Parte 1
https://m.poringa.net/posts/relatos/5965109/Con-mi-alumna-de-la-facu.html
Parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966370/Con-mi-alumna-de-la-facu-2.html
Lo que no se enseña
El estudio estaba en silencio. Solo el zumbido del ventilador de techo y el roce seco del bolígrafo contra el papel.
Marcos corregía parciales desde hacía más de una hora.
La mayoría eran mediocres. Fórmulas recicladas, frases hechas, autores mal citados.
Corregía con color rojo, mecánicamente.
Hasta que llegó al de Josefina.
Lo primero que notó fue la caligrafía: ordenada, elegante, firme.
Lo segundo, el título:
“Lenguaje, deseo y poder: entre la mirada del Otro y el reflejo de uno mismo.”
Frunció el ceño. Empezó a leer.
“El deseo no se dirige a un objeto, sino a la escena donde el objeto se vuelve inaccesible. El deseo se sostiene en lo imposible. En lo que debe callarse para seguir existiendo.”
“La fascinación es una forma de poder. No se necesita tocar para poseer.”
“En ciertos espacios, lo prohibido no solo tienta: educa.”
Se le aflojaron los hombros. El bolígrafo cayó sobre la mesa.
Era un texto brillante. Pero no era neutro.
Cada párrafo parecía escrito para él.
Cada giro académico era una provocación.
Y cuando llegó a la última hoja, lo vio.
Abajo, en el margen inferior derecho, dibujado con tinta negra: un pequeño corazón.
Y, al lado, en letra cursiva y desprolija:
“Gracias por hacerme pensar distinto. J.”
Se le heló el cuerpo.
Un gesto mínimo. Y devastador.
No podía reprochárselo. No podía marcarlo como error.
No podía ni leerlo sin imaginar su voz.
Sintió el impulso de arrancar la hoja. De ignorarla.
Pero la volvió a mirar.
Y se quedó ahí, con la mano abierta sobre el papel, el corazón vibrándole en el pecho, entre el deseo y la indignación.


Fue entonces cuando escuchó el auto.
Se asomó por la ventana, todavía con el parcial en la mano.
Luciana bajaba de un auto gris.
Del lado del conductor: Gonzalo.
Él se bajó también. Intercambiaron un par de palabras.
Ella sonrió. Le apoyó una mano breve en el antebrazo.
Él le respondió algo. Rieron.
No escuchó nada.
Pero lo que vio fue suficiente.
No eran gestos inadecuados.
Pero tampoco eran neutros.
Eran familiares. Cómodos. Demasiado cómodos.
Luciana entró al edificio. Gonzalo se quedó unos segundos mirando hacia la puerta antes de subirse y arrancar.
Marcos se apartó de la ventana.
Sintió el mismo calor sucio que cuando leyó el parcial.
Esa mezcla de culpa, furia, deseo y algo más… algo parecido al miedo.
Cuando Luciana entró al departamento, él fingía estar aún revisando papeles.
—¿Mucho trabajo? —preguntó ella, dejando las llaves sobre la mesa.
—Sí.
—Me voy a duchar —dijo, y desapareció por el pasillo.
Marcos no lo pensó.
El celular estaba en la cartera, apenas abierto.
Lo tomó. Lo desbloqueó.
No quería pruebas.
Quería algo que lo calmara.
Y encontró todo lo contrario.
Un chat con Gonzalo.
No constante. No diario.
Pero íntimo.
Mensajes sueltos, emojis, comentarios sueltos a historias.
Y, una línea, que quedó clavada en el centro de la pantalla:
“Gracias por acercarme. Sos un divino.”
Marcos sintió cómo el aire se le volvía denso en la garganta.
No era grave.
Pero era suficiente.
Dejó el celular sobre la mesa justo cuando escuchó que se abría la puerta del baño.
Luciana apareció con la toalla, el pelo mojado, la piel tibia.
Lo miró de reojo, sin decir nada.
—¿Querés que pida algo para comer? —preguntó, como si no hubiese pasado nada.
—Pedite vos, yo ya piqué algo—dijo él, y su voz sonó hueca.
Ella se fue al dormitorio.
Marcos se quedó de pie en la cocina, las manos sobre la mesa, el corazón latiendo desacompasado.
Volvió al estudio. Miró la carpeta donde había dejado el parcial.
El corazón dibujado seguía ahí, firme.
Y el de él, cada vez menos.
“¿No era esto lo que querías?”
Era un sueño.
Lo sabía.
