Tormenta y orgasmo

Cuando el destino ofrece regalos, no hay que negarse. Sólo hay que dejarse llevar. 


Me encontré con V (V de Victoria, de Violeta, de Verónica… no viene al caso) que estaban en la esquina de mi oficina, empapada, temblando de frío.


Hacía mucho que no la veía, y me alegró mucho encontrarla. Era una linda amiga de la vida, habíamos tenido algo setenta mil años atrás, pero por cosas de la vida, nos dejamos de ver. ¡Hasta fui a su casamiento!


No había nadie en la oficina. Las ratas de mis socios vieron que se venía tormenta y se mandaron a mudar. 


Le ofrecí una toalla limpia, mientras hacía un café, cuando noté algo y se lo dije


Tenés cara triste. Creí que te alegrabas como yo de encontrarme.

No, tontito, no es por vos. Las cosas no están bien, algo no funciona. Diez años de matrimonio, y ya somos desconocidos. Él en la suya, con sus proyectos, yo sin rumbo, dando vueltas sobre treinta ideas a la vez pero sin concretar ninguna – me dijo, y nos miramos como los dos sabíamos que nos estábamos mirando, así que le tome la cara, le di un beso en los labios, suave, y le dije

- A ver si le saco esa tristeza… a las casualidades hay que premiarlas.


- Sos un hijo de mil putas. Te aprovechás…


Si. Como siempre.

Y no dije más, porque era ella la que me besaba. Con furia, enojada. Pero ya sin dudas, no conmigo. Metió su lengua en mi boca y le desprendí la camisa, sin sacársela, me empujó en el sillón de la recepción y desabroché mi cinturón.


Cuando una mujer está decidida, no hay que hacer nada más que dejarse llevar. No había sido una celada, ni había preparado nada. Suelo preparar escenario, imaginarme juegos, pero hoy era pura improvisación. En realidad, estaba siendo partener de quien llevaba el mando, de quien estaba disfrutando de la casualidad, bajando el cierre de mi pantalón y metiéndose en la boca mi pija, como cuando era soltera.
Pero no se detuvo demasiado, porque se paró, se sacó su tanga y se subió arriba mío, y sin más preámbulos, se derrumbó encima dejándose caer sobre mí, y golpeaba sus caderas sobre mi pelvis. Me cabalgaba, y yo la dejaba hacer, porque lo estaba disfrutando, es cierto, pero también porque era un torbellino. Me cogía con bronca.


Le desprendí el corpiño y liberé sus tetas. Rocé con mis labios un pezón, pero no lo besé ni lo chupé ni lo mordí. Lo rocé una vez. Y luego otra. Algo pasó en ese momento, porque dejó de moverse. Aproveché para agarrarla de la cintura, y llevarla despacito, a los lugares que a mí me gustan. 


Nadie nos corría, así que decidí demorarme en sus pechos, como siguiendo la partitura que proponía la música de sus gemidos. 


Se quedó inmóvil, y si bien estaba quieta, su cuerpo se tensaba. 


Debajo de ella, yo llevaba un ritmo suave, haciendo círculos con mis caderas, penetrándola profundamente.


Si alguien nos estuviera mirando, solo vería dos cuerpos juntos inmóviles. Pero dentro de esa quietud externa, lo que realmente ocurría era un intenso movimiento interno que nadie hubiera adivinado, y que nosotros estábamos disfrutando plenamente.


Nos gozábamos, y besé su cuello, y ese fue el principio de un desenlace inesperado. Para mí. También para ella. 


Empezó a gritar palabras inconexas, que parecían decir que me detenga, y que no pare al mismo tiempo. Que deje de hacerlo, pero me agarraba el cuello con las manos apretándome contra su cuello que ofrecía sin reparos.


Sentí su orgasmo pronto. Al menos sus gritos así lo demostraban. Sus nalgas tensas, sus ojos cerrados, sus gemidos profundos, y cuando todo parecía haber terminado se paró frente a mí, y se metió dos dedos en su concha


-hijo de puta, ves que puedo acabar, pelotudo… tomá, tomá, tomá!


Era una máquina de decir insultos, que no estaban dirigidos a mí, pero mientras se penetraba con los dedos, y se frotaba el clítoris con la palma de su mano, no sólo seguía acabando, encadenando un orgasmo sobre otro. 


Eyaculaba. 


Un chorrito al principio, y un largo chorro después, y se derrumbó exhausta en la alfombra, tapándose la cara con los dos brazos.


Me acerqué hasta ella, y vi que lloraba.


- Con mi marido no acabo, y con vos…


La abracé y le besé los labios. Ella se enjugó las lágrimas, y dijo que la cortaba con el melodrama, que yo era un amor, y que se le estaba ocurriendo una idea.


- Después te digo en qué estoy pensando, pero ahora déjame terminar esto bombón… ni loca me lo pierdo


Y empezó a chuparme la pija muy despacito, y a acariciarme, y a pajearme 
cadenciosamente, y a metérsela en la boca otra vez, hasta que empecé a acabar. Mi cuerpo se tensó. El orgasmo era inminente, y quise salir de su boca. Pero no pude hacerlo. Se aferró a mis nalgas y se tragó toda mi pija hasta el fondo… la descarga era inminente, ella lo sabía, y la quería en su boca. Cerré los ojos, y me dejé llevar por el torbellino. Se tragó hasta la última gota, y me dejó exhausto, en el descanso del guerrero, que esta vez, había perdido el control, y en el camino, había conocido la magia de la amrita.


Se vistió, y me dijo sonriente


-las casualidades hay que premiarlas. Pero esta sonrisa me va a durar toda la semana. Creo, nene, que voy a tener que recibir este tratamiento más seguido.





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