Lucía arrancó el domingo con el cuerpo sintiendo los efectos de la noche anterior, la resaca hacia los suyo. El sol entraba por la persiana entreabierta, iluminando su piel morena mientras se desperezaba en la cama. El pelo negro le caía desordenado por los hombros, y los ojos oscuros tenían una calma nueva, como si hubiera encontrado un ritmo después de todo el quilombo con Pablo.
Se levanto y fue directo al baño a darse una ducha para reanimarse un poco.
Fue la cocin, prepararse un un café y pensando en la noche anterior y lo que habia pasado, cuando el celular vibró con un mensaje inesperado: “Lu, soy Camila. ¿Estás en casa? Paso un rato, quiero charlar”. Lucía arqueó una ceja, el nombre de su prima trayéndole flashes de las fotos en bikini que Pablo había usado para calentarse. No se veían desde antes de la ruptura, pero Lucía no sentía bronca contra ella. Era Pablo el gil, no Camila. Igual, le picó la curiosidad. ¿Qué quería decir ahora? Tipeó un “vení cuando quieras” y dejó el celu en la mesada.
Media hora después, el timbre sonó. Lucía abrió la puerta en una remera suelta y unos shorts, sin ganas de ponerse formal para nadie. Ahí estaba Camila: 26 años, 1.62, piel blanca con pecas, pelo castaño claro hasta los hombros y un vestido liviano que marcaba su figura delgada pero con curvas. Sus ojos verdes la miraron con una mezcla de sorpresa y algo más suave, como si viniera sin saber bien cómo arrancar.
—Hola, Lu —dijo Camila, quedándose en la puerta un segundo—. ¿Puedo entrar?
—Pasá, claro —respondió Lucía, con tono neutro pero relajado. Cerró la puerta y se quedaron en el living, el aire cargado pero sin esa pesadez de enojo que Lucía había sentido antes con todo el tema.
Camila se acomodó en el borde del sillón, mirando a Lucía con una risita nerviosa. —No sé ni cómo empezar. Me enteré de lo de Pablo y las fotos esas… No puedo creer que haya sido tan idiota. Cuando me contaron, me quedé helada.
Lucía se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos. —Sí, un boludo total. Pero no me sorprende, siempre tuvo esa onda de hacer cosas a escondidas. Igual, no es tu culpa, Cami. Él eligió calentarse con vos, no vos a él.
Camila asintió, aliviada de que Lucía no la mirara con reproche. —Eso quería decirte. Me volví loca cuando me enteré. O sea, ¿en serio? ¿Mis fotos? Jamás pensé que podía pasar algo así. Quería verte y… no sé, sacarme esa sensación rara.
Lucía soltó una risita, descruzando los brazos. —Te entiendo. Fue un golpe bajo, pero ya está. Lo hice mierda con ese video bien cogida, y ahora estoy en otra. Él quedó como un gil, y yo sigo mi camino.
Camila abrió los ojos, sorprendida pero con una sonrisa que se le escapó. —Un video cogiendo Lu Sos una genia. Me imaginé que no te ibas a quedar quieta, pero eso es nivel dios.
Las dos se rieron, y el ambiente se aflojó como si el fantasma de Pablo se fuera desvaneciendo. Lucía se acercó y se sentó en el sillón al lado de Camila, mirándola de reojo. Siempre había pensado que su prima era linda, con esa onda natural que no necesitaba esfuerzo. Ahora, viéndola de cerca, con el vestido pegándole al cuerpo y los ojos verdes brillando, algo se movió adentro suyo. No era bronca ni envidia, sino otra cosa, un calor que no esperaba.
—¿Sabés qué es lo loco? —dijo Lucía, inclinándose un poco hacia ella—. Que mientras él se moría por vos en esas fotos, yo estaba ahí, y nunca me vio de verdad. Y vos… bueno, sos un peligro sin darte cuenta.
Camila se rio, pero el comentario la dejó pensando. Se acercó un poco más, casi sin querer, y sus rodillas se rozaron. —¿Un peligro, yo? Mirá quién habla, Lu. Siempre fuiste la que rompía todo sin despeinarte.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino cargado. Lucía sintió el roce de la pierna de Camila como una chispa, y antes de pensarlo demasiado, puso una mano en su muslo, subiendo despacio por el vestido. Camila no se apartó; al contrario, se le cortó la respiración y la miró fijo, los ojos verdes oscureciéndose un poco.
