Aclaración: está historia No es real , si no
producto de una adaptación de la Película
porno italiana del año 1994 conchetta liccata .
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Hola, soy Electra. Esta vez, mi historia comienza en un lugar inusual: una iglesia antigua, con vitrales que filtraban la luz del atardecer y un silencio que solo se rompía con el eco de mis pasos. No soy una mujer religiosa, pero algo me atrajo aquel día hacia ese lugar. Quizás fue la curiosidad, o tal vez el deseo de probar algo nuevo. Lo que sí sabía es que no iba a salir de allí sin dejar mi marca.
El padre Gabriel era conocido en el pueblo por su devoción y su carisma. Alto, de ojos profundos y una voz que calmaba hasta a los más inquietos, era el centro de atención cada vez que subía al púlpito. Yo lo había visto antes, pero nunca había cruzado más de unas pocas palabras con él. Aquel día, sin embargo, decidí que eso iba a cambiar.
Me acerqué al confesionario, un pequeño cubículo de madera oscura que olía a incienso y madera vieja. Me senté en el banco, esperando a que él llegara. Cuando lo hizo, noté cómo su respiración se agitó ligeramente al verme. Yo llevaba un vestido rojo ajustado, uno que sabía que no pasaría desapercibido, y mi perfume, dulce y embriagador, llenó el pequeño espacio.
—Bendíceme, padre, porque he pecado —dije con una voz suave pero cargada de intención.
Hubo un silencio incómodo antes de que él respondiera.
—¿En qué has pecado, hija mía? —preguntó, aunque su tono denotaba una tensión que no pudo ocultar.
—He tenido pensamientos impuros —continué, jugueteando con el borde de mi vestido—. Pensamientos sobre alguien que no debería desear.
Otro silencio, más largo esta vez. Podía escuchar cómo su respiración se hacía más pesada, cómo luchaba por mantener la compostura.
—Debes resistir esas tentaciones, hija mía. El pecado... el pecado es un camino peligroso.
—¿Y si no quiero resistirme? —pregunté, inclinándome hacia la rejilla que nos separaba—. ¿Y si quiero explorar esos deseos?
Esta vez, no hubo respuesta. Solo el sonido de su respiración entrecortada y el crujido de la madera cuando se ajustó en su asiento. Sabía que lo tenía justo donde quería.
—Padre —susurré—, ¿alguna vez has sentido esa tentación? ¿Esa necesidad que quema por dentro y no te deja en paz?
—Electra... —murmuró, y el solo hecho de que dijera mi nombre me hizo sonreír. Sabía que estaba ganando la batalla.
—No tienes que decir nada —continué, deslizando mi mano por la rejilla hasta tocar la suya—. Solo déjame mostrarte lo que el pecado puede sentir.
Fue como si una chispa hubiera encendido algo en él. De repente, la puerta del confesionario se abrió, y allí estaba, con sus ojos oscuros llenos de conflicto y deseo. Sin decir una palabra, me tomó de la mano y me llevó a una habitación privada detrás del altar. Las velas iluminaban tenuemente el espacio, creando sombras que bailaban en las paredes.
—Esto está mal —murmuró, aunque sus manos ya recorrían mi cuerpo con una urgencia que delataba sus verdaderos sentimientos.
—Nada de esto está mal —respondí, acercando mis labios a su oído—. Es solo... humano.
Y así, entre rezos ahogados y susurros de pasión, el padre Gabriel y yo exploramos un lado de él que nunca antes había dejado salir. Fue una noche de descubrimientos, de placeres prohibidos y de una conexión que ninguno de los dos olvidaría.
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3 Imagenes que inspiraron este relato



Película :
https://www.xvideos.es/video.uhifhpd937d/concetta_licata
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Hola, soy Electra. Esta vez, mi historia comienza en un lugar inusual: una iglesia antigua, con vitrales que filtraban la luz del atardecer y un silencio que solo se rompía con el eco de mis pasos. No soy una mujer religiosa, pero algo me atrajo aquel día hacia ese lugar. Quizás fue la curiosidad, o tal vez el deseo de probar algo nuevo. Lo que sí sabía es que no iba a salir de allí sin dejar mi marca.
El padre Gabriel era conocido en el pueblo por su devoción y su carisma. Alto, de ojos profundos y una voz que calmaba hasta a los más inquietos, era el centro de atención cada vez que subía al púlpito. Yo lo había visto antes, pero nunca había cruzado más de unas pocas palabras con él. Aquel día, sin embargo, decidí que eso iba a cambiar.
Me acerqué al confesionario, un pequeño cubículo de madera oscura que olía a incienso y madera vieja. Me senté en el banco, esperando a que él llegara. Cuando lo hizo, noté cómo su respiración se agitó ligeramente al verme. Yo llevaba un vestido rojo ajustado, uno que sabía que no pasaría desapercibido, y mi perfume, dulce y embriagador, llenó el pequeño espacio.
—Bendíceme, padre, porque he pecado —dije con una voz suave pero cargada de intención.
Hubo un silencio incómodo antes de que él respondiera.
—¿En qué has pecado, hija mía? —preguntó, aunque su tono denotaba una tensión que no pudo ocultar.
—He tenido pensamientos impuros —continué, jugueteando con el borde de mi vestido—. Pensamientos sobre alguien que no debería desear.
Otro silencio, más largo esta vez. Podía escuchar cómo su respiración se hacía más pesada, cómo luchaba por mantener la compostura.
—Debes resistir esas tentaciones, hija mía. El pecado... el pecado es un camino peligroso.
—¿Y si no quiero resistirme? —pregunté, inclinándome hacia la rejilla que nos separaba—. ¿Y si quiero explorar esos deseos?
Esta vez, no hubo respuesta. Solo el sonido de su respiración entrecortada y el crujido de la madera cuando se ajustó en su asiento. Sabía que lo tenía justo donde quería.
—Padre —susurré—, ¿alguna vez has sentido esa tentación? ¿Esa necesidad que quema por dentro y no te deja en paz?
—Electra... —murmuró, y el solo hecho de que dijera mi nombre me hizo sonreír. Sabía que estaba ganando la batalla.
—No tienes que decir nada —continué, deslizando mi mano por la rejilla hasta tocar la suya—. Solo déjame mostrarte lo que el pecado puede sentir.
Fue como si una chispa hubiera encendido algo en él. De repente, la puerta del confesionario se abrió, y allí estaba, con sus ojos oscuros llenos de conflicto y deseo. Sin decir una palabra, me tomó de la mano y me llevó a una habitación privada detrás del altar. Las velas iluminaban tenuemente el espacio, creando sombras que bailaban en las paredes.
—Esto está mal —murmuró, aunque sus manos ya recorrían mi cuerpo con una urgencia que delataba sus verdaderos sentimientos.
—Nada de esto está mal —respondí, acercando mis labios a su oído—. Es solo... humano.
Y así, entre rezos ahogados y susurros de pasión, el padre Gabriel y yo exploramos un lado de él que nunca antes había dejado salir. Fue una noche de descubrimientos, de placeres prohibidos y de una conexión que ninguno de los dos olvidaría.
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https://www.xvideos.es/video.uhifhpd937d/concetta_licata
1 comentarios - F_2 la te tentación en el confesionario