La masajista

La masajista

María era una masajista experta, conocida por su habilidad para aliviar tensiones y liberar el estrés acumulado en el cuerpo. Su pequeño y acogedor estudio era un refugio para aquellos que buscaban un momento de relajación y placer.

Una tarde, llegó Alejandro, un hombre atractivo y con una mirada que denotaba un cansancio profundo. María lo recibió con una sonrisa cálida y lo invitó a recostarse en la camilla de masajes.

Con manos suaves pero firmes, María comenzó a trabajar en los hombros de Alejandro, deshaciendo nudos y liberando la tensión acumulada. Pronto, Alejandro se sintió transportado a un estado de paz y relajación que nunca había experimentado antes.

María, sintiendo la conexión entre ellos, decidió llevar el masaje un paso más allá. Con movimientos expertos, deslizó sus manos por el torso de Alejandro, provocando sensaciones que él no podía ignorar. Cada roce era una caricia sutil que encendía el deseo en lo más profundo de su ser.

Sin decir una palabra, María supo exactamente lo que Alejandro necesitaba. Sus manos expertas se deslizaron hacia abajo, explorando cada centímetro de su piel con delicadeza y pasión. Los susurros de placer llenaron la habitación mientras el masaje se convertía en una danza sensual entre ellos.

El deseo ardiente los consumió, y pronto se encontraron envueltos en un torbellino de pasión desenfrenada. Cada toque, cada beso, era una promesa de placer infinito. En ese momento, el mundo exterior desapareció, dejando solo espacio para el éxtasis compartido entre ellos.

Cuando finalmente el éxtasis se desvaneció, Alejandro y María se miraron con complicidad y una sonrisa juguetona. Sabían que este no sería su último encuentro, que el deseo los llevaría a explorar nuevas fronteras juntos, una y otra vez.

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