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Con mi alumna de la facu. (2)

Parte 1
https://m.poringa.net/posts/relatos/5965109/Con-mi-alumna-de-la-facu.html

Teoría, práctica… y TikTok.


 No se podía dormir.
Luciana respiraba al lado suyo, con ese ritmo parejo que parecía una provocación.
El cuarto estaba oscuro, tibio. Pero en su cabeza, la imagen de Josefina seguía con los ojos abiertos, mirándolo, poseyendolo.
El sueño, si, pero también su clase de hoy le giraban en su cabeza.
La falda.
Las medias.
La pregunta en clase.
La sonrisa.
Marcos, que toda su vida se había jactado de tener una brújula moral clara, no estaba seguro de qué dirección estaba tomando. O mejor dicho, qué dirección deseaba tomar. Pensó que podría ser su hija, que tenía la misma edad que Josefina y estaba estudiando en Estados Unidos. Esa idea lo golpeaba más de lo que admitía. Pero no lo detenía. No esta vez. Se le ocurrió una idea.
Tomó el celular. Buscó su nombre.
No tenía su apellido.
Pero sabía cómo encontrarlo.
Bajó en silencio al escritorio, encendió la notebook, accedió al sistema académico.
Allí estaba: Josefina González S.
Sonaba a personaje de ficción.
Lo anotó. Lo escribió completo en el buscador de Instagram. Y apareció.

Primera imagen: un café, un libro, algo de Clarice Lispector.
Segunda: ella de espaldas en un atardecer, el viento levantándole el vestido.
Tercera: una selfie con la lengua apenas afuera, el escote insinuado, la frase: “a veces toca portarse bien. A veces no” “Pero lo que importaba estaba más abajo.
Una historia destacada: indicada solo con un fueguito 🔥 .
Click.
Lo llevó a otra cuenta. Vinculada.
TikTok.
La transición fue inmediata.
Josefina, su alumna…se convertía en Josefina la criatura armada para seducir.
Con mi alumna de la facu. (2)



El primer video lo recibió como una cachetada.
Una coreografía agresiva, con movimientos de caderas firmes, violentos.
La cámara fija en el espejo. Ella de espaldas. Solo una bombacha blanca, hilo. Sin corpiño. Rebotaba unas nalgas perfectas. Jugaba. Hacía ademanes como si se tocara. La canción rezaba:
“Pídeme perreo y yo te doy sin censura / Tú tienes cara e’ que le gusta la basura.”
En otro, se bajaba lentamente un pantalón hasta las rodillas, mostrando una cola perfecta, redonda, sin filtros.
Se agachaba frente al espejo. Se mordía el dedo. Movía la boca en un play back infartante:
“Yo no soy santa / Pero tú tampoco / Si me sigues viendo así, te dejo loco.”
Marcos tragó saliva.
Sentía la erección como un pulso en la base del estómago.
Miró hacia la escalera. Silencio. La casa dormía.
Se la sacó. Con una mano en el celular, la otra ya bajándole el pantalón del pijama. Tenía la pija como una roca.
No fue un impulso. Fue una rendición.
Eligió el video más corto. Ella en bombacha, con un aro de luz, bailando: 
“Te imagino mirando. Me gusta pensarte. Yo sé que estás loco por mi. Pero no sabés que yo también .”
El cuerpo de Marcos se tensó como un alambre. Se tocó lento al principio, mirando cada curva, cada gesto, el vaivén de las caderas, la lengua húmeda que se filtraba entre sus labios.
Cerró los ojos.
Ella estaba ahí.
No en la pantalla. En su regazo.
En su respiración.
En su culpa.
La imagen del sueño se volvió más nítida ayudada por lo que acaba de ver. Josefina cabalgando sobre su pija, subiendo y bajando, provocando el rebote de sus pechos jóvenes, robustos. Su voz aniñada pero nada inocente pidiéndole que le llene la conchita de leche…
Acabó rápido. No fue un alivio. Fue una descarga sucia, contenida, vergonzosa, que limpió mal con un papel doblado que quedó pegado a su muslo.
Apagó todo. Guardó. Subió sin hacer ruido.
Volvió a la cama.
Luciana seguía dormida, de espaldas.
Y entonces, el celular de ella vibró.
Una vez.
No le dio importancia.
Dos veces.
Frunció el ceño.
Tres.
El nombre apareció en la pantalla iluminada: Gonzalo.
Marcos no quería mirar.
No quería cruzar esa línea.
Pero ya había cruzado muchas otras hoy.
Se inclinó. Solo las notificaciones. No abrió nada.
Tres respuestas a una historia.
Una foto que no había visto: Luciana en la cocina, con un vestido corto, una copa de vino en la mano, pierna cruzada. Un boomerang sutil, pero elegante.
Mensaje 1:
“Siempre tan radiante vos…”
Mensaje 2:
“Hermoso ese color. Y vos también.”
Mensaje 3:
“El mejor vino seguro es ese, el que se toma con vos” 
Nada explícito.
Nada estrictamente condenable.
Pero suficiente para que el estómago se le cerrara en un puño.
Podía no significar nada.
O sí.
Él se había tocado con una alumna.
Él se había dejado llevar por algo que jamás se hubiera permitido unos años atrás.
Y ahora, lo único que podía pensar era:
¿Y si Luciana también?
Volvió a dejar el celular. Se tumbó boca arriba. Ya no tenía calor. Ni deseo.
Solo un zumbido lento en la cabeza. Como un eco que se le metía por dentro.
Luciana murmuró entre sueños:
—¿No podés dormir?
Tardó en contestar.
—No.
Y no dijo más.
Porque ahora ya no sabía si el problema era Josefina.
O él mismo.

