idea y quiero ver si funciona”, comentó como si fuera lo más natural del mundo. “¿A ti no te apetece?”

“Mucho”, dijo Maira, aunque no parecía muy convencida. “¿Vamos a quedarnos simplemente mirando?”

“Claro que no. Vamos a estar con ellos en la cama mirando. Y les podemos asesorar”, comentó Alba.

“Creo que habéis bebido más de la cuenta…”, dije. “No podéis estar hablando en serio”.

“Hemos bebido lo mismo que tú. Y tenemos más tolerancia al alcohol”, me recordó Alba. “Así que… podéis hacerlo aquí delante de nosotras o… quedar en otro momento”, añadió con maldad. “¿Qué preferís?”

Silvia me miró. Yo estaba un poco cohibido. No podían estar hablando en serio. Ni de coña. Pero entonces, ¿por qué se acercaba a mi… y ponía sus labios contra los mios? ¿Por qué sentía que me ponía rojo? ¿Por qué me dejaba llevar y atacaba su boca con un beso con lengua?

“Míralo”, escuché a Alba decir. “¿No hacen buena pareja?”

“No sé yo… habrá que ver qué hacen juntos”, respondió Maira con sorna. “¿Vais a hacerlo entonces?”

Asentí sin dudarlo. Aunque nunca antes había hecho algo así. Con público, me refiero. Tal vez lo mejor era dejarme llevar sin pensar en aquellas dos “apuntadoras” que nos habíamos buscado. Mi boca devoró la de Silvia, y mi lengua traspasó la barrera. Encontré que la suya venía atraída por la mía. Joder, qué beso. La atraje contra mi cuerpo, perdido en la pasión. Ella también se aferró a mi.

Perdí la noción del tiempo cuando fui empujándola poco a poco hasta que caímos en el colchón, sin dar tregua a nuestras bocas. La noté tirando suavemente de mi camiseta, y dejé que sus manos tocasen todo mi torso mientras me la quitaba. Mis manos se metieron por su espalda, alcanzando el cierre de su vestido. Enganché la cremallera, y tiré hacia abajo. Retiré la tela, y me sorprendí. Silvia no llevaba sujetador. Me quedé embelesado.

“¿Te gustan?”, preguntó. “Se que no son muy grandes…”

“Qué tontería”, respondí. “Me encantan…”

Apoyé las manos sobre sus tetas y volví a besarla mientras masajeaba aquellos maravillosos bultos. Eran suaves, y la aureola de sus pezones tenía una serie de puntitos, como si estuvieran escritos en braille. Me pregunté qué sabor tendrían, pero lo primero era terminar de quitarle la prenda, usando mis labios para besar allá donde la tela desapareciera. No tardé en encontrar sus braguitas, donde me quedé un momento, jugando con mis labios sin llegar a quitárselas.

“Joder… me estoy mojando…” soltó, y comprobé que era cierto. Eso me gustaba.

Noté de pronto algo en la cama. Alcé la vista, y vi a Alba, en sujetador y bragas, sentándose detrás de Silvia. Levantó la cabeza de la rubita y dejó que descansara entre sus piernas.

“Tranquilo, pirata, sólo queremos echar una mano”, escuché de pronto a mi espalda. Maira se había puesto a mi espalda, y la sentía quitándome el pantalón. “Tú sigue con ella”.

No pensé que fueran a acercarse para mirar en “primer plano”, pero me daba lo mismo. Silvia estaba tumbada bajo mi cuerpo, y su mirada se desvió a mi abultada entrepierna. Se sonrojó un poco, pero sus manos alcanzaron mi última prenda. Tiró hacia abajo con cuidado, liberando mi erección.

“Voy a ver qué escondes por aquí…”, le dije travieso, mientras iba a por sus braguitas. Se las retiré despacio, para encontrarme su rosadito coño lubricando, humedecido. Se ha puesto cachonda… tendré que hacerlo lo mejor posible, pensé. Empecé a besar su pierna por el tobillo. Subí lentamente con mis labios hasta que mi respiración alcanzó su sexo. La noté temblar y en ese momento, mi lengua empezó a atacar su intimidad.

“Aaaah… aaaaah, sí… Me gusta…”, gimió. “Sííííh… justo ahííí…”, balbuceó. Sonreí orgulloso de lo que la estaba haciendo disfrutar. Su voz era música para mis oídos.

“Putilla afortunada…”, escuché comentar a Alba. “¿Te gusta lo que te hacen?”

“Sííh… me gusta…”

“Hazla correrse”, me retó Maira a mi espalda. “Y si lo logras… tal vez decida no quedarme sólo a mirar”, susurró en mi oído.

Desconocía si Maira hablaba en serio, pero me daba igual. Yo estaba cachondo también, pero Silvia estaba necesitada de cariño y yo iba a dárselo. Mi lengua devoró con avidez su sexo, y yo notaba sus fluídos escurriendo. Me encantaba ese sabor prohibido. No podía creerme lo que estábamos haciendo, pero esperé que la noche no acabara nunca. Unos grititos me hicieron levantar la mirada, y me sorprendí al comprobar que Alba estaba estimulando los pezones de Silvia.

