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Con la alumna de la facu (5)

Parte 1
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Parte 2
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Parte 3

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Parte 4

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“En casa”
Marcos empujó la reja con el pie, como siempre que volvía cargando papeles y el bolso de la facultad. La calle estaba silenciosa, con hojas secas acumuladas en las esquinas y un aire tibio que no terminaba de decidirse entre estación y estación.
La casa lo recibió con sus ruidos de siempre: la madera del portón cediendo, el crujido del piso al pasar por el hall, el olor tenue a jazmín que venía del patio trasero. Dejó las cosas sobre la mesa del comedor y pensó en servirse una copa.
Pero no estaba solo.
—¡Papá!
La voz le golpeó el pecho antes de que pudiera reaccionar. Su hija apareció desde el living, descalza, con el pelo suelto y una sonrisa que hacía meses no veía en persona. Venía con los brazos abiertos y los ojos brillantes.
Marcos la abrazó. Tardó un segundo en entender. Le olía el perfume, la sentía más liviana, más mujer.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, con la voz trabada.
—Vine unos días. Aproveché el spring break. Los extrañaba.
Luciana entró desde la cocina con una copa en la mano y la mirada cómplice de quien había armado todo.
—No le conté nada —dijo ella—. Quería sorprenderte.
—¿Lo lograste? —preguntó la hija.
—Un poco, sí —sonrió Marcos, aún descolocado.
Se sentaron en el comedor. La mesa tenía fiambres, pan recién horneado, vino. Todo pensado. Todo armado. Marcos intentaba entrar en la escena, pero sentía que llegaba con delay emocional.
—¿Y te quedás hasta cuándo? —preguntó, mientras se servía.
—Hasta el domingo. Quiero descansar, estar con ustedes… y festejar mi cumpleaños.
—¿Cuándo es?
Ella lo miró con media sonrisa.
—El viernes, papá.
Luciana intervino con suavidad:
—Va a hacer una fiestita acá. Con amigas. Nada muy grande.
—Tranqui —dijo la hija—. Como cuando era más chica. Algunas amigas del colegio, de la facultad, la música de siempre.
Marcos asintió. La copa le temblaba apenas entre los dedos.
Brindaron. Rieron. Hablaron de trivialidades, de lo caro que está todo, del clima extraño de Buenos Aires, de la carrera de ella, de lo mucho que extrañaba el dulce de leche.
Luciana puso algo de música. Sonaba suave, de fondo. La copa de vino se vaciaba despacio. La hija hablaba con entusiasmo. Marcos la miraba, escuchaba sus historias, se reía de cosas que no entendía del todo.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el mundo estaba quieto.
Que estaba bien ahí.
Que podía ser otra vez ese hombre que supo ser.
Se recostó un poco en la silla. Cerró los ojos un instante. Respiró hondo.
Tal vez todo esto había sido una exageración. Una distracción absurda.
Tal vez lo que realmente importaba… ya estaba en casa.

“Es mi casa”
Marcos llegó cerca de las once, cargando una incomodidad que no supo justificar hasta que cruzó la puerta.
No era su casa.
O lo era… pero invadida.
Luces tenues, música fuerte, un enjambre de jóvenes bailando, bebiendo, hablando todos a la vez. Su hija giró desde el fondo del living al verlo y lo abrazó como si no pasara nada.
—¡Papá! Justo a tiempo para el brindis.
—¿Esto era “tranqui”? —preguntó él, ya con el ceño apretado.
Luciana apareció desde la cocina, con una sonrisa cansada.
—Para ellos, esto es tranqui.
—¿Y vos?
—Me voy al cuarto del fondo. No doy más. Ya organicé todo. Ahora te toca. Si rompen algo, me avisas ¿si?
Lo besó y se fue.
Así, sin consultar.
Marcos avanzó hasta la cocina. Se sirvió whisky sin hielo, y ahí, justo al girar, la vio.

Con la alumna de la facu (5)


