Corriendo(me) con mis hermanas 11

Nada, le cambiamos la funda… así mamá piensa que hemos hecho algo útil.

 
A la tarde, después de comer, conseguí encontrar otro rato a solas con Anita. Fundamentalmente para hablar, porque incluso a mí me parecía arriesgado repetir otro polvo como el de antes. Pero no había previsto que ella me dijera guarradas relacionadas con Tara cuando folláramos, y lo cierto es que aquello había despertado algo en mi interior. Hasta ahora, había dado por hecho que mis encuentros con cada hermana iban a ser algo separado. Pero… bueno, en fin, Tara ya sabía que había algo entre Anita y yo. De hecho, fue esa envidia la que consiguió atravesar sus inhibiciones y la que me llevó a escalar nuestras cochinadas. Seguramente, gracias a eso iba a follármela aquel sábado.

Y ahora, Anita, que no tenía ninguna vergüenza, me había admitido que le excitaba imaginarse a mí y a Tara corrompiéndonos de forma similar. ¿Podría explotar aquella rivalidad entre hermanas para mi beneficio?

-          Así que, ¿te gusta imaginarte a mí haciéndolo con Tara? –le dije, yendo al grano.

-          Sí. Uff, sí. La verdad es que ya me he masturbado alguna vez pensando en eso, cuando te veía espiarla –me dijo, enrojeciendo de repente, y de pronto bajó la voz–.  Incluso antes de que te corrieras en mis tetas…

-          ¿Por qué? Es que… no es que me moleste, solo estoy flipando. Con todo lo que hemos hecho, y aún me sorprende lo guarra que eres.

Mi hermana miró al suelo, de repente asediada por cierta vergüenza. Era increíble, cuando se trataba de toquetearnos el uno al otro no tenía ningún tapujo, pero ahora que hablábamos de meras fantasías (al menos, para ella), se hacía la tímida.

-          No es el hecho de que folléis en sí. Claro que me pone. Me pone que tú y yo estemos tan salidos que nos de igual el incesto, y me pone el hecho de que te folles a nuestra otra hermana… –hizo una pausa, buscando las palabras o haciendo acopio de valor–, pero creo que la clave está en verla a ella sucumbir ante ti. Me… pone que castigues a Doña Perfecta, que la rompas y la domines como haces conmigo –estaba tan roja que tuvo que abanicarse con la mano para que le diera el aire–. Quiero que la dejes hecha un trapo, que te vengues por cómo nos ha chinchado todos estos años –Anita me clavó los ojos, muy seria–. Quiero que Tara sufra.

-          Pero… ¿cómo que sufra? ¿Quieres que… la viole? No sé…

-          No, que sufra de placer. Que por una vez tú controles la situación, y no ella. Tú decides cómo y cuándo follártela, y cuándo se corre. Tú la dominas…

No terminó la frase. Pero súbitamente, al comprender su razonamiento, yo lo hice por ella.

-          … y de esa forma, tú la dominas a ella a través de mí.

Anita, colorada como un tomate, asintió. Yo no es que fuera terriblemente empático, pero conocía a mis hermanas. Mi hermanita pequeña había sufrido unas humillaciones y unos desprecios por parte de Tara similares a los míos, y tenía esa necesidad interna de desquitarse con ella… como yo.

Empecé a ponerme tan cachondo que sentí que me faltaba la sangre al cerebro. ¿Cómo funcionaba eso? ¿Anita de verdad se ponía cachonda pensando en Tara y yo? Advertía algo profundamente freudiano en aquella fantasía que ni siquiera podía analizar del todo. Claro que, en nuestro caso, ¿qué más daba? Ya estábamos mucho más allá de cualquier etiqueta de depravación.

No podía parar de darle vueltas. Anita fantaseaba con sus dos hermanos juntos. ¿Lo haría también Tara conmigo y Anita? ¿Qué quería decir todo aquello? Para mí, follarme a cada una de mis hermanas por separado me parecía algo tan maravilloso que ni siquiera había pensado en la posibilidad de que aquello pudiera dar pie a… más. Empezó a temblarme el cuerpo de la emoción y, sin poder reprimirme, empecé a estrujarme la churra.

