La puta de galerías Pacífico

En algunas ocasiones, la pareja elegía un hotel. No porque no tuviesen dónde revolcarse, sino porque era ese uno de los lugares en que les gustaba hacerlo. Cualquier escenario era probable para, al menos, una aproximación de menor o mayor contacto sexual. No había desafíos inconclusos. Bastaba con conectar miradas para entender lo que podía pasar o esperar lo que fuera: ella le chupó la pija en las ruinas del Pucará de Tilcara mientras el contingente se adelantaba a la siguiente reliquia; él la manoseó en una aerosilla en Bariloche y obviaron el paisaje de regreso a bordo del Tren a las nubes para coger en el baño. Bastaba que se planteara el desafío para que empezaran una escalada de fantasías que a veces concretaban. Esta vez, él le propuso ir a un telo y ella, por supuesto, aceptó.

-Pero tenés que ir de puta. En la entrada tiene que quedar claro que estoy entrando a cogerme a una puta-, desafió él.

-¿Cuánta plata tenés? Porque así veo que me pongo. No es lo mismo una escort vip que una callejera-, retrucó ella sin dar tregua.


A los pocos días él le preguntó si ya estaba preparada y ella dijo que le faltaban algunos detalles, pero consideró que para el lunes iban a estar saldados y así jugar al fin a la puta y el cliente en algún telo. Los días pasaron sin demasiadas referencias a lo que se avecinaba, hasta que el lunes después del mediodía ella le mandó un mensaje: “Voy a estar a las 19 en la puerta de Galerías Pacífico, sobre Córdoba. No tardes porque la calle está dura y tal vez me levante otro ;)”, leyó y entendió que había comenzado el juego. Tal vez por la ansiedad o el temor de que la falta de límites de su esposa le hiciera jugar el papel de verdad lo tenían desde las 18:50 mal estacionado frente a las escalinatas del shopping, buscando en Google algún albergue transitorio cercano. En eso estaba cuando entró un mensaje en el celular: “Espero que estés en la puerta, porque los viejos están picando mucho”.Levantó la vista buscándola y le tembló el cuerpo al distinguirla: botas negras bucaneras, minifalda violeta, un top verde y una remera negra de red que dejaba adivinar la piel. No faltaba detalle, entró a un baño y se cambió. Peluca rubia, sombras violetas en los párpados y rojo furioso en los labios. Gafas grandes y oscuras por las dudas que algún conocido pasara cerca y un collar que le hacía juego con los accesorios de lata que tenía por pulseras y anillos. Estaba claro que era una puta barata. Apenas dejó las escaleras y pisó la vereda, un tachero se le arrimó y ella se lo sacó de encima tirándole un beso al aire. Otro que pasaba le preguntó cuánto cobraba y hasta le pellizcó el culo. Cuando llegó al auto, él estaba desorientado y excitado. Le golpeó la ventanilla y vio que tenía uñas postizas pintadas de rosa fluo. 

-Dale, subí-, se suplicó él mientras terminaba de bajar la ventanilla.

-300 bucal sin globito; 700 completo, sin anal, papi-, le dijo ella

-Subí, por favor-, le dijo él entre asustado y gustoso que las miradas desnudaran a los pajeros de corbata o jean o de esposos que se las rebuscaban para ver una puta en una parada tan inusual para las galerías Pacífico. Ella caminó orgullosa mientras se repetían los bocinazos que se escuchaban a esa altura de la avenida Córdoba. Subió del lado del acompañante, hizo un globito con el chicle y le guiñó un ojo al conductor. El se tiró encima para besarla y ella lo retiró de un empujón.

-300 el pete y 700 completo. Cobro ahora antes de entrar al telo-, le dijo ella ajustándose al papel. Mientras dejaba atrás el shopping sacó de la billetera 500 y se los dio en parte de pago. Entonces ella empezó a tocarle la pija, al tiempo que le recordaba que faltaba plata para el servicio completo y él le pidió que se la chupara. Bajó el espejo detrás del parasol del acompañante y se reforzó el labial furioso para zambullirse en la pija de su cliente. El GPS con las indicaciones por un telo cerca no distraía en absoluto.