Josefina.
Y el latido se le cortó por un segundo.
Estaba de espaldas, junto a quién parecía el novio, Tomás.
Le resultaba una cara conocida. Lo había visto por su casa unas cuantas veces. Ese chico era amigo de su hija. Estaba seguro. Y ese detalle del destino le había traído a Josefina a su sala, a su cocina, a su espacio íntimo sin que él tuviera forma de anticiparlo.
 Estaba ahí.
Vestido negro, medias opacas, labios marcados.
Josefina.
La misma que le hablaba de Lacan como quien confiesa una fantasía.
La misma que firmaba parciales con corazones.
La que lo estaba volviendo loco.
Tomás le hablaba al oído. Ella sonreía. Pero algo no encajaba.
No lo hacía con ganas.
Lo toleraba.
Marcos bajó la mirada. Se sirvió otro trago. Se dijo que no pasaba nada. Que era un adulto. Que podía con eso.
Se cruzó con algunos alumnos. Lo saludaron, sorprendidos:
—¡Profe! Qué loco verlo acá…
—Es mi casa —dijo, por tercera vez.
Después, brindis, fotos, torta.
La hija soplando velitas, Luciana salió del cuarto para filmar el momento, y se volvió a su refugio.
Risas. Música.
Una normalidad prestada.
Pasada la medianoche, fue al baño.
Se lavó la cara. Se miró al espejo.
“Es solo una noche.”
“Podés con esto.”
Cuando volvió a la cocina, Josefina estaba sola. Apoyada contra la isla, con una copa en la mano. Tomás no estaba.
Marcos dudó.
Pero ella lo vio.
—Qué mundo chico —dijo, sin moverse.
Él no respondió enseguida.
—No sabía que eras amiga de mi hija…
—No lo soy, mi novio es amigo de tu hija. Viene con él. No pensé que te iba a encontrar acá.
—Es mi casa.
—Ya veo.
Silencio.
—No deberíamos estar hablando —dijo él.
—¿Por qué?
—Porque soy tu tutor de tesis. Y vos estás en mi cocina, en ropa de fiesta. Esto no es una consulta académica.
Ella bajó la mirada.
Y después lo miró otra vez.
—¿Y si te dijera que estoy incómoda también?
—¿Por qué?
—Porque me peleé con Tomás. Porque no soy como las amigas de tu hija. Porque no me gusta cómo me mira. Porque siento que no le intereso de verdad.
Y porque cuando me mirás vos… es distinto.
Marcos tragó saliva.
—No deberías decirme esas cosas.
—No te estoy diciendo nada. Solo lo sentís.
—Josefina, esto no es un aula. Ni una tutoría.
—Pero vos seguís hablando como si lo fuera.
Le sostuvo la mirada.
Él se dio vuelta.
Volvió al quincho. Necesitaba otro trago. Música. Risas.
No la volvió a ver por un buen rato. Habló con su hija. Se quedó recogiendo vasos vacíos. Por un momento creyó que el peligro había pasado.
Hasta que subió por el pasillo del fondo.
puta