-          Bueno, ¿y por qué te ha dado por hablar de eso? ¿Crees que acaso hay alguna oportunidad de que Tara y yo lleguemos a eso?

-          No soy tonta, Rami. Igual que ella te gusta a ti, tú le gustas a ella. Se ve que disfruta calentándote, y de ahí a algo más… bueno, no os queda mucho. Míranos a ti y a mí… Si conseguimos que ella se baje de su pedestal y se deje llevar… o que se entere de la polla tan grande que tienes –dijo empezando a frotarse por encima de las braguitas–, seguro que lo consigues. Y yo quiero estar ahí para verlo.

Mi hermana sonrió con malicia, deleitándose en aquella fantasía. Solo que, en realidad, no lo era… aunque ella no lo supiera aún.

Decidí que había llegado el momento de sincerarme con Anita. Le conté todo lo que había hecho con Tara, cómo había empezado aquel verano y cuál era realmente el origen de mis obsesiones con ellas dos que tan feliz resultado habían obtenido. Ella lo escuchó atenta, embelesada incluso en ocasiones, pero en absoluto sorprendida. Siguió tocándose mientras se lo contaba por debajo de la ropa interior. Pese a que estaba tentado de intervenir y ayudarla a terminar, no creo que pudiera haber terminado de contarle toda la historia si lo hubiera hecho, así que me mantuve a una prudente distancia pensando que la recompensa sería mayor de esa forma.

Estoy seguro de que ella se corrió en un par de ocasiones: cuando le relaté el último incidente en el pozo donde casi llegué a penetrarla, y luego otra vez cuando le conté cómo me la había chupado en la cocina poco después que folláramos, consiguiendo que casi nos pillen nuestros padres.

-          Así que… ¡¿te la chupó después de que me hubieras follado… y te hubieras corrido en mi boca?! –dijo chillando de placer las últimas palabras mientras se derrumbaba sobre su cama, y se tapó con su almohada para camuflar sus gritos–. ¡Menuda pedazo de cerda!

Me pareció extraño que fueran precisamente esos elementos de la historia en los que se hubiera fijado para alcanzar su clímax, pero preferí dejarlo correr. Con todo lo que había hecho con ellas, yo no era quién para juzgar a nadie.

Anita se incorporó, las piernas temblándole tras aquel orgasmo. El pelo revuelto y la sangre arrebolada en la cara, me miró con admiración.

-          Estás hecho todo un semental, hermanito. ¿De verdad te la vas a tirar este finde?

-          ¿Moja el agua? –respondí, irónico.

Ella se levantó y caminó hasta mí lenta, seductoramente. Se había quitado las bragas antes para masturbarse a gusto.

-          No sé, pero yo sí que estoy mojada… mira –dijo, agarrándome una mano y plantándomela en su conejito.

Sus jugos vaginales se habían desbordado y se le derramaban por el interior de las piernas. Probé a meter tres o cuatro dedos y la encontré muy dilatada, caliente y receptiva para aceptar mi polla… si era eso lo que me apetecía hacer con ella.

-          Quiero estar allí para ver cómo te la follas –anunció mi hermana.

No era una petición sino más bien una orden. ¿Quién era yo para negarme?

Juntos, comenzamos a elucubrar las primeras fases de un plan para conseguir evolucionar aquellos incidentes sexuales entre nosotros a algo mucho más ambicioso.

 
Durante lo que restaba de semana, Anita y yo no tuvimos muchas más oportunidades de estar juntos. Lo de hacerlo delante de las narices de nuestros padres se estaba volviendo arriesgado, y además ella había empezado con la regla poco después de nuestra conversación sobre Tara. Para colmo, empezaron las clases y yo apenas soportaba aquel muermo, distraído y cachondo con fantasías de mis hermanas.