—¿Qué hacés, Lu? —susurró, pero no había rechazo en su voz, solo curiosidad.
—No sé, vos decime —respondió Lucía, con una sonrisa chiquita. Sus dedos subieron más, rozando la piel suave del muslo interno, y Camila dejó escapar un suspiro bajito. Era un juego, pero de los que podían irse de las manos rápido.
Camila se mordió el labio y, sin decir nada, puso una mano en el cuello de Lucía, acercándola. Sus bocas se encontraron en un beso suave al principio, casi tentativo, pero que se puso intenso en segundos. Las lenguas se rozaron, húmedas y cálidas, y Lucía sintió un calor subiéndole por el pecho. Bajó la mano más, metiéndola bajo el vestido hasta rozar la tela de la tanguita de Camila, que ya estaba húmeda. Ella gimió contra su boca, apretándole el cuello con más fuerza.
No llegaron mucho más allá. Lucía deslizó los dedos por encima de la tela, presionando justo para sacarle otro gemido, pero después se apartó, jadeando leve. Camila la miró, todavía agitada, con una mezcla de sorpresa y risa.
—Esto no me lo esperaba —dijo Camila, acomodándose el vestido con las mejillas coloradas.
—Ni yo —respondió Lucía, riéndose también—. Pero no estuvo mal, ¿no?
—Para nada —admitió Camila, y las dos se quedaron ahí, riéndose como si acabaran de compartir un secreto.
Lucía fue a la cocina y volvió con el mate, ofreciéndole uno a Camila. Charlaron un rato más, sin tocar el tema de Pablo ni lo que acababa de pasar, pero con una onda distinta, más cercana. Cuando Camila se fue, le dejó un abrazo corto pero firme en la puerta.
—Nos vemos, Lu. Cuidate.
—Vos también, Cami —respondió ella, cerrando la puerta con una sonrisa. No sabía qué había sido ese momento, pero le gustó. Era otra pieza de su vida que estaba armando, día a día, a su manera.
Se levanto y fue directo al baño a darse una ducha para reanimarse un poco.
Fue la cocin, prepararse un un café y pensando en la noche anterior y lo que habia pasado, cuando el celular vibró con un mensaje inesperado: “Lu, soy Camila. ¿Estás en casa? Paso un rato, quiero charlar”. Lucía arqueó una ceja, el nombre de su prima trayéndole flashes de las fotos en bikini que Pablo había usado para calentarse. No se veían desde antes de la ruptura, pero Lucía no sentía bronca contra ella. Era Pablo el gil, no Camila. Igual, le picó la curiosidad. ¿Qué quería decir ahora? Tipeó un “vení cuando quieras” y dejó el celu en la mesada.
Media hora después, el timbre sonó. Lucía abrió la puerta en una remera suelta y unos shorts, sin ganas de ponerse formal para nadie. Ahí estaba Camila: 26 años, 1.62, piel blanca con pecas, pelo castaño claro hasta los hombros y un vestido liviano que marcaba su figura delgada pero con curvas. Sus ojos verdes la miraron con una mezcla de sorpresa y algo más suave, como si viniera sin saber bien cómo arrancar.
—Hola, Lu —dijo Camila, quedándose en la puerta un segundo—. ¿Puedo entrar?
—Pasá, claro —respondió Lucía, con tono neutro pero relajado. Cerró la puerta y se quedaron en el living, el aire cargado pero sin esa pesadez de enojo que Lucía había sentido antes con todo el tema.
Camila se acomodó en el borde del sillón, mirando a Lucía con una risita nerviosa. —No sé ni cómo empezar. Me enteré de lo de Pablo y las fotos esas… No puedo creer que haya sido tan idiota. Cuando me contaron, me quedé helada.
Lucía se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos. —Sí, un boludo total. Pero no me sorprende, siempre tuvo esa onda de hacer cosas a escondidas. Igual, no es tu culpa, Cami. Él eligió calentarse con vos, no vos a él.