Lo sentía en el aire espeso, en la lógica torcida del espacio, en la forma en que las cosas se movían con una suavidad sucia, sin resistencia.
Pero no quería despertarse.
Estaba en su casa. O algo que se parecía a su casa.
El pasillo era el mismo, largo, con los cuadros torcidos y la alfombra ligeramente manchada. Pero la luz era distinta.
Cálida. Roja. Pegajosa.
Desde el dormitorio llegaban los sonidos.
Gemidos.
Gemidos de mujer.
Y el inconfundible golpeteo húmedo de cuerpos encontrándose sin pudor.
Marcos caminó, descalzo, como flotando.
El suelo se sentía caliente bajo los pies.
La puerta estaba entreabierta.
Una rendija de luz se proyectaba hacia el pasillo.
Entró.
La habitación era suya, pero no.
Más grande. Más oscura.
La cama, enorme, deshecha, envuelta en sábanas arrugadas.
Y en el centro, Luciana.
En cuatro.
Con la espalda arqueada, el culo alto, las piernas abiertas.
Gonzalo la cogía desde atrás, lento y profundo, con las manos en sus caderas y el cuerpo pegado como una maquinaria perfecta.
Las sombras recortaban los cuerpos con nitidez.
El vaivén era hipnótico.
El sonido, obsceno.
La escena, perfecta.
Luciana gemía con la cara enterrada en la almohada.
Se la veía brillar de sudor.
Movía la cintura hacia atrás, buscando más.
Cada vez más.
Marcos se apoyó en el marco de la puerta.
No se movía.
No sentía celos.
Sentía fuego.
El bulto en su pantalón creció al instante.
No era espectador: era cómplice.
Gonzalo le metía la pija con fuerza medida, con experiencia.
Se la sacaba despacio y se la metía toda de nuevo.
Luciana se aferraba a las sábanas, gimiendo su nombre.
No el de Gonzalo.
El de Marcos.
Eso lo rompió.
Se abrió el pantalón.
Se bajó el calzoncillo.
Y se tocó.
El glande caliente, expuesto, húmedo.
La paja era lenta. Precisa.
Los dedos firmes, la palma cerrada.
No era solo placer. Era entrega.
Luciana se giró apenas, mirándolo por encima del hombro.
El pelo pegado a la cara, los labios entreabiertos, los ojos encendidos.
—¿No era esto lo que querías? —le dijo, con voz baja, ronca—. ¿Verme así?
No pudo hablar. Solo asentir.
Seguía pajeándose. Más rápido. Más fuerte.
El cuerpo entero tenso, la vergüenza mezclada con la necesidad.
Gonzalo se inclinó sobre Luciana y la penetró más profundo.
Las bolas chocaban contra ella. El ritmo se aceleraba.
Luciana gritaba.
Marcos estaba al borde.
Sentía el calor subirle por la espalda.
El estómago contraído.
Los dedos húmedos.
El gemido atrapado en la garganta.
Y entonces, sintió una mano en el hombro.
Fría.
Suave.
Delicada.
Giró la cabeza.
Josefina.
Detrás de él, con una camisa blanca y nada más.
La piel luminosa. Las piernas largas.
La mirada decidida.
Se inclinó, le rozó la oreja con la boca.
—Ahora sí podemos hacerlo.
Marcos jadeó.
Se levantó.
El corazón golpeando.
La pija firme.
La culpa vencida.
Iba a besarla.
Pero no era Josefina.
No.
Era su hija.
La misma boca.
El mismo perfume.
Los mismos ojos, rotos.
El mismo temblor en la voz.
Y una sola frase, muda, que no necesitaba ser dicha:
“Pensé que eras un tipo en serio”
Marcos tropezó.
Se alejó.
El cuerpo temblando.
La pija todavía erecta.
El sudor helado bajándole por la nuca.
Y despertó.
En su estudio.
Solo.
La pija semi dura, la mano húmeda, los papeles debajo.
El parcial de Josefina abierto.
El corazón dibujado.
La dedicatoria.
“Gracias por hacerme pensar distinto.”
NECESITO SABER SI ESTO VIENE BIEN O CAMBIAMOS DE SAGA. A MÍ GUSTA PERO POR AHORA TIENE POCOS PUNTOS Y COMENTARIOS. ESCUCHO SUGERENCIAS.
Parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5968214/Con-la-alumna-de-la-facu-4.html
https://m.poringa.net/posts/relatos/5965109/Con-mi-alumna-de-la-facu.html
Parte 2
http://m.poringa.net/posts/relatos/5966370/Con-mi-alumna-de-la-facu-2.html
Lo que no se enseña
El estudio estaba en silencio. Solo el zumbido del ventilador de techo y el roce seco del bolígrafo contra el papel.
