Los secretos de Rosa - 3 de 3 -

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LOS SECRETOS DE ROSA

3 DE 3

Rosa hizo rápida la despedida, partió sin voltear el rostro porque no podía mirar a Benito a los ojos, ese hombre le quedaba demasiado grande, solo tragó saliva y fue a buscar los brazos de su nuevo amor.

Rosa y Ezequiel empezaron a transitar un nuevo camino de pareja, era llamativa la diferencia de edad entre ambos, resaltaba a simple vista, pero sin importar el qué dirán, se dieron una oportunidad.

Ella podía ser un tanto hueca para los números, pero la experiencia de años vividos le tendría que haber dejado notar que ya no era una niña inocente, y ya no podía cometer errores de adolescencia, sin embargo, cegada por noches de placer avanzó en un proyecto condenado al fracaso, el brillo de las estrellas de las primeras noches se opacó con demasiada rapidez.

Por un lado, no fue fácil bajarse de su pedestal de reina, nuevamente se había terminado la plata fácil, las compras de shopping, las cenas de amigas, el dinero que ganaba su nueva pareja era escaso y el empezó a sugerir poco a poco la necesidad de que buscara un empleo. Ella ya no tenía deseos de volver a trabajar, habían pasado demasiados años de sus días de secretaria en el banco.

Pero eso era solo la parte secundaria del problema, lo que realmente la estaba hastiando era la juventud de Ezequiel, él era vigoroso, y estaba en su plenitud sexual, quería todo, a todo momento, parecía incansable y era demasiado, incluso para ella, el sexo de una noche de amantes era perfecto, pero para hacerlo cada una hora era una pesadilla.

Empezaron los roces, consecuencias de las diferencias en la cama, y de los problemas de bolsillo, una cosa llevaba a otra y los desencuentros fueron cada vez más notorios, más duros, como un tornado que se armaba de la nada el nivel de violencia fue subiendo entre los dos, ella conoció entonces a otro hombre, Ezequiel era un tipo posesivo, egocéntrico, despótico y calculador, las cosas siempre debían hacerse a su manera, y la acosó psíquicamente para tenerla bajo control.

Habían pasado ya tres años, y Rosa solo tuvo una persona en mente para recurrir, para que le tirara una soga para salir de ese infierno, si, quien otro que el bueno de Benito.

Una vez más, él la recibió, solo para escucharla, ella le contó todas sus penurias, entre lágrimas y sollozos, le pidió que la perdonara, que era una tonta y nunca supo valorar todo lo que él le había dado, se ahogaba en llantos, se victimaba.

Benito estaba grande, a punto de jubilarse, con su infinita paciencia y sabiduría solo la escuchó, como siempre lo hacía, y nuevamente aceptó sin decir nada, sin pedir nada, sin reclamar nada, sin condiciones, él sabía que ella era el amor de su vida y que era incondicional, y también sabía que ella era así, que hiciera lo que hiciera él solo podría tomar una parte de ella.

Así fue como una mañana, ella intentó desandar el camino andado, rompió con uno para volver con el otro.

Ya era una mujer grande, ya solo quería vivir en paz, su hija le había confiado que sería abuela, a pesar de no tener siquiera sesenta, solo había un problema en su vida, se llamaba Ezequiel.

Ezequiel no aceptaba lo que había sucedido, no entraba en su cabeza que ella lo hubiera dejado por ese viejo, no podía aceptar el desplante de esa mujer, a él nadie lo dejaba, siempre era él que terminaba las relaciones, entonces empezó a llamarla por teléfono, a cruzarla en los lugares que siempre frecuentaba, el necesitaba que ella entendiera que no podía estar con Benito, ya que él era lo mejor en su triste vida, pero Rosa ya había cerrado ese capítulo, una y otra vez lo rechazó y le dijo que ya no la molestara.

