Parte 1
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parte 2
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parte 3
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parte 4
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parte 5
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parte 6
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parte 7
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parte 8
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parte 9
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Parte 10
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Agustina se lo repetía en silencio, como si al afirmarlo pudiera convencerse de que no era paranoia, que no estaba exagerando. Fabián había vuelto de Lisboa distinto. Seguía atento, cariñoso incluso, pero había algo sutil, imperceptible para cualquiera… menos para ella. Algo se había desplazado en su forma de tocarla, en la manera en que se reía, en cómo apartaba el celular cuando recibía un mensaje.
Los primeros días, Agustina decidió no decir nada. Lo observaba. Era su forma de proteger lo que tenían: mirarlo con más atención, intentar leer entre líneas. A veces lo encontraba en el balcón, hablando por teléfono en voz baja. Otras veces salía “a hacer un llamado urgente”, pero lo hacía desde la esquina, como si necesitará distancia. Empezó a notar que borraba mensajes. Y cuando ella entraba al baño mientras él se duchaba, el teléfono estaba siempre boca abajo.
Una mañana, mientras Fabián preparaba café, Agustina fingió buscar sus auriculares en el cajón del living. Lo que quería era revisar el celular que él había dejado sobre la mesa. Agustina sabía su contraseña. Pero no logró desbloquearlo.. . Ella sonrió, amarga.
—¿Y esto? —preguntó, levantando el teléfono… ¿Cambiaste la contraseña? —Fabián ni se inmutó.
—Me estás revisando el teléfono—dijo, como si nada
—No, quería reenviarme una foto de nuestra hija.
—Me decís y te la reenvío.
—¿Qué me estás ocultando Fabián? Creí que nos contábamos todo.
—¿Nos contamos todo? Retrucó Fabián.
—Creía que sí— Dijo Agustina mintiendo. Pensando en su affair con Matías.
—¿Te estás viendo con tu compañera, no? Tenemos un acuerdo Fabián.
—No la veo a Rochi desde que volví de Lisboa ¿en serio me vas a ser una escena de celos? Creí que estábamos más allá.
Agustina se quedó mirándolo. No dijo nada. Sabía que mentía.
Esa noche, no pudo dormir. La idea de Rochi —la compañerita de trabajo de la que él le había hablado por videollamada— volvió a su mente. ¿Se habría enamorado? Todo el tiempo que estuvieron juntos en Lisboa, era tiempo suficiente para que se asienten, para que se vinculen. Pero ¿por qué me lo oculta? Su cabeza era un infierno de incertidumbre.
Durante tres días fingió que todo estaba bien. Pero la duda crecía y se le metía en el cuerpo como un bicho que no paraba de roerle los huesos. Hasta que una tarde lo escuchó salir apurado, diciendo que iba a una reunión con unos clientes. Él se subió al auto y se fue. Agustina no lo pensó. Tomó un abrigo, las llaves, el celular, y bajó a la calle.
Lo siguió en su auto, cuidando de no acercarse demasiado. Lo vio doblar, tomar por una avenida, detenerse en la puerta de un hotel discreto de Palermo. Estacionó en la cochera del fondo. Agustina se quedó quieta en su auto. No pudo distinguir a la mujer que se encontró con él. Solo vio un perfil fugaz. Cabello recogido. Nada más. Era ella, no tenía dudas.
Su corazón latía como un tambor. No sabía qué estaba haciendo, pero sabía que no podía detenerse. Esperó cinco minutos. Diez. Después bajó del auto y caminó decidida hacia el hotel.
Entró. El lobby estaba casi vacío. Fingió que buscaba a una amiga y se escabulló por el pasillo de los ascensores. Subió. En el tercer piso, alcanzó a ver como entraban en una de las habitaciones. Para su sorpresa la puerta no estaba bien cerrada. La habitación estaba a oscuras, apenas iluminada por la luz filtrada de las cortinas mal cerradas. Agustina entró en silencio y, sin hacer ruido, se metió en el baño. Se encerró. El corazón le explotaba en el pecho. No sintió culpa, una parte de ella le decía que este era un juego más. Un desliz de esos que Fabián luego le contaría.