El aula estaba llena, pero se sentía vacía.
Era uno de esos días donde Marcos hablaba casi en automático. El tema era interesante —la tensión entre el deseo y la norma en las estructuras simbólicas del lenguaje—, pero su cabeza no estaba del todo ahí.
Josefina, sí.
Primera fila. Otra vez.
Hoy había ido más allá.
Camisa blanca, apenas abrochada, la parte inferior de la falda apenas visible entre el pupitre y el banco.
Piernas cruzadas, medias negras, mirada fija.
Tomaba nota con una concentración estudiadamente exagerada.
Marcos trataba de no mirarla. Pero era inútil. Estaba diseñada para interrumpir.
—Como plantea Lacan, el deseo no se dirige al objeto directamente, sino a través del Otro… —explicaba, mientras escribía en el pizarrón.
—¿Y qué pasa cuando el Otro te desea a vos? —preguntó Josefina, sin levantar la mano, con tono casual.
El aula se rio.
Marcos giró, marcador en mano.
—Depende de qué clase de deseo estemos hablando —respondió, intentando mantener el tono neutro.
—¿Y si el deseo es mutuo, pero prohibido? —insistió ella, sin dejar de mirarlo.
La risa ahora fue más contenida. Algunos compañeros se miraron. Otros agacharon la cabeza, incómodos.
Marcos sintió el calor subirle por el cuello.
Quiso responder con algo académico, elegante, cortante. Pero se le borraron las palabras.
Dijo algo vago, técnico.
No recordaba qué.
Josefina bajó la mirada con una sonrisa mínima. El golpe ya había sido dado.
La clase siguió. O lo intentó.
Marcos no volvió a mirarla.

Más tarde, en el pasillo del primer piso, ya con el aula vacía y el día apagándose detrás de los ventanales, Marcos caminaba hacia su oficina. Llevaba una carpeta en la mano, y la cabeza en otro lado.
—Profe —dijo una voz a su izquierda.
Josefina.
Estaba parada junto al ascensor, sola. Celular en mano, mochila colgando de un hombro.
La misma sonrisa suave, la misma mirada insolente.
—¿Todo bien? —preguntó ella, con una calma cargada de electricidad.
—Sí —dijo él, con sequedad—. ¿Necesitás algo?
—No, nada. Solo iba a decirle que me gustó mucho la clase de hoy. Fue… provocadora.
Marcos no respondió.
—¿No le pareció que hubo una energía rara? —agregó ella, dando un paso más cerca—. Como si algo estuviera a punto de pasar. ¿O soy solo yo?
Él tragó saliva. El ascensor marcó que subía.
—Vos tenés una imaginación intensa —respondió, intentando sonreír.
—Es lo que dicen. —Josefina se encogió de hombros—. Pero a veces no es imaginación.
La puerta del ascensor se abrió. Ella subió y, justo antes de que se cerraran las puertas, se inclinó apenas hacia adelante. No fue un susurro, pero tampoco una frase dicha en voz alta.
—¿Sabe que TikTok te avisa quién mira su perfil?
Clac.
Las puertas se cerraron.
Marcos se quedó quieto en el pasillo, con el corazón latiéndole en la garganta.
No había prueba.
No había acusación.
Solo una frase.
Y el pánico silencioso de saberse descubierto sin que nadie dijera nada.