“Ya veo que estás listo…”, comentó Maira. Sentí su dedo acariciándome el glande. “Vamos… la tienes a punto…”

Logré que Silvia finalmente acabara. Un chorro de sus jugos femeninos salió disparado de su chocho. Fui mas lento con mi lengua antes de finalmente detenerme e incorporarme, mostrándole que yo estaba listo para tomarla.

“Vamos… más… no pares ahora”, me pidió. “Folla conmigo…”

Incapaz de incumplir su deseo, me situé entre sus piernas y con cuidado, mi polla se deslizó por completo dentro de ella. No era necesario el lubricante, estaba lo suficiente mojada como para permitir a mi falo entrar de una vez.

“Maravilloso… por favor… házmelo…”, me suplicó.

Yo no tenía la cabeza con pensamientos muy claros, así que simplemente le hice caso. Mis caderas se echaban de atrás hacia adelante sin descanso, lentamente al principio, hasta que me sujeté a sus caderas y empecé a penetrarla repetidamente. El movimiento de sus tetitas al compás de mis embestidas me hipnotizó.

Noté a Maira pegándose a mi espalda. Su cuerpo era capaz de seguir los movimientos del mío. Sus manos recorrieron mi torso mientras yo me follaba a una Silvia que gemía por el placer que estaba recibiendo.

“No te recordaba así de escandalosa”, escuché comentar a Alba. “Tal vez este sí que te hace gozar…”. Sonreí. “Cuidado, cariño”, y sujetó la cabeza de Alba con las manos, se retiró un poco hacia atrás solo para dejar caerse hacia adelante. Sus labios y los de Silvia se encontraron en un apasionado beso. Suavemente, dejó su cabecita en el colchón y sus manos alcanzaron las tetas de Silvia.

“Aaaaah… aaaaah… esto es maravilloso…”, gimoteó Silvia. “Voy a acabar otra vez…”

Alba ignoró el comentario y avanzó un poco más, hasta tener frente a sus ojos las tetas de Silvia y empezó a devorarlas como si fueran dos deliciosos flanes. No me costó mucho imaginar que la rubita también le estaba comiendo las tetas a la pelirroja, pues sus manos estaban sujetas a su cuerpo.

“Parece que no vamos a cumplir la promesa de solo mirar”, comentó Maira a mi espalda. Me estaba dando lametones y eróticos mordiscos por el cuello. “¿Vas a correrte?”

“Sí… voy a acabar pronto…”.

“Estupendo… porque te quiero para mi ahora”, me dijo.

Con esa tentación en mente mi cuerpo se aceleró. Sentía que mi rabo iba a estallar en cualquier momento. No podía… no debía correrme dentro de ella, pero era tarde para parar y los cuatro estábamos disfrutando como nunca.

Estallé dentro de Silvia finalmente. Sentí como mis chorros se disparaban muy seguidos. Alba sonrió al verlo, y cuando Maira tiró de mi hacia atrás, la vi como devoraba el coñito de Silvia… con mis propios jugos.

“Un chico que come tan bien un coñito merece esto”, dijo Maira. Me tenía sometido ahora, ella estaba dominando, y sin poder mediar otra palabra, su boca se cerró alrededor de mi polla. Contuve un gemido. No me esperaba algo tan precoz. Pero su boca trabajaba muy bien mi pene. “Nada mal, cielo… aunque aún noto el sabor de esta putilla, voy a tener que limpiarla bien”.

“Joder, Maira… no tenías que…”

No pude decirle que no necesitaba chupármela, pues en ese momento Silvia estaba gateando a mi lado. Se tumbó finalmente y Alba cruzó una pierna con ella. Me sorprendí al verlas practicando una tijera. El ritmo de Alba era mucho más pausado que el mío, pero Silvia desde luego lo estaba disfrutando. La veía gemir sometida al placer que Alba le estaba dando.

“Quédate ahí”, me susurró Maira con suavidad, y me hizo tumbarme por completo mientras ella subía encima de mi. “Lo siento, cariño, pero me gusta llevar las riendas”, me informó mientras alineaba su coño con mi pene. “Espero que no te importe…”

“Claro que no…” dije mientras sentía el calor de su intimidad rodeando mi polla. Su vagina estaba realmente cálida y húmeda, pero estrecha. Dudé por un momento si la chica era virgen, pero lo descarté enseguida. Se apoyó en mi pecho y empezó a subir y a bajar provocando la penetración. Yo no me podía creer tener una chica como ella sobre mi teniendo sexo. Pero me gustaba mucho. Eso y disfrutar de una sesión de sexo en directo a mi lado…

“No te olvides de mi”, me susurró Silvia a mi lado. Nos miramos a los ojos, y nos fundimos en otro beso. A pesar de estar siendo follados por nuestras amigas, ella y yo nos sentíamos un poco más cerca. Nuestras manos se unieron mientras Alba seguía dándole placer frotando sus sexos entre sí, y Maira se introducía mi pene subiendo y bajando sobre él.