Desde el minúsculo ventiluz del baño, podía ver parte del cuarto. Una esquina de la cama. Una silla. Y de pronto, lo vio: Fabián. Semidesnudo, acariciando el cuerpo de Rochi. Se movían como si el tiempo no existiera, como si se hubieran deseado por siglos.
Agustina no podía dejar de mirar. El morbo, el dolor, la atracción, el miedo. Todo se mezclaba en un torbellino insoportable que la clavaba contra el piso frío del baño. Apenas respiraba. Desde el minúsculo ventiluz veía una franja de la cama y una parte del cuerpo de Fabián: sus caderas, sus manos aferradas con hambre, sus movimientos —intensos, rítmicos, como si el tiempo se hubiera disuelto en ese deseo desbordado. El voyeurismo la excitó.
A Rochi se la notaba entregada. Jadeaba en un tono bajo, profundo, como si le naciera del vientre. La cara no se le veía, pero tenía el pelo recogido, unas piernas suaves, firmes, que se enredaban con las de él. Agustina mordía su propia mano para no emitir ni un sonido. El corazón le latía en las sienes, los ojos le ardían. Pero lo peor era lo que sentía más abajo. Una parte de ella, traicionera y brutal, ardía de excitación. Esa visión —Fabián entregado, los cuerpos entrelazados, el sonido húmedo y rítmico de la cama— le tocaba fibras que no quería reconocer. El morbo la carcomía. Era como estar atrapada en una pesadilla erótica, en la que no podía dejar de mirar y algo en su cuerpo respondía.
Sintió calor entre las piernas. Como si una chispa interna la estuviera consumiendo por dentro. Se odió por eso. Se sintió sucia, confundida. Pero no podía moverse. Las manos de Fabián en ese cuerpo —la intensidad, el deseo animal— la arrastraban a un lugar oscuro, primitivo. Quería odiarlo. Quería llorar. Ella sabía lo que era ser deseada así. Parte de ella, en un rincón ciego de la conciencia, se preguntó cómo fue, qué pasó que no era ella la que ocupaba el lugar de esa mujer, quería gemir así, que él la cogiera de esa manera, como antes. Con esa forma en que la sostenía de las caderas, como si no pudiera despegarse. La misma que alguna vez la hizo sentir única, deseada, imprescindible. Y ahora la veía desde afuera, como una intrusa. Como una exiliada de su propio pasado.
El corazón le latía en las sienes, los ojos le ardían. Esa visión —Fabián entregado, los cuerpos entrelazados, el sonido húmedo y rítmico de la cama— le tocaba fibras que no quería reconocer.
A través del estrecho ángulo del ventiluz, vio cómo Fabián la tomaba desde atrás. La pendeja se aferraba a la cabecera de la cama con fuerza, mientras él la embestía con furia rítmica, casi salvaje. Los gemidos se volvían más agudos, más animales. Cada golpe de cadera hacía temblar el colchón y resonar el cabecero contra la pared. La escena era pornográfica, real, cruel… y absolutamente hipnótica.
Agustina contuvo la respiración. “Se la está re cogiendo el hijo de puta” pensó y sintió un calor insoportable entre las piernas. El cuerpo le temblaba, y no era solo por el dolor. Era deseo. Un deseo que no quería sentir. El pecho le subía y bajaba rápido, y sin pensarlo, su mano descendió. Con dedos temblorosos, se deslizó dentro del pantalón y tocó la humedad que la delataba. Cerró los ojos un instante, mordiéndose el labio hasta casi sangrar. Se odió por hacerlo, por no poder detenerse. Era como una fiebre.
