Parte 1
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parte 2
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parte 3
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parte 4
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parte 5
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parte 6
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parte 7
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parte 8
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parte 9
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Estaba tirado en la cama, con el corazón todavía golpeándole el pecho. El cuerpo caliente, la respiración entrecortada, y el sabor de Agustina todavía en la boca. Nunca se hubiera imaginado que podía llegar tan lejos, que esa fantasía imposible, absurda, prohibida… pudiera materializarse en la carne suave, tibia y húmeda de la mejor amiga de su madre.
La escuchó abrir la ducha y el sonido del agua le hizo cerrar los ojos, reviviendo cada momento. El modo en que se rindió. Cómo lo besó, cómo lo montó, cómo se dejó llevar. Y él… él no podía ni empezar a procesar que eso le estuviera pasando a él. Que ella lo hubiera elegido. A él.
Cuando escuchó que se apagaba el agua, se irguió un poco en la cama. Tenía los ojos encendidos, salvajes. Y entonces la vio salir del baño, con el cabello húmedo, la toalla floja sobre el cuerpo, caminando descalza, distraída, como si nada.

Pero para él, verla así era todo. Era el fuego mismo. Una postal que había imaginado durante años, sin poder evitarlo. La forma de sus caderas, la curva de su cintura, esa mezcla de elegancia adulta y naturalidad que lo volvía loco.
—Te vas a enfermar —le dijo, medio en broma, medio en serio.
Agustina sonrió apenas, sin mirarlo. Se sentó al borde de la cama y comenzó a secarse las piernas con la toalla. Cada movimiento era un puñal de deseo.
—Esto es un error, no debería haber pasado—murmuró.
—Lo sé —dijo Matías, tragando saliva—. Pero pasó.
Ella giró apenas la cabeza, y por un segundo lo miró con esa chispa que él ya empezaba a reconocer. Deseo. Culpa. Hambre. Todo mezclado.
—Sos muy chico para esto —agregó, pero su tono ya no era una negativa. Era una advertencia que llegaba tarde.
Matías se levantó de la cama y caminó hacia ella. Su cuerpo joven, desnudo, todavía erecto, se movía con torpeza y ansiedad. Se agachó frente a ella, puso una mano sobre su rodilla.
—¿Estás bien? —le preguntó Agustina, en voz baja.
—Nunca estuve mejor —respondió, tragando saliva. Se sentía al borde del colapso.
—No puedo creer esto —le dijo con voz ronca—. Sos… sos la mina con la que me hice la paja durante años.
Agustina se giró lentamente, con una media sonrisa que no terminaba de ocultar el temblor en su pecho.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te imaginabas? —preguntó con ese tono que mezclaba juego y provocación. Siendo Agustina
—Todo esto… —respondió él, acercándose—. Pero ni en mi mejor fantasía eras así de hermosa.
Ella le rozó el pecho con la yema de los dedos. Bajó la mirada hacia su erección evidente y murmuró:
—¿qué está pasando ahí?—
Él no respondió. La besó. Esta vez fue más lento, más profundo. Las manos de Matías recorrían su cuerpo con devoción. La apretaba con fuerza, como si temiera que desapareciera. Agustina se dejó llevar, soltando pequeños jadeos que a él le parecían lo más erótico que había escuchado en su vida.
La acostó sobre la cama, besando cada parte de su piel. El abdomen, los muslos, la curva de sus caderas. Ella le acariciaba el pelo, murmurando cosas entre dientes:
— Esto… esto está mal…está pésimo.
—Sí —susurró él, mirándola desde abajo—Pero qué bien se siente ¿no?— Le dijo mientras la empezaba a masturbar. Ella se arqueó. Él la tocaba como si fuera un premio que no volvería a tener. Sintió su humedad, el calor, sus temblores, todo lo enloquecía.
—Así… —le rogó Agustina con la voz quebrada—. Tócame así, Matías…
—No puedo creer esto —murmuró él, contra su piel—. Sos la mujer más hermosa que vi en mi vida. Y sos la amiga de mi vieja.
—Shhh… —Agustina le acarició la nuca con suavidad—. No lo arruines.