Ezequiel empezó a volverse loco, las suplicas poco a poco se transformaron en amenazas, y la situación pareció salirse de control

Rosa estaba cansada de todo, ya no soportaba a ese joven acosándola a la vuelta de la esquina, y tampoco le caía en gracia que su esposo no tomara cartas en el asunto, él no le prestaba atención, decía que eran rabietas de un joven despechado, que ya todo se normalizaría.

Ella habló con ambos hombres por separado y trató de dejarle a ambos en claro cuál era su punto de vista en toda la historia, necesitaba espacio para respirar, necesitaba tiempo para pensar, así que decidió irse sola por una semana a un prestigioso spa de la ciudad, ya no quería saber nada con nadie.

Solo habían pasado dos días de relax cuando una noticia la sacudió como una bomba al otro lado del teléfono, era un llamado policíaco, su esposo Benito había tenido un serio accidente de tránsito, lo había atropellado al cruzar la calle y estaba en estado crítico, se debatía entre la vida y la muerte. Solo se desplomó sobre la cama al escuchar la noticia, quedó dubitativa, inconexa, tratando de hilvanar en su cabeza respuestas que no tenía.

Tan pronto como pudo partió al hospital, se sintió sola, su hija ya estaba cerca de la fecha del parto no podía tomar un vuelo, Benito estaba en cuidados intensivos y apenas podía mirarlo por una pequeña mirilla que daba a la sala, inconsciente. con respirador artificial.

Se quedó a su lado, en el hospital, sin moverse, fue imposible arrancarla de ahí por los tres días siguientes, hasta que Benito se rindió y exhaló el último suspiro, Rosa sintió que se le desgarraba el alma.

Fue curioso, tuvo que hablar con su yerno para darle las malas nuevas, Marta su hija no podía atenderla porque estaba en trabajo de parto y juzgaron que no era oportuno que lo supiera en ese momento. En el funeral pasaron todos los compañeros de trabajo de Benito, amistades de toda una vida y unos pocos familiares que tenía, todos la saludaron a su turno y ella no tuvo más remedio que dejarlo partir, lloró juntó al bajón todas sus lágrimas, jamás se detuvo a agradecerle a ese hombre lo enorme que había sido para ella, y tendría que llevar el remordimiento en el corazón por jamás haber estado a la altura de la zuela de sus zapatos.

Después de despedir a su segundo esposo, se sentó a pensar con claridad, sabía que su futuro estaba en el viejo continente, ya no tenía nada que hacer por acá, ya no estaba Benito, la casa vacía era enorme y no sabía cómo llenar su día, hacía años que no veía a Marta y se le llenaba el corazón en deseos de conocer a Brisa, su nieta.


Los secretos de Rosa - 3 de 3 -


Pero en ese momento Rosa estaba impedida de salir de su país, habían quedado muchas cosas turbias rondando la muerte de Benito, el coche que lo había atropellado se había dado a la fuga, había sido temprano y no se encontraban muchos testigos de lo sucedido, algunos hablaban de un coche azul que había pasado a gran velocidad, otros en cambio dijeron que el color era gris.

Como suele suceder, la policía trazó un plan de acción, acotando conocidos, amigos, intereses bancarios, y hasta tema de amores, todo era posible, solo necesitaban una punta de la que tirar, sin descartar por cierto la hipótesis más certera, la del accidente.

Cuando fue el turno de Rosa, no dudó en darle un hueso a los sabuesos, entre sollozos narró sin tapujos sus amoríos con Ezequiel, la obsesión del joven con ella, y por supuesto, el detalle que su ex tenía un coche que concordaba con lo que habían descrito los testigos involuntarios del hecho.

Solo cayó una parte de la historia, ellos sabían de todo el dinero que tenía Benito, dinero que a ellos les faltaba, y más de una vez habían trazado planes para quitarlo del medio, ella debía volver con él, un casual accidente y en un abrir y cerrar de ojos sería una viuda millonaria, pero claro, solo habían sido palabras tiradas al aire y juzgó omitir esos detalles para quienes llevaban adelante la investigación.