El sonido del cuerpo de Fabián chocando contra Rochi—los jadeos, la respiración entrecortada de ambos, los insultos cariñosos que él murmuraba mientras la azotaba en la nalga con una mano— la llevaban a otro lugar. Uno donde ella tantas veces había estado. Pero también, uno sucio, oscuro, lleno de contradicciones. Se frotó la concha en silencio, buscando no gemir, buscando no llorar. Se frotó con ímpetu. Las emociones se mezclaban: rabia, dolor, excitación, soledad. ¿Qué clase de persona era por estar ahí, escondida, masturbándose?
La pendeja gimió fuerte, se arqueó bajo él, y Agustina se estremeció con ella. Acabaron casi al mismo tiempo.
Pasada la euforia seguía pensando: ¿Qué le ofrecía Rochi? La compañerita. La zorra que le coqueteaba. La que lo había deslumbrado ¿Porqué se la ocultaba? ¿El boludo se habría enamorado? Quizás. Era una traición, sí, pero no tenía lógica. ¿Por qué no lo esclarece? Ella sería capaz de comprender…
Algo no cerraba.
De repente una duda la carcomió.
El cuerpo. La forma de moverse. Esa tensión en el cuello cuando se arqueaba. El modo en que le hablaba entre dientes a Fabián, susurrándole algo que él respondía con una sonrisa —una sonrisa que Agustina conocía bien: la sonrisa de Fabián cuando estaba completamente entregado, enamorado.
Una duda le cruzó el pecho como un relámpago. Por un momento quiso irse. Abrir la puerta, huir. Fingir que nunca estuvo ahí. Que no sabía nada. Pero no pudo.
Se acercó más al ventiluz. Entrecerró los ojos. La mujer giró ligeramente el rostro y, por un segundo, una fracción mínima de su perfil quedó expuesto a la luz tenue que entraba por la ventana al fondo de la habitación.
Y entonces la reconoció.
El mundo se rompió. No era Rochi.
Clara.
La respiración de Agustina se cortó de golpe. No podía procesarlo. Era como si su mente rechazara lo que sus ojos le estaban diciendo. No podía ser Clara. No ella. No su amiga. No la mujer con la que había compartido cenas, juegos de niños, confesiones íntimas, secretos. La cama. Su esposo. No la madre con la que había construido una complicidad silenciosa.
Y sin embargo ahí estaba. Clara. Entre los brazos de Fabián. Gimiendo su nombre como si fuera su salvación.
Agustina se tambaleó. Se sostuvo de la pileta. Una náusea la invadió. Quiso gritar, pero se le atragantó la garganta. La escena seguía delante de sus ojos, cruel, erótica, devastadora. Cada segundo que pasaba era una puñalada.
Fabián la besaba como no la besaba a ella desde hacía tiempo. Clara le decía cosas al oído y él reía, entre jadeos, como si fuera libre, como si ese encuentro fuera el único que había esperado todo ese tiempo.
Agustina no lo soportó más. Abrió la puerta del baño de golpe.
La habitación se llenó de luz. La reacción fue inmediata: Clara se cubrió con la sábana y soltó un grito ahogado. Fabián se dio vuelta, desorientado, con el torso desnudo y la respiración agitada.
—¿Agustina? —susurró.
Ella se quedó parada frente a ellos, entera, rota. El silencio fue eterno.
—¿Por qué me lo ocultaron? —preguntó. Su voz era baja, serena, pero cargada de algo que dolía más que el enojo: decepción.
Clara lloraba, en silencio. No decía una palabra.
—¿Por qué?
Fabián quiso acercarse.
—No te acerques. Quiero saber.
—Porque estamos enamorados —dijo Clara al fin, con la voz quebrada, apenas audible.
Agustina sintió una ola de frío subirle por la espalda.
—No paramos desde Tigre —agregó Fabián, mirándola a los ojos, con una mezcla de culpa y entrega. —Creí que alejarme iba a servir. Me fui al otro lado del mundo para evitarlo. Creí que iba a poder olvidarla. Pero no puedo. No podemos.
El silencio los envolvió otra vez.