Él se rió. Era absurdo, era perfecto. La besó con fuerza, con urgencia. Esta vez fue más seguro, menos torpe. Se sintió hombre, se sintió invencible. Y ella se entregó, lo guió con su propia mano sobre la suya, enseñándole cómo tocarla, lo guió con los gemidos, con las uñas de la mano que tenía libre marcándole la espalda. Lo alentó a más. Lo quiso fuerte, encima, quería esa pija dentro.
—ya quiero pija… —susurró ella, con la voz ronca.
Él no obedeció instantáneamente. Le encantaba verla así, tan suelta, tan suya. La besó en la boca, en los hombros, en el pecho, bajó por su abdomen y se tomó su tiempo en cada rincón. Ella temblaba, se arqueaba, lo buscaba con los dedos, con los muslos.
—Méteme la pija, pendejo. Dale.— el cuerpo le ardía de deseo y urgencia, Matías entonces volvió a subir por ella, tomó su miembro alzado y apoyó la cabeza sobre su vulva.
—¿Esto queres?—Le gustaba hacerla rogar.
—La quiero toda adentro, pendejo zarpado. Méteme es hermosa pija que tenes de una vez.
—Solo la puntita— le dijo y su glande fibroso se hundió haciéndose paso.
—Métela toda, pendejo. La quiero toda adentro.
La tomó entero. De una vez. Hasta el fondo como si toda su juventud, toda su urgencia, todo el deseo acumulado durante años en pajas silenciosas dedicadas a ella encontraran finalmente una salida. El cuerpo de Agustina lo recibía con un calor húmedo que lo volvía loco. Sus piernas rodeándolo con fuerza, su espalda arqueada, los labios entreabiertos soltando un gemido contenido que a Matías le pareció celestial.
—Sí… así —jadeó ella, en voz baja, aferrada a su nuca, guiándolo, enseñándole con el cuerpo lo que necesitaba.
Matías se movía con torpeza al principio, pero pronto encontró el ritmo. Lo supo cuando ella lo arañó con fuerza, cuando le mordió el hombro y le susurró en el oído:
—Dale, nene… cógeme así.
Ese “nene” lo enardeció y lo desafió. Quería demostrarle que no era un pibe, que estaba a la altura. Que merecía estar donde estaba. Se afirmó con las manos en sus caderas y comenzó a moverse con más firmeza, con más hambre, sintiendo cómo el cuerpo de ella respondía, cómo temblaba, cómo lo apretaba con las piernas, cómo se perdía con él.
—Qué linda pija tenes pendejo— Susurró, con la frente apoyada en su cuello, besándolo, respirándolo.
—Toda para vos, Agus.—
Ella le alzó la cara con una mano, lo miró directo a los ojos, sería, con cara de puta, con los labios húmedos y entrecortados por el placer.
—¿Te estás cogiendo a la amiga de mami?, zarpado…
Eso lo volvió loco. La besó con fuerza, con desesperación, mordiéndole el labio, la lengua, como si quisiera devorarla entera. Ella lo apretó más, giró con él hasta quedar encima, lo montó con un movimiento fluido, hambriento, tomando el control. Matías no podía creerlo. Agustina cabalgando sobre él, con el pelo mojado pegado al cuello, las manos en su pecho, la boca entreabierta soltando pequeños jadeos, ese ritmo delicioso que lo conducía al borde una y otra vez.
—¿Te gusta cogerte a la amiga de mami?—repetía Agustina y lo cabalgaba más fuerte en cada embestida.
Él la miraba con una mezcla de adoración y lujuria. Era la mujer con la que había soñado desde que la conoció. Amiga de su madre, prohibida, inalcanzable, perfecta. Y ahora estaba encima suyo, sudada, extasiada, entregada.
—¿y vos? Te estás comiendo un pendejo, hija de puta—le dijo, sin filtro, sin pensar, con el corazón desbordado.
—Está crecido el nene ¿no?—
Ella le lanzó una mirada cargada, le pasó una mano por el pecho con lentitud.
—Sos un atrevido, cómo vas a tener esta pija, pibito.
Él se incorporó para besarle los pechos. Ella lo ayudó con la mano en su nuca y se estremeció cuando le hundió la cabeza sobre una teta. El sorbía, lamía, primero una, después la otra. Luego el soltó una mano y le introdujo un dedo en su boca. Agustina continuaba con el bombeo, firme, profundo. Le chupó el dedo mientras lo miraba otra vez con cara de puta.
