Semana Santa, continuación de Amigos de juventud

Pasaron varios meses de nuestro primer trío con Eduardo; el cual describí en: http://www.poringa.net/posts/relatos/3374645/Amigos-de-juventud.html

Aún recuerdo, que bien me calzaba su verga.


De hecho, creo que, para vagina, hay un pene perfecto; pero, todo lo demás, es tanto o más importante.


¿Qué quiero decir con esto?


Mi esposo tiene un pene normal; pero, él, sabe como manipularme y sacar de mí, el erotismo y la perra que, por sí sola, no me animará a demostrar.


En cambio, Eduardo, tiene una personalidad simple y poco atractiva para mí; no me extraña que, su mujer lo mantenga para las apariencias. Pero, su pene tiene las dimensiones y forma perfecta, para mi vagina; es el macho que más me ha hecho acabar en la vida.


Volviendo a este relato: 


Edy llamaba casi semanalmente, preguntándole a mi marido, cuando lo repetiríamos, a lo que yo me negaba. Me habían dicho varias guarangadas, querían convertirme en su puta.


Se acercaba la Semana Santa próxima pasada; y mi esposo, volvió al ataque con sus propuestas.


Lili: ¿tienes ganas de pasar el finde largo, en alguna parte; para volver a tener sexo los tres?


Con el pasar de los días, la propuesta me retumbaba en la cabeza; y me mojaba, recordando lo sucedido aquella noche de trío, hace ya varios meses.


Hasta que un día, mientras hacíamos el amor, mi marido cogiéndome casi con violencia, y haciendo entrar y salir el dildo, en mi cola, me decía:


Dale. Imagina los tres, en una cabaña, en esta época, cogiendo cuando quieras, y con quien quieras.


No me costó soñarlo, y le pregunté:


¿a dónde iríamos?


Inmediatamente me respondió:


A la costa, a una casita, en el bosque, cerca de la playa.


Inocentemente pregunté:


Y Eduardo ¿qué dice?


Mi marido se hecho a reír, exclamando:


Está desesperado. Me ha dicho que no ha podido coger, y que no lo hará, sin no es con vos.


A mi también me causó gracia; de pronto, me sorprende un tremendo orgasmo, y siento que él, me inunda con su leche.


Exhaustos, me vuelve a preguntar:


¿qué decís?


Ok


Respondo si más.


Acordamos ir en un solo vehículo; por lo que, usamos la camioneta de Eduardo, que era amplia.


Al encontrarnos, yo estaba tan nerviosa, como la primera vez; hacía meses que no nos veíamos; se notaba que había tensión entre los tres. Aquella vez, el alcohol había ayudado; pero, esta vez, estábamos bien sobrios. Nos saludamos fraternalmente, como amigos que éramos; y cargamos el vehículo con los bolsos.


En pocas horas, estábamos en la ruta, rumbo a nuestro refugio.


Conversábamos de cualquier cosa, sin importancia. Hasta que, Eduardo comenzó a recordar lo ocurrido aquella noche. Pero, el diálogo era sólo entre ellos, yo prefería no participar.


Al rato, Eduardo me preguntó si recordaba, lo que yo había prometido. Lo miré con cara extraña, y le dije:
¿Qué? No recuerdo haber prometido nada.



Él sonrió, y me aclaró:


Hace memoria. Yo te pregunté, si harías cualquier cosa, para estar entre nuestras dos vergas, nuevamente. Y vos respondiste afirmativamente.


Quedé en silencio, pero algo recordaba; aún así, lo negué y volví al silencio.


Entonces Eduardo se dirigió a mi marido, preguntándole:


¿qué le podemos pedir esta noche?


Él responde, como si ya tuviera todo planeado:


Como ya se está ocultando el sol, y aún nos falta una media hora de viaje, se me ocurre que, mientras tanto, podría reconocer a sus dos juguetes; ya que, parece no recordar nada. Ja Ja Ja.


Y termina sentenciando:


Una vez que, nos instalemos en la cabaña, pedimos la cena por teléfono; así, le damos tiempo a Lili, para que se ponga como aquella noche. ¿Te parece?


Eduardo entusiasmado y frotándose las manos, exclamó:


Sí. Estaba hermosa aquella noche; y así, quizás, le ayude a recobrar la memoria. Ja Ja Ja


Yo seguía en silencio, viendo como me tomaban para la broma.


