La hermana de mi mejor amigo (3)

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Su mano me sorprendió mucho, haciéndome moverme rápidamente, rompiendo todo el romanticismo que había logrado. La mire fijo a los ojos y me sentí en el cielo. La poca luz que entraba por la ventana hacía brillar sus ojos tanto como brillaban las estrellas que estaba viendo hacia segundos atrás. Me calló en el estúpido momento en que traté de decir algo. Se notaba que estaba nerviosa, dado que temblaba de forma casi imperceptible. Su boca empezó a acercarse a la mía en lo que pareció ser una eternidad, en la cual yo pensaba a cada momento que me estaba equivocando. Al instante en que nuestros labios y nuestras lenguas entraron en contacto, me olvidé de todo. Luego de algunos besos dulces, la pasión nos empezó a poseer y todo mi cuerpo empezó a entrar en calor. La empecé a llevar al colchón en el cual estaba yo solo acostado, y me puse arriba de ella. El placer que sentí al notar mi cuerpo hundiéndose en las finas telas que nos separaban me estremeció, y se lo hice notar en un beso en extremo fogoso.

A los minutos no podía más y mi locura me pudo. Empecé a sacarle el camisón que llevaba puesto y nuevamente me tuve que sacar solo mi remera. No dudé esta vez y le saqué su ridículo corpiño, no sin luego jugar con sus desnudos pechos, a lo cual ella respondía con leves gemidos que solo incentivaban mi estado mental ya muy delirante.

Cuando bajé para eliminar de la ecuación a lo único que la separaba de la completa desnudez, fue cuando me detuvo. Recuerdo tener la cara a la altura de su cintura, cuando la agarró y me hizo mirarla a la fuerza. Por mi parte hice también fuerza por ignorar su callado pedido, pero luego noté en un destello de lucidez que intentaba comunicarme algo. La miré y lo que noté me hizo sentir algo que no entendía, que nunca antes había sentido. Totalmente rendido ante semejante imagen que me pudo en muchas maneras, mi cuerpo perdió su fogosidad y terminó abrazándome en un llanto inesperado que mojaba mi espalda. La noche había terminado ahí en lo que a lo físico se trataba; al menos eso pensé en ese momento.

- Hay... - fue lo único que logró decir luego de mil y una carilinas.
- No hace falta que me expliques, Ana - le dije, queriendo decir, obviamente, que me moría por saber.
- No, no, tenés que saber - mi silencio hizo que tuviera que continuar - mi novio me dejó hace un mes.
- Ah. ¿Qué pasó? - la verdad es que me desilusioné. Pero al ver que tardaba mucho en contestar, y me miraba fijo a los ojos, todo cerró.
- Estoy embarazada - mis ojos nunca habían estado más grandes, lo juro.
- ¿Tu familia lo sabe?
- No.

No hay palabras que puedan explicar la cantidad de culpa, responsabilidad y odio que sentí en ese momento. Pero a ella la vi tranquila. Dejó de llorar al instante, aunque todavía no había dicho nada. La hermana menor de mi mejor amigo, que luego me enteré que había cumplido 18 años hacía una semana, me estaba contando a mí, alguien que conocía hacía poco más de 24 horas, que su novio la había dejado, y embarazada. Mi mente se fue en ese momento de vacaciones.

- Pregunta tonta pero, ¿estás segura?
- Si, pelotudo.
- ¡Volvemos a la puteadas! - me paré
- Perdón, perdón, ¡pero sabés como estoy!
- Ah, claro, porque yo no. Como pensás que voy a mirar a tu familia ahora. ¡A tu hermano!
- Llegás a decir algo y te mato
- Vos no estás en posición de amenazar a nadie - le dije mientras me acercaba a su cara
- Ah, te hacés el malo ahora, ¿qué vas a hacer? - dijo con el mejor tono de quien no siente ninguna culpa
- Nada, Ana. No voy a hacer nada. - sí, dije eso, y su cara se transformó.
- ¿Qué?
- Estás embarazada, Ana. Con eso es suficiente. Andate a dormir.
- ¡Andate a la mierda, hijo de puta! - gritó mientras agarraba su ropa y se iba.

Es que tenía que pensar. Bastante mal estaba ya que me quisiera acostar con la hermana de mi mejor amigo; pero estando embarazada, era una locura. Cerca de una hora después yo seguía despierto, y escucho la puerta abrirse, con mi amigo y sus padres hablando en una suerte de voz baja. Tomás entró al cuarto intentando hacer poco ruido, mientras yo fingía estar dormido; no me animaba aún a cruzar palabra con él. Luego comenzó a fijarse si estaba o no dormido, llamando a mi nombre en un volumen cada vez más alto, aunque todavía en un susurro, y luego moviendo mi cuerpo para estar seguro. Al ver que yo no respondía, fue que todo sucedió.

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