Lo que siguió le sorprendió: Matías se estiró y le metió el dedo babeado, lubricado, en el culo.
Ella se sintió llena. Él se esforzó por meterlo aún un poco más pero ella se movía con un ritmo cada vez más intenso.
Ese gesto de irreverencia fue demasiado para ella. Y acabó en un gemido constante y duradero.
Matías la tomó con fuerza y ella entendió lo que quería. Se apoyó sobre sus rodillas apoyando los codos contra la cama con la cara reposada en el colchón. el la penetró mientras que su dedo volvió a jugar con su culo.
—¿me vas a hacer la colita, pendejo?
Matías seguía concentrado en lo suyo, abriendo la flor lentamente con un dedo. Le ofreció otro dedo para que Agustina lo lubricara también.
—¿quién te enseñó a hacer esto? Agustina ya tenía dos dedos dentro del ano dilatado.
Matías probó una vez. Logró meter la punta y sintió que el culo cedía. Se quedaron quietos. Inmóviles.
La sacó y volvió a meterla con cuidado. esta vez un poco más. Con paciencia. Esperó.
—¿te duele?
—No, lo estás haciendo muy bien.
Agustina se masturbaba con la mano.
Matías comenzó un bombeo suave, ya tenía la mitad del tronco venoso adentro del culo de Agustina.
La volvió a sacar y vió el agujero perfecto que había perforado con su pija. Ya estaba listo.
La embestió otra vez, esta vez hasta el final. Agustina gritó, de placer, de dolor.
El no duró mucho. La excitación era total. La sacó para no acabar y volvió a entrar en ella, profundo, con una intensidad que no había sentido nunca. Ella se estremeció entera.
—Dios… sí… —susurró entre gemidos—. No pares.
Y no paró. Siguió hasta que los dos quedaron sin aire, hasta que el temblor de ella se convirtió en un espasmo de placer tan crudo que lo desbordó a él también, con un gemido ahogado.
Quedaron tendidos en la cama, pegados por el sudor, con la respiración desbocada. Matías tenía la cara escondida en el cuello de Agustina. Olía su perfume mezclado con sexo. Le temblaban los brazos, el pecho.
—No lo puedo creer —susurró.
Agustina no dijo nada. Él le acariciaba la espalda con una mano suave, como si estuviera procesando lo que acababa de pasar. fue demasiado. Fue glorioso. Fue como si el mundo se achicara al tamaño exacto de esa cama y ese cuerpo debajo suyo.
Fue entonces cuando Matías, con un impulso infantil, tomó el celular que había quedado en la mesita de luz. Lo encendió y apuntó. Quería guardar ese instante. La imagen. La prueba de que había tocado el cielo con las manos.
—¿Qué hacés?
—Una foto —dijo él, sincero, sin pensar.
—¿Estás loco?
—Sólo… para mí. Para saber que fue real.
Tomó la foto: ella de perfil, ambos desnudos, la sábana cruzándoles los cuerpos apenas. Una imagen íntima, silenciosa, cargada.
Agustina se incorporó con una seriedad repentina, le quitó el celular de la mano y buscó la galería.
—Borrala. No da.
—Ya está —dijo él, con una sonrisa—. Ya la guardé en la memoria.
Ella le dio un almohadonazo en el pecho.
—No jodas. Borrala. En serio.
Matías la miró un segundo, y sin perder la sonrisa, obedeció. Tocó “Eliminar”. Confirmó.
Y entonces la volvió a mirar. Ella lo observó en silencio, con una ceja levantada.
—No sé si sos muy boludo… o muy peligroso.
—Puede ser que sea las dos cosas.
Agustina volvió a mirarlo con seriedad.
—Esto no puede volver a pasar, esto no pasó —le dijo, casi como un reto.
—No. Claro. Tranquila.
Matías se recostó mirando el techo, el cuerpo aún vibrando. Sabía que lo que acababa de vivir no iba a repetirse. Pero también sabía que, aunque ella dijera lo contrario… sí había pasado. Y eso no se lo sacaba nadie.
NOS VAMOS ACERCANDO AL DESENLACE DE ESTA SAGA.
DENLE AMOR.
