Lo que pasó anoche.
Hoy se celebra el Día del Padre en mi país, y yo vivo con mi mujer y mi hijo en un departamento. Por cosas del destino, también vive con nosotros mi suegra (que está buena a sus más de 50 años) y mi cuñada, que tiene 15.
Todo pasó anoche. Como mi mujer sabía que hoy saldríamos a saludar a familiares por el Día del Padre, quiso preparar algo y tomarnos unos vinos. Después de la cena, mi hijo y mi cuñada se fueron a dormir y solo quedamos mi mujer Alicia, mi suegra Sofia y yo. Todo empezó muy tranquilo, con algo de música y unas copas de vino. Al principio, solo hablábamos de algunos negocios que podíamos montar y veíamos qué se podía hacer para obtener algo más de dinero. Ya cuando entramos en calor, empezamos a bailar. Bailé una salsa con mi mujer, luego con mi suegra, y pronto los tres nos movíamos al ritmo de la música. Mi mujer, ya pasada de tragos, puso algo de reggaetón, argumentando que no éramos viejos y que podíamos divertirnos como jóvenes (yo tengo 30 y mi mujer 28).
Empecé a bajar mi mano por la espalda de mi mujer, tomándola por el culo con descaro. Ella respondió al estímulo, pegándose a mí, y bailamos más rico, desentendiéndonos de mi suegra. Mi mujer, dándome la espalda, me restregaba el culo, lo cual me encantó. Entre el baile, vi a mi suegra y su mirada estaba perdida en el contoneo de su hija. Mi mujer, tratando de disuadirla, indicó que su mamá estaba allí, y todo se calmó un poco. Terminamos de bailar y nos sentamos a seguir conversando.
El tema de “no me importa que usted sea mayor que yo” salió a colación, y mi mujer dijo: “Baila con mamá, que no se aburra”. Accedí y bailamos tranquilos hasta que empezó el coro: “No me importa que usted sea mayor que yo, hoy la quiero en mi cama”. Mi suegra me miró y dijo: “Uyy, creo que a mí tampoco me importaría”. Eso me dejó helado. Sabía que tenía que moverme para seguir bailando, pero mi cuerpo no respondía. Un morbo increíble empezó a recorrerme y, como quien baila, empecé a acercarme a ella, rozándola poco a poco. Pude sentir su cuerpo, y me excitó demasiado.
Terminamos de bailar y nos sentamos, pero yo estaba con la verga a mil. Me senté en el sofá al lado de mi mujer, y seguimos conversando, pero no podía dejar de verle las tetas y las piernas a mi suegra. Con tanta calentura, quería mostrar a mi suegra cómo me había dejado, y no se me ocurrió mejor idea que bailar con mi mujer, que ya estaba muy mal con el alcohol, al igual que todos.
Nuestro baile fue casi un acto sexual. La tomé por la cintura y le apreté las nalgas, recorriendo su cuerpo con mis manos con total descaro. Ella solo se dejaba llevar. Mientras tomaba a mi mujer por la cintura, dándole la espalda, le restregaba mi paquete por el culo. Fue realmente delicioso. En eso, sentí que alguien me tomaba la cintura. Al voltear, estaba mi suegra, que me dijo: “No me dejen fuera, hay que bailar los tres”. Y ahí estaba yo, en medio de dos mujeres, con la verga a mil y ya no me importaba si veían lo empalmado que estaba. Mi mujer, ya ebria, se movía delicioso, y mi suegra me restregaba sus tetas en la espalda. Me volteé y le di atención a mi suegra. Se volteó y me dejó su culito, con esas leggins pegadas, a disposición de mi verga. Ni corto ni perezoso, se la restregué mientras mi mujer seguía bailando detrás de mí.
Termina la canción y nos sentamos los tres en el mismo sofá, yo en el centro, con una calentura a mil. Abracé a mi mujer y empecé a besarla mientras le tocaba los pechos. Mi suegra dijo: “Hija, ¿por qué no le bailas aquí a tu esposo? Él estará feliz de que le bailes”. Alicia se paró y empezó un baile realmente excitante, sobándome la verga delicioso. Mi suegra, al costado, me decía: “Lo disfrutas, verdad”. Y no sé por qué respondí: “Sí, supieras que tu hija es toda una puta en la cama”. A lo que ella dijo: “Quizá sea de familia”. Me quedé viéndola, y mi esposa, totalmente ebria, me tomó de la mano y me dijo: “Vamos al cuarto”. Se despidió de su mamá con un “Buenas noches, mamita”, y yo, de la mano, detrás de ella.