Agustina los miró. A Clara, encogida entre las sábanas. A Fabián, tan expuesto, tan lejos. No gritó. No lloró. No dijo nada. Solo los miró. Como si al mirarlos pudiera absorber todo ese dolor de golpe, como si necesitara enfrentarlo para saber que era real.
Y entonces entendió.
El amor había triunfado. Sí. Pero no para ella.
Epílogo
La foto con Matías se filtró y estalló como una bomba.
Primero fue un murmullo entre padres. Después, escándalo. Escuela, redes, familias rotas.
Nadie quiso escuchar explicaciones. Solo juzgar.
Agustina desapareció en menos de un mes. Vendió el departamento, renunció al trabajo, cambió de número.
Se instaló en una ciudad costera con su hija.
Borrón y cuenta nueva. Casi como si nunca hubiese existido.
Fabián viaja cada dos semanas para ver a su hija.
Dice que no se arrepiente de amar a Clara, pero sí de cómo terminó todo.
No prosperó. Lo de ellos ardió como un incendio… y se apagó igual de rápido.
No sobrevivieron a las consecuencias. A los rumores. La foto era ya demasiado escándalo y salpicaba a Fabián también.
Marco, en silencio, se separó de Clara al poco tiempo.
Intentó acercarse a Agustina, más por nostalgia que por amor.
Pero ella ya no estaba para juegos. Ni para heridas viejas.
Ahora ella vive cerca del mar. Camina con su hija por la playa cada tarde.
No mira atrás. No escribe. No responde.
Pero hay noches en que el viento del sur le trae ecos de una vida que ardió como ninguna.
Y aunque le duele, también le recuerda que sigue viva.
FIN.
GRACIAS A TODOS LOS QUE LEYERON, PUNTUARON, COMENTARON Y DISFRUTARON DE ESTA HISTORIA. YA ESTOY PENSANDO EN LA PRÓXIMA. CÓMO SIEMPRE, ESCUCHO IDEAS. SON MI MOTIVACIÓN E INSPIRACIÓN.
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949086/Yoga-con-la-mami-del-jardin.html
parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5949734/Yoga-con-la-mami-del-jardin-2.html
parte 3
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parte 4
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parte 5
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parte 6
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parte 8
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Parte 10
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Agustina se lo repetía en silencio, como si al afirmarlo pudiera convencerse de que no era paranoia, que no estaba exagerando. Fabián había vuelto de Lisboa distinto. Seguía atento, cariñoso incluso, pero había algo sutil, imperceptible para cualquiera… menos para ella. Algo se había desplazado en su forma de tocarla, en la manera en que se reía, en cómo apartaba el celular cuando recibía un mensaje.
Los primeros días, Agustina decidió no decir nada. Lo observaba. Era su forma de proteger lo que tenían: mirarlo con más atención, intentar leer entre líneas. A veces lo encontraba en el balcón, hablando por teléfono en voz baja. Otras veces salía “a hacer un llamado urgente”, pero lo hacía desde la esquina, como si necesitará distancia. Empezó a notar que borraba mensajes. Y cuando ella entraba al baño mientras él se duchaba, el teléfono estaba siempre boca abajo.
Una mañana, mientras Fabián preparaba café, Agustina fingió buscar sus auriculares en el cajón del living. Lo que quería era revisar el celular que él había dejado sobre la mesa. Agustina sabía su contraseña. Pero no logró desbloquearlo.. . Ella sonrió, amarga.
—¿Y esto? —preguntó, levantando el teléfono… ¿Cambiaste la contraseña? —Fabián ni se inmutó.
—Me estás revisando el teléfono—dijo, como si nada
—No, quería reenviarme una foto de nuestra hija.
—Me decís y te la reenvío.
—¿Qué me estás ocultando Fabián? Creí que nos contábamos todo.
—¿Nos contamos todo? Retrucó Fabián.
—Creía que sí— Dijo Agustina mintiendo. Pensando en su affair con Matías.
—¿Te estás viendo con tu compañera, no? Tenemos un acuerdo Fabián.
—No la veo a Rochi desde que volví de Lisboa ¿en serio me vas a ser una escena de celos? Creí que estábamos más allá.