Final
http://m.poringa.net/posts/relatos/5961702/Yoga-con-la-mami-del-jardin-final.html
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
parte 3
http://m.poringa.net/posts/relatos/5951102/Yoga-con-la-mami-del-jardin-3.html
parte 4
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parte 5
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parte 9
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Estaba tirado en la cama, con el corazón todavía golpeándole el pecho. El cuerpo caliente, la respiración entrecortada, y el sabor de Agustina todavía en la boca. Nunca se hubiera imaginado que podía llegar tan lejos, que esa fantasía imposible, absurda, prohibida… pudiera materializarse en la carne suave, tibia y húmeda de la mejor amiga de su madre.
La escuchó abrir la ducha y el sonido del agua le hizo cerrar los ojos, reviviendo cada momento. El modo en que se rindió. Cómo lo besó, cómo lo montó, cómo se dejó llevar. Y él… él no podía ni empezar a procesar que eso le estuviera pasando a él. Que ella lo hubiera elegido. A él.
Cuando escuchó que se apagaba el agua, se irguió un poco en la cama. Tenía los ojos encendidos, salvajes. Y entonces la vio salir del baño, con el cabello húmedo, la toalla floja sobre el cuerpo, caminando descalza, distraída, como si nada.

Pero para él, verla así era todo. Era el fuego mismo. Una postal que había imaginado durante años, sin poder evitarlo. La forma de sus caderas, la curva de su cintura, esa mezcla de elegancia adulta y naturalidad que lo volvía loco.
—Te vas a enfermar —le dijo, medio en broma, medio en serio.
Agustina sonrió apenas, sin mirarlo. Se sentó al borde de la cama y comenzó a secarse las piernas con la toalla. Cada movimiento era un puñal de deseo.
—Esto es un error, no debería haber pasado—murmuró.
—Lo sé —dijo Matías, tragando saliva—. Pero pasó.
Ella giró apenas la cabeza, y por un segundo lo miró con esa chispa que él ya empezaba a reconocer. Deseo. Culpa. Hambre. Todo mezclado.
—Sos muy chico para esto —agregó, pero su tono ya no era una negativa. Era una advertencia que llegaba tarde.
Matías se levantó de la cama y caminó hacia ella. Su cuerpo joven, desnudo, todavía erecto, se movía con torpeza y ansiedad. Se agachó frente a ella, puso una mano sobre su rodilla.
—¿Estás bien? —le preguntó Agustina, en voz baja.
—Nunca estuve mejor —respondió, tragando saliva. Se sentía al borde del colapso.
—No puedo creer esto —le dijo con voz ronca—. Sos… sos la mina con la que me hice la paja durante años.
Agustina se giró lentamente, con una media sonrisa que no terminaba de ocultar el temblor en su pecho.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te imaginabas? —preguntó con ese tono que mezclaba juego y provocación. Siendo Agustina
—Todo esto… —respondió él, acercándose—. Pero ni en mi mejor fantasía eras así de hermosa.
Ella le rozó el pecho con la yema de los dedos. Bajó la mirada hacia su erección evidente y murmuró:
—¿qué está pasando ahí?—
Él no respondió. La besó. Esta vez fue más lento, más profundo. Las manos de Matías recorrían su cuerpo con devoción. La apretaba con fuerza, como si temiera que desapareciera. Agustina se dejó llevar, soltando pequeños jadeos que a él le parecían lo más erótico que había escuchado en su vida.
La acostó sobre la cama, besando cada parte de su piel. El abdomen, los muslos, la curva de sus caderas. Ella le acariciaba el pelo, murmurando cosas entre dientes:
— Esto… esto está mal…está pésimo.
—Sí —susurró él, mirándola desde abajo—Pero qué bien se siente ¿no?— Le dijo mientras la empezaba a masturbar. Ella se arqueó. Él la tocaba como si fuera un premio que no volvería a tener. Sintió su humedad, el calor, sus temblores, todo lo enloquecía.
—Así… —le rogó Agustina con la voz quebrada—. Tócame así, Matías…
—No puedo creer esto —murmuró él, contra su piel—. Sos la mujer más hermosa que vi en mi vida. Y sos la amiga de mi vieja.
—Shhh… —Agustina le acarició la nuca con suavidad—. No lo arruines.