Al entrar al cuarto, solo quería cogérmela. Para mi suerte, el cuarto de mi suegra estaba enfrente del nuestro. Mi mujer, sin desvestirse, se agachó y empezó a comérmela delicioso. No cerramos la puerta, y vi que mi suegra pasó echando un ojo, y entró a su cuarto. Tomé a mi mujer por la cintura, le saqué las tetas, le bajé el pantalón (no se lo saqué), la puse en cuatro y empecé a cogérmela. La tomé por el pelo y le decía: “¿Quién es mi puta?”. Y ella: “Yo, papito, yo”. Le pedía que lo gritara, y ella, cada vez más fuerte, gritaba: “¡Qué rico, soy tu puta, qué rica verga!”. Estaba seguro de que mi suegra escuchaba todo. Después de un rato de coger, me vine, y mi mujer se dejó caer en la cama, dio un gran suspiro y se durmió del cansancio y lo pasada de tragos que estaba.
Salí al baño, porque tengo la mala costumbre de ir al baño después de coger, y pasé por el cuarto de mi suegra. Entré al baño, y al salir, la vi detrás de la puerta. Me dijo: “Qué buena faena se dieron”. Entró al baño y cerró la puerta. Eso me dejó empalmado otra vez. La esperé fuera, estaba todo apagado. Al salir, le pregunté si quería tomar una copa más, a lo que se acercó y me dijo: “Si tomo una más contigo, terminarás en mi cama, así que mejor paso”. La tomé por la cintura y le planté un beso. Mis manos recorrieron su cuerpo; por fin toqué esas nalgas hermosas. Me correspondió. Poco a poco, se agachó, me sacó la verga y me dio una mamada que jamás había tenido. Logró que me corriera. Se levantó y, aún con mi verga en su mano, me dijo: “Pero esta noche, esto será todo lo que tendrás de mí. Recuerda, no soy plato de segunda mesa, y la próxima vez, empieza por mí”. Me dio un beso, me dijo buenas noches y se despidió con un “Qué rico sabor, el sabor de mi hija”. Se fue a su cuarto. Volví a mi cama, vi a mi mujer dormida con los calzones abajo, y yo, empalmado, sin pensarlo, me la cogí otra vez, pero ahora por el culo (a ella no le gusta que le dé por ahí).
Al día siguiente, al levantarnos, todo estuvo casi normal, algo de malestar por la resaca. Mi mujer se quejaba de que le dolía el culo, y mi suegra, con una sonrisa pícara. Está uno de estos días será mía por completo.
Hoy se celebra el Día del Padre en mi país, y yo vivo con mi mujer y mi hijo en un departamento. Por cosas del destino, también vive con nosotros mi suegra (que está buena a sus más de 50 años) y mi cuñada, que tiene 15.
Todo pasó anoche. Como mi mujer sabía que hoy saldríamos a saludar a familiares por el Día del Padre, quiso preparar algo y tomarnos unos vinos. Después de la cena, mi hijo y mi cuñada se fueron a dormir y solo quedamos mi mujer Alicia, mi suegra Sofia y yo. Todo empezó muy tranquilo, con algo de música y unas copas de vino. Al principio, solo hablábamos de algunos negocios que podíamos montar y veíamos qué se podía hacer para obtener algo más de dinero. Ya cuando entramos en calor, empezamos a bailar. Bailé una salsa con mi mujer, luego con mi suegra, y pronto los tres nos movíamos al ritmo de la música. Mi mujer, ya pasada de tragos, puso algo de reggaetón, argumentando que no éramos viejos y que podíamos divertirnos como jóvenes (yo tengo 30 y mi mujer 28).
Empecé a bajar mi mano por la espalda de mi mujer, tomándola por el culo con descaro. Ella respondió al estímulo, pegándose a mí, y bailamos más rico, desentendiéndonos de mi suegra. Mi mujer, dándome la espalda, me restregaba el culo, lo cual me encantó. Entre el baile, vi a mi suegra y su mirada estaba perdida en el contoneo de su hija. Mi mujer, tratando de disuadirla, indicó que su mamá estaba allí, y todo se calmó un poco. Terminamos de bailar y nos sentamos a seguir conversando.
El tema de “no me importa que usted sea mayor que yo” salió a colación, y mi mujer dijo: “Baila con mamá, que no se aburra”. Accedí y bailamos tranquilos hasta que empezó el coro: “No me importa que usted sea mayor que yo, hoy la quiero en mi cama”. Mi suegra me miró y dijo: “Uyy, creo que a mí tampoco me importaría”. Eso me dejó helado. Sabía que tenía que moverme para seguir bailando, pero mi cuerpo no respondía. Un morbo increíble empezó a recorrerme y, como quien baila, empecé a acercarme a ella, rozándola poco a poco. Pude sentir su cuerpo, y me excitó demasiado.