Un tipo en serio.


El departamento era chico, prolijo, con luz tenue y olor a incienso barato.
Josefina estaba tirada en el sillón, descalza, con el pelo suelto. El novio, Tomi, revolvía algo en la cocina.
—¿Querés otra birra? —preguntó.
—Sí —respondió ella, sin moverse, mirando el celular.
Tomi volvió con las botellas. Se sentó a su lado. Le besó la pierna.
Josefina sonrió. Lo quería. Pero a veces lo miraba y pensaba: pobre, no tiene idea.
—¿Y tu día? —preguntó él, como si de verdad le interesara.
—Bien. Clases. Nada nuevo.
—¿El viejo ese te volvió a mirar como si fueras un flan?
Josefina rió.
—¿Quién?
—Tu profesor. El de Epistemología. ¿Cómo se llama?
—Marcos.
Tomi se estiró para sacar una papita de un bowl.
—Es obvio que le gustás. El otro día me contaste que se quedó colgado mirándote como un minuto entero.
—Exagerás.
—No. No exagero. Te lo dije. Los tipos grandes son así. Ven una piba como vos y se les hace agua la boca.
Josefina bajó la mirada. Dio un sorbo largo a la cerveza.
—Igual es un tipo en serio. Aunque le gustase, nunca se animaría a dar un paso.
—¿Y si lo hiciera?
—¿Vos qué harías en un caso así?
 —preguntó ella, ladeando la cabeza.
Tomi se encogió de hombros.
—No sé ¿Con una profesora? Capaz me caliento. Capaz me río. Que se yo. No deja de ser una vieja.
—Marcos no es tan viejo.
Él la miró.
—El tema es qué harías vos…
Josefina lo miró un segundo de más.
No dijo nada.
Tomi se acercó. Le sacó la birra de la mano, se la apoyó en el pecho y empezó a besarle el cuello.
—Cómo no te va a mirar, mirá lo que sos —susurró—. Vení conmigo.