Agustina se quedó mirándolo. No dijo nada. Sabía que mentía.
Esa noche, no pudo dormir. La idea de Rochi —la compañerita de trabajo de la que él le había hablado por videollamada— volvió a su mente. ¿Se habría enamorado? Todo el tiempo que estuvieron juntos en Lisboa, era tiempo suficiente para que se asienten, para que se vinculen. Pero ¿por qué me lo oculta? Su cabeza era un infierno de incertidumbre.
Durante tres días fingió que todo estaba bien. Pero la duda crecía y se le metía en el cuerpo como un bicho que no paraba de roerle los huesos. Hasta que una tarde lo escuchó salir apurado, diciendo que iba a una reunión con unos clientes. Él se subió al auto y se fue. Agustina no lo pensó. Tomó un abrigo, las llaves, el celular, y bajó a la calle.
Lo siguió en su auto, cuidando de no acercarse demasiado. Lo vio doblar, tomar por una avenida, detenerse en la puerta de un hotel discreto de Palermo. Estacionó en la cochera del fondo. Agustina se quedó quieta en su auto. No pudo distinguir a la mujer que se encontró con él. Solo vio un perfil fugaz. Cabello recogido. Nada más. Era ella, no tenía dudas.
Su corazón latía como un tambor. No sabía qué estaba haciendo, pero sabía que no podía detenerse. Esperó cinco minutos. Diez. Después bajó del auto y caminó decidida hacia el hotel.
Entró. El lobby estaba casi vacío. Fingió que buscaba a una amiga y se escabulló por el pasillo de los ascensores. Subió. En el tercer piso, alcanzó a ver como entraban en una de las habitaciones. Para su sorpresa la puerta no estaba bien cerrada. La habitación estaba a oscuras, apenas iluminada por la luz filtrada de las cortinas mal cerradas. Agustina entró en silencio y, sin hacer ruido, se metió en el baño. Se encerró. El corazón le explotaba en el pecho. No sintió culpa, una parte de ella le decía que este era un juego más. Un desliz de esos que Fabián luego le contaría.

Desde el minúsculo ventiluz del baño, podía ver parte del cuarto. Una esquina de la cama. Una silla. Y de pronto, lo vio: Fabián. Semidesnudo, acariciando el cuerpo de Rochi. Se movían como si el tiempo no existiera, como si se hubieran deseado por siglos.
Agustina no podía dejar de mirar. El morbo, el dolor, la atracción, el miedo. Todo se mezclaba en un torbellino insoportable que la clavaba contra el piso frío del baño. Apenas respiraba. Desde el minúsculo ventiluz veía una franja de la cama y una parte del cuerpo de Fabián: sus caderas, sus manos aferradas con hambre, sus movimientos —intensos, rítmicos, como si el tiempo se hubiera disuelto en ese deseo desbordado. El voyeurismo la excitó.
A Rochi se la notaba entregada. Jadeaba en un tono bajo, profundo, como si le naciera del vientre. La cara no se le veía, pero tenía el pelo recogido, unas piernas suaves, firmes, que se enredaban con las de él. Agustina mordía su propia mano para no emitir ni un sonido. El corazón le latía en las sienes, los ojos le ardían. Pero lo peor era lo que sentía más abajo. Una parte de ella, traicionera y brutal, ardía de excitación. Esa visión —Fabián entregado, los cuerpos entrelazados, el sonido húmedo y rítmico de la cama— le tocaba fibras que no quería reconocer. El morbo la carcomía. Era como estar atrapada en una pesadilla erótica, en la que no podía dejar de mirar y algo en su cuerpo respondía.