Terminamos de bailar y nos sentamos, pero yo estaba con la verga a mil. Me senté en el sofá al lado de mi mujer, y seguimos conversando, pero no podía dejar de verle las tetas y las piernas a mi suegra. Con tanta calentura, quería mostrar a mi suegra cómo me había dejado, y no se me ocurrió mejor idea que bailar con mi mujer, que ya estaba muy mal con el alcohol, al igual que todos.
Nuestro baile fue casi un acto sexual. La tomé por la cintura y le apreté las nalgas, recorriendo su cuerpo con mis manos con total descaro. Ella solo se dejaba llevar. Mientras tomaba a mi mujer por la cintura, dándole la espalda, le restregaba mi paquete por el culo. Fue realmente delicioso. En eso, sentí que alguien me tomaba la cintura. Al voltear, estaba mi suegra, que me dijo: “No me dejen fuera, hay que bailar los tres”. Y ahí estaba yo, en medio de dos mujeres, con la verga a mil y ya no me importaba si veían lo empalmado que estaba. Mi mujer, ya ebria, se movía delicioso, y mi suegra me restregaba sus tetas en la espalda. Me volteé y le di atención a mi suegra. Se volteó y me dejó su culito, con esas leggins pegadas, a disposición de mi verga. Ni corto ni perezoso, se la restregué mientras mi mujer seguía bailando detrás de mí.
Termina la canción y nos sentamos los tres en el mismo sofá, yo en el centro, con una calentura a mil. Abracé a mi mujer y empecé a besarla mientras le tocaba los pechos. Mi suegra dijo: “Hija, ¿por qué no le bailas aquí a tu esposo? Él estará feliz de que le bailes”. Alicia se paró y empezó un baile realmente excitante, sobándome la verga delicioso. Mi suegra, al costado, me decía: “Lo disfrutas, verdad”. Y no sé por qué respondí: “Sí, supieras que tu hija es toda una puta en la cama”. A lo que ella dijo: “Quizá sea de familia”. Me quedé viéndola, y mi esposa, totalmente ebria, me tomó de la mano y me dijo: “Vamos al cuarto”. Se despidió de su mamá con un “Buenas noches, mamita”, y yo, de la mano, detrás de ella.
Al entrar al cuarto, solo quería cogérmela. Para mi suerte, el cuarto de mi suegra estaba enfrente del nuestro. Mi mujer, sin desvestirse, se agachó y empezó a comérmela delicioso. No cerramos la puerta, y vi que mi suegra pasó echando un ojo, y entró a su cuarto. Tomé a mi mujer por la cintura, le saqué las tetas, le bajé el pantalón (no se lo saqué), la puse en cuatro y empecé a cogérmela. La tomé por el pelo y le decía: “¿Quién es mi puta?”. Y ella: “Yo, papito, yo”. Le pedía que lo gritara, y ella, cada vez más fuerte, gritaba: “¡Qué rico, soy tu puta, qué rica verga!”. Estaba seguro de que mi suegra escuchaba todo. Después de un rato de coger, me vine, y mi mujer se dejó caer en la cama, dio un gran suspiro y se durmió del cansancio y lo pasada de tragos que estaba.
Salí al baño, porque tengo la mala costumbre de ir al baño después de coger, y pasé por el cuarto de mi suegra. Entré al baño, y al salir, la vi detrás de la puerta. Me dijo: “Qué buena faena se dieron”. Entró al baño y cerró la puerta. Eso me dejó empalmado otra vez. La esperé fuera, estaba todo apagado. Al salir, le pregunté si quería tomar una copa más, a lo que se acercó y me dijo: “Si tomo una más contigo, terminarás en mi cama, así que mejor paso”. La tomé por la cintura y le planté un beso. Mis manos recorrieron su cuerpo; por fin toqué esas nalgas hermosas. Me correspondió. Poco a poco, se agachó, me sacó la verga y me dio una mamada que jamás había tenido. Logró que me corriera. Se levantó y, aún con mi verga en su mano, me dijo: “Pero esta noche, esto será todo lo que tendrás de mí. Recuerda, no soy plato de segunda mesa, y la próxima vez, empieza por mí”. Me dio un beso, me dijo buenas noches y se despidió con un “Qué rico sabor, el sabor de mi hija”. Se fue a su cuarto. Volví a mi cama, vi a mi mujer dormida con los calzones abajo, y yo, empalmado, sin pensarlo, me la cogí otra vez, pero ahora por el culo (a ella no le gusta que le dé por ahí).
Al día siguiente, al levantarnos, todo estuvo casi normal, algo de malestar por la resaca. Mi mujer se quejaba de que le dolía el culo, y mi suegra, con una sonrisa pícara. Está uno de estos días será mía por completo.
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