-Decile a la gallega que no hago tríos-, se divertía ella. La entrada al hotel fue encendida. Ella se esmeraba por mostrarse para que en la recepción la reconocieran como una prostituta y logró la atención de la persona que ofrecía los distintos tipos de habitación. Antes de llegar a la que él eligió, le pidió que no se desvistiera. Le pagó el dinero faltante que ella guardó en una mochila. Le quitó las botas y le sacó la bombacha para cogerla sin quitarle la minifalda berreta que tenía puesta. Le sacó la remera de red y la manoseó hasta sacarle el top. Intentó un dedo en el culo y ella le recordó que no era parte del servicio y él deliraba. Se la metió con gusto. La llevaba suavemente, la bombeaba fuerte y volvía a la calma, hasta que la llenó de leche y le pidió que se la chupara para dejarla limpia. Media hora después intentó cogerla nuevamente y ella se negó.

-No es por hora esto bebé, ya te la saqué. Dame una propina y me la metés de nuevo antes de que termine el turno-, le dijo ella, decidida a sostener su papel. Desesperado buscó en la billetera y sacó los últimos 200 que le quedaban, pero resolvió que se los ganara.

-Tengo esto, ganatelos putita.

-Ya son mios, veni bebé que te atiendo.

-Vení a buscar la guita-, dijo y tiró los billetes al suelo. Ella se agachó para juntarlo y sin mediar palabra él la enlazó con un brazo e intentó penetrarle el culo. Forcejearon un poco y ella gritaba por el dolor. Le metió apenas la puntita y empezó a cogerla en cuatro, hundiendole la pija en la concha, que estaba mojadísima.

-Te perdono el culo, pero te voy a sacar fotos toda enlechada- le dijo y ella asintió. Un rato después la acostó en la cama y le pintó las tetas con la leche. Sacó otro lechazo que le cruzó un ojo y terminó en el pelo y las últimas gotas se dejaban caer en el resto de la cara. El semen se confundió con las pinturas del rostro y se fundieron en un beso, como marido y mujer. El aviso del final del turno parecía confirmar también el final del juego, pero esta vez el que retrucó fue él.

-No, gracias sin pernocte. Te pido un favor, la señorita se retira en taxi ¿podrás pedir uno y me avisás cuando llega?-, dijo él por el teléfono de la mesita de luz. Ella miró extrañada.

-Pegate una ducha y volvé a tu parada ¿Me dejás tu teléfono, linda? En una de esas me dan ganas de cogerte de nuevo-, le dijo él. De mala gana, ella escribió en un papel su número de celular, que firmó como Chofi. Una hora después se encontraron en el mismo shopping -ella con la sobriedad de su vestimenta habitual-, cenaron sushi como cualquier pareja, con la naturalidad de cualquier día. Comenzaron a jugar nuevamente durante la cena. El dejó su teléfono a la vista y ella advirtió que ahora estaba agendada como Chofi. Se divertían inventando excusas sobre lo que había pasado entre la salida del trabajo y la cena, ocultando que uno había estado con una puta y que otra se había prostituido. Cuando llegó la cuenta ella preguntó quién era la “Chofi” que tenía agendada en el teléfono y él sobreactuó una explicación que la camarera desaprobó con sororidad.

-Dejá, pagó yo-, dijo ella buscando el dinero de la mochila donde asumaba la peluca rubia.


La puta de galerías Pacífico

6 comentarios - La puta de galerías Pacífico

Pervberto +1
Perfección del delirio en la fantasía, una narración que no permite distracciones. Placer al cuadrado.
manuel_paly +1
muy lindo relato me encantoooo besotes