Fotos que incendian

En alguna parte muy cálida de América, la moza, su joven cuerpo moreno deseoso de aventura, disfruta su día de vacaciones. Su apuesto marido la acompaña, prometiendo banquetes de placeres en la cama compartida. Miradas cómplices, sonrisas insinuadas, convenios de desnudez son las señales de comunicación al llegar a la habitación del hotel que muestra, como un altar pagano apto para rituales obscenos, el colchón que sostendrá sus desenfrenos.

Lejos, muy lejos, alguien la admira. León de mil batallas, no permite que el implacable paso de los años le quiten, le apaguen, siquiera le moderen el fuego que le arde en sus veteranas entrañas. Leyó con fruición, con embrujo, con libido desatada los textos de aquella joven, publicados en secreto en un medio virtual al que él accede cotidianamente a abrevarse en la comunitaria lujuria colectiva y a devolver pasiones por escrito.

Por el encanto de las comunicaciones modernas, ella recibe un mensaje atrevido que él le manda. Administrando procacidades sin cuento, él le sugiere que sus letras, que hablan de seducciones diversas, de pequeñas multitudes compartiendo orgasmos, de invasión de otras pieles femeninas y más milagros del deseo, deberían complementarse con imágenes de sus ciertamente apetecibles formas e incitantes texturas.

Fingiendo juguetona modestia, ella demora cumplir con el pedido, porque el arte de cautivar requiere cuidadosos tiempos. Como se esperaba, a su debido tiempo ella cumple con el envío de una foto íntima, de una simple foto que revela turgencias mal escondidas, líneas elegantes que piden que las quemen lo excesos, largos cabellos que reclaman ser riendas de cabalgatas indecentes de carnes fusionadas en un anhelo único de deleites.

En la ebriedad de sexo que ese turbulento paisaje le provoca, él desahoga su furia lasciva sobre su compañera de todas las horas y partícipe de ésa y otras osadías. En el combate físico entre experientes militantes del goce, él le confiesa que una foto enviada por una remota amante virtual es el combustible de la pasión renovada. En medio de cómplices comentarios, ella lame, escupe, succiona su sexo con ánimo de posesión:

- ¿Así te la chuparía esa pendeja tropical?

No tiene respuesta esa pregunta, ni tampoco la siguiente, cuando, instantes después, ella se sube al mástil y se deja caer en medio de gemidos, en loco balanceo de caderas y tetas, en desenfrenada carrera de sentencia conocida y victorias incluyentes después de feroces manoseos, de dedos invadiendo oquedades prohibidas, de pellizcones sin piedad, de mordidas que devoran el regodeo del otro para devolverlo multiplicado:

- ¿Así te montaría esa puta?

Sí, así o diferente, ¿quién lo sabe ahora, quién no querría descubrirlo cuanto antes, quién no se desvela en la fantasía? Sobre pechos ávidos, se derrama semen como si maestros renacentistas firmasen su arte, néctar fragante pronto para la libación que, lejos de saciar las sedes vitales, las promueve. En nuevos mensajes, él le admite a la muchacha distante las consecuencias que tuvo aquella simple foto.

Como respuesta, ella manda otra, encuadrando desde abajo su portal húmedo, con potentes senos al fondo. Vienen agregadas confesiones de calores en ida y vuelta, de anhelos que sobrevuelas las latitudes, de promesa no dichas de seguir haciendo girar la interminable rueda del placer y de cuánto le gustaría que él escribiese todo esto dejando testimonio para beneficio de los demás libertinos.

¿Le dará él satisfacción a esa súplica?

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