Él se rió. Era absurdo, era perfecto. La besó con fuerza, con urgencia. Esta vez fue más seguro, menos torpe. Se sintió hombre, se sintió invencible. Y ella se entregó, lo guió con su propia mano sobre la suya, enseñándole cómo tocarla, lo guió con los gemidos, con las uñas de la mano que tenía libre marcándole la espalda. Lo alentó a más. Lo quiso fuerte, encima, quería esa pija dentro.
—ya quiero pija… —susurró ella, con la voz ronca.
Él no obedeció instantáneamente. Le encantaba verla así, tan suelta, tan suya. La besó en la boca, en los hombros, en el pecho, bajó por su abdomen y se tomó su tiempo en cada rincón. Ella temblaba, se arqueaba, lo buscaba con los dedos, con los muslos.
—Méteme la pija, pendejo. Dale.— el cuerpo le ardía de deseo y urgencia, Matías entonces volvió a subir por ella, tomó su miembro alzado y apoyó la cabeza sobre su vulva.
—¿Esto queres?—Le gustaba hacerla rogar.
—La quiero toda adentro, pendejo zarpado. Méteme es hermosa pija que tenes de una vez.
—Solo la puntita— le dijo y su glande fibroso se hundió haciéndose paso.
—Métela toda, pendejo. La quiero toda adentro.
La tomó entero. De una vez. Hasta el fondo como si toda su juventud, toda su urgencia, todo el deseo acumulado durante años en pajas silenciosas dedicadas a ella encontraran finalmente una salida. El cuerpo de Agustina lo recibía con un calor húmedo que lo volvía loco. Sus piernas rodeándolo con fuerza, su espalda arqueada, los labios entreabiertos soltando un gemido contenido que a Matías le pareció celestial.
—Sí… así —jadeó ella, en voz baja, aferrada a su nuca, guiándolo, enseñándole con el cuerpo lo que necesitaba.
Matías se movía con torpeza al principio, pero pronto encontró el ritmo. Lo supo cuando ella lo arañó con fuerza, cuando le mordió el hombro y le susurró en el oído:
—Dale, nene… cógeme así.
Ese “nene” lo enardeció y lo desafió. Quería demostrarle que no era un pibe, que estaba a la altura. Que merecía estar donde estaba. Se afirmó con las manos en sus caderas y comenzó a moverse con más firmeza, con más hambre, sintiendo cómo el cuerpo de ella respondía, cómo temblaba, cómo lo apretaba con las piernas, cómo se perdía con él.
—Qué linda pija tenes pendejo— Susurró, con la frente apoyada en su cuello, besándolo, respirándolo.
—Toda para vos, Agus.—
Ella le alzó la cara con una mano, lo miró directo a los ojos, sería, con cara de puta, con los labios húmedos y entrecortados por el placer.
—¿Te estás cogiendo a la amiga de mami?, zarpado…
Eso lo volvió loco. La besó con fuerza, con desesperación, mordiéndole el labio, la lengua, como si quisiera devorarla entera. Ella lo apretó más, giró con él hasta quedar encima, lo montó con un movimiento fluido, hambriento, tomando el control. Matías no podía creerlo. Agustina cabalgando sobre él, con el pelo mojado pegado al cuello, las manos en su pecho, la boca entreabierta soltando pequeños jadeos, ese ritmo delicioso que lo conducía al borde una y otra vez.
—¿Te gusta cogerte a la amiga de mami?—repetía Agustina y lo cabalgaba más fuerte en cada embestida.
Él la miraba con una mezcla de adoración y lujuria. Era la mujer con la que había soñado desde que la conoció. Amiga de su madre, prohibida, inalcanzable, perfecta. Y ahora estaba encima suyo, sudada, extasiada, entregada.
—¿y vos? Te estás comiendo un pendejo, hija de puta—le dijo, sin filtro, sin pensar, con el corazón desbordado.
—Está crecido el nene ¿no?—
Ella le lanzó una mirada cargada, le pasó una mano por el pecho con lentitud.
—Sos un atrevido, cómo vas a tener esta pija, pibito.
Él se incorporó para besarle los pechos. Ella lo ayudó con la mano en su nuca y se estremeció cuando le hundió la cabeza sobre una teta. El sorbía, lamía, primero una, después la otra. Luego el soltó una mano y le introdujo un dedo en su boca. Agustina continuaba con el bombeo, firme, profundo. Le chupó el dedo mientras lo miraba otra vez con cara de puta.