Marcos corregía parciales desde hacía más de una hora.
La mayoría eran mediocres. Fórmulas recicladas, frases hechas, autores mal citados.
Corregía con color rojo, mecánicamente.
Hasta que llegó al de Josefina.
Lo primero que notó fue la caligrafía: ordenada, elegante, firme.
Lo segundo, el título:
“Lenguaje, deseo y poder: entre la mirada del Otro y el reflejo de uno mismo.”
Frunció el ceño. Empezó a leer.
“El deseo no se dirige a un objeto, sino a la escena donde el objeto se vuelve inaccesible. El deseo se sostiene en lo imposible. En lo que debe callarse para seguir existiendo.”
“La fascinación es una forma de poder. No se necesita tocar para poseer.”
“En ciertos espacios, lo prohibido no solo tienta: educa.”
Se le aflojaron los hombros. El bolígrafo cayó sobre la mesa.
Era un texto brillante. Pero no era neutro.
Cada párrafo parecía escrito para él.
Cada giro académico era una provocación.
Y cuando llegó a la última hoja, lo vio.
Abajo, en el margen inferior derecho, dibujado con tinta negra: un pequeño corazón.
Y, al lado, en letra cursiva y desprolija:
“Gracias por hacerme pensar distinto. J.”
Se le heló el cuerpo.
Un gesto mínimo. Y devastador.
No podía reprochárselo. No podía marcarlo como error.
No podía ni leerlo sin imaginar su voz.
Sintió el impulso de arrancar la hoja. De ignorarla.
Pero la volvió a mirar.
Y se quedó ahí, con la mano abierta sobre el papel, el corazón vibrándole en el pecho, entre el deseo y la indignación.


Fue entonces cuando escuchó el auto.
Se asomó por la ventana, todavía con el parcial en la mano.
Luciana bajaba de un auto gris.
Del lado del conductor: Gonzalo.
Él se bajó también. Intercambiaron un par de palabras.
Ella sonrió. Le apoyó una mano breve en el antebrazo.
Él le respondió algo. Rieron.
No escuchó nada.
Pero lo que vio fue suficiente.
No eran gestos inadecuados.
Pero tampoco eran neutros.
Eran familiares. Cómodos. Demasiado cómodos.
Luciana entró al edificio. Gonzalo se quedó unos segundos mirando hacia la puerta antes de subirse y arrancar.
Marcos se apartó de la ventana.
Sintió el mismo calor sucio que cuando leyó el parcial.
Esa mezcla de culpa, furia, deseo y algo más… algo parecido al miedo.
Cuando Luciana entró al departamento, él fingía estar aún revisando papeles.
—¿Mucho trabajo? —preguntó ella, dejando las llaves sobre la mesa.
—Sí.
—Me voy a duchar —dijo, y desapareció por el pasillo.
Marcos no lo pensó.
El celular estaba en la cartera, apenas abierto.
Lo tomó. Lo desbloqueó.
No quería pruebas.
Quería algo que lo calmara.
Y encontró todo lo contrario.
Un chat con Gonzalo.
No constante. No diario.
Pero íntimo.
Mensajes sueltos, emojis, comentarios sueltos a historias.
Y, una línea, que quedó clavada en el centro de la pantalla:
“Gracias por acercarme. Sos un divino.”
Marcos sintió cómo el aire se le volvía denso en la garganta.
No era grave.
Pero era suficiente.
Dejó el celular sobre la mesa justo cuando escuchó que se abría la puerta del baño.
Luciana apareció con la toalla, el pelo mojado, la piel tibia.
Lo miró de reojo, sin decir nada.
—¿Querés que pida algo para comer? —preguntó, como si no hubiese pasado nada.
—Pedite vos, yo ya piqué algo—dijo él, y su voz sonó hueca.
Ella se fue al dormitorio.
Marcos se quedó de pie en la cocina, las manos sobre la mesa, el corazón latiendo desacompasado.
Volvió al estudio. Miró la carpeta donde había dejado el parcial.
El corazón dibujado seguía ahí, firme.
Y el de él, cada vez menos.
“¿No era esto lo que querías?”
Era un sueño.
Lo sabía.
Lo sentía en el aire espeso, en la lógica torcida del espacio, en la forma en que las cosas se movían con una suavidad sucia, sin resistencia.
Pero no quería despertarse.
Estaba en su casa. O algo que se parecía a su casa.
