Desde ese día, Juana empezó a vestirse distinto… para estar en casa.
Se ponía shorts que le marcaban la cola, remeritas sin corpiño, vestidos de algodón que se le pegaban al cuerpo cuando bajaba la escalera.
Decía que era por el calor, pero no era solo por eso. Era por él.
Elías.
Elías tenía algo que la sacaba del personaje. Esa forma de mirarla sin pedir permiso. De pararse con los brazos cruzados, con la remera pegada al torso, como si supiera exactamente lo que le provocaba.
Una tarde bajó a buscar agua. Estaba sola, o eso pensaba. Tenía una remera blanca que dejaba ver la forma perfecta de sus tetas y una tanguita de hilo que se marcaba bajo el short, apenas visible.
Elías apareció justo desde el patio, con una bolsa de escombros al hombro.
Se cruzaron en el pasillo. Ella iba con el vaso de agua en la mano, y él la miró sin disimular.
De arriba abajo. Pausado. Casi con respeto, pero con hambre.
—¿Así andás por la casa vos? —le dijo, con una sonrisatorcida—. Después no te quejes si uno se queda mirando más de la cuenta.
Juana se le quedó mirando. El comentario la descolocó... pero también le disparó una corriente de
calor que le bajó directo al centro.
No fue vulgar, no fue grosero. Pero fue picante. Justo como a ella legustaba.
—No sabía que trabajabas de inspector de vestuario ahora—le dijo, alzando una ceja.
—No. Pero lo que es lindo... se mira. Y vos... —se quedó ahí, sin terminar la frase. Pero no hacía falta.
Juana sintió que el short le quedaba más húmedo que antes.
Se dio vuelta y volvió a subir, con las caderas moviéndose lento, provocadora.
Sabía que él la miraba. Lo sentía.
La tanguita se le metía entre las nalgas, finita, descarada.
Esa noche, en la ducha, se tocó con los ojos cerrados.
Pensó en su voz, en cómo se le había acercado, en la forma en que la frase le quedó dando vueltas en la cabeza.
Y mientras se acariciaba con una mano entre las piernas, pensó:
Los chetos me decían que era hermosa.
Este me mira como si supiera cuánto me falta que me cojan como Dios manda.
Y acabó sin culpa, con la tanga en el piso y las piernas temblando.
Se ponía shorts que le marcaban la cola, remeritas sin corpiño, vestidos de algodón que se le pegaban al cuerpo cuando bajaba la escalera.
Decía que era por el calor, pero no era solo por eso. Era por él.
Elías.
Elías tenía algo que la sacaba del personaje. Esa forma de mirarla sin pedir permiso. De pararse con los brazos cruzados, con la remera pegada al torso, como si supiera exactamente lo que le provocaba.
Una tarde bajó a buscar agua. Estaba sola, o eso pensaba. Tenía una remera blanca que dejaba ver la forma perfecta de sus tetas y una tanguita de hilo que se marcaba bajo el short, apenas visible.
Elías apareció justo desde el patio, con una bolsa de escombros al hombro.
Se cruzaron en el pasillo. Ella iba con el vaso de agua en la mano, y él la miró sin disimular.
De arriba abajo. Pausado. Casi con respeto, pero con hambre.
—¿Así andás por la casa vos? —le dijo, con una sonrisatorcida—. Después no te quejes si uno se queda mirando más de la cuenta.
Juana se le quedó mirando. El comentario la descolocó... pero también le disparó una corriente de
calor que le bajó directo al centro.
No fue vulgar, no fue grosero. Pero fue picante. Justo como a ella legustaba.
—No sabía que trabajabas de inspector de vestuario ahora—le dijo, alzando una ceja.
—No. Pero lo que es lindo... se mira. Y vos... —se quedó ahí, sin terminar la frase. Pero no hacía falta.
Juana sintió que el short le quedaba más húmedo que antes.
Se dio vuelta y volvió a subir, con las caderas moviéndose lento, provocadora.
Sabía que él la miraba. Lo sentía.
La tanguita se le metía entre las nalgas, finita, descarada.
Esa noche, en la ducha, se tocó con los ojos cerrados.
Pensó en su voz, en cómo se le había acercado, en la forma en que la frase le quedó dando vueltas en la cabeza.
Y mientras se acariciaba con una mano entre las piernas, pensó:
Los chetos me decían que era hermosa.
Este me mira como si supiera cuánto me falta que me cojan como Dios manda.
Y acabó sin culpa, con la tanga en el piso y las piernas temblando.
2 comentarios - La pendeja cheta y el albañil (parte 2)