Yo pedí el teléfono del piso donde se alojaba mi hermana mayor, dejando caer a mis padres que le haría una visita aquel finde si me recogía tarde al salir a la ciudad. Cuando su compañera Carlota le pasó el teléfono fijo, me fijé en que Tara sonaba nerviosa y no hizo ninguna mención directa a lo que habíamos hecho ni lo que íbamos a hacer. Supongo que estaba cohibida si su compañera estaba en la misma habitación. Me dijo que me pasara el sábado a las once de la mañana, puesto que entonces ya habría vuelto de correr. Su compañera de piso había quedado algo antes con su novio y pasaría el finde entero fuera en un viaje. De esa forma, ella y yo tendríamos el día entero para nosotros, y tal vez parte del siguiente.

Mi corazón palpitaba con fuerza al pensar en lo que eso significaba. Imágenes de mi hermana mayor y yo enzarzados en diversas posturas sexuales imposibles, los dos desnudos y sudorosos, me cruzaron a toda velocidad la cabeza y no pude evitar empalmarme.

-          Tengo muchas ganas de verte… –me dijo ella en voz baja, sugerente.

En mi caso, más que “ganas” lo que tenía era una impaciencia animal por destrozarla entera. Pero no había manera, aún tenía que esperar.

El resto de días fueron un infierno, con mis ganas a flor de piel y sin ninguna salida física otra que pajearme. Sin embargo, me descubrí que prefería guardarme mis orgasmos sólo para mis hermanas.

Lo que Anita y yo planeábamos el sábado no era en exceso complicado; de hecho, se parecía más bien a una improvisación que a algo realmente atado en firme. En cualquier caso, me parecía excitante.

-          Mira lo que tengo –me dijo mi hermana pequeña sosteniendo un bote de orina vacío–. Nos vendrá bien este finde.

Había entrado en mi cuarto. Llevaba un top naranja y unos pantaloncitos cortos de colorines. Solté los auriculares y pausé el Tomb Raider en el ordenador.

-          ¿Dónde lo has conseguido? –dije, un poco extrañado.

-          Mamá me ha llevado al médico –dijo acercándose mientras meneaba las caderas y su fantástica delantera, hasta agacharse para susurrarme al oído–: Cuando termine con la regla, ya no hace falta que le pongamos seguro a tu arma, vaquero.

Fruncí el ceño, demasiado cachondo de repente como para comprender del todo lo que acababa de decirme.

-          ¿Para qué has ido al médico?

-          Serás tonto… Le he dicho a mamá que quería empezar con la píldora.

Su cara estaba a centímetros de la mía mirándome con aquellos diabólicos ojos verdes y una sonrisa de suficiencia.

-          ¿Por qué? –dije, intuyendo lo que iba a responder, pero queriendo escucharlo de su boca.

-          Porque cuando me la metes sin condón me gusta más… –dijo susurrando–. Y me apetece que mi hermano mayor que llene de leche el coñito. Vamos a empezar este finde…

Gruñí de placer como respuesta. No pude resistir agarrarla del culo hasta montarla a horcajadas contra mí para que notara mi paquete. Nuestros padres no estaban en aquella planta, y no podíamos hacer más, pero necesitaba dejarle claro que apreciaba aquel gesto.

-          ¿Y mamá que te ha dicho?

-          Se ha puesto muy roja y me ha dicho que tenga mucho cuidado… bla, bla, bla. No estaba preparada para admitir que su hija pequeñita se está haciendo mayor.

-          Creo que papá se lo hubiera tomado peor –dije, metiendo una mano por dentro de su camiseta y su sujetador.

-          Ya lo sé… –dijo, y se acercó para darme un pico.

No lo había previsto, pero aquel acto acabó evolucionando en un morreo sensual, y empecé a toquetearla por debajo de la ropa, ansiando contacto con aquella carne núbil y plenamente desarrollada.

-          La verdad es que… ya sé que no podemos todavía, pero sigo estando cachonda –me dijo sonrojándose–. No puedo parar de pensar en este finde…

-          Paciencia, Anita –le dije, estrujando sus nalgas desnudas con ambas manos mientras ella gemía bajito–. Mantén la calma, y creo que nos lo podemos pasar muy bien…

 
Finalmente, llegó el sábado. Anita y yo cogimos el bus a la ciudad temprano por la mañana. Le dijimos a nuestros padres que habíamos quedado con amigos y que estaríamos todo el día fuera. Tara me había dicho que me pasara a las once, pero decidimos ir a las nueve. Sabíamos que ella salía a correr por las mañanas ahora y tardaba más o menos una hora u hora y media en volver, así que decidimos apostarnos fuera de su edificio para asegurarnos de que estaba fuera.