Mi marido continuó:


Después de cenar, durante la sobremesa, le podemos pedir que baile, y luego que nos muestre, como se masturba.


Eduardo saltó en el asiento, y casi pega la cabeza en el techo.


Yo miré a mi marido, gruñendo:


¿Qué? ¿Se van a burlar todo el fin de semana de mí?


Él me miró fijo a los ojos, y me dijo, casi murmullando:


Serás nuestra putita, y te aseguro que, la pasaras súper bien, como habíamos quedado.


Ahora, podrías cumplir con la primera consigna.


Eduardo, por respeto y por suerte, cerró la boca; encendiendo las luces bajas de su camioneta; ya que, había caído la noche.


Yo refunfuñando, siento que mi esposo, me toma la mano y la lleva encima de su bragueta; allí, recordé la primera tontería que habían dicho y acordado. Al rato, comencé a acariciarlo, para no discutir, y no deseaba arruinar el viaje.


Eduardo miraba de reojo, supongo que, esperando cuando le tocaría a él; así que, apoyé mi otra mano sobre su bragueta. Acariciaba despacio, para no distraer la conducción. Sentía lo duras que estaban; evidentemente, estaban imaginándome haciendo cosas de puta, para estar así.


Mi marido me ordena, murmurándome al oído:


Méteme la mano.


Al sentir que el brazo de él, el que había pasado por encima de mi hombro; se acomodaba, para acariciarme el pecho contrario; yo, comencé a bajarle la cremallera del jean. Luego, metí mi mano, y abracé con todos los dedos, su pija; la cual, estaba caliente y latiendo. La dirigí y saqué del escondite, observando como brillaba su glande, a pesar de la noche oscura. Comencé a masturbarlo lentamente.


Lo propio, hice con Eduardo; sólo que, casi no podía rodearlo con los dedos, y me costó más de una maniobra, para poder sacarle la verga, por su bragueta.


Veo a través del parabrisas, que pasamos por debajo del cartel de bienvenida al pueblo, y automáticamente, los solté.


Mi marido exclamó:


No nos dejes así, por favor. Una mamadita, please. ¿o volvemos a salir del pueblo? Ja ja ja.


Miré a todo mi alrededor, y realmente no circulaba nadie, parecía un pueblo abandonado; así que, me agaché sobre mi esposo y se la comencé a chupar. A los pocos minutos, soltó su chorro, el cual tragué; me enderecé, y lo miré a Eduardo; quien, con la mirada, parecía suplicármelo; entonces, me incliné sobre él, y comencé a mamársela. Sentí que estacionó, y apagó el motor; para luego, apoyar sus dos manos sobre mi cabeza; me tomó del cabello y me cogió la boca a su ritmo. Un caliente chorro chocó en el cielo de mi paladar. Cuando enderezo, ambos me besan en la boca.


Bajamos de la camioneta, y observo que la cabaña era soñada; de fondo, se escuchaba las olas, romper; la vivienda estaba enterrada en el bosque. Seguramente, estos hijos de puta, la habían elegido, para hacer de todo, sin que nadie sospeche.


Acomodamos lo poco que traíamos, y escucho a mi esposo que pedía la cena por su móvil. 


Yo exclamé:


Bueno, yo tomaré un baño, y me preparo, para cumplir con vuestras órdenes.


Reímos los tres, y terminamos con una cerveza que, recién se había abierto, para calmar la sed.


El baño y la única habitación, estaban en la planta de arriba, en una especie de entrepiso; la cama seguramente, era king size, yo la veía enorme; así que, imaginé que dormiríamos los tres juntos. Pensar en eso, me mojó.


Después del baño, volví a ponerme la misma ropa interior y vestido, que había usado en nuestro primer y único trío. Me maquillé y perfumé. Cuando me disponía a bajar, recordé cual era una de las consignas, y tuve que regresar, para recoger el vibrador.


Ellos, ya habían puesto la mesa, y estaban despidiendo al del delivery, cuando yo bajaba las escaleras. Entonces, pregunté:


¿qué pediste de cenar? Mi amor.


Pero no me respondieron; los dos estaban parados como bobos, boquiabiertos. Ambos, extendieron sus manos, y me acercaron a la mesa. Sentía que había pasado de esclava, a reina.


Charlamos y bebimos alegremente, con buena música de fondo.


Cuando terminamos de cenar, pregunté si querían que preparara café; pero, me respondieron que no había, que mañana había que hacer compras, porque las alacenas estaban vacías.


