Excitante conversación "de besugos" con mi madre después de

Volvemos a la casa y os mentiría si os dijese que no me he podido concentrar y que no me he masturbado porque para mí es fácil hacerlo así que he dejado algo de mi ADN en plena naturaleza.
—¿Qué tal? —pregunta ella.
—Bien, ¿y tú? —respondo yo.
—Bien —dice sin más.
—¿Te has corrido? —pregunto incrédulo.
—¡Claro! ¿Y tú, no?
—¡Claro! Para mí es fácil —me jacto delante suyo.
La conversación parece de besugos, pero está cargada de ironía y sensualidad.
—¿Te has metido los dedos? —me atrevo a preguntar.
—No exactamente, me gusta más acariciarme por fuera suavemente y sólo uso las yemas y bueno introduzco un poco los dedos en mi rajita —me confiesa.
—¡Oh, qué excitante! —digo en voz alta.
—¡Si, es muy excitante! —sonríe ella—. ¿Y tú, has soltado tu carga en la toalla?
—No, he regado la tierra —confieso despertando sus risas.
—¿Me dejarías ver cómo te masturbas? —se atreve a preguntarme.
—¿Me dejarías tú? —me atrevo a contestar
—Me lo pensaré —contesta ante nuestros mutuos atrevimientos.
Cuando llegamos a casa vamos a ordeñar la cabra para tener leche para la cena, allí mi madre se sienta en un banco y comienza a ordeñarla.
Le pido que me deje ordeñarla y comienzo a hacerlo no sin mucho esfuerzo.
—Bueno, creo que así igual tenemos la leche para el desayuno, ¿me dejas a mí?
—Está bien mamá, sigue tú —digo levantándome del taburete.
Ella toma asiento y comienza a ordeñarla con fuerza, pero hoy la cabra está inquieta así que de repente da un brinco y tira el cubo y mi madre intentando apartarse cae de espaldas.
Rápidamente acudo a ayudarla.
—¿Estás bien?
—Si, creo que le he hecho daño y por eso ha saltado.
Cuando la miro se ha manchado de leche su blusa blanca, está toda perdida, lo que me deja impactado un poco.
—Bueno si quieres lo dejamos y tomamos otra cosa.
—No Guille, hay que hacerlo, por favor ayúdame y sujétala del bozal mientras lo hago, lo intentaré más despacio.
Ante mis ojos atónitos se quita la blusa manchada de leche y se queda en sujetador.
—No me mires así, es sólo un sujetador, no hay mucha diferencia con un bikini, ¿no?
—¡Oh, no claro que no! —digo yo pensando para mis adentros que el matiz es importante.
Colaboramos y la cabra se relaja, ahora mi madre está abierta de piernas en el taburete y no puedo evitar fijarme en sus muslos desnudos. Lleva unos shorts y sus muslos quedan al descubierto en una postura muy sensual.
—No me mires así Guille —me dice incómoda.
—¡Perdona! —digo yo apartando la mirada—. Estas muy sexi ordeñando a la cabra —le confieso.
—¿En serio? No lo había pensado, aunque claro ahora que lo dices, es cierto.
—Sabes mamá, el otro día por la tarde vine a ordeñar la cabra y me excité tocando sus ubres y sacándole la leche, luego me masturbé.
Mi madre escucha atenta y deja reposar mi confesión.
—¡Excitante! —concluye—. Creo que ya tengo suficiente leche, ¿quieres probar tú ahora?
—Vale.
Paso a ocupar el sitio y ahora las ubres están más flojas, por lo que es más fácil sacar la leche.
—¿Y te masturbaste después de ordeñarla? —me vuelve a preguntar.
—Si, me excité con sus ubres y viendo cómo la leche caía, es un poco guarro, ¿verdad?
—Si, guarro pero excitante, lo admito. También me gusta verte ordeñar, ¿sabes?
—¿En serio? Qué rara eres mamá
Ella sonríe y da por finalizada la sesión de ordeño.
Vamos a la cocina y cuece la leche mientras yo me ducho y luego sube ella. Olemos a cabra y ese olor es difícil de quitar.
Cuando baja cenamos dos sencillos cuencos de leche de cabra caliente con sopas de pan. Una cena a la antigua usanza.
Antes de dormir salimos al porche y nos sentamos a ver las estrellas mientras charlamos.
—¿Me ha gustado compartir esta tarde paja contigo, sabes mamá?
—¿En serio hijo? Para mí ha sido raro, aunque admito que necesitaba correrme para relajarme. Supongo que me ha excitado también la idea de pensar que tú estabas haciendo lo mismo allí al lado —confiesa mi madre para mi asombro.
—A mí me ha pasado lo mismo mamá, me ha resultado un poco difícil concentrarme mientras lo hacía por ese motivo.
—Bueno, ha sido algo íntimo que hemos compartido, ¿no? A mí me ha gustado, ¿a ti no?
—¡Oh si, ha estado bien! —respondo—. Al final me he podido concentrar y terminar.
—¿Y has pensado en mis braguitas en la escalera? —pregunta mi madre para mi sorpresa.
—¡Ah pues, no! —digo yo mintiendo como un bellaco.
—Pues yo si lo he recordado —admite ella sonriendo.
—¿En serio?
—Bueno si, ha sido un detalle gracioso, no sé Guille. He pensado en cómo me mirabas desde la escalera y creo que eso no te ha disgustado, ¿no?
—No, claro que no. No pretendía hacerlo, pero bueno —digo apartando la mirada.
—No pasa nada Guille, no te avergüences de mirar, sentías curiosidad y nada más, ¿vale? —dice ella poniendo su mano bajo mi barbilla y forzándome a levantar la cara.
Por suerte aquí afuera está oscuro y no puede ver lo rojo que me he puesto con esta conversación.

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