Historias reales - Cap. XIX

Historias Reales - Capítulo XIX.
Mi tía Alicia.

El otro día, mirando un film porno de maduras, recordé esta historia que paso a relatar.
Dado que mi abuela ha tenido muchos hijos, entre el mayor y la menor hay más de 20 años de diferencia y esta última, mi tía Alicia, me lleva apenas quince años. Nací una semana antes de su fiesta de 15. Jamás la sentí como una típica tía, de esas gordas y viejas insoportables, sino más bien como una amiga. Recuerdo que me puse muy celoso cuando se casó. Yo ya estaba saliendo de la pubertad; como todo pendejo de 13 andaba alzado por todos lados y más que quererla la amaba, la deseaba… Pero hasta ahí, jamás pasó absolutamente nada.
Con el tiempo fueron sucediendo las cosas que a todos -o a muchos- nos pasa: nos casamos, armamos una familia, nos separamos, en fin, crecemos.
Por entonces ella andaba por los 60 pero si no conocías este dato no le dabas más de 40 o 42. Se mantenía en muy buen estado, portaba un buen par de gomas de tamaño medio y un culo paradisíaco.
Esa noche mi hermana me había invitado su cumpleaños. Alicia también estaba en la reunión, como todas las veces que se reúne la familia. Comimos algo y tomamos mucho, al menos yo. Era un día de semana así que cerca de las 11 de la noche me despedí para irme.
-- ¿Me llevás, sobrino? –me pidió Alicia, siempre la llamé así, nunca “tía”-
-- Vamos… Si te animás a subirte a mi auto… -la desafié dada mi borrachera-
-- Si, vamos despacio, total es cerca…
Conduje hasta la puerta de su edificio, en un inhóspito pasaje del barrio de Caballito, que no estaba a más de diez cuadras de lo de mi hermana. Nos despedimos con un beso en la mejilla.
-- Esperá. –le dije antes de que abriera la puerta del auto-
-- ¿Qué?
-- Dejame un cachito… -le respondí apoyándole la mano en su pecho izquierdo-
-- ¿Qué hacés, nene? ¡Soy tu tía! –se quejó sacando a la luz nuestro parentesco olvidado por años-
-- Si, ya sé… Pero hace añares que espero esta oportunidad.
-- Bueno, listo, suficiente, sacá la mano de ahí.
-- Dejame un poquito más… -supliqué cerrando suavemente la palma presionando el seno-
-- ¡Vos estás loco! Y borracho… ¡Basta! –y se abalanzó sobre la manija de la puerta-
Le impedí abrirla agarrándola del antebrazo y estampándole un beso en la boca, llevando con fuerza su mano a mi entrepierna. Quedó inmóvil un par de segundos hasta que sentí que su mano se relajaba en la parte superior de mi muslo.
-- ¡Epa, sobrinito! ¿Qué tenemos ahí escondido? –inquirió al sentir mi miembro semi erecto-
La miré a los ojos buscando complicidad…
-- Esto es una locura –continuó, volviendo a tomar cordura-. Terminemos acá.
-- Si nos gustó…
-- Basta. Además cualquiera que pasa nos puede ver y…
-- ¿Y entonces?
-- Nada, me moriría de vergüenza.
-- ¿Y entonces? –volví a preguntar-
-- Basta.
-- Bueno, si, tenés razón, terminemos ya con esto. Me gustó besarte y mucho más acariciarte el pecho, pero ya está. Gracias, en serio –abandoné dándome por vencido-
-- ¿Estás con muchas ganas, no? –retomó-
-- Y si… ¿No se me nota, boluda? –dije bajando la vista hacia mi entrepierna-
-- Si no se lo contás a nadie te digo un secreto…
-- …
-- Yo también te daría. ¿Querés subir?
Los cuatro pisos en ascensor pasaron como un rayo entre besos y caricias. Hubiéramos preferido que su departamento esté en un piso 50. Había mucho deseo, mucho morbo…
-- Pasá –me invitó al llegar a la puerta-. Si querés preparate unos cafés que ya vengo –dijo dirigiéndose por un pasillo al dormitorio-
La vi alejarse moviendo exageradamente el culo hasta cerrar la puerta. Aproveché para quitarme toda la ropa y esperarla completamente desnudo retozando en un sillón. Se demoró más de lo esperado, tanto que debí manosearme algo la chota para que no se bajara del todo. Cuando volvió no podía creerlo: todo en color negro lucía un corset que le apretaba la cintura dejando al descubierto sus erguidas tetas, una tanga minúscula, un liguero le sostenía unas medias de gasa negra trasparente y sobre los hombros una especie de camisa de tul larga hasta los tobillos.
-- ¿Te gusta así o preferís que me disfrace de tía vieja?
-- ¿De dónde sacaste eso?
-- Uf, hace un montonazo que lo tengo…
-- ¿Y con quién lo usás? –le recriminé fingiendo celos-
-- Con nadie, lo estreno hoy… Y de hecho, ya me queda algo chico… -dijo acomodándose los pechos sobre el apretado corset y acercándose a mi-.
Borré de mi mente todo parentesco; la veía como la más refinada y cara de las prostitutas. Sabía que nos esperaba una noche inolvidable. Verla así vestida me provocó una erección inmediata que no amagué ocultar.
Mientras su lengua jugaba con mi pene y me recorría los huevos dediqué los primeros minutos a disfrutar el momento contemplándola: era verdaderamente una hermosísima mujer, sus tetas tenían el tamaño perfecto para mi gusto, un pecho cabía exactamente en la concavidad de mi mano, sus aréolas color rosado intenso dibujaban un círculo perfecto, como trazado con compás, en cuyo centro un precioso botón erguido y desafiante crecía con mis caricias.
Ignoro qué escondía bajo el ajustadísimo corset que le delineaba una cintura de bailarina clásica desembocando en amplias caderas. Su culo, redondo, parado, firme, era perfecto. No me cansaba de acariciarlo.
Al descorrerle la bombacha asomó una vagina madura, meticulosamente afeitada, de amplios labios carnosos rosados por los que asomaba un prominente clítoris. Me producía un gran placer recorrer con mis dedos su entrepierna y más, dibujando círculos con mi falange en su estrechísimo ano.
Ese hermoso cuerpo se sostenía en unas piernas bien torneadas, con muslos y pantorrillas firmes y delgados tobillos. Las medias negras transparentes y las ligas las erotizaban al máximo.
Puede que sea pudor, respeto, o no sé cómo llamar a eso que me inhibe de relatar con detalles esa noche de sexo maravilloso. Lo hicimos una, y otra, y otra vez, hasta quedar agotados.
Tras el raíd sexual y muy a pesar de mi duradera borrachera, acepté terminar la noche tomando juntos unos vinos, con música suave y muy relajados. Me invita a quedarme a dormir con ella lo cual agradecí aceptando gustoso. Recuerdo haberme dormido abrazado a ella en cucharita, acariciando sus senos y respirando el aroma de las feromonas que aún manaban de su piel.
Cuando desperté a la mañana siguiente se me partía la cabeza del dolor. Noté que estaba solo. Fui a la cocina en busca de café. Debajo de la cafetera había una llave con una nota:
“Te dejo la llave de la puerta de calle para que la próxima vez no tenga que bajar a abrirte. Un beso.”.

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