Sintió calor entre las piernas. Como si una chispa interna la estuviera consumiendo por dentro. Se odió por eso. Se sintió sucia, confundida. Pero no podía moverse. Las manos de Fabián en ese cuerpo —la intensidad, el deseo animal— la arrastraban a un lugar oscuro, primitivo. Quería odiarlo. Quería llorar. Ella sabía lo que era ser deseada así. Parte de ella, en un rincón ciego de la conciencia, se preguntó cómo fue, qué pasó que no era ella la que ocupaba el lugar de esa mujer, quería gemir así, que él la cogiera de esa manera, como antes. Con esa forma en que la sostenía de las caderas, como si no pudiera despegarse. La misma que alguna vez la hizo sentir única, deseada, imprescindible. Y ahora la veía desde afuera, como una intrusa. Como una exiliada de su propio pasado.
El corazón le latía en las sienes, los ojos le ardían. Esa visión —Fabián entregado, los cuerpos entrelazados, el sonido húmedo y rítmico de la cama— le tocaba fibras que no quería reconocer.
A través del estrecho ángulo del ventiluz, vio cómo Fabián la tomaba desde atrás. La pendeja se aferraba a la cabecera de la cama con fuerza, mientras él la embestía con furia rítmica, casi salvaje. Los gemidos se volvían más agudos, más animales. Cada golpe de cadera hacía temblar el colchón y resonar el cabecero contra la pared. La escena era pornográfica, real, cruel… y absolutamente hipnótica.
Agustina contuvo la respiración. “Se la está re cogiendo el hijo de puta” pensó y sintió un calor insoportable entre las piernas. El cuerpo le temblaba, y no era solo por el dolor. Era deseo. Un deseo que no quería sentir. El pecho le subía y bajaba rápido, y sin pensarlo, su mano descendió. Con dedos temblorosos, se deslizó dentro del pantalón y tocó la humedad que la delataba. Cerró los ojos un instante, mordiéndose el labio hasta casi sangrar. Se odió por hacerlo, por no poder detenerse. Era como una fiebre.
El sonido del cuerpo de Fabián chocando contra Rochi—los jadeos, la respiración entrecortada de ambos, los insultos cariñosos que él murmuraba mientras la azotaba en la nalga con una mano— la llevaban a otro lugar. Uno donde ella tantas veces había estado. Pero también, uno sucio, oscuro, lleno de contradicciones. Se frotó la concha en silencio, buscando no gemir, buscando no llorar. Se frotó con ímpetu. Las emociones se mezclaban: rabia, dolor, excitación, soledad. ¿Qué clase de persona era por estar ahí, escondida, masturbándose?
La pendeja gimió fuerte, se arqueó bajo él, y Agustina se estremeció con ella. Acabaron casi al mismo tiempo.
Pasada la euforia seguía pensando: ¿Qué le ofrecía Rochi? La compañerita. La zorra que le coqueteaba. La que lo había deslumbrado ¿Porqué se la ocultaba? ¿El boludo se habría enamorado? Quizás. Era una traición, sí, pero no tenía lógica. ¿Por qué no lo esclarece? Ella sería capaz de comprender…
Algo no cerraba.
De repente una duda la carcomió.
El cuerpo. La forma de moverse. Esa tensión en el cuello cuando se arqueaba. El modo en que le hablaba entre dientes a Fabián, susurrándole algo que él respondía con una sonrisa —una sonrisa que Agustina conocía bien: la sonrisa de Fabián cuando estaba completamente entregado, enamorado.
Una duda le cruzó el pecho como un relámpago. Por un momento quiso irse. Abrir la puerta, huir. Fingir que nunca estuvo ahí. Que no sabía nada. Pero no pudo.
Se acercó más al ventiluz. Entrecerró los ojos. La mujer giró ligeramente el rostro y, por un segundo, una fracción mínima de su perfil quedó expuesto a la luz tenue que entraba por la ventana al fondo de la habitación.
Y entonces la reconoció.
El mundo se rompió. No era Rochi.
Clara.
La respiración de Agustina se cortó de golpe. No podía procesarlo. Era como si su mente rechazara lo que sus ojos le estaban diciendo. No podía ser Clara. No ella. No su amiga. No la mujer con la que había compartido cenas, juegos de niños, confesiones íntimas, secretos. La cama. Su esposo. No la madre con la que había construido una complicidad silenciosa.