Todo avanzó demasiado rápido, no tardaron en dar con Ezequiel, cuando le preguntaron dijo que había vendido el coche hacía ya un tiempo, pero no podía evidenciar nada de sus dichos, solo siguieron presionando, lo declararon sospechoso y fue arrestado, se terminó quebró y confesó todo, él había sido, él no soportaba el rechazo y había pergeñado todo. Tiempo después dieron con el coche, estaba abandonado en un viejo establo, el Ford tenía todo el frente dañado, ópticas, capo, guardabarros y hasta el parabrisas, lo había lavado cuidadosamente para eliminar los restos de sangre, pero de nada le sirvió, en un juicio abreviado lo sentenciaron a varios años de prisión.

La situación de Rosa en esos días fue por demás de confusa, pasaba en un abrir y cerrar de ojos de víctima a cómplice, ella siempre se mantuvo al margen, aunque muchos sospecharon de las casualidades, justo ella estaba en un spa. Los más osados, aventuraron a decir que en esos días, cuando estaban cara a cara ante el juez, Ezequiel la miraba desencajado, como apurándola con la mirada para que ella contara toda la verdad, pero ella rara vez le devolvió un cruce de ojos, él parecía masticar bronca pero solo cerró su boca y se declaró culpable de todo lo que había sucedido, para la justicia Rosa fue inocente de todo, para la sociedad, no tanto.

Ya todo había terminado, su vida a este lado del Atlántico no tenía sentido, vendió todo, llenó su cuenta bancaria de gordos billetes y partió rumbo a Italia, a vivir sus últimos días junto a su hija, su yerno y su preciada nieta.

Al poco tiempo Rosa enfermó de la cabeza, perdió la cordura, su deterioro fue tan rápido que casi no se dieron cuenta, dejó de reconocer a todos, ni siquiera sabía quién era la pequeña Brisa, a Marta no le quedó otro remedio que internarla en un psiquiátrico.

Sus últimos días no fueron fáciles, donde todos hablaban en italiano ella solo hablaba el inglés natal, nadie la entendía, nadie le llevaba el apunte... Tan solo una joven enfermera, una chica que sabía ambos idiomas, solía decir que Rosa contaba historias de películas, a veces peleaba con un tal Ezequiel porque había matado a su marido, otras veces lloraba sin consuelo porque decía que ella había matado a un tal Benito, como fuera, quien hace caso a los locos?

En adelante, no había mas escritos, tan solo hojas amarillentas sin contenido, y me quedé con ganas de más, cuanto había de cierto? cuanto de fantasía? y si era cierto, cuál era la verdad sobre Rosa? la historia me perturbó, le comenté a mi esposo, él lo tomó a risa, le pedí que lo leyera, y apenas si leyó una página.

Después del parto, y luego de un tiempo de acomodar mis cosas seguía con la espina clavada, tomé el escrito y busqué al señor Olguin, el hombre al que le habíamos comprado la casa, un anciano que ya pisaba los ochenta años, el me escuchó atentamente, sentado en la cocina, con sus manos cruzadas sobre el bastón, moviendo su dentadura postiza de lado a lado, pero me dijo que lamentablemente no podía ayudarme, esas eran cosas de su esposa, incluso reconoció sus trazos en los escritos, pero ni idea de nada. Para mi desgracia, su esposa hacía cinco años que había fallecido, y con ella se había llevado todos los secretos.

Le dejé los escritos al señor Olguín, le pedí por favor que los leyera, que tratara de recordar, o hilvanar alguna situación, aun hoy espero un llamado de su parte que me ayude a armar el rompecabezas, pero solo espero en vano.

Tal vez la historia sucedió realmente y solo cambiaron los nombres, tal vez solo ocurrió en la cabeza de la esposa de Olguin, tal vez ella sabía, tal vez se lo contaron, tal vez, demasiadas preguntas sin respuestas.

Y así me quedé yo al final de la historia, con cara de no saber, como imagino que tenes vos lector, en este momento...

Cada noche, al ir a dormir, cuando cierro los ojos, antes de caer rendida en mis sueños, todos los secretos de Rosa pasan por mi cabeza…

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