puta



Se besaron.
Josefina se dejó hacer. Cerró los ojos.
Tomi era lindo. Tenía el cuerpo marcado, piel suave. La tocaba con ganas, pero con la ansiedad de chico que todavía no terminó de aprender qué va primero.
La llevó al cuarto.
La habitación estaba a media luz.
Josefina se desabrochó los botones de la camisa sin apuro, mientras Tomi la miraba. Él ya se había desnudado, con ese apuro que a veces la enternecía… y otras la aburría.
Se metieron entre las sábanas. La besó en el cuello. Bajó por el pecho. La empezó a tocar, bien… pero sin ritmo. Sin malicia.
Ella intentaba conectar. Cerrar los ojos. Respirar. Pero no sentía nada.
El cuerpo tibio, la mente lejos.
—¿Estás bien? —murmuró él, bajando hacia su ombligo.
—Sí.
—Estás seca —dijo, con torpeza—. ¿Te pasa algo?
Ella no respondió.
Tomi se apoyó en un codo. La miró serio, por primera vez.
—Es por él, ¿no?
—¿Qué?
—El profesor ese.
Josefina abrió los ojos.
Él bajó la voz, como si dijera algo que no se dice.
—¿Te calienta el profe?
El silencio se estiró como una cuerda.
Ella lo miró.
Algo se le encendió en los ojos.
No lo negó. No se rió.
Solo murmuró, con la voz apenas rota:
—Un poco.
Tomi se quedó inmóvil.
Una mezcla de celos, miedo y deseo le cruzó la cara.
—¿Qué te gusta de él?
Ella se incorporó. Le agarró la cara con una mano.
Le habló al oído, despacio, con un hilo de voz que le quemaba la piel:
—Me gusta cómo me mira cuando cree que nadie ve.
Me gusta saber que se hace la paja pensando en mí.
Me gusta provocarlo hasta que se equivoca en clase.
Me gusta que no puede tocarme.
Y yo sí.
Tomi tragó saliva.
Josefina lo empujó hacia abajo. Se subió sobre él con movimientos lentos, felinos.
Ahora sí estaba húmeda. Muy húmeda. 
Se sacó la bombacha con un movimiento rápido y se metió el tronco de Tomi. Era una pija de un porte generoso. Vigorosa. Normalmente no entraba de una. Hoy, sí. Ahora ella era la que estaba apurada. 
Tomi jadeó.
—¿Qué estás haciendo?
—Callate —susurró ella—. Dejame cogerte como si fueras él.
Empezó a moverse.
Ritmo bajo, profundo, eléctrico.
No buscaba placer. Buscaba poder.
Le rasguñó el pecho, lo agarró del pelo, lo obligó a mirarla a los ojos.
—¿Así me lo cogería, te gusta, no? —decía entre jadeos—.
Tomi no respondía. Solo la sostenía, perdido, dominado.
—Estoy segura que puede enseñarme muchas cosas.
Josefina lo cabalgaba con furia.
Pensaba en la mirada de Marcos. En su voz. En su olor.
En cómo la deseaba sin poder decirlo.
En lo que haría si se atreviera.
En lo que le haría ella… si él se dejara.
El movimiento era feroz. Josefina chocaba con fuerza y el ruido de las carnes la calentaba aún más. Quería ir bien profundo, se paraba sobre sus rodillas como tomando carrera y bajaba presionando sus muslos con fuerza. En una de las embestidas subió demasiado y la pija se salió.
—Estás desaforada, me vas a romper—dijo él y aprovechó para girarse sobre ella.
Ella lo envolvió con sus piernas y le ordenó:
—Dale, métela.
Tomi empezó a cogerla y a la segunda embestida se dió cuenta que estaba muy arriba, no quería acabar todavía y le sacó la pija un momento.
—¿por qué la sacas? Dale cogeme fuerte, Tomás.
Él se la hundió despacio nuevamente haciendo un esfuerzo descomunal para no venirse. Contuvo la respiración. Intentó pensar en otra cosa. Casi no se movía. Entonces ella empezó a moverse con movimientos contractivos, como si pudiera masticar la pija con la cocha. 
—Quiero más pija, cogeme—le decía pero Tomás no respondía. Estaba tenso. Inmóvil. 
Josefina sintió como él se venía con espasmos lentos dentro suyo.
—¿acabaste?— dijo con decepción.
—No podía más—contestó Tomás y ahora sí empezó a moverse con fuerza pero sin el vigor ni la dureza necesaria.
—Ya está, ya está— Josefina se giró como sacándoselo de encima.
—¿te enojaste? ¿Qué queres haga? ¿Vos viste cómo me diste? 
—¿Qué quiero? Un orgasmo quiero, Tomás. Sos un egoísta.
—Vení, te chupo la concha ¿Queres?
—Quiero una pija dura. Que dure. Dejá— Se levantó y se metió en el baño. 
 Dejo la puerta entornada de manera que Tomi pudiera verla desde la cama.
Se sentó sobre el inodoro y comenzó a masturbarse. Furiosa. Agitada. Pensó que no lo lograría pero algo hizo que se acabara encima. “Marcos”
—Si, profe— se le escapó como un gemido.
Tomi la escuchó.
Ella bajó la cabeza. Respiraba como si hubiese corrido kilómetros.
Silencio.
—¿Dijiste lo que creo que dijiste? —preguntó él.
Josefina no respondió. Se puso la ropa interior y volvió a la cama.
Se quedó mirando el techo.
—Andá a buscar agua ¿querés? —le dijo.
Ya lo sabía, su deseo tenía un nombre y no era precisamente, Tomás.



ESTO SE ESTÁ PONIENDO BUENO. DENLE AMOR.

Parte 3

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4 comentarios - Con mi alumna de la facu. (2)

nukissy4620
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kokiCD +1
ufffff ... ay Dios esas alumnas que saben lo que provocan ...
+ 10
Tonito1223 +1
Tomi No estuvo ala altura de la tremenda calentura que tenia en ese momento josefina JAJAJA sos muy buen relato
mjbian
Todos fuimos Tomi alguna vez…