Su piso estaba en una de las avenidas con más tráfico, y no nos fue difícil montar guardia desde un banco al otro lado de la calle. Los dos estábamos muy nerviosos con lo que iba a pasar en las próximas horas, aunque creo que yo el que más. Después de unos diez o veinte minutos, vimos cómo salía con su atuendo para correr y el pelo recogido en una coleta. Desde que los había adquirido en el centro comercial, seguía usando aquellos fantásticos pantaloncitos cortos para correr que dejaban a la vista sus largas y tonificadas piernas. Al poco de identificarla, vi cómo se alejaba calle arriba, una visión de tentación inminente.

-          Qué guapa está… –no pude evitar decir en voz alta.

Anita sonrió con picardía y me plantó la mano en el paquete sin ningún pudor, aunque estábamos en público, y empezó a frotar mi erección con suavidad.

-          Estás coladito por tu hermana mayor, ¿eh? –me dio un ligero apretón que me supo deliciosamente–. A ver si me voy a poner celosa, Rami.

-          No, no –me apresuré a jadear con la excitación, pero sabía que era mentira y mi hermana había dado en el clavo–. Es solo que está muy buena y no me creo que vaya a pasar esto…

Estaba perdido en mis fantasías y las caricias de Anita en mi entrepierna me sabían cada vez mejor. Pero de pronto unos chasquidos de desaprobación y una exclamación de disgusto nos llamó la atención.

-          ¡Juventud marrana! –gritó una señora de unos mil años, negando con la cabeza incrédula y señalándonos con el dedo–. ¡Esas guarrerías no se hacen en la calle, por el amor de Dios! ¡Chiquilla, pero qué diría tu madre si te viera!

Se lo tomaría mucho peor de lo que pensaba esa vieja, eso desde luego. No pude evitar gemir de placer ante aquel comentario, recordándonos lo mal que nos estábamos portando. Anita se mordió el labio inferior y llevó la mano a toquetearse la gargantilla que llevaba puesta en el cuello. Debía de estar pensando lo mismo.

Sin embargo, aquella fue nuestra señal para movilizarnos. No queríamos que nos ficharan por indecentes; la ciudad no era como el pueblo, pero con darle bastante tiempo igual nos acababa reconociendo alguien.

Llamé al telefonillo, confiando en que la compañera de piso de mi hermana me abriría y así fue. Tara le había avisado que yo me pasaría por allí. Lo que no esperaba cuando abrió la puerta era que Anita pasara conmigo, como fue evidente por su expresión de sorpresa. No obstante, cuando la presenté como la otra hermana de Tara, nos dejó pasar.

Era la primera vez que yo veía a Carlota en persona. Era pelirroja con algunas pecas y los ojos azules, y tenía un piercing en un lado de la nariz. Su complexión era larguirucha, aunque menos que Tara y no tan atlética; pero tampoco tan voluptuosa como Anita. Tenía unas tetitas algo más pequeñas que mis dos hermanas, aunque su cintura de avispa y su trasero no tenían nada que envidiarles; el hecho de que el larguísimo pelo le llegara hasta el culo le daba un aire salvaje, como si fuera una ninfa griega del amor y la naturaleza. Además, tenía una bonita sonrisa, lo bastante inocente como para que me llamara la atención y lo bastante sugerente como para encender mi lujuria con apenas arquear una ceja.

A mi hermana no le pasó desapercibida el buen repaso que le eché a aquella chica, y aprovechó cuando Carlota se giró unos segundos para darme un codazo y señalármela con la mirada mientras me llamaba “Guarro” moviendo los labios.

-          ¿Y… qué hacéis tan temprano aquí? Tara me había dicho que seguramente tú te pasarías más tarde… –dijo señalándome y girándose hacia Anita con cara interrogante–. Pero no me dijo nada sobre ti…

-          Queremos gastarle una broma –se apresuró a explicar mi hermanita–. Y queríamos asegurarnos de que no estaba para prepararlo todo.

