No fué una cogida más...

"Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos".
Rayuela - Julio Cortázar.



El clima era ideal en mayo, las hojas de los árboles recién comenzaban a perder su color en Buenos Aires y en ése momento la tarde comenzaba a darle paso a la noche.

Eva era una piba de unos 25 años, morocha de pelo largo y tez blanca que hacia resaltar el lunar que tenía junto a sus carnosos labios. Sus pechos, grandes y naturales remarcaban su figura pero no se quedaban solos cuando las miradas de los hombres recorrían sus curvas. Su cola era un poema al que muchos deseaban saborear pero solo él podía tener para que juntos puedan dar rienda suela a sus más excitantes fantasías.
Darío era un pibe que ya rondaba los 30 años, morocho de tez blanca y con un cuerpo que si bien no había sido trabajado en el gimnasio, delataba su buena forma físca como consecuencia de la exigencia de su trabajo.

Toda la semana habían estado esperando ese momento. Entraron al hotel unas horas antes de salir a cenar y sus cuerpos no resistieron la excitación al sentirse solos en esa habitación donde podían respirar el erotismo del ambiente. La blusa color salmón que llevaba puesta Eva comenzó a desabrocharse al mismo tiempo que las bocas se mezclaban en un desenfreno de besos y lenguas que se sincronizaban con las manos de Darío que desabrochába la blusa de Eva, mientras ella era la encargada de quitarle a él su camisa.
Se abrazaron y él besó su cuello al tiempo que le iba quitando suavemente el corpiño de encaje blanco que tan bien le quedaba a ella. Los pechos de Eva quedaron desnudos y dejando ver esos hermosos pezones erectos que pedían a gritos ser besados.
Cuando Darío se encargaba de recorrer cada rincón de los pechos de Eva, sus manos ya estában quitándose los pantalones y la erección de él, ya no se podía disimular. El pene ya se había endurecido y las venas comenzaban a hacerse presente cada vez más. Tampoco se podía disimular la calentura que tenía ella, su suave y depilado sexo despedía los más hermosos fluidos al ser acariciado.

Ya en la cama sus bocas se dedicaron a darle placer al otro, en un 69 en el que Darío penetraba cada vez más la boca de Eva que también sentía como la lengua de él le recorría cada parte de sus labios vaginales, haciéndose dueño de su clítoris y penetrando en su vagina.
Siguieron así un buen rato hasta que ya no aguantaron más y él la recostó sobre las blancas sábanas, puso las piernas de ella sobre sus hombros y comenzó a deslizar lentamente la cabeza de su pene sobre el clítoris de ella que ya no daba más de la excitación. Jugó así unos segundos hasta que penetró de repente a su chica que soltó un gemido de pasión y calentura, que seguramente fue escuchado por las otras habitaciones del hotel. Eso los calentaba aún más.
Las tetas de ella se movían al ritmo que imponía la verga en cada pentetrada y los pezones estaban más erectos que nunca. Los gemidos eran cada vez más desaforados, más fuertes. La intensidad de la cogida fue aumentando cada vez más y ya sin importarles nada más que su placer, ella lo apartó, se dió vuelta y no hubo que mediar palabras para saber que esa cola tan preciada ya estaba disponible para ser utilizada.
Calientes a más no poder y desenfrenados de pasión. La verga se adueñó de la cola mientras las manos de él le daba golpes a sus nalgas. Eva sentía como la cola era cada vez mas penetrada y su orgasmo no tardaría en llegar. Aguantó todo lo que pudo, pero cuando una fuerte arremetida se adueñó de su culo, el más intenso de los orgasmos que había tenido le recorrió todo el cuerpo mientras también sentía como su hombre se vaciaba dentro de ella.

El sincronismo se había adueñado de la cogida de principio a fin, la luz de la luna entraba por la ventana acariciando sus cuerpos desnudos y el tiempo había dejado de empecinarse en seguir transcurriendo. Fue entonces que se miraron y la sonrisa que se les dibujó en el rostro dejó sin efecto a las palabras... Era momento, de empezar una vez más...

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