Brindamos con lo que quedaba de vino, y ellos se levantaron, para acomodarse en el sofá.


Yo me dirigí hacia el equipo de música, para cambiar la música de fondo, por algo más movido. Dándoles la espalda, comencé a mover mis caderas, al ritmo de un reggeaton; giré, y los observé, suponiendo que, estaba dando un buen espectáculo, por la expresión en sus caras.


Cuando me sentí un poco cansada, del movimiento serpenteante, bajé el cierre de mi vestido, para dejarlo caer al piso, quedándome desnuda, frente a ellos, sólo con medias de liga negras y tacos; tomé el vibrador, y me dirigí hacia el único sillón libre, que estaba enfrentado al sofá.


Me senté y subí una de mis piernas, para acariciarme la media, hacer jueguitos con mis dedos en la liga; y luego, apoyé el pie en el borde del sillón, y abrí mi otra pierna; de manera tal, que ellos pudieran ver bien, mi depilada entrepierna. 


Luego de abrir y cerrar mis piernas, algunas veces; y verificar, la dureza de mis pezones, tomé el vibrador, y comencé a jugar con él, por toda la zona erógena.


Con el crecimiento de la calentura, la aparición de mis gemidos, ver que ellos se tocaban el bulto; decidí cerrar los ojos, para brindarme placer, como a veces lo hacía en casa.


Al rato, el vibrador a medio entrar, me arrancaba el primer orgasmo del día.


Cuando recuperé la normalidad de la respiración, veo que mi marido y Eduardo, me tomaban de las manos, y me ayudaban a pararme. Me abrazaron, me besaron y ambos, me acariciaban la entrepierna.


Luego, uno a cada lado, como custodiándome, me dirigían y ayudaban a subir las escaleras.


Cuando llegamos a la planta alta, me sentaron en el borde de la cama. Ellos se desnudaron y yo, no podía desviar la mirada, hacia sus miembros erectos.


A cada lado de la cama, ellos me tomaron de las axilas y brazos, y me deslizaron hacia arriba, por la cama. Y se acostaron a cada lado; inmediatamente, mirando al techo, les tomé los miembros, con cada mano, y los acaricié; los sentía palpitar.


Eduardo de puso sobre su costado, y me tomó del hombro, para que girara hacia él. Sin soltarlo, sentí su verga que rozaba mi pelvis; sin esperar, lo acomodé en la puerta de mi vagina. Automáticamente, él la empujó, y entro su gordo glande, arrancándome un suspiro.


En mi interior, me recriminaba porque había esperado tantos meses, para volverlo a sentir.


Mi esposo, también se pone de costado; y yo sin soltarlo, sintiendo que su verga me rozaba las nalgas, la acomodo en la puerta de mi ano. Él empuja, y también, introduce su glande.


En ese momento, recordé que la última vez, no había entrado más allá, por mi dolor.


Les digo que:


Dejen que yo los coja.


Y comencé a moverme hacia adelante, y hacia atrás; más preocupada porque la verga de Eduardo, me penetrara totalmente, que la de mi marido; la cual, dudaba que fuera más a fondo.


Así, lentamente, volví a sentir como, las paredes internas de mi vagina, se abrazaban a la verga de Edy.


Definitivamente, estos dos hombres, me habían instalado al diablo, en plena Semana Santa.


Evidentemente, el cansancio del viaje, nos estaba cobrando su precio; ya que, casi a la media hora, los tres, explotábamos en jadeo y con líquidos, sin poder comportarnos lujuriosamente.


No sé quién fue primero, pero nos quedamos dormidos en esa posición. Yo, con sus penes flácidos dentro mío.


A la madrugada, me despierta los movimientos de Eduardo, me estaba cogiendo dormida. Lo beso y, siento que, despertamos a mi marido; quien, aún sin despabilarse por completo, como en modo automático, intentaba cogerme con su pito flácido.


Decido cambiar de posición; me doy vuelta y giro el cuerpo, ofreciendo mi vagina a Eduardo, pero por detrás, y con mi boca, me meto en la entrepierna de mi marido, para mamársela.


Edy, me cogía rápido y profundo; mientras, mi boca, lograba resucitar la pija de mi esposo.


Así, estamos un rato, y vuelvo a la posición original, para gozar de una nueva doble penetración.