Carlota pareció pensar en aquello algunos segundos y finalmente se encogió de hombros. Sonrió.

-          Jeje, por mí adelante. Tara es un poco estirada a veces, no le viene mal que le bajen los humos. ¿Qué vais a hacer?

Esta era la parte potencialmente peliaguda del plan, así que me aseguré de intervenir antes de que la impulsividad de mi hermanita pudiera echarlo todo a perder.

-          Sabes que sale a correr con frecuencia, ¿verdad? Y que normalmente se suele poner antes de salir crema solar…

-          Sí, es una maniática. El año pasado lo hacía incluso en invierno…

-          Bueno, pues pensamos, eh… cambiarle lo que lleva el bote de crema por… otra cosa.

Ella hizo un gesto suave de aprobación, pero faltaba el remate del chiste.

-          ¿Y qué le vais a poner?

-          ¡¡Se va a restregar un buen pegote de semen!! –intervino mi hermana excitadamente, mostrándole el bote de orina del otro día... que contenía un par de dedos de una sustancia blanquecina.

Carlota puso una expresión de absoluta sorpresa, indescifrable. Yo me tapé la cara con la mano. ¡Esto no era lo que habíamos ensayado! Pero lo cierto es que ahora que teníamos delante a la compañera de piso de mi hermana, ninguna de las alternativas sonaba particularmente graciosa. ¿Leche? ¿Pegamento superglue? ¿Qué íbamos a echarle en el bote de crema que fuera realmente divertido, sino era algo escatológico?

-          ¡Pero bueno! ¿Y de dónde habéis sacado eso? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

-          Pues… eh…

Sabía que tendría que echarle huevos y admitir que era mi corrida, porque resultaba bastante obvio… pero viéndola ahora ahí, me intimidaba un poco. Admitirle a una desconocida que me había hecho una paja en un bote para que luego mi hermana mayor se la untara por el cuerpo sin saberlo era demasiado para mí. Me entró vergüenza… pero a Anita no.

-          ¿De quién va a ser? –dijo guiñándole un ojo a Carlota y sonriendo pícaramente–. Nuestro hermano está hecho un semental, todo lo que hay aquí es suyo.

Vi como la cara de la chica se encendía casi hasta alcanzar el color de su cabello, pero la verdad es que no perdió la sonrisa en ningún momento.

-          ¿No te parece una guarrería hacer esas cosas sólo para gastarle una broma a tu hermana?

-          Qué va –se apresuró a responder Anita–. Yo creo que es bastante sexy que le salga tanta leche. Además, ¿de dónde si no íbamos a sacarlo? ¿Se lo pedimos a un tío cualquiera?

Carlota no parecía muy amedrentada por aquella situación, más bien discretamente divertida, aunque sin poder evitar cierto embarazo por lo violento que resultaba todo. Supongo que pensaba que la actitud de mi hermanita era algo inapropiada.

-          ¿Qué te parece una guarrería? –le pregunté abruptamente–. ¿El que me haga una paja, o que mi hermana se restriegue semen por el cuerpo? A ver si vas a ser tú la estirada…

-          Ninguna de esas cosas me parece mal –contestó ella con mucha dulzura–. Pero si es tu semen el que se restriega por su cuerpo, eso sí. Sois hermanos.

-          Pues por eso. Seguro que se pone a hervir de la rabia –dije maliciosamente.

Lo solté con seriedad, aunque no estaba muy seguro de si eso sería así. Quizás antes de este verano aquello hubiera sido una broma fantástica y maquiavélica, pero ahora… si todo iba bien, Tara restregándose mi semen sin saberlo me sabría a poco.

Quizás incluso llegara a pintarla yo mismo, con un lefazo fresco de la fuente.

-          ¡Nunca hubiera imaginado que Tara tuviera unos hermanitos tan crueles! Menos mal que soy hija única…


Crueles… y salidos. Subestimaba lo malos que podíamos ser, y subestimaba lo auténticamente perversa que era Tara en realidad debajo de esa fachada de buena chica.