El pasillo era el mismo, largo, con los cuadros torcidos y la alfombra ligeramente manchada. Pero la luz era distinta.
Cálida. Roja. Pegajosa.
Desde el dormitorio llegaban los sonidos.
Gemidos.
Gemidos de mujer.
Y el inconfundible golpeteo húmedo de cuerpos encontrándose sin pudor.
Marcos caminó, descalzo, como flotando.
El suelo se sentía caliente bajo los pies.
La puerta estaba entreabierta.
Una rendija de luz se proyectaba hacia el pasillo.
Entró.
La habitación era suya, pero no.
Más grande. Más oscura.
La cama, enorme, deshecha, envuelta en sábanas arrugadas.
Y en el centro, Luciana.
En cuatro.
Con la espalda arqueada, el culo alto, las piernas abiertas.
Gonzalo la cogía desde atrás, lento y profundo, con las manos en sus caderas y el cuerpo pegado como una maquinaria perfecta.
Las sombras recortaban los cuerpos con nitidez.
El vaivén era hipnótico.
El sonido, obsceno.
La escena, perfecta.
Luciana gemía con la cara enterrada en la almohada.
Se la veía brillar de sudor.
Movía la cintura hacia atrás, buscando más.
Cada vez más.
Marcos se apoyó en el marco de la puerta.
No se movía.
No sentía celos.
Sentía fuego.
El bulto en su pantalón creció al instante.
No era espectador: era cómplice.
Gonzalo le metía la pija con fuerza medida, con experiencia.
Se la sacaba despacio y se la metía toda de nuevo.
Luciana se aferraba a las sábanas, gimiendo su nombre.
No el de Gonzalo.
El de Marcos.
Eso lo rompió.
Se abrió el pantalón.
Se bajó el calzoncillo.
Y se tocó.
El glande caliente, expuesto, húmedo.
La paja era lenta. Precisa.
Los dedos firmes, la palma cerrada.
No era solo placer. Era entrega.
Luciana se giró apenas, mirándolo por encima del hombro.
El pelo pegado a la cara, los labios entreabiertos, los ojos encendidos.
—¿No era esto lo que querías? —le dijo, con voz baja, ronca—. ¿Verme así?
No pudo hablar. Solo asentir.
Seguía pajeándose. Más rápido. Más fuerte.
El cuerpo entero tenso, la vergüenza mezclada con la necesidad.
Gonzalo se inclinó sobre Luciana y la penetró más profundo.
Las bolas chocaban contra ella. El ritmo se aceleraba.
Luciana gritaba.
Marcos estaba al borde.
Sentía el calor subirle por la espalda.
El estómago contraído.
Los dedos húmedos.
El gemido atrapado en la garganta.
Y entonces, sintió una mano en el hombro.
Fría.
Suave.
Delicada.
Giró la cabeza.
Josefina.
Detrás de él, con una camisa blanca y nada más.
La piel luminosa. Las piernas largas.
La mirada decidida.
Se inclinó, le rozó la oreja con la boca.
—Ahora sí podemos hacerlo.
Marcos jadeó.
Se levantó.
El corazón golpeando.
La pija firme.
La culpa vencida.
Iba a besarla.
Pero no era Josefina.
No.
Era su hija.
La misma boca.
El mismo perfume.
Los mismos ojos, rotos.
El mismo temblor en la voz.
Y una sola frase, muda, que no necesitaba ser dicha:
“Pensé que eras un tipo en serio”
Marcos tropezó.
Se alejó.
El cuerpo temblando.
La pija todavía erecta.
El sudor helado bajándole por la nuca.
Y despertó.
En su estudio.
Solo.
La pija semi dura, la mano húmeda, los papeles debajo.
El parcial de Josefina abierto.
El corazón dibujado.
La dedicatoria.
“Gracias por hacerme pensar distinto.”
NECESITO SABER SI ESTO VIENE BIEN O CAMBIAMOS DE SAGA. A MÍ GUSTA PERO POR AHORA TIENE POCOS PUNTOS Y COMENTARIOS. ESCUCHO SUGERENCIAS.
Parte 4
http://m.poringa.net/posts/relatos/5968214/Con-la-alumna-de-la-facu-4.html
6 comentarios - Con mi alumna de la facu. (3)
El cuento está muy bueno, y como siempre excelentemente bien escrito, para mi gusto un poco enredado, con dos historias, y mucho sueño, mucha imaginación, pero bueh ... son gustos
(con la mejor onda eh, pediste opinión te doy la mía)