“Sois un par de tortolitos”, dijo Alba, “pero… aaaah… hoy sois nuestros también… ah… Silvia… estoy a punto…”

“Yo también…” dijo ella. Sus labios se encontraron, pero no me pude sentir solo pues Maira bajó a por un beso. Nuestras manos recorrieron el cuerpo del otro mientras nos acercábamos al orgasmo. Aceleró un poco más el ritmo y finalmente me corrí dentro de ella, un clímax que me supo a gloria. Joder, eso sí que era una “noche buena”.

Alba vino a por mi. Nos tumbamos de costado y separamos las piernas, perfectamente sincronizados. Hundí mi cabeza entre las suyas y empecé a comerle el coño mientras ella devoraba mi erección. Joder con la pelirroja. A mi siempre me había parecido puritana… y era más buen putita. Pero mejor para mi, pues me lo estaba pasando genial. Hundí mi lengua mientras notaba la suya dándome placer en todo mi rabo.

A nuestro lado, aunque apenas podía verlo, Maira había sacado un dildo de la mesilla de Alba, de esos con cinturón, y se estaba follando a Silvia con una delicadeza exquisita. Pero ella estaba cansada de estar tan sometida, y cambiaron de posición. Maira sentada en la cama, acariciándole el culo a Alba mientras Silvia subía y bajaba por el falo de plástico.

No estaba dispuesto a dejarme ganar por ellas, así que nos movimos y me puse al lado de Maira, con Alba sentada sobre mi. Subió y bajó, pero pronto sujeté sus caderas y empecé a mover las mías para embestirla libremente. Me iba a correr muy pronto. Maira me había imitado, y ahora sujetaba a Silvia sobre ella mientras la embestía a buen ritmo. Se volvió a dar un beso lento con Alba y me dio otro breve, antes de juntar sus labios con los de Maira.

“¿Quieres besarme? ¿O prefieres mis tetas?”, me provocó Alba.

“¿Por qué elegir?”, pregunté travieso. ella asintió y me dio un tierno beso en los labios antes de dejarme que le comiera las tetas. Tenían un sabor estupendo, y también su tacto. Finalmente me corrí, agotado que estaba. Caímos los cuatro rendidos en la cama.

“¿Te ves listo para otra ronda?”, preguntó Alba, manoseándome el rabo.

“Necesito… un momento…”, le pedí. Silvia nos miró con celos.

“Tranquila, cariño… pensaba en algo diferente”, dijo la pelirroja.

Antes de poder darme cuenta, me habían puesto en cuatro sobre la cama, y Alba estaba detrás de mi. Se había puesto el dildo con arnés, que como supe entonces, tenía dos extremos, uno de ellos dentro de su propio coño. Delante de mi cabeza podía distinguir el chocho de Maira, quien no había tenido el gusto de disfrutar de mis cunnilingus. Sobre ella reposaba Silvia, quien ya tenía en su intimidad la lengua de la morena.

“Alba… me da miedo…”, confesé.

“No te preocupes. Si te duele me detendré, pero mira”, sentí que tomaba mi dedo y lo puso sobre algo con textura húmeda, “lo he lubricado con todo mi amor. Y no es muy grande, ¿vale?”

“V… Vale….”, dije. Pero temiendo que me pudiera hacer daño, me ahondé en el coño de Maira y lo devoré con avidez, concentrándome en su sabor y no en lo que Alba hacía detrás de mi.

Recuerdo una sensación fría en mi culo en ese momento. Gruñí un poco. Alba no me había mentido. A medias. Era cierto que no dolía… pero molestaba y sentía como el jueguete separaba mi culo. Y aún así, había resbalado dentro con total suavidad. ¿Así se sentía? Tal vez no era tan malo. No se portó mal, y me folló con un ritmo deliciosamente lento mientras yo daba mi mejor oral a Maira y esta se lo comía a Silvia.

La noche duró un poco más. Considerando que no era justo que yo me quedara sin un último orgasmo, Maira y Alba situaron a Silvia sentada en la cama y a mi de pie enfrente de ella. La vi con miedo empezar a devorar mi erección, pero a pesar de su timidez, notaba el cariño con el que me lo estaba haciendo. La vi además besaba y tocada por nuestras amigas, que de vez en cuando le tomaban el relevo, pero sólo un momento, antes de dejarla que fuera ella quien me hiciera correrme.

“Creo que lo nuestro podría funcionar”, dijo Silvia.

“Sí. Bueno, esto es un poco raro”, dije. Ella estaba apoyada en mí… pero Alba y María estaban ambas abrazadas a nosotros.

“Os damos nuestra bendición”, dijo Alba. “Pero somos las que hemos logrado que estéis juntos. Creo que merecemos una pequeña participación en vuestra relación”.

“Vamos, que de vez en cuando nos dejéis unirnos”, aclaró Maira. “Al menos mientras no tengamos pareja… una noche como esta está muy bien”.


Silvia y yo nos miramos y asentimos lentamente. Habíamos disfrutado de la experiencia, no había razón para negarse a repetir.


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