Con todo, Carlota parecía estar tomándoselo bien. Esto me confirmaba que bastante gente disfrutaría en secreto viendo a mi hermana algo humillada después de los aires de superioridad que tenía. Su compañera de piso no era una excepción.

En cualquier caso, el bote de semen había servido su propósito, que era colar a Anita en aquella casa con una excusa. Desde luego podríamos haber escogido cualquier otra, pero mi hermanita no podía resistirse con lo obsceno que resultaba aquello para todas las partes implicadas (especialmente, por lo que tocaba a alguien completamente ajena a nuestros jueguecitos sexuales). Carlota fue incluso tan amable de señalarnos la crema solar de Tara y tuvimos que hacer aquella operación de sacar un poco y meter un poco… aunque costó lo suyo, porque no fue fácil. No entró mucho, y seguro que hubiera sido más fácil con una jeringa o algo así, pero fue lo suficiente para que todos supiéramos lo que habíamos hecho y Tara no se diera cuenta.

- Bueno, pequeñajos… os dejo aquí con vuestras maldades. Vuestra hermana volverá en un rato –y antes de cruzar la puerta, preguntó como pensándoselo mejor–: ¿Qué vais a hacer, exactamente?

- Eh… supongo que daremos una vuelta por ahí, que nos enseñe su facultad, y luego al cine o algo así –dije, aunque no muy convencido. Anita me miró como si fuera tonto del bote.

Carlota me miró arrugando la cara, como si no pudiera creer que hubiera dicho tamaña imbecilidad. ¡Ir a la facultad un sábado!

- Qué raros sois… en fin, hasta luego.

Después de aquello, los dos estábamos tan nerviosos por lo que había pasado y por lo que iba a pasar, anticipando el momento, que apenas nos contuvimos de meternos mano. Anita y yo estábamos solos por primera vez en bastante tiempo, y aunque algo hicimos, sabíamos que teníamos que refrenarnos. Tara podía llegar en cualquier momento y, en cualquier caso, yo no podía permitirme correrme: de un instante al otro, mi hermana mayor aparecería por la puerta esperando que me la follara salvajemente. Tendría que estar con los huevos bien cargados para darle lo suyo.

Aunque si había alguna indicación previa, el hecho de que fueran mis hermanas con quien estuviera haciendo aquellas cosas bastaba para empalmarme continuamente, me hubiera corrido o no. Pese a todo, preferí aguantar.

Encontramos un sitio perfecto para que Anita se escondiera: justo en la habitación de Tara, había una salida a terraza y balcón cojonuda que tapaban unas cortinas muy opacas. Si se quedaba quieta allí y bastante inmóvil, sería complicado detectarla. Uno tendría que fijarse muy concretamente en el punto de sus pies, pero parte del mobiliario la ocultaba desde lejos, y desde cerca… bueno, la idea era que estaríamos demasiado ocupados en la cama para eso. Tara tenía una fantástica cama de matrimonio y se me hacía la boca agua, acariciándola como un fetichista enfermo.

- ¡Ya viene! –susurró Anita, corriendo a esconderse.

- ¿Seguro?

Pensé que me estaba gastando una broma, pero Anita tuvo siempre un oído más fino que el mío. Poco después oí unos pasos en el pasillo y la puerta se abrió. Tara entró, con el sudor brillándole de la piel expuesta en aquella ropa deportiva. Se paró un segundo en el recibidor y me miró con sorpresa.

- Que prontito estás aquí, ¿no?

- Tu compi me ha dejado pasar –dije balanceándome sobre los pies–. Esta noche apenas he dormido nada sabiendo que venía aquí…

Tara esbozó lentamente una sonrisa maliciosa, mirándome con ojos deseosos. Se fue acercando lentamente a mí, con un paso sinuoso y moviendo las caderas.

- Alguien no se podía aguantar y hacer
caso a su hermana mayor, ¿verdad?


Corriendo(me) con mis hermanas 11

4 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 11

Pevwusndke +1
Parece imposible pero cada vez se pone mejor esto
frankito_aae +2
Noooo ese final hermano, lo cortaste justo
ohhohhohh
No seas malo justo lo terminaste hay estaba con la pija en la mano
PepeluRui
Quién tuviera hermanas asi...