Iba al baño. A su baño.
La puerta estaba entornada.
Y ella estaba ahí.
Josefina.
Sentada en la tapa del inodoro, los codos en las rodillas, la cara entre las manos.
El maquillaje corrido. La boca temblando.
—¿Qué hacés acá?
—No quería que nadie me viera llorar.
—¿Qué pasó?
—Nada, me peleé con mi novio. Me dejó. Dijo que soy un problema. Que me abro sola. Que soy incontenible.
—Josefina…
—¿Podés no ser mi profesor por un segundo?
Marcos se quedó en la puerta.
Ella se puso de pie.
Se limpió la cara con papel.
Se miró en el espejo.
—Ya fue. Ya está. Me lo merezco.
—No digas eso.
Ella lo miró por el reflejo.
Y lo dijo como si hablara de otra cosa:
—No quiero estar sola.
Marcos se acercó.
Y justo cuando pensó en irse…escuchó un clack.
La misma puerta.
El mismo baño donde Luciana, días atrás, lo había tomado con furia.
El mismo deseo.
La música se sentía lejos, como si hubiera quedado en otra dimensión.
El baño estaba en penumbra, con el vaho pegado a los azulejos y la transpiración de una fiesta que seguía afuera, ignorando que, adentro, algo más real y más caliente estaba por suceder.
Josefina había apoyado la espalda en la puerta y girado la llave.
Clack.
El sonido exacto de la frontera quebrándose.
No lo miró como una alumna.
No como una chica curiosa.
Lo miró como una mujer que eligió su presa.
Marcos no se movió al principio.
La miró.
Tenía el maquillaje un poco corrido, los ojos brillantes, la boca roja, húmeda.
El vestido negro le colgaba apenas de los hombros.
La piel suave, apenas iluminada, parecía brillar sola.
—Decime que no querés esto —dijo ella, con voz rasposa—. Te juro que me voy si me lo decís.
Marcos tragó saliva.
—No puedo decirlo.
Ella se acercó.
Le bajó el cierre del pantalón sin preámbulos.
La pija le saltó dura, roja, caliente.
Josefina la miró como si se encontrara con un trofeo.
—Me la imaginaba así —dijo—. Desde la primera clase.
Lo besó en la boca.
Con lengua.
Con hambre.
Y luego bajó.
Se arrodilló.
Se metió la pija en la boca, entera.
La sostuvo con una mano y lo miró desde abajo, con esos ojos de puta sabia, mientras se la tragaba lenta.
—Uff—jadeó Marcos.
—¿Te gusta? —le devolvió, lamiéndole el tronco como un helado.
—Me vuelve loco.
Ella siguió.
Le trabajó la pija con una maestría imposible para una chica de su edad.
Le metía la cabeza, lo besaba en los huevos, lo miraba con lujuria mientras hacía ruido con la saliva.
Él tuvo que frenarla.
Si no, acababa.
La levantó.
La apoyó contra la bacha.
Le levantó el vestido.
Tenía una tanga negra diminuta.
—Me la puse para vos. Por si pasaba esto.
—¿Lo sabías?
—Obvio.
Le sacó la tanga como si pudiera romperla.
Le abrió las piernas.
Y la vio. 
Su conchita perfecta.
Mojada.
Hinchada.
Preparada.
Le metió los dedos.
Primero uno.
Después dos.
Ella gemía, se retorcía.
La tocaba como si supiera el mapa de memoria.
Como si no fuera la primera vez.
Y ella… se le abría como si hubiera estado esperando toda su vida.
—Ahí… ahí… —murmuró—. No pares… no pares… me vengo…
Y se vino.
Con espasmos.
Con gemidos cortos.
Con la respiración entrecortada.
— Te mojaste toda—dijo él, sorprendido.
—Sí, esto me calienta mucho. —Se rió—. Pero recién empieza.
Se la montó ella.
Subió una pierna a la bacha.
Le agarró la pija.
Se la metió.
Despacito.
Gimiendo.
Mirándolo fijo.
—Ay, sí… así… ¡así! —jadeó—. ¡Eso! ¡Cómo la tenes hijo de puta!
Ella lo cogía con maestría.
Moviendo las caderas en círculos.
Contrayendo la concha desde adentro.
Sacándole el alma.
Marcos no podía creerlo.
El cuerpo joven de Josefina era una locura.
La piel tersa, el olor dulce, los pezones rosados duros como piedras.
Todo era pecado y bendición.
Él cogía como si se diera ese permiso por única vez. Quería disfrutarlo. Enmarcarlo. 
Con fuerza pero con conciencia del disfrute. Como quien saborea un plato que no puede pagar.
Con ritmo pero lo suficiente para controlar el placer. 
Con precisión, como ella merecía que se la cojan. 
La bajó al piso, la dio vuelta, la puso en cuatro sobre el inodoro.
La pija le entró de nuevo, húmeda, directa, profunda.
Ella gritó.
Tenía la cara contra la pared, los gemidos cada vez más sucios.
—¡Así! ¡Qué bien me está cogiendo, hijo de puta! ¡Más!
Y él obedeció.
Le agarró las caderas.
La embestía con todo.
Se la metía las bolas.
Josefina volvió a acabar.
Gritando.
Convulsionando.
—¡Sí, sí! ¡Me vengo!
—¿Te gusta así?
—¡Me encanta! Esto quería.
La volvió a girar.
La levantó con fuerza.
La sentó en el lavamanos.
Le lamió los pezones. Por fin los tenía. Los lamía con un triunfo. Erectos. Los pechos turgentes, fibrosos.
Se la metió de nuevo.
Le sostenía el cuello mientras la cogía.
La miraba a los ojos.
—¿Sabés lo que sos? —dijo él, jadeando, con la voz más rota que su conciencia.
—Tu alumna —contestó ella, mirándolo directo.
Él la sostuvo de la cintura.
—Mi alumna preferida…
La embistió más hondo.
—La más puta.
Y al decirlo, sintió un chispazo de culpa en el pecho. Pero no se detuvo. Porque era cierto. Y porque lo deseaba.
Ella se rió, jadeando.
—¿Está pija querias?—le dijo.
—Sí, profe. Toda.
—¿Esta pija querías? hija de puta.
—Sos un forro, mira lo que me haces—le dijo beboteándolo.
—¿Qué te hago? 
—Le vas a llenar la concha de leche a tu alumna de tesis.
El ritmo subió.
Las paredes temblaban.
Los dos eran una sola cosa.
Ella acabó por tercera vez.
Gritando.
Mojando todo.
Y él la siguió.
Con un gemido profundo.
Acabando adentro.
Con pulsos largos, salvajes.
Se quedaron así.
Respirando.
Temblando.
Pegados.
Josefina le besó el cuello.
—Eso sí que fue una clase. Qué diría Lacan sobre esto.
Marcos no dijo nada.
La miró.
Aunque supo que nada volvería a ser igual, no se arrepintió.
Fue deseo. Fue piel. Fue entrega. Pero cuando bajó la vista y vio las marcas de sus dedos en las caderas suaves de ella… algo dentro suyo se quebró.
No era culpa. Era otra cosa.
El eco de una frase que no se animaba a decirse en voz alta:
Esto recién está empezando.

parte 6
http://m.poringa.net/posts/relatos/5970700/Con-la-alumna-de-la-facu-6.html

DEJEN SUS SENSACIONES. ESPERO QUE ESTÉN DISFRUTANDO DE LEER ESTA HISTORIA TANTO COMO YO DE ESCRIBIRLA.

3 comentarios - Con la alumna de la facu (5)

Quierocojer36 +1
Hasta que se dio lo que esperábamos...
Van 10 crack gracias por dejarnos disfrutar de esta hermosa historia...
mjbian
Gracias! Esa es la idea.
Golemer +1
Esto es una obra de arte amigo, sigue así
mjbian
Muchas gracias!