Y sin embargo ahí estaba. Clara. Entre los brazos de Fabián. Gimiendo su nombre como si fuera su salvación.
Agustina se tambaleó. Se sostuvo de la pileta. Una náusea la invadió. Quiso gritar, pero se le atragantó la garganta. La escena seguía delante de sus ojos, cruel, erótica, devastadora. Cada segundo que pasaba era una puñalada.
Fabián la besaba como no la besaba a ella desde hacía tiempo. Clara le decía cosas al oído y él reía, entre jadeos, como si fuera libre, como si ese encuentro fuera el único que había esperado todo ese tiempo.
Agustina no lo soportó más. Abrió la puerta del baño de golpe.
La habitación se llenó de luz. La reacción fue inmediata: Clara se cubrió con la sábana y soltó un grito ahogado. Fabián se dio vuelta, desorientado, con el torso desnudo y la respiración agitada.
—¿Agustina? —susurró.
Ella se quedó parada frente a ellos, entera, rota. El silencio fue eterno.
—¿Por qué me lo ocultaron? —preguntó. Su voz era baja, serena, pero cargada de algo que dolía más que el enojo: decepción.
Clara lloraba, en silencio. No decía una palabra.
—¿Por qué?
Fabián quiso acercarse.
—No te acerques. Quiero saber.
—Porque estamos enamorados —dijo Clara al fin, con la voz quebrada, apenas audible.
Agustina sintió una ola de frío subirle por la espalda.
—No paramos desde Tigre —agregó Fabián, mirándola a los ojos, con una mezcla de culpa y entrega. —Creí que alejarme iba a servir. Me fui al otro lado del mundo para evitarlo. Creí que iba a poder olvidarla. Pero no puedo. No podemos.
El silencio los envolvió otra vez.
Agustina los miró. A Clara, encogida entre las sábanas. A Fabián, tan expuesto, tan lejos. No gritó. No lloró. No dijo nada. Solo los miró. Como si al mirarlos pudiera absorber todo ese dolor de golpe, como si necesitara enfrentarlo para saber que era real.
Y entonces entendió.
El amor había triunfado. Sí. Pero no para ella.
Epílogo
La foto con Matías se filtró y estalló como una bomba.
Primero fue un murmullo entre padres. Después, escándalo. Escuela, redes, familias rotas.
Nadie quiso escuchar explicaciones. Solo juzgar.
Agustina desapareció en menos de un mes. Vendió el departamento, renunció al trabajo, cambió de número.
Se instaló en una ciudad costera con su hija.
Borrón y cuenta nueva. Casi como si nunca hubiese existido.
Fabián viaja cada dos semanas para ver a su hija.
Dice que no se arrepiente de amar a Clara, pero sí de cómo terminó todo.
No prosperó. Lo de ellos ardió como un incendio… y se apagó igual de rápido.
No sobrevivieron a las consecuencias. A los rumores. La foto era ya demasiado escándalo y salpicaba a Fabián también.
Marco, en silencio, se separó de Clara al poco tiempo.
Intentó acercarse a Agustina, más por nostalgia que por amor.
Pero ella ya no estaba para juegos. Ni para heridas viejas.
Ahora ella vive cerca del mar. Camina con su hija por la playa cada tarde.
No mira atrás. No escribe. No responde.
Pero hay noches en que el viento del sur le trae ecos de una vida que ardió como ninguna.
Y aunque le duele, también le recuerda que sigue viva.
FIN.
GRACIAS A TODOS LOS QUE LEYERON, PUNTUARON, COMENTARON Y DISFRUTARON DE ESTA HISTORIA. YA ESTOY PENSANDO EN LA PRÓXIMA. CÓMO SIEMPRE, ESCUCHO IDEAS. SON MI MOTIVACIÓN E INSPIRACIÓN.
6 comentarios - Yoga con la mami del jardín (final)
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Esperando el próximo como a la 2da temporada del Eternauta