Camila asintió, aliviada de que Lucía no la mirara con reproche. —Eso quería decirte. Me volví loca cuando me enteré. O sea, ¿en serio? ¿Mis fotos? Jamás pensé que podía pasar algo así. Quería verte y… no sé, sacarme esa sensación rara.
Lucía soltó una risita, descruzando los brazos. —Te entiendo. Fue un golpe bajo, pero ya está. Lo hice mierda con ese video bien cogida, y ahora estoy en otra. Él quedó como un gil, y yo sigo mi camino.
Camila abrió los ojos, sorprendida pero con una sonrisa que se le escapó. —Un video cogiendo Lu Sos una genia. Me imaginé que no te ibas a quedar quieta, pero eso es nivel dios.
Las dos se rieron, y el ambiente se aflojó como si el fantasma de Pablo se fuera desvaneciendo. Lucía se acercó y se sentó en el sillón al lado de Camila, mirándola de reojo. Siempre había pensado que su prima era linda, con esa onda natural que no necesitaba esfuerzo. Ahora, viéndola de cerca, con el vestido pegándole al cuerpo y los ojos verdes brillando, algo se movió adentro suyo. No era bronca ni envidia, sino otra cosa, un calor que no esperaba.
—¿Sabés qué es lo loco? —dijo Lucía, inclinándose un poco hacia ella—. Que mientras él se moría por vos en esas fotos, yo estaba ahí, y nunca me vio de verdad. Y vos… bueno, sos un peligro sin darte cuenta.
Camila se rio, pero el comentario la dejó pensando. Se acercó un poco más, casi sin querer, y sus rodillas se rozaron. —¿Un peligro, yo? Mirá quién habla, Lu. Siempre fuiste la que rompía todo sin despeinarte.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino cargado. Lucía sintió el roce de la pierna de Camila como una chispa, y antes de pensarlo demasiado, puso una mano en su muslo, subiendo despacio por el vestido. Camila no se apartó; al contrario, se le cortó la respiración y la miró fijo, los ojos verdes oscureciéndose un poco.
—¿Qué hacés, Lu? —susurró, pero no había rechazo en su voz, solo curiosidad.
—No sé, vos decime —respondió Lucía, con una sonrisa chiquita. Sus dedos subieron más, rozando la piel suave del muslo interno, y Camila dejó escapar un suspiro bajito. Era un juego, pero de los que podían irse de las manos rápido.
Camila se mordió el labio y, sin decir nada, puso una mano en el cuello de Lucía, acercándola. Sus bocas se encontraron en un beso suave al principio, casi tentativo, pero que se puso intenso en segundos. Las lenguas se rozaron, húmedas y cálidas, y Lucía sintió un calor subiéndole por el pecho. Bajó la mano más, metiéndola bajo el vestido hasta rozar la tela de la tanguita de Camila, que ya estaba húmeda. Ella gimió contra su boca, apretándole el cuello con más fuerza.
No llegaron mucho más allá. Lucía deslizó los dedos por encima de la tela, presionando justo para sacarle otro gemido, pero después se apartó, jadeando leve. Camila la miró, todavía agitada, con una mezcla de sorpresa y risa.
—Esto no me lo esperaba —dijo Camila, acomodándose el vestido con las mejillas coloradas.
—Ni yo —respondió Lucía, riéndose también—. Pero no estuvo mal, ¿no?
—Para nada —admitió Camila, y las dos se quedaron ahí, riéndose como si acabaran de compartir un secreto.
Lucía fue a la cocina y volvió con el mate, ofreciéndole uno a Camila. Charlaron un rato más, sin tocar el tema de Pablo ni lo que acababa de pasar, pero con una onda distinta, más cercana. Cuando Camila se fue, le dejó un abrazo corto pero firme en la puerta.
—Nos vemos, Lu. Cuidate.
—Vos también, Cami —respondió ella, cerrando la puerta con una sonrisa. No sabía qué había sido ese momento, pero le gustó. Era otra pieza de su vida que estaba armando, día a día, a su manera.
1 comentarios - Lucia 3 (el encuentro con Cami)