Lo que siguió le sorprendió: Matías se estiró y le metió el dedo babeado, lubricado, en el culo.
Ella se sintió llena. Él se esforzó por meterlo aún un poco más pero ella se movía con un ritmo cada vez más intenso.
Ese gesto de irreverencia fue demasiado para ella. Y acabó en un gemido constante y duradero.
Matías la tomó con fuerza y ella entendió lo que quería. Se apoyó sobre sus rodillas apoyando los codos contra la cama con la cara reposada en el colchón. el la penetró mientras que su dedo volvió a jugar con su culo.
—¿me vas a hacer la colita, pendejo?
Matías seguía concentrado en lo suyo, abriendo la flor lentamente con un dedo. Le ofreció otro dedo para que Agustina lo lubricara también.
—¿quién te enseñó a hacer esto? Agustina ya tenía dos dedos dentro del ano dilatado.
Matías probó una vez. Logró meter la punta y sintió que el culo cedía. Se quedaron quietos. Inmóviles.
La sacó y volvió a meterla con cuidado. esta vez un poco más. Con paciencia. Esperó.
—¿te duele?
—No, lo estás haciendo muy bien.
Agustina se masturbaba con la mano.
Matías comenzó un bombeo suave, ya tenía la mitad del tronco venoso adentro del culo de Agustina.
La volvió a sacar y vió el agujero perfecto que había perforado con su pija. Ya estaba listo.
La embestió otra vez, esta vez hasta el final. Agustina gritó, de placer, de dolor.
El no duró mucho. La excitación era total. La sacó para no acabar y volvió a entrar en ella, profundo, con una intensidad que no había sentido nunca. Ella se estremeció entera.
—Dios… sí… —susurró entre gemidos—. No pares.
Y no paró. Siguió hasta que los dos quedaron sin aire, hasta que el temblor de ella se convirtió en un espasmo de placer tan crudo que lo desbordó a él también, con un gemido ahogado.
Quedaron tendidos en la cama, pegados por el sudor, con la respiración desbocada. Matías tenía la cara escondida en el cuello de Agustina. Olía su perfume mezclado con sexo. Le temblaban los brazos, el pecho.
—No lo puedo creer —susurró.
Agustina no dijo nada. Él le acariciaba la espalda con una mano suave, como si estuviera procesando lo que acababa de pasar. fue demasiado. Fue glorioso. Fue como si el mundo se achicara al tamaño exacto de esa cama y ese cuerpo debajo suyo.
Fue entonces cuando Matías, con un impulso infantil, tomó el celular que había quedado en la mesita de luz. Lo encendió y apuntó. Quería guardar ese instante. La imagen. La prueba de que había tocado el cielo con las manos.
—¿Qué hacés?
—Una foto —dijo él, sincero, sin pensar.
—¿Estás loco?
—Sólo… para mí. Para saber que fue real.
Tomó la foto: ella de perfil, ambos desnudos, la sábana cruzándoles los cuerpos apenas. Una imagen íntima, silenciosa, cargada.
Agustina se incorporó con una seriedad repentina, le quitó el celular de la mano y buscó la galería.
—Borrala. No da.
—Ya está —dijo él, con una sonrisa—. Ya la guardé en la memoria.
Ella le dio un almohadonazo en el pecho.
—No jodas. Borrala. En serio.
Matías la miró un segundo, y sin perder la sonrisa, obedeció. Tocó “Eliminar”. Confirmó.
Y entonces la volvió a mirar. Ella lo observó en silencio, con una ceja levantada.
—No sé si sos muy boludo… o muy peligroso.
—Puede ser que sea las dos cosas.
Agustina volvió a mirarlo con seriedad.
—Esto no puede volver a pasar, esto no pasó —le dijo, casi como un reto.
—No. Claro. Tranquila.
Matías se recostó mirando el techo, el cuerpo aún vibrando. Sabía que lo que acababa de vivir no iba a repetirse. Pero también sabía que, aunque ella dijera lo contrario… sí había pasado. Y eso no se lo sacaba nadie.
NOS VAMOS ACERCANDO AL DESENLACE DE ESTA SAGA.
DENLE AMOR.
Final
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3 comentarios - Yoga con la mami del jardín (10)
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