Esta vez duró más tiempo; yo tuve tres orgasmos, antes de sentir sus chorros de semen.


Nuevamente, ellos se quedaron dormidos; y yo, aproveché a ir al baño, a higienizarme.


Nos despertó el amanecer; nos habíamos olvidado de correr las cortinas.


Como adolescentes, sorteamos los turnos de la ducha, ganando mi marido.


En la ducha, se lo escuchaba cantar; mientras, Eduardo, deseaba echarme otro polvo. Así que, me puse en cuatro patas, para que lo hiciera; ya que, no paraba de decirme piropos y que le provocaba estar duro todo el tiempo.


Esta vez, me hizo el amor, muy cariñosamente. Me cogió tan placenteramente, que me juré no dejar pasar tanto tiempo, para volverlo a sentir; más que, a mi marido, parecía entusiasmarlo más esta situación, que la normalidad y rutina del día a día.


A media mañana, estábamos caminando por el pueblo, buscando como abastecernos, para el resto del día. En lo que parecía, un centro comercial, había un puesto de cerveza artesanal, y ellos exclamaron que, por la noche pasaríamos por unas pintas.


Caminamos por la playa, los tres tomados de la mano; a veces, abrazados; por otros momentos, pateábamos las olas de la orilla; pareciendo aquellos adolescentes del barrio, que habíamos sido; pero, ahora, nos besábamos profundamente y cogíamos con placer.


Almorzamos y dormimos una siesta, propias de los lugares tranquilos. Estábamos casi, solos.


Llegó la noche, y como habíamos acordado ir a tomar cerveza; yo no sabía que ponerme; no deseaba llamar la atención en el pueblo; entonces, le consulté a mi marido, y como siempre, me dio una buena recomendación.


Me puse un conjunto de jean, de pollera y campera, con una camisa blanca; había pensado no usar ropa interior; así que, me puse unas medias de lana can can negras, para no morirme de frío, y poder seguir siendo bella, para mis dos hombres.


Partimos en la camioneta, hacia el bar.


Allí bailamos y tomamos muchísima cerveza; se podía decir que, a media noche, estábamos casi borrachos.
Sin darme cuenta, algunos del bar se habían percatado, que yo besaba a mi marido y a Eduardo, indistintamente; por lo que, me observaban atentamente.



En medio de la algarabía, mi marido dice, casi gritando, por el volumen de la música:


Bueno, creo que es hora de retirarnos a nuestro nidito.


Eduardo y yo, asentimos con la cabeza, para no gritar, y a pesar de, lo bien que la estábamos pasando.


Edy, me dice al oído:


Bueno, ahora tendrás que cumplir con la consigna, si quieres acción, esta noche.


Yo pregunto cual era, porque no recordaba nada, de las tonterías que se les ocurría. Entonces, mi marido, me dice al oído:


Lili, tenes que mamársela a un extraño.


Yo salto espantada, y les grito:


¡Qué! ¿se volvieron locos ustedes?


Eduardo agrega:


Te recuerdo que, la estabas pasando tan bien, que nos respondiste que sí, a todo.


Me crucé de brazos, y con cara de gruñona, me mantuve en silencio; cuando mi marido, se acercó a mi oreja, para decirme:


Tenemos uno fichado, que no te sacó la mirada, en toda la noche. ¿se lo propongo?


Yo suplicándole, le respondo:


Por favor, vayámonos y olviden las tonterías, que pude haber dicho. Me di cuenta que, algunos nos observaban; pero, no sé de quién hablan. Por favor, no. Olvídenlo.


Mi marido insiste, y me dice:


Déjate llevar por el morbo, nosotros te acompañaremos, y veremos cómo se la chupas. Vamos a planteárselo, para hacerlo en el baño.


Vuelvo a suplicar:


Por favor, no. El baño es asqueroso.


Mi marido me pregunta:


¿dónde? Entonces. ¿dónde te sentirías más cómoda hacerlo?


Yo casi soltando en llanto, le contesto:


¿En la camioneta de Eduardo?


El dijo Ok, y Eduardo me abrazó, colocándome la campera, y sin soltarme, me condujo hacia la salida; mientras que, mi marido, iba por el extraño.


Afuera, Eduardo intentaba tranquilizarme; ya que, sentía que estaba temblando:


Disfrútalo Lili. Eres una hembra tremenda, que goza del sexo sin igual; aunque te sorprenda ahora, cuando lo recuerdes, te volverás a poner cachonda. Quiero que goces de esta mamada; yo, sin lugar duda, voy a gozar viéndote; y más aún, cuando luego, con tu esposo, te cojamos hasta rendirte.


Llegamos a la camioneta, y Eduardo, abrió la puerta del acompañante, ubicándome en el asiento trasero; me acariciaba y daba tiernos besos en la frente y en las mejillas. A lo lejos, divisaba que mi marido, se acercaba con un fulano. Yo bajé la mirada, de la vergüenza e impotencia.


La puerta quedó abierta, y a pesar de mirar hacia abajo, vi que, al lado, de pie, había alguien con botas tejanas y jean; quien me saludaba; pero, yo no lo escuchaba, estaba paralizada.


Desde la otra ventanilla, que ya estaba baja, escuché la voz lejana de mi marido:


Vamos Lili. Hace con este hombre, lo que tan bien sabes hacer.


No entendí como, ni de donde saqué fuerzas; pero, alcé mis manos, en dirección del cinturón de ese hombre. Sin levantar la mirada, le desabroché el cinturón y el botón superior, con dificultad; luego, con la punta de los dedos, de una de mis manos, le bajé la cremallera. A lo lejos, se escuchaba la música del bar. Con mi otra mano, toqué su ya endurecido miembro; pero, por mi nerviosismo, no pude sacarla; entonces, con mis dos manos, y la ayuda de ese extraño, le bajé el pantalón y el bóxer, hasta que se liberó su pene.


Sin más remedio, tuve que alzar la mirada hacia su pelvis, y descubrí que Eduardo, estaba al lado del fulano, y que mi marido, estaba detrás, del otro lado de la camioneta.


El hombre trataba de animarme, acariciándome los pechos, por encima de la camisa; los cuales, reaccionaron, porque no llevaba sostén. Además, al tener la mirada hacia abajo, observé que la mano de Eduardo, subía por mi muslo, intentando pasar por debajo de la pollera de jean, para llegar a mi sexo. Poco a poco, lo logró y comenzó a acariciarme los labios vaginales; los cuales, también reaccionaron, porque las medias de lana, era lo único que, separa sus yemas de mi sexo.


Tomando una bocanada de aire, llevé aquel miembro a mi boca, y comencé a mamarlo, intentando hacerlo, lo mejor posible.


Las caricias estaban haciendo su efecto, y poco a poco, mejoraba mi fellatio; hasta que, alcé la vista, observando el goce de ese hombre; esto me animó, y lo hice mejor aún. Este ya había metido mano, por debajo de la camisa, y me restregaba los pechos, con fuerza. Por su parte, Eduardo, había logrado meterme su dedo índice, y me estimulaba fuertemente.


Cuando, descargó la leche sobre mi paladar, ahí entendí, que venía mamándosela con vehemencia.


El hombre, simplemente se acomodó, me acarició la cara y me dijo:


¡Sos hermosa! Gracias muchachos. ¡Qué locos que son! Disfrútenla.


Dio media vuelta, y observé que regresaba al bar. Me abroché la camisa y sentí que mi marido y Eduardo, querían seguir acariciándome, meter mano; y quizás, hasta cogerme, allí mismo. Los separé y exclamé:


Basta. ¿podemos irnos a la cabaña?


Se detuvieron inmediatamente, y como rayos, se subieron, y nos encaminamos de regreso. Por suerte, nadie dijo nada.


Al llegar, mi marido, ni bien entramos, me toca la cola y me susurra:


Eres lo mejor que me puede haber pasado en la vida.


Por detrás, Eduardo me quita la campera, me toma del brazo, y me dice:


Me encanta que seas tan obediente. Ahora, te premiaremos.


Me toca los pechos, casi arrancando los botones de la camisa, y sigue conduciéndome hacia el sofá. Allí, mi marido, casi desesperado, me sube la pollera y me baja las medias, enterrando su cara, en mi cola, y estirando la lengua, llegaba a la vagina.


Eduardo se desviste, lo más rápido que podía, y veo que su verga salta, como un trampolín. Se sube al sillón, y quiere metérmela en la boca, diciéndome:


Haceme lo mismo, que le hiciste a ese señor.


Yo lo miro fijo a los ojos; pero, decido no contestarle, y comienzo a chupársela, aunque no me entra en la boca.


Mi marido se desnuda también, y siento que intenta introducirme algo frío y salivado, en el ano; pero, yo no puedo girar para saber, porque tenía la ropa a medio sacar, y la pija de Eduardo, en mi boca. Me olvido, aunque lo siento.


Paro las acciones, para terminar de retirarme las prendas, y aprovecho a preguntarle:


¿Qué me metiste en el culo?


El me susurra al oído:


Es un dilatador de ano. Hoy lo haremos profundo. Te lo ganaste.


Eduardo se retira de mi boca, y se sienta en el sofá, indicándome que, lo monte.


Me subo, dándole la espalda a mi marido, y con la mano dirijo el vergón de Edy, a mi entrada. Empecé a cabalgar, mientras masturbaba a mi marido, y él jugaba con el dildo en mi ano, entrando y saliendo.


Al rato, él sube al sillón y coloca su pija, cerca de mi boca; así que, cabalgo encima de Eduardo, chupeteo el pene de mi marido, en el ir y venir; y, con mi mano, gobierno el juguete que me había metido en la cola; ya que, me producía placer.


Así, estuvimos un buen rato; hasta que en medio del sube y baja, como fuegos artificiales, comenzaron a saltar los chorros de semen; y yo, había perdido la cuenta de mis orgasmos.


Me hacía tan feliz estar con ellos dos, que la mamada, en el estacionamiento del bar; casi, no la recordaba.
Subimos los tres las escaleras, para continuar en la cama.



Allí, me coloco en mi posición preferida, acostada sobre mi lateral izquierdo; de esta manera, Eduardo, también se colocaba de costado, y aprovechando que la tenía tiesa, me la introduzco antes que, se me inflame. Mientras tanto, mi esposo, juega un rato con el juguete en mi ano, y lo retira, para reemplazarlo por su miembro.


Ya estaba nuevamente, moviéndome hacia adelante y hacia atrás. Cuando avanzaba, sentía como mi vagina abrazaba la verga de Edy, como para no soltarla jamás; cuando retrocedía, sentía, como mi marido, se abría paso en mi cola; pero, esta vez, golpeándome con su barriga, las nalgas, y mis entrañas sentían, como su pene entraba hasta el fondo.


Luego de, un sin número de orgasmos, siento que me inundan de leche; y sorprendida, ellos no paran, sus miembros no necesitan recuperación, y casi de memoria, sigo con mis movimientos; hasta que deciden cambiarme de posición. Eduardo, me indica que me suba en él; así que me arrodillo, me acomodo, y vuelvo a introducirme su vergón. Mi marido, se coloca detrás, y forzándome sobre la nuca, me obliga a aplásteme sobre Edy. Él se acomoda, y vuelve a metérmela por el ano.


Ahora, el vaivén es más furioso; siento, como chocan sus pijas, dentro mío; pienso que, esta vez sí, me partirán en dos.


Después de un buen rato, caemos de espaldas, exhaustos.


Mirando el techo, pienso, mejor dicho, me digo, difícilmente logre pasar los días restantes de esta forma.


Cuando regreso del baño, ellos estaban dormidos, tal cual como estaban, mirando al techo; incluso Eduardo, se le escuchaba roncar; así que, con mucho cuidado, me acomodo entre ellos, sin despertarlos, quedando rendida a Orfeo. 


Si saber que me despierta, observo la claridad del día; pero, aún no amanece; siento que, mi marido, también se había despertado, y jugaba suavemente con la yema de sus dedos, sobre mis erectos pezones. Nos sonreímos y besamos.


Susurrábamos, para no despertar a Eduardo.


Él me dice:


¿todo bien?


Yo asiento con la cabeza, y él continúa:


¿te imaginabas todo este placer?


Sin saber que responder, lo beso profundamente, para que no tuviera dudas.


Al sentir que se le volvía a parar, decido masturbarlo y le susurro al oído:


Todavía no puedo. Me dejaron hecha una miseria.


Me besa, se deja hacer, e intenta planificar el resto del día. Yo, casi sin escucharlo, me concentro en la masturbación y concluyo:


Dejemos que fluya.


Suelta un leve chorro sobre mi pansa, sonreímos, nos besamos, y así, quedamos dormidos.


A media mañana, casi al unísono, nos despertamos, volvimos a sortear los turnos de la ducha; y luego, desayunamos, siendo casi el medio día.


Luego, salimos a caminar por la